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en CUADERNOS PARA EL DEBATE, AADC, 2010. REFLEXIONES SOBRE EL BICENTENARIO: inventario-balance, rendición de cuentas y examen de conciencia. Sergio Díaz Ricci Emprender una reflexión del “bicentenario patrio” parece ser un compromiso ineludible para quienes se ocupan del derecho constitucional. Sin embargo, esto sólo puede tener valor de un ensayo, siempre tentativo, opinable, polémico en el mejor de los casos, pero inexcusable. Una reflexión así sólo puede hacerse desde dos perspectivas: una histórica a fin de aportar algún dato a los hechos ocurridos hace doscientos años, o pararse a meditar sobre el significado actual de aquellos acontecimientos. En estas líneas vamos a adoptar esta última visión que nos parece más útil y oportuna. Por supuesto, que la primera pregunta es si es posible observar algo pluridimensional que fluye permanentemente como son los acontecimientos históricos. Y, más difícil aún, cuando se trata las circunstancias históricas sociales y políticas porque estamos inmersos en esa corriente que, como un río, se escurre (panta rei heraclitiano) y modifica permanentemente. No vamos a entrar a discurrir si el conocimiento histórico es posible porque entonces habría poner aquí punto final a nuestra tarea. Nos basta aquí saber que lo histórico existe por cuanto somos productos de hechos del pasado. Aunque fuerza es tener la prevención, por lo arriba señalado, que toda visión histórica siempre es parcial e insuficiente, tampoco podemos renegar de mirar nuevamente hacia atrás teniendo como punto de referencia los objetivos comunes de nuestra génesis como país, como comunidad política independiente. Comencemos por señalar que un “bicentenario” es algo convencional. Porque nada impide que en su lugar tomásemos como período de tiempo 80 años o 50, y por qué no treinta?. Sin embargo, debemos admitir que un siglo es algo aceptable pues está asumido culturalmente como una unidad de medida temporal con suficiente perspectiva en relación a hechos del pasado. Como un punto de avistaje referencial, algo así como pararse sobre un promontorio que nos permita visualizar un objeto distante y tener un panorama más amplio, con cierta objetividad alejada de las pasiones de los protagonistas de un determinado momento presente y con la ventaja de conocer las consecuencias de algunos hechos. En suma, es bueno intentar el esfuerzo mental de parar un momento para reflexionar. Porque dos centenarios, o sea, dos siglos son un lapso de tiempo suficientemente largo para hacer un triple abordaje: un “Inventario y Balance”, una Rendición de Cuentas y Examen de conciencia colectivo. Estos tres cometidos son valiosos, porque en toda empresa un Inventario y Balance siempre es algo necesario; una Rendición de Cuentas es un imperativo de cada generación responsable de tiempo histórico y, finalmente, un examen de conciencia individual o colectivo es un objetivo más práctico porque nos hace reflexionar de adentro hacia afuera lo que se debe corregir, lo que no se debe repetir y lo que aún resta por hacer. Una sociedad política es una empresa colectiva que tiene por objetivo: el Bien Común y la Paz Social. Desde esta perspectiva el bicentenario patrio nos impele a hacer este Inventario y Balance histórico, a hacer una Rendición de Cuentas generacional y, finalmente, llegar a un examen de conciencia como compromiso para el futuro. Antes de aprontarnos a nuestro cometido debemos desde ya rechazar ciertas aporías que forman parte de nuestro inconsciente colectivo y brotan con narcótica persistencia en nuestro léxico y acervo cultural: a) “…somos un pueblo joven….”