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D a n B r o w n L a c o n s p i r a c i ó n 20 —Buena pregunta. No me lo ha dicho. Ahora Rachel se sentía perdida. Ocultarle información al director de la ONR era comparable a ocultarle secretos del Vaticano al Papa. La broma típica de la comunidad de los servicios de inteligencia era que sí William Pickering no estaba al corriente de algo, eso significaba que no había ocurrido. Pickering se levantó y empezó a pasearse por delante de la ventana. —Me ha pedido que me ponga inmediatamente en contacto con usted y que le ordene reunirse con él. —¿Ahora? —Ha enviado un medio de transporte. Está esperando ahí afuera. Rachel frunció el ceño. La petición del Presidente ya resultaba inquietante en sí misma, pero era la expresión de preocupación en el rostro de Pickering lo que realmente la alarmaba. —No hay duda de que tiene usted sus reservas al respecto. —¡Ya lo creo! —Pickering hizo gala de un insólito destello de emoción—. El oportunismo del Presidente se me antoja casi pueril en su transparencia. Tratándose de la hija del hombre que en estos momentos le está retando en las urnas, ¿para qué solicita un encuentro en privado con usted? Me parece del todo inadecuado. Sin duda su padre estaría de acuerdo conmigo. Rachel sabía que Pickering estaba en lo cierto, aunque le importaba un comino lo que pudiera pensar su padre. —¿Acaso no confía en los motivos que pueda tener el Presidente para convocarme a esa reunión privada? —Mi juramento me obliga a facilitar apoyo de inteligencia a la administración actual de la Casa Blanca, no a poner en tela de juicio su política. «Qué respuesta tan típica de Pickering», pensó Rachel. William Pickering no vacilaba a la hora de ver a los políticos como efímeros testaferros que pasaban fugazmente por un tablero de ajedrez cuyos auténticos jugadores eran hombres como el propio Pickering: los valientes de la vieja guardia que llevaban en la brecha el tiempo suficiente para comprender las reglas del juego con cierta perspectiva. Pickering a menudo decía que dos legislaturas completas en la Casa Blanca no bastaban para comprender las verdaderas complejidades del panorama político mundial. —Quizá no es más que una invitación inocente —se aventuró a decir Rachel con la esperanza de que el Presidente estuviera por encima de intentar cualquier truco barato de campaña—. Quizá necesite el resumen de algún dato importante. —No quisiera parecerle despreciativo, agente Sexton, pero la Casa Blanca tiene acceso a un buen número de personal de «gisting» perfectamente cualificado si lo necesita. Si se trata de una tarea interna de la Casa Blanca, el Presidente debería ser lo suficientemente cauto como para no ponerse en contacto con usted. En caso contrario, desde luego no hay duda de que sería un error considerable solicitar un activo de la ONR y luego negarse a decirme para qué lo quiere. D a n B r o w n L a c o n s p i r a c i ó n 21 Pickering siempre utilizaba la palabra «activos» para referirse a sus subordinados, una forma de hablar que a muchos les parecía desconcertante y fría. —Su padre está adquiriendo fuerza política —dijo Pickering—. Mucha. Seguro que la Casa Blanca debe de estar poniéndose nerviosa —añadió con un suspiro—. La política es un negocio desesperado. Cuando el Presidente solicita una reunión secreta con la hija de su oponente, apostaría a que en su cabeza hay algo más que los resúmenes de inteligencia. Rachel sintió un pequeño escalofrío. Las corazonadas de Pickering tenían la maldita costumbre de dar en el clavo. —¿Y teme usted que la Casa Blanca esté tan desesperada como para meterme a mí en ese lío político? Pickering guardó silencio durante un instante. —No puede decirse que sea usted muy discreta sobre los sentimientos que alberga hacia su padre y estoy totalmente seguro de que el equipo de campaña del Presidente está al corriente de sus desavenencias. Se me ocurre que quizá quieran utilizarla de algún modo contra él. —¿Dónde hay que firmar? —dijo Rachel, bromeando sólo en parte. Pickering no pareció impresionado y le dedicó a Rachel una mirada