Título Original: Deception Point






descargar 2.89 Mb.
títuloTítulo Original: Deception Point
página2/66
fecha de publicación16.07.2015
tamaño2.89 Mb.
tipoDocumentos
l.exam-10.com > Derecho > Documentos
1   2   3   4   5   6   7   8   9   ...   66

Nota del autor

La Delta Force, la Oficina Nacional de Reconocimiento y la Fundación para las Fronteras

Espaciales son organizaciones reales. Toda la tecnología a la que se hace referencia en esta

novela existe.

«En caso de confirmarse, este descubrimiento será sin duda una de las revelaciones más

increíbles sobre nuestro universo que la ciencia haya descubierto jamás. Sus consecuencias

son tan ilimitadas y asombrosas como cabría imaginar. Y, a pesar de que dará respuestas a

algunas de nuestras preguntas más antiguas, planteará otras que resultarán aún más

fundamentales.»

Palabras del Presidente Bill Clinton durante una rueda de prensa, tras el descubrimiento

conocido como ALH84001, el 7 de agosto de 1996.

D a n B r o w n L a c o n s p i r a c i ó n

8

Prólogo

La muerte podría llegar de innumerables formas a aquel lugar dejado de

la mano de Dios. El geólogo Charles Brophy llevaba años soportando el salvaje

esplendor de aquellas tierras y, sin embargo, nada podía prepararle para un

destino tan cruel e implacable como el que estaba a punto de acontecerle.

Mientras las cuatro huskies de Brophy tiraban del trineo que transportaba

su equipo de sensores geológicos por la tundra, los perros aminoraron

bruscamente la marcha y levantaron los ojos al cielo.

—¿Qué pasa, chicas? —preguntó Brophy, bajando del trineo.

Más allá de las amenazadoras nubes de tormenta que se cernían sobre él,

un helicóptero de transporte de doble rotor dibujó un arco y enfiló los picos

glaciales con militar destreza.

«Qué extraño», pensó Brophy. Nunca había visto helicópteros tan al

norte. El aparato aterrizó a unos veinticinco metros de él, levantando una

lacerante lluvia de nieve granulada. Recelosos, los perros gimotearon.

Las puertas del helicóptero se abrieron y dos hombres descendieron del

aparato. Llevaban puestos unos trajes térmicos blancos, iban armados con

fusiles y se dirigieron hacia Brophy con algún urgente propósito.

—¿El doctor Brophy? —gritó uno de ellos.

El geólogo estaba desconcertado.

—¿Cómo saben mi nombre? ¿Quiénes son ustedes?

—Coja su radio, por favor.

—¿Cómo dice?

—Haga lo que le digo.

Perplejo, Brophy sacó la radio de su parka.

—Necesitamos que transmita un mensaje urgente. Disminuya la

frecuencia de su radio a cien kilohercios.

«¿A cien kilohercios?» Brophy estaba totalmente confundido. Era

imposible recibir nada a una frecuencia tan baja.

—¿Ha ocurrido algún accidente?

El segundo hombre levantó su fusil y apuntó con él a la cabeza de Brophy.

—No hay tiempo para explicaciones. Limítese a hacer lo que le decimos.

Tembloroso, Brophy ajustó la frecuencia de transmisión.

Entonces el primer hombre le dio una tarjeta en la que había escritas unas

líneas.

—Transmita este mensaje. Ahora.

Brophy miró la tarjeta.

—No lo entiendo. Esta información no es correcta. Yo no he...

El hombre pegó la boca del fusil a la sien del geólogo.

A Brophy le temblaba la voz cuando transmitió aquel extraño mensaje.

D a n B r o w n L a c o n s p i r a c i ó n

9

—Bien —dijo el primer hombre—. Ahora suba con sus perros al

helicóptero.

A punta de fusil, Brophy obedeció e hizo maniobrar a sus reticentes perros

y subió con el trineo por la rampa trasera del compartimento de carga. En

cuanto estuvieron instalados dentro, el helicóptero se elevó y viró hacia el

oeste.

—¿Quiénes son ustedes? —exigió saber Brophy, sudando debajo de la

parka. «¿Qué diablos significa ese mensaje?»

Los hombres guardaron silencio.

A medida que el helicóptero ganaba altura, el viento entraba a ráfagas por

la puerta abierta de estribor. Ahora los cuatro huskies de Brophy lloriqueaban,

todavía atados al trineo.

—Por lo menos cierren la puerta —pidió Brophy—. ¿Es que no ven que mis

perros están asustados?

Los hombres no respondieron.

