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D a n B r o w n L a c o n s p i r a c i ó n 49 —Yo también. —Buena suerte —dijo el anciano—. Si esta noche todo sale bien, podría ser su última reunión. Esos hombres solos pueden proporcionar todo lo necesario para darle a su campaña el empujón definitivo. A Sexton le gustó cómo sonaba aquello. Dedicó al anciano una sonrisa confiada. —Con suerte, amigo, cuando lleguen las elecciones, cantaremos victoria. —¿Victoria? —El anciano lo miró ceñudo, inclinándose hacia Sexton con ojos amenazadores—. Colocarle a usted en la Casa Blanca no es más que el primer paso hacia la victoria, senador. Espero que no lo haya olvidado. 14 La Casa Blanca es una de las mansiones presidenciales más pequeñas del mundo. Mide sólo cincuenta y dos metros de largo por veintiséis de ancho y está construida sobre tan sólo ocho hectáreas de terreno ajardinado. El proyecto del arquitecto James Hoban, basado en una estructura semejante a una caja con un techo a cuatro aguas, balaustrada y una entrada con columnas, a pesar de no destacar precisamente por su originalidad, fue seleccionado en un concurso público en el que los jueces lo calificaron de «vistoso, digno y versátil». Incluso después de vivir tres años y medio en la Casa Blanca, el presidente Zach Herney raras veces se sentía en casa entre esa maraña de candelabros, antigüedades y Marines armados que llenaban el edificio. Sin embargo, en ese momento, mientras se dirigía a grandes zancadas hacia el Ala Oeste, se sentía lleno de vigor y extrañamente relajado. Apenas notaba el peso de sus pies sobre los lujosos suelos alfombrados. Varios miembros del personal de la Casa Blanca levantaron la mirada cuando el Presidente se acercó. Herney los saludó con la mano y de viva a voz, llamándolos por su nombre. Sus respuestas, aunque corteses, resultaron apagadas y acompañadas de sonrisas forzadas. —Buenos días, Presidente. —Qué alegría verle, Presidente. —Buenos días, señor. Mientras el Presidente se dirigía a su despacho, percibió susurros a su paso. Dentro de la Casa Blanca se tramaba una insurrección. Durante las dos últimas semanas, el clima de desilusión en el 1600 de Pennsylvania Avenue había aumentado hasta tal punto que Herney estaba empezando a sentirse como el Capitán Bligh: comandando un barco que zozobraba y cuya tripulación se estaba preparando para un motín. El Presidente no los culpaba. Su personal había dedicado horas durísimas a apoyarle en las elecciones que se avecinaban y ahora, de pronto, todo indicaba que él estaba tirando la toalla. «Pronto lo entenderán», se dijo Herney. «Pronto volveré a ser su héroe». D a n B r o w n L a c o n s p i r a c i ó n 50 Lamentaba tener que mantener a su personal totalmente al margen durante tanto tiempo, pero era de vital importancia que la información se mantuviera en secreto. Y, cuando se trataba de guardar secretos, la Casa Blanca era famosa por ser el barco con menos filtraciones de todo Washington. Herney llegó a la sala de espera, situada delante del Despacho Oval, y le dedicó a su secretaria un animado saludo. —Está muy guapa esta mañana, Dolores. —Usted también, señor —respondió la secretaria, mirando el atuendo informal del Presidente con clara desaprobación. Herney bajó la voz. —Quiero que me organice una reunión. —¿Con quién, señor? —Con todo el personal de la Casa Blanca. La secretaria levantó la mirada. —¿Con todo su personal, señor? ¿Con los ciento cuarenta y cinco? —Exacto. La secretaria parecía inquieta. —Muy bien. ¿Quiere que la organice en... la Sala de Comunicados? Herney negó con la cabeza. , —No. Organícela en mi despacho. La secretaría lo miró fijamente. —¿Quiere ver a todo el personal dentro del Despacho Oval? —Exactamente. ... —¿A todos a la vez, señor? —¿Por qué no? Convóquela a las cuatro de la tarde. La secretaria asintió como quien le sigue la corriente a un chiflado. —Muy bien, señor. ¿Y el motivo de la reunión es...? —Tengo algo muy importante que anunciar al pueblo norteamericano esta noche. Quiero que mi personal lo oiga antes. Una repentina mirada de decepción asomó al rostro de su secretaria, casi