severa. —Una pequeña advertencia, agente Sexton. Si cree usted que los problemas personales entre su padre y usted suponen un obstáculo en su capacidad de razonamiento al tratar con el Presidente, le recomiendo encarecidamente que rechace la invitación. —¿Que la rechace? —Rachel soltó una carcajada nerviosa—. Es obvio que no puedo rechazar una petición del Presidente. —Así es —dijo el director—. Pero yo sí puedo. Las palabras de Pickering resonaron ligeramente y Rachel recordó entonces que Pickering, a pesar de ser un hombre de baja estatura podía llegar a provocar terremotos políticos cuando se enfadaba. —Lo que me preocupa en este caso es muy simple —dijo Pickering—. Mía es la responsabilidad de proteger al personal que trabaja para mí y no me hace ninguna gracia la menor insinuación de que alguien de mi equipo pueda ser utilizado como peón en un juego político. —¿Qué me recomienda usted? Pickering suspiró. —Yo le sugeriría que acudiese al encuentro. Pero no se comprometa a nada. En cuanto el Presidente le suelte lo que tenga en mente, llámeme. Si veo que está tramando algo para utilizarla, la sacaré de allí tan rápido que el tipo no tendrá ni tiempo de saber qué ha sido lo que le ha golpeado, créame. —Gracias, señor. —Rachel percibía un aura protectora en el director que a menudo echaba de menos en su propio padre—. ¿Y dice que el Presidente ya ha enviado un coche? —No exactamente —respondió Pickering, frunciendo el ceño y señalando por la ventana. D a n B r o w n L a c o n s p i r a c i ó n 22 Titubeante, Rachel se acercó y miró en la dirección que señalaba el dedo extendido de Pickering. Un helicóptero MH-60G PaveHawk de morro chato esperaba sobre el césped. Aquel PaveHawk, uno de los helicópteros más veloces construidos hasta el momento, llevaba grabado el escudo presidencial. El piloto estaba de pie junto a la nave, mirando su reloj. Rachel se volvió y miró a Pickering sin dar crédito. —¿La Casa Blanca ha enviado un PaveHawk para que recorra los veinticinco kilómetros que nos separan de D.C.? —Al parecer, el Presidente espera impresionarla o intimidarla—dijo Pickering mirándola con atención—. Le sugiero que no caiga en lo uno ni en lo otro. Rachel asintió. Estaba tan impresionada como intimidada. Al cabo de cuatro minutos, Rachel Sexton abandonó la ONR y no bien subió al helicóptero, éste despegó en el acto sin que tuviera tiempo de abrocharse el cinturón de seguridad. Miró por la ventanilla y a varios cientos de metros por debajo vio desfilar una mancha borrosa de árboles. El pulso se le aceleró. De haber sabido que el destino verdadero del PaveHawk no era la Casa Blanca el corazón le hubiera latido desbocado. 5 El viento helado golpeaba la tela de la tienda ThermaTech, pero Delta-Uno apenas lo notaba. Delta-Tres y él estaban concentrados en su compañero, que en ese momento manejaba la palanca de mando con destreza quirúrgica. La pantalla que tenían delante mostraba una transmisión de vídeo desde una cámara de precisión montada sobre el microrobot. «La herramienta de vigilancia más avanzada», pensó Delta-Uno, todavía perplejo cada vez que la ponía en funcionamiento. Últimamente, en el mundo de la micromecánica, la realidad parecía siempre superar con creces la ficción. Los Sistemas Mecánicos Microelectrónicos (SMME), o micro robots, eran la herramienta más moderna en el ámbito de la vigilancia de alta tecnología: «volar a lomos de la tecnología de punta», lo llamaban. Y así era. Literalmente. A pesar de ser microscópicos, los robots dirigidos por control remoto parecían cosa de ciencia ficción. De hecho, llevaban en funcionamiento desde los años noventa. En el número de mayo de 1997, la revista Discovery había presentado en portada un reportaje sobre los micro robots, hablando tanto de los modelos «voladores» como de los «nadadores». Los nadadores —nanosubmarinos del tamaño de un grano de sal— podían inyectarse en la corriente sanguínea del cuerpo humano igual que en la película Un viaje fantástico. Ahora eran utilizados por avanzadas instalaciones hospitalarias para ayudar a los médicos a navegar por las arterias por control remoto, observar en vivo transmisiones de vídeo intravenosas y localizar obstrucciones arteriales sin tan siquiera levantar un bisturí. D a n B r o w n L a c o n s p i r a c i ó n 23 En contra de lo que podía parecer, construir un microrobot volador era un asunto incluso más simple. La tecnología aerodinámica empleada en lograr una máquina voladora venía desarrollándose desde Kitty Hawk2 y lo único que quedaba pendiente era el asunto de la miniaturización. Los primeros micro robots voladores, diseñados por la NASA como herramientas de exploración automática para futuras misiones a Marte, medían varios centímetros. Sin embargo, los avances logrados en los campos de la nanotecnología, en el tratamiento de materiales ligeros de absorción energética y en micromecánica habían convertido los micro robots voladores en una realidad. El verdadero adelanto había llegado desde el nuevo campo de la biomímica (basado en la imitación de la Madre Naturaleza). Se había descubierto que las libélulas miniaturizadas eran el prototipo ideal para esos ágiles y eficaces micro robots. El modelo PH2 que Delta-Dos estaba haciendo volar en ese momento medía sólo un centímetro de longitud (el tamaño de un mosquito) y empleaba un doble par de alas transparentes de bisagra y de hojas de silicona que le daban una movilidad y una eficacia en el aire inigualables. El mecanismo de recarga energética del microrobot había resultado otro gran adelanto. Los primeros prototipos de microrobot sólo podían recargar sus células energéticas situándose directamente debajo de una fuente de luz potente, lo cual no resultaba ideal en casos de necesaria cautela y cuando se utilizaban en locales oscuros. Sin embargo, los nuevos prototipos podían recargarse simplemente deteniéndose a escasos centímetros de un campo magnético. Para facilitar aún más las cosas, en la sociedad moderna los campos magnéticos estaban por todas partes y se ubicaban discretamente: enchufes, monitores de ordenadores, motores eléctricos, altavoces, teléfonos móviles... nunca faltaban estaciones de repuesto ocultas. En cuanto un microrobot era introducido con éxito en un local, podía transmitir audio y vídeo casi indefinidamente. El PH2 de la Delta Force llevaba ya transmitiendo desde hacía una semana sin el menor problema. Ahora, como un insecto revoloteando en el interior de un cavernoso pajar, el microrobot volador colgaba silenciosamente en el aire quieto de la enorme sala central de la estructura. Con una vista de pájaro del espacio que tenía debajo, el microrobot voló silenciosamente en círculo por encima de los confiados ocupantes: técnicos, científicos y especialistas en innumerables campos de estudio. Mientras el PH2 circulaba, Delta-Uno vio dos rostros conocidos que hablaban totalmente concentrados. Resultarían un blanco contundente. Le dijo a Delta-Dos que hiciera descender el microrobot y que escuchara. Delta-Dos manipuló los controles, activó los sensores sónicos del robot, orientó el amplificador parabólico y disminuyó su elevación hasta dejarlo 2 Pequeña población de Estados Unidos donde los hermanos Wright efectuaron su primer vuelo en 1903. (N. del T.) D a n B r o w n L a c o n s p i r a c i ó n 24 situado a cinco metros de las cabezas de los científicos. La transmisión era débil, pero discernible. —Todavía me cuesta creerlo —decía uno de los científicos. El entusiasmo que delataba su voz no había disminuido desde el momento de su llegada, hacía cuarenta y ocho horas. Obviamente, el hombre con quien hablaba compartía su entusiasmo. —Desde que tienes uso de razón... ¿alguna vez has llegado a imaginar que serías testigo de algo así? —Nunca —respondió el científico, emocionado—. Todo esto es un sueño maravilloso. Delta-Uno ya había oído bastante. Estaba claro que en el interior todo iba como se esperaba. Delta-Dos maniobró el microrobot, alejándolo de la conversación y lo devolvió a su escondite. Aparcó el diminuto dispositivo cerca del cilindro de un generador eléctrico. Las células energéticas del PH2 en seguida empezaron a recargarse para la siguiente misión. 6 La mente de Rachel Sexton estaba perdida en la maraña de acontecimientos del día mientras el PaveHawk que la transportaba cruzaba el cielo matinal. Hasta que el helicóptero no se dirigió velozmente hacia Chesapeake Bay, Rachel no fue consciente de que iban en dirección contraria a la Casa Blanca. El sobresalto inicial de confusión dio instantáneamente paso a la angustia. —¡Oiga! —le gritó al piloto—. ¿Qué está haciendo? —Su voz apenas se oía sobre el estruendo de los rotores—. ¿No iba a llevarme a la Casa Blanca? El piloto negó con la cabeza. —Lo siento, señora. El Presidente no está en la Casa Blanca esta mañana. Rachel intentó recordar si Pickering había mencionado específicamente la Casa Blanca o si había sido ella quien había dado por sentado que era allí adonde se dirigían. —Entonces, ¿dónde está el Presidente? —Su reunión con él tendrá lugar en otra parte. «No fastidies». —¿Dónde exactamente? —Ya llegamos. —No es eso lo que le he preguntado. —Faltan veinticinco kilómetros. Rachel lo miró, ceñuda. «Este tipo debería dedicarse a la política», pensó. —¿Esquiva usted las balas tan bien como las preguntas? El piloto no respondió. El helicóptero tardó menos de siete minutos en cruzar la Chesapeake Bay. Cuando volvieron a ver tierra, el piloto viró hacia el norte y rodeó una estrecha península en la que Rachel vio una serie de pistas D a n B r o w n L a c o n s p i r a c i ó n 25 de aterrizaje y de edificios de aspecto militar. El piloto hizo una maniobra de descenso hacia allí y Rachel entonces se dio cuenta de adonde la llevaban. Las seis plataformas de lanzamiento y las chamuscadas torres de naves espaciales hablaban por sí mismas, pero, por si eso no bastaba, en el techo de uno de los edificios había pintadas dos enormes palabras: WALLOPS ISLAND. Wallops Island era uno de los puntos de lanzamiento más antiguos de la NASA. En la actualidad se utilizaba como base de lanzamiento de satélites y como plataforma de pruebas para naves experimentales. Wallops era la base más secreta de la NASA. ¿El Presidente en Wallops Island? No tenía sentido. El piloto alineó la trayectoria del aparato con una serie de tres pistas que recorrían longitudinalmente la estrecha península. Parecían llevar al extremo más alejado de la pista central. El piloto empezó a reducir la velocidad, —Se reunirá con el Presidente en su despacho. Rachel se volvió, preguntándose si el tipo estaba bromeando. —¿El presidente de Estados Unidos tiene un despacho en Wallops Island? El piloto tenía un semblante totalmente serio. —El presidente de Estados Unidos tiene su despacho donde quiere, señora —dijo, señalando hacia el extremo de la pista. Rachel vio la mastodóntica forma brillando en la distancia y casi se le paró el corazón. Incluso a trescientos metros era imposible no reconocer el fuselaje azulado de aquel 747 tan peculiar. —Voy a reunirme con él a bordo del... —Sí, señora. En la que es su casa cuando no está en casa. Rachel miró la enorme aeronave. La codificación militar para aquel prestigioso avión era VC-25-A, aunque el resto del mundo lo conocía por otro nombre: Air Force One. —Parece que esta mañana le ha tocado el nuevo —dijo el piloto, indicando los números que aparecían en el timón de cola. Rachel asintió, aturdida. Pocos americanos sabían que de hecho había dos Air Force One en servicio: un par de 747-200-Bs idénticos y configurados para ese fin, uno con el número de cola 28000 y el otro con el 29000. Ambos aviones alcanzaban velocidades de crucero de novecientos kilómetros por hora y habían sido modificados para poder repostar en pleno vuelo, dándoles así una autonomía prácticamente ilimitada. Cuando el PaveHawk se posó sobre la pista junto al avión del Presidente, Rachel entendió el sentido de las referencias que apuntaban al Air Force One como el «imponente palacio y hogar portátil» del comandante en jefe. La visión del aparato producía un efecto intimidatorio. Cuando el Presidente volaba por el mundo para reunirse con otros jefes de Estado, a menudo solicitaba —por razones de seguridad— que los encuentros se produjeran en la pista de aterrizaje. A pesar de que algunos de los motivos |