. No se entiende qué se quiere decir con esto. Si ello se refiere a cierta adolescencia como justificación a cualquier desaguisado, esto no resiste el más mínimo análisis conceptual ni histórico. Conceptual, porque los hombres que hoy habitan la Argentina tienen la misma edad que cualquier otro en cualquier parte del planeta. Histórico, porque hoy existen pueblos más “jóvenes” que nosotros (no alcanzo a entender en qué sentido?) cuya sociedad goza de un grado de bienestar superior al nuestro y viceversa, lo que es un mentís a esta aporía. b) Otro taco inaceptable y muy frecuente es escuchar decir que “este país no tiene arreglo”. Primero porque “este país” no es algo externo a nosotros como si fuese un cuadro al que se está observando desde fuera sino un paisaje dentro del cual coexistimos. Este extrañamiento o enajenación es síntoma de una cierta negación patológica. Segundo, por eso mismo, en realidad, quizás estemos conformándonos con nuestra propia impotencia dominados por una especie de sentimiento trágico llevado por un destino (las Moiras [μοῖρα] griegas o las Parcas romanas) fatal inexorable --muy mediterráneo por cierto-- que nos lleva a una visión pesimista del entorno, por tanto, distorsionada de la realidad. Tercero, lo que sería más escandaloso aún, porque en el fondo, aceptamos sin real disgusto que “esto” no tenga ni vaya a tener arreglo, o sea, inconscientemente aceptamos el status quo porque nos viene bien así como está, pero un escrúpulo pseudomoralista nos impide aceptarlo abiertamente. c) También en este Bicentenario se advierte una especie de rubor o vergüenza del presente en contraposición a una imagen paradisíaca del pasado. Enseñaba Toynbee, analizando las tendencias de las sociedades en crisis, que éstas solían manifestar dos actitudes contrapuestas: a) una fuga hacia el pasado a través de elaboración de una imagen edénica del pasado, hacia una arcadia feliz hacia la que hay que retornar, o cuya búsqueda otorga legitimación a lo que se hace en el presente (v.g. retornar la imperio romano, la superioridad de la raza aria, etc. ); o b) fuga hacia futuro (v.g. el paraíso prometido del Medioevo) o hacia un destino inexorable (la ilusión del progreso indefinido del liberalismo). Sobre cualquier alusión al Bicentenario de Mayo en este 2010 parece contraponerse a la imagen de la próspera y feliz Argentina del primer Centenario en 1910. Y, en apariencia, esto empaña la conmemoración del segundo centenario. Veamos si esta visión tiene fundamento. Es verdad que años antes y años después de 1910 se emprendieron importantes obras públicas y se construyeron fastuosos edificios públicos: Avda. de Mayo (1894), Puerto Madero (1897), la sede del Congreso Nacional y la Plaza de los dos Congresos (1906); la Estación Constitución (1907), el Teatro Colón (1908), la Aduana (1910), el Palacio de Correos (1911), el Puente Nicolás Avellaneda de La Boca (1911), la Estación Retiro (1911), el Nuevo Hotel de los Inmigrantes (1911), la Linea A de Subterráneos (1913), por citar algunos muy significativos. Vemos el énfasis puesto los transportes (ferrocarriles y puertos) Aunque lo más emblemáticos y perdurables fueron las Escuelas-palacios: Escuela de Comercio C. Pellegrini (1909), la Escuela Técnica Otto Krause (1909), el Colegio Nacional Mariano Moreno (1910), el Colegio Nacional de Buenos aires (1911), símbolos del valor e importancia dada a la educación como factor de integración. Al lado de esto, algunas extravagancias como el “Palais de glace”, una pista de hielo para patinaje!!!. También, al lado de estos edificios públicos aparecieron palacios privados que aún hoy causarían la envidia de casas reales europeas como el Palacio Anchorena (hoy Palacio San Martín, sede de la Cancillería), el Palacio Fernandez Anchorena (hoy Nunciatura Apostólica), el Palacio Vera, el Palacio Paz (hoy Círculo Militar), el Palacio Bosch (hoy Embajada de EE.UU.), el Palacio Errázuriz (embajador chileno, hoy Museo de Arte Decorativo), el Palacio Ortiz Basualdo (hoy Embajada de Francia), por citar a los más conocidos. O, el estrambótico Palacio Barolo que, pretendiendo servir de Mausoleo de Dante Alighieri, reprodujo el Infierno, el Purgatorio y el Cielo con sus respectivos círculos de la Divina Comedia. Sin embargo, existía otra realidad