Cuando el helicóptero se elevó a poco más de mil metros, viró

vertiginosamente sobre una serie de abismos y de grietas de hielo. De pronto,

los hombres se levantaron de sus asientos y sin mediar palabra, agarraron el

pesado trineo y lo lanzaron por la puerta abierta. Brophy vio horrorizado cómo

sus perros luchaban en vano contra el enorme peso del trineo. Un instante

después, los animales se precipitaron aullando al vacío.

Brophy ya estaba de pie y gritaba cuando los hombres lo sujetaron. Lo

arrastraron hasta la puerta. Espantado, forcejeó, intentando librarse de las

fuertes manos que lo empujaban al exterior.

Fue inútil. Instantes después se precipitaba al abismo que sobrevolaba el

helicóptero.

1

El restaurante Toulos, junto a Capitol Hill, presume de un menú

políticamente incorrecto que consta de ternera lechal y de carpaccio de

caballo. Se había convertido en un irónico lugar de moda donde desayunaban

los más puros representantes del poder de Washington. Esa mañana, Toulos

estaba lleno: una cacofonía en la que se entrelazaba el repicar de cubiertos, el

ruido de las máquinas de café y las conversaciones de los teléfonos móviles.

El maitre estaba dándole un trago a hurtadillas a su Bloody Mary matutino

cuando la mujer entró. Se giró hacia ella con una sonrisa mil veces practicada.

—Buenos días —dijo.

Era una mujer atractiva. Rondaría los treinta y tantos y llevaba unos

pantalones de pinzas de franela gris, zapatos planos y discretos y una blusa

Laura Ashley color marfil. Caminaba con la espalda recta y la barbilla

ligeramente levantada, en un gesto que, más que arrogancia, denotaba

carácter. Tenía el cabello de color castaño claro y lo llevaba cortado al estilo

más de moda en Washington, el conocido como «presentadora de televisión»:

D a n B r o w n L a c o n s p i r a c i ó n

10

peinado con esmero, con las puntas onduladas hacia dentro a la altura de los

hombros... lo bastante largo para resultar atractivo y a la vez lo

suficientemente corto para recordar a cualquiera que la mirara que, de los dos,

era ella la más lista.

—Llego un poco tarde —dijo la mujer con un modesto tono de voz—.

Tengo una cita con el senador Sexton.

El maitre sintió un inesperado nerviosismo. El senador Sedgewick Sexton.

El senador era un cliente habitual del restaurante y uno de los hombres más

famosos del país. La semana anterior, después de haber barrido en las doce

primarias republicanas en el transcurso del Supermartes,1 casi se había

asegurado la nominación de su partido como candidato a presidente de

Estados Unidos. Para muchos el senador tenía una oportunidad de oro para

arrebatarle la Casa Blanca a su actual ocupante, objeto de todos sus ataques,

en otoño.

Últimamente, daba la sensación de que la cara de Sexton estaba en todas

las revistas de ámbito nacional y el eslogan de su campaña pegado por todo el

país: «Es hora de gastar menos y de invertir mejor».

—El senador Sexton está en su mesa —dijo el maitre —. ¿Y usted es...?

—Rachel Sexton. Su hija.

«Menudo idiota estoy hecho», pensó el maitre. El parecido entre padre e

hija saltaba a la vista. La mujer tenía los ojos penetrantes y el porte refinado

del senador... ese aire de seguridad y nobleza. Sin duda, la belleza clásica del

senador era algo que llevaba en la sangre, aunque Rachel Sexton parecía

llevar esa gracia con una elegancia y una humildad de las que su padre podría

haber aprendido algo.

—Es un placer tenerla con nosotros, señorita Sexton.

Mientras el maitre acompañaba a la hija del senador a la mesa que éste

ocupaba, se turbó al percibir todos los ojos masculinos que la seguían con la

mirada... algunos con discreción, otros con más descaro. Muy pocas mujeres

comían en Toulos, y menos aún con el aspecto de Rachel Sexton.

—Buen cuerpo —susurró un comensal—. ¿Ya se ha buscado Sexton nueva

esposa?

—Es su hija, idiota —respondió otro.

El hombre ahogó una carcajada.

—Conociendo a Sexton, probablemente se la esté llevando a la cama de

todos modos.

Cuando Rachel llegó a la mesa de su padre, el senador estaba hablando a

voz en grito por el móvil sobre uno de sus recientes éxitos. Levantó los ojos

hacia ella el tiempo suficiente para darse unos golpecitos en el Cartier y

recordarle que llegaba tarde.

«Yo también te he echado de menos», pensó Rachel.

1 Super Tuesday, literalmente Supermartes. Martes a principios de marzo en año de elecciones

presidenciales. Día en que la mayoría de estados celebran elecciones primarias en las que se

elige el mayor número de delegados. (N. del T.)

D a n B r o w n L a c o n s p i r a c i ó n

11

El nombre de pila de su padre era Thomas, aunque había adoptado su

segundo nombre hacía ya tiempo. Rachel sospechaba que lo había hecho

porque le gustaba la aliteración. Senador Sedgewick Sexton. El hombre era un

animal político de pelo plateado y gran elocuencia que había sido ungido con el

elegante aspecto de un médico de culebrón, cosa que parecía de lo más

apropiado teniendo en cuenta su talento para imitar a los demás.

—¡Rachel!

Su padre apagó el teléfono y se levantó para darle un beso en la mejilla.

—Hola, papá.

Rachel no le devolvió el beso.

—Pareces agotada.

«Ya empezamos», pensó Rachel.

—He recibido tu mensaje. ¿Qué pasa?

—¿Es que no puedo invitar a desayunar a mi hija?

Rachel había aprendido hacía tiempo que su padre raras veces solicitaba

su compañía a menos que tuviera algún motivo oculto.

Sexton le dio un sorbo a su café.

—¿Y bien? ¿Qué tal te van las cosas?

—Muy ocupada. Ya veo que tu campaña va muy bien.

—Bah, no hablemos de trabajo. —Sexton se inclinó sobre la mesa,

bajando la voz—. ¿Qué tal con el tipo del Departamento de Estado con el que

te preparé aquella cita?

Rachel soltó un suspiro, presa de unas ganas irreprimibles de echar un

vistazo a su reloj.

—Papá, no he tenido tiempo de llamarle, la verdad. Y me gustaría que

dejaras de intentar...

—Hay que encontrar tiempo para las cosas importantes, Rachel. Sin amor,

todo lo demás carece de sentido.

Aunque se le ocurrieron un montón de réplicas, Rachel prefirió guardar

silencio. Asumir el papel de persona mayor no era difícil cuando se trataba de

su padre.

—¿Querías verme, papá? Decías que era importante.

—Lo es.

Los ojos de su padre la estudiaron detenidamente.

Rachel sintió que parte de sus defensas se fundían bajo la mirada del

senador y maldijo el poder de aquel hombre. Los ojos de Sexton eran su don,

un don que, según sospechaba Rachel, le llevaría a la Casa Blanca. Según

conviniera, esos ojos se llenaban de lágrimas, y entonces, apenas un instante

más tarde, se despejaban, abriendo así una ventana a un alma apasionada,

extendiendo un vínculo de confianza a su alrededor. «Todo es cuestión de

confianza», decía siempre su padre. El senador había perdido la de Rachel

hacía años, pero estaba ganando rápidamente la de su país.

—Tengo algo que proponerte —dijo el senador Sexton.

D a n B r o w n L a c o n s p i r a c i ó n

12

—Deja que lo adivine —respondió Rachel, intentando volver a fortificar su

posición—. ¿Algún eminente divorciado en busca de joven esposa?

—No te engañes, cariño. Ya no eres tan joven.

A Rachel le embargó la sensación de empequeñecimiento que tan a

menudo acompañaba los encuentros con su padre.

—Quiero echarte un salvavidas —dijo.

—No sabía que me estuviera ahogando.

—Porque no te estás ahogando. Pero el Presidente sí. Deberías saltar del

barco antes de que sea demasiado tarde.

—¿No hemos tenido ya esta conversación antes?

—Piensa en tu futuro, Rachel. ¿Por qué no vienes a trabajar conmigo?

—Espero que no me hayas invitado a desayunar para hablar de eso.

El barniz de calma del senador se quebró de forma casi imperceptible.

—Rachel, ¿es que no ves que el hecho de que trabajes para él repercute

negativamente en mí? Y en mi campaña.

Rachel suspiró. Su padre y ella ya habían pasado por aquello.

—Papá, yo no trabajo para el Presidente. Ni siquiera lo conozco. ¡Yo

trabajo en Fairfax, por el amor de Dios!

—La política es una cuestión de apariencias, Rachel. Parece que trabajes

para el Presidente.

Rachel volvió a suspirar, intentando mantener la calma.

—Papá, he trabajado muy duro para conseguir este empleo. No pienso

dejarlo.

Al senador se le entrecerraron los ojos.

—¿Sabes una cosa? A veces esa actitud tan egoísta llega a...

—¿Senador Sexton?

Un periodista se materializó junto a ellos.

El semblante de Sexton se suavizó de forma automática. Rachel soltó un

gemido y cogió un cruasán de la cesta que había sobre la mesa.

—Ralph Sneeden —dijo el reportero—. Del Washington Post. ¿Puedo

hacerle unas preguntas?

El senador sonrió y se limpió la boca con una servilleta.

—Mucho gusto, Ralph. Pero dése prisa. No quiero que se me enfríe el café.

El reportero le rió la broma.

—Naturalmente, señor. —Sacó una minigrabadora y la puso en marcha—.

Senador, su propaganda televisiva pide que la legislación asegure la igualdad

salarial para las mujeres en sus puestos de trabajo... así como la reducción de

impuestos para las familias recién constituidas. ¿Podría razonar ambas

peticiones?

—Con mucho gusto. Simplemente soy un gran admirador de las mujeres y

de las familias fuertes.

A Rachel casi se le atragantó el cruasán.

D a n B r o w n L a c o n s p i r a c i ó n

13

—Y sobre el tema de las familias —continuó el reportero—, habla usted

mucho sobre educación. Está proponiendo algunos recortes muy controvertidos

en el presupuesto en un esfuerzo por invertir más fondos en las escuelas de

nuestra nación.

—Creo que los niños son nuestro futuro.

Rachel no podía creer que su padre hubiera caído tan bajo como para

repetir la letra de una canción pop.

—Y por último, señor —dijo el periodista—, durante las últimas semanas

ha obtenido usted una gran ventaja en los sondeos de intención de voto. El

Presidente debe de estar preocupado. ¿Algún comentario sobre su reciente

éxito?

—Creo que tiene que ver con la confianza. Ya es hora de que los

norteamericanos sepan que no pueden confiar en el Presidente para que tome

las grandes decisiones que esta nación necesita. El gasto descontrolado del

gobierno está llevando al país a una deuda que no deja de aumentar a diario.

Los norteamericanos están empezando a darse cuenta de que ha llegado el

momento de gastar menos y de invertir mejor.

Como un aplazamiento de la ejecución de la retórica de su padre, el busca

que Rachel llevaba en el bolso empezó a sonar. Normalmente el agudo

timbrazo electrónico suponía una interrupción molesta y poco bienvenida, pero

en ese momento, a Rachel le sonó casi melodiosa.

Al verse interrumpido, el senador le dedicó una mirada desafiante.

Rachel buscó el aparato en el bolso y pulsó una secuencia prefijada de

cinco botones, confirmando así que era ella quien manipulaba el aparato. El

timbrazo se detuvo y la pantalla de cristal líquido empezó a parpadear. En

quince segundos recibiría un mensaje de texto seguro.

Sneeden sonrió al senador.

—Sin duda su hija es una mujer ocupada. Resulta refrescante ver que

todavía encuentran tiempo en sus agendas para desayunar juntos.

—Como ya le he dicho, la familia es lo primero.

Sneeden asintió y entonces se le endureció la mirada.

—¿Puedo preguntar, señor, cómo resuelven usted y su hija sus conflictos

de intereses?

—¿Conflictos? —El senador Sexton inclinó la cabeza con una mirada

inocente y confundida en el rostro—. ¿A qué conflictos se refiere?

Rachel levantó los ojos y no pudo reprimir una mueca al ver actuar a su

padre. Sabía perfectamente a dónde llevaba aquello. «Malditos periodistas»,

pensó. La mitad estaban en la nómina de algún partido. La pregunta del

reportero era de las que suelen denominarse un «pomelo»: una pregunta

supuestamente agresiva y dura, pero que en realidad no era más que un favor

pactado al senador: una volea lenta que su padre podía dar de pleno, lanzando

la bola fuera del recinto y aclarando de paso algunas cosas.

—Bueno, señor... —dijo el periodista, carraspeando y fingiendo cierta

incomodidad ante la pregunta—. El conflicto es que su hija trabaja para su

adversario.

1   2   3   4   5   6   7   8   9   ...   66

similar:

Título Original: Deception Point iconTÍtulo original: ai-mei título ingléS

Título Original: Deception Point iconTítulo original: The last barrier

Título Original: Deception Point iconTitulo original: the way of intelligence

Título Original: Deception Point iconTítulo de la obra original

Título Original: Deception Point iconTítulo do original em inglês

Título Original: Deception Point iconTítulo Original: Confessions (1996)

Título Original: Deception Point iconTítulo original IL pendolo di Foucault

Título Original: Deception Point iconTítulo Original: Confessions (1996)

Título Original: Deception Point iconTítulo original: Mother Teresa

Título Original: Deception Point iconTítulo de Ia obra original: monsieur gurdjieff






© 2015
contactos
l.exam-10.com