como si se hubiera estado temiendo en secreto ese momento. Bajó la voz. —Señor, ¿va a usted a retirarse de la carrera por la presidencia? Herney se echó a reír. —¡Demonios, no, Dolores! ¡Me estoy preparando para luchar! Dolores pareció dudar de sus palabras. Los informes de los medios de comunicación no dejaban de repetir que el presidente Herney estaba echando las elecciones por la borda. El Presidente le dedicó un guiño tranquilizador. —Dolores, durante estos últimos años ha hecho un magnífico trabajo para mí y seguirá haciéndolo durante otros cuatro. Vamos a quedarnos en la Casa Blanca. Se lo juro. Su secretaria parecía desear más que nada en el mundo creerle. D a n B r o w n L a c o n s p i r a c i ó n 51 —Muy bien, señor. Avisaré al personal. A las cuatro en punto. Cuando Zach Herney entró en el Despacho Oval, no pudo evitar sonreír al imaginar a todo su personal arracimado en esa sala decepcionantemente pequeña. A pesar de que ese gran despacho había recibido varios nombres a lo largo de los años —el Baño, la Madriguera de la Polla, el Dormitorio Clinton—, el favorito de Herney era «la Trampa para Langostas». La verdad es que el nombre era de lo más acertado. Cada vez que un nuevo visitante entraba en el Despacho Oval, quedaba inmediatamente desorientado. La simetría de la sala, las paredes suavemente curvas, las puertas de entrada y salida discretamente disimuladas, todo ello daba al visitante la vertiginosa sensación de que le habían tapado los ojos y le habían hecho girar sobre sí mismo. A menudo, tras una reunión en el Despacho Oval, un dignatario de visita se levantaba, estrechaba la mano del Presidente y se dirigía directamente hacia uno de los armarios. Dependiendo de cómo hubiera ido la reunión, Herney detenía al invitado a tiempo o veía divertido cómo el visitante se ponía en evidencia. Herney siempre había creído que el aspecto dominante del Despacho Oval era el águila americana blasonada en la alfombra oval de la sala. La garra izquierda del águila tenía sujeta una rama de olivo y la derecha un manojo de flechas. Pocos foráneos sabían que en tiempos de paz, el águila miraba a la izquierda, hacia la rama de olivo. Sin embargo, en tiempos de guerra, el águila miraba misteriosamente a la derecha, hacia las flechas. El mecanismo que escondía ese pequeño truco de salón era fuente de silenciosa especulación entre el personal de la Casa Blanca, porque tradicionalmente sólo el Presidente y la jefa del departamento de mantenimiento lo conocían. A Herney, la verdad que se ocultaba tras la enigmática águila le había resultado decepcionante y mundana. Un pequeño almacén del sótano contenía la segunda alfombra oval y los servicios de limpieza simplemente cambiaban las alfombras por la noche. Cuando Herney bajó los ojos hacia la pacífica águila, que clavaba los ojos a su izquierda, sonrió al pensar que quizá debería cambiar las alfombras en honor de la pequeña guerra que estaba a punto de iniciar contra el senador Sedgewick Sexton. 15 La Delta Force de Estados Unidos es el único escuadrón de combate cuyas acciones disfrutan de total inmunidad presidencial ante la ley. La Directiva de Dirección Presidencial n° 25 (DDP 25) asegura a los soldados de la Delta Force «libertad de toda justificación legal», incluyendo la aplicación del Acta Posse Comitatus de 1876, un estatuto que impone penas de cárcel a todo aquel que emplee la fuerza militar para beneficio personal, el incumplimiento de la ley vigente o las operaciones secretas no sancionadas. Los miembros de la Delta Force se escogen con sumo cuidado entre los que forman el Grupo de Solicitudes de Combate (GSC), una organización secreta adscrita al Comando de Operaciones Especiales de Fort Bragg, en North Carolina. Los soldados de la Delta Force son asesinos entrenados: expertos en operaciones SWAT, rescate D a n B r o w n L a c o n s p i r a c i ó n 52 de rehenes, bombardeos sorpresa y eliminación de fuerzas enemigas clandestinas. Debido a que normalmente las misiones de la Delta Force implican un alto nivel de confidencialidad, la cadena tradicional por niveles de mando a menudo se ve sustituida por una gestión «monocaput», un único controlador que dispone de autoridad para tomar decisiones del modo en que él o ella lo considere apropiado. El controlador suele ser un militar que goza de gran poder político y con el suficiente rango o influencia para hacerse cargo de la misión. Independientemente de la identidad de su controlador, las misiones de la Delta Force reciben la clasificación del más alto nivel, y en cuanto se completa una misión, los soldados del escuadrón no vuelven a mencionarla, ni entre sí ni con sus oficiales de mando del ámbito de Operaciones Especiales. «Vuela. Combate. Olvida». El escuadrón de la Delta actualmente estacionado sobre el paralelo 82 no tenía como misión volar ni combatir. Simplemente vigilaba. A pesar de que hacía tiempo que había aprendido a no dejarse sorprender por las órdenes que recibía, Delta-Uno no podía negar que, por el momento, aquella estaba siendo una misión de lo más inusual. Durante los últimos cinco años, se había visto implicado en el rescate de rehenes en Oriente Medio, en la ubicación y en el exterminio de células terroristas que actuaban dentro de Estados Unidos e incluso en la discreta eliminación de varios hombres y mujeres peligrosos por todo el globo. Sin ir más lejos, el mes anterior su equipo de la Delta había utilizado un microrobot volador para provocarle un infarto mortal a un capo de la droga sudamericano especialmente peligroso. Empleando un microrobot equipado con una aguja de titanio del diámetro de un cabello y armada con un potente vasoconstrictor, Delta-Dos había introducido el aparato en la casa de aquel hombre por una ventana abierta de la segunda planta, había encontrado su dormitorio y luego le había pinchado en el hombro mientras dormía. El microrobot había salido por la ventana y huido antes de que él se despertara con un dolor en el pecho. El equipo de la Delta volaba ya de regreso a casa mientras la esposa de la víctima llamaba a la ambulancia. Sin violencia. Muerte natural. Había sido una preciosidad. Más recientemente, otro microrobot que habían estacionado en la oficina de un prominente senador a fin de grabar sus encuentros personales había capturado imágenes de un lujurioso encuentro sexual. El escuadrón de la Delta se refería en son de broma a esa misión como «penetración tras las líneas enemigas». Ahora, después de diez días sin otro cometido que el de mantenerse vigilantes, Delta-Uno estaba preparado para terminar con esa misión. «Manteneos ocultos. Vigilad la estructura, por dentro y por fuera. Informad a vuestro controlador sobre cualquier acontecimiento inesperado». Delta-Uno había sido entrenado para no sentir la menor emoción respecto a las misiones que se le asignaban. Sin embargo, ésta en concreto le había D a n B r o w n L a c o n s p i r a c i ó n 53 acelerado el pulso cuando él y su equipo recibieron la información de su cometido por primera vez. El comunicado carecía de «identidad»: cada una de sus fases se les había explicado utilizando canales electrónicamente seguros Delta-Uno no había llegado a conocer al controlador responsable de esa misión. Delta-Uno estaba preparando una comida a base de proteínas deshidratadas cuando su reloj emitió un pitido al unísono con los de los demás. En cuestión de segundos, el dispositivo de comunicación CrypTalk que estaba junto a él parpadeó y se activó, alertado. Delta-Uno dejó de hacer lo que estaba haciendo y cogió el comunicador manual. Los otros dos hombres lo observaron en silencio. —Delta-Uno —dijo, hablando al transmisor. Las dos palabras quedaron instantáneamente identificadas por el software de voz instalado en el dispositivo. A cada una de ellas le era asignado un número de referencia, que quedaba encriptado y era enviado vía satélite al origen de la llamada. En el extremo de la línea de quien efectuaba la llamada, y empleando un dispositivo similar, los números eran desencriptados y traducidos de nuevo a palabras empleando un diccionario predeterminado y de autoselección aleatoria. Luego las palabras eran pronunciadas en voz alta por una voz sintética. La duración total del proceso: ochenta milisegundos. —Aquí el controlador —dijo la persona que supervisaba la operación. El tono robótico del CrypTalk era realmente inquietante: inorgánico y andrógino— . ¿Cuál es su estatus operativo? —Todo sigue como estaba planeado —respondió Delta-Uno. —Excelente. Tengo una actualización sobre la franja horaria. La información se hará pública esta noche a las ocho, hora de la costa Este. Delta-Uno comprobó su cronógrafo. «Sólo faltan ocho horas». Su trabajo allí pronto habría terminado. Eso le animó. —Hay otra novedad —dijo el controlador—. Un nuevo jugador ha entrado en la arena. —¿Qué nuevo jugador? Delta-Uno escuchó atentamente. «Una interesante jugada». Ahí fuera había alguien que no dejaba de jugar ni un solo momento. —¿Cree usted que se puede confiar en ella? —Hay que vigilarla muy de cerca. —¿Y si hay problemas? No hubo la menor duda desde el otro lado de la línea. —Prevalecen las órdenes. 16 Rachel Sexton llevaba más de una hora volando en dirección norte. Aparte de un fugaz vistazo a Terranova, lo único que había visto era agua durante todo el trayecto. D a n B r o w n L a c o n s p i r a c i ó n 54 «¿Por qué tenía que ser precisamente agua?», pensó con una mueca de fastidio. A los siete años, se había hundido en un estanque helado al quebrarse el hielo bajo sus pies. Atrapada bajo la superficie, estaba segura de que iba a morir. Había sido el fuerte brazo de su madre lo que finalmente había logrado sacar de un tirón su cuerpo empapado y ponerlo a salvo. Después de esa horrorosa experiencia, Rachel había luchado contra un caso persistente de hidrofobia: un claro recelo ante las grandes superficies de agua, sobre todo de agua fría. Hoy, sin nada más que el Atlántico Norte extendiéndose hasta donde le alcanzaba la vista, los viejos miedos habían vuelto a embargarla. Hasta que el piloto no comprobó su posición con la base aérea de Thule en Groenlandia, Rachel no fue consciente de la distancia que habían recorrido. «¿Estoy encima del Círculo Polar Ártico?» La revelación intensificó su inquietud. «¿Adonde me llevan? ¿Qué es lo que ha encontrado la NASA?» Muy pronto, la extensión gris-azulada que tenía debajo apareció salpicada de miles de puntos inmaculadamente blancos. «Icebergs». Rachel sólo había visto icebergs una vez en su vida, hacía seis años, cuando su madre la había convencido para que la acompañara en un crucero por Alaska, madre e hija solas. Rachel había sugerido innumerables alternativas terrestres, pero su madre se había mostrado muy insistente. —Rachel, cariño —le había dicho—: dos terceras partes del planeta están cubiertas de agua y antes o después tendrás que lidiar con eso —La señora Sexton estaba totalmente empeñada, cosa que la identificaba como un ejemplar típico de Nueva Inglaterra, en criar a una hija fuerte. El crucero había sido el último viaje que Rachel y su madre habían hecho. «Katherine Wentworth Sexton». Rachel sintió una distante punzada de soledad. Como el viento que aullaba fuera del avión, los recuerdos no dejaban de acosarla, embargándola como siempre. La última conversación entre ambas había sido por teléfono. La mañana del día de Acción de Gracias. —Lo siento muchísimo, mamá —dijo Rachel, telefoneándole desde el aeropuerto de O'Hare cubierto por la nieve—. Ya sé que nuestra familia nunca ha pasado el día de Acción de Gracias separada. Está claro que hoy será la primera vez. La madre de Rachel parecía deshecha. —Tenía muchísimas ganas de verte. —Y yo, mamá. Piensa que tendré que comer aquí, en el aeropuerto, mientras papá y tú devoráis el pavo. Hubo una pausa en la línea. —No pensaba decírtelo hasta que llegaras, Rachel, pero tu padre me ha dicho que tiene demasiado trabajo y no puede venir a casa. Se queda en su suite del D.C. a pasar el fin de semana largo. —¿Qué? —La sorpresa de Rachel dio paso a la rabia—. Pero si es el día de Acción de Gracias. ¡El Senado suspende su sesión! Está a menos de dos horas de casa. ¡Tendría que estar contigo! —Lo sé. Dice que está agotado, demasiado cansado para conducir. Ha decidido que necesita pasar el fin de semana encerrado, dedicado a ponerse al día con todo el trabajo que tiene atrasado. |