oculta tras estas fachadas estrafalarias para un país donde las clases trabajadoras estaban sumidas en la explotación y la miseria. Basta con echar una mirada a un documento de indubitable validez histórica: el “Informe sobre el estado de las clases obreras en el interior de la República Argentina” que Joaquín V. Gonzalez, a la sazón ministro del Interior del presidente Roca, encargó al médico catalán, Joan Bialet Massé, fechado el 30 abril 1904. Veamos algunas descripciones de este observador objetivo: a) “en las cumbres del Famatina he visto al ‘apire’ (minero) cargado con 60 o más kilos desliarse por las galerías de las minas corriendo riesgos de todo género en una atmósfera a la mitad de la presión normal... la mina San Pedro es la más alta de las que se explotan en el mundo entero. No hay ventilación y, en aquel hueco de aire viciado por las velas, por las respiraciones y los gases trabajan los hombres con la barreta y el martillo, horas tras horas, violándose la ley y matándose la gente. A los cuarenta años el minero está agotado y viejo. El infierno no puede ser más que eso, porque nada hay más áspero, cortante y desigual y siempre negro…. “; b) sobre los peones “el jornal corriente en la ciudad es de 80 centavos sin comida, y éstos se pagan en vales contra casas de negocios que, cuando más, las dan la mitad de su importe en dinero y la otra mitad en mercadería, cuando no lo obligan a tomar el todo de esta forma…. Aunque se dice que trabajan de sol a sol, es falso, porque se aprovecha la Luna, o el alba, o después de puesto el sol para alargar la jornada… a las dos de la tarde había una temperatura de 35 °, en el sol la temperatura marcaba 46° y a las 4 de la tarde, todavía el suelo marcaba 52 °…”; “En Reconquista se deja sin pagar a sus obreros por 9 meses hasta que se venda la cosecha”; c) refiriéndose a los aborígenes decía: “cuando he visto en el Chaco explotar al indio como bestia que no cuesta dinero y cuando he podido comprobar por mi mismo los efectos de la ración insuficiente en la debilitación del sujeto y la degeneración de la raza”; d) sobre la situación de las mujeres señalaba que: “no eran pocas las mujeres que cargaban con el sostén de la familia, con la rudeza de la vida, de aquí que acepten resignadas que se pague su trabajo de manera que sobrepasa la explotación y con tal de satisfacer las necesidades de los que ama, prescinde de las suyas hasta la desnudez y el hambre…”; e) también observaba el trabajo infantil: “hay en las cigarrerías niños y niñas de 8 a 12 años…. Algunas estaban anémicas, pálidas flacas, con todos los síntomas de la sobre fatiga y de la respiración incompleta”. En alguna parte del Informe, Bialet Massé se rebela: “Hay algo que extrañará: es el cobro de dos centavos por el uso de las letrinas. ¡Y qué letrinas! ¡se puede pagar cinco centavos por no usarlas! Las fábricas de calzado, a falta de letrina, cobran por usar sus pozos inmundos!, y finaliza con una exclamación que lo sintetiza todo: “¡Qué extravagancia tiene la codicia!” (La Nación, notas, 26/10/09) Creo que con esto basta para espantar el fantasma del Primer Centenario, o mejor dicho, para ponerlo en su quicio. Comencemos, pues, nuestro propósito: A.) INVENTARIO Y BALANCE: Para este cometido dos siglos son un tiempo suficientemente prolongado para intentar un Inventario y Balance teniendo, como puntos de referencia, los valores y principios que inspiraron nuestra organización política. Ya de entrada encontramos con dos planos: uno profundo de valores indiscutidos y otro más epidérmico de principios reguladores más controvertidos. a) Sobre el primero, sin duda, se levanta refulgente el Sol de Mayo, expresión de los valores de Libertad e Igualdad que iluminan por igual Mayo de 1810 y Julio de 1816. Estos son principios fundantes indiscutidos de nuestra identidad política. b) Sin embargo, cuando analizamos la historia agonal, la cuestión se torna controvertida y las aguas se vuelven procelosas: encontