descargar 223.31 Kb.
|
LO MEJOR DEL DOMINGOCARICATURAS EL ESPECTADOR ![]() ![]() ![]() SEMANA ![]() ![]() PARA PENSAR EL ESPECTADOR MONSTRUOSPiedad BonnettLa humanidad ha estado desde siempre fascinada por la figura del monstruo, bien sea éste una hidra, un cancerbero o una mujer barbuda.Ahora bien: si el monstruo es un ser de carne y hueso, que se revela como tal por su capacidad de perversión y crueldad —pues la maldad también tiene grados, y las acciones de los que llamamos monstruos son siempre atroces, macabras, desproporcionadas—, una curiosidad morbosa se apodera de un “público” que no quiere privarse de detalles. Frente a casos como el de Luka Rocco, que descuartizó a su amante japonés y luego envió sus partes por correo, o el del caníbal de Rottemburgo, o el de Javier Velasco, el autor de la violación y tortura de Rosa Elvira, con estupefacción nos preguntamos: ¿qué hace que un ser humano no sólo haga el mal, sino que lleve éste hasta extremos de crueldad casi inimaginables? Las respuestas serán siempre imprecisas. Los psicópatas y los sociópatas suelen ser seres solitarios, grises, normales a ojos de los que los rodean. Ni el maltrato sufrido en la infancia, ni su baja autoestima, ni el deseo de figuración, ni los celos —razones que se buscan desesperadamente a posteriori— y a veces ni siquiera los términos locura o trastorno, logran explicar totalmente sus crímenes, pues muchas veces estos son planeados durante meses o incluso años, con frialdad que niega un arrebato inconsciente. Lo que sí puede aventurarse es que en ocasiones en los actos de estos desequilibrados cristaliza lo que algunos grupos quisieran realizar y no se atreven: crímenes dictados por el racismo, la xenofobia, la homofobia, la misoginia, o simplemente el resentimiento social de una comunidad. Andrés Breivik, por ejemplo, convirtió en causa personal el sentimiento más o menos soterrado de una cierta parte de la sociedad europea: su rechazo al multiculturalismo y por ende su desprecio por los inmigrantes de Asia, África o América Latina: “Lloré porque mi país y mi grupo étnico se están muriendo”, dijo. Los cuatro jóvenes neonazis que en Chile mataron a golpes a Daniel Zamudio realizaron el deseo de muchos “machos” latinoamericanos de acabar con los homosexuales. Y la masacre de 16 afganos, 9 de ellos niños, llevada a cabo en una madrugada por Robert Bales, un economista que se enlistó en el ejercito norteamericano voluntariamente porque quería vengar el 9-11, podría reflejar el deseo homicida de algunos fanáticos llenos de odio contra el Islam. Hay otros “monstruos”, sin embargo, que deberían preocuparnos más, porque no son esos seres extraños y tal vez enfermos que atacan en solitario y de vez en cuando, sino grupos de hombres que, fundidos en un solo cuerpo y guiados por la embriaguez de la violencia, devastan comunidades enteras. Los produce la guerra. ¿O qué otra cosa sino monstruos son los jefes que en Tacueyó mataron más de 300 guerrilleros, a algunos de los cuales les abrieron el pecho y les sacaron el corazón? ¿O los paras que en El Salado colgaron a sus víctimas de los árboles, y durante tres horas o más las masacraron, las violaron y jugaron a dar patadas a sus cabezas mientras tocaban gaitas y tamboras? ¿O aquellos que en Trujillo descuartizaron vivos a sus víctimas con motosierra? ¿Y qué monstruosidad puede ser peor que aquella que se perpetúa en rutina, como la de los falsos positivos, cuyo modus operandi ha sido denunciado recientemente por Zeus, un exsoldado de las Fuerzas Especiales del Ejército? Pues bien: muchos de ellos todavía recorren los caminos de Colombia, reorganizados en bandas, y otros saldrán pronto de las cárceles, como los 100 miembros del Erpac a los que sólo se les imputará concierto para delinquir, y algunos más ni siquiera han sido nunca sindicados. A estos monstruos totalmente cuerdos, que resucitan una y otra vez con sus siete cabezas, es a los que más debemos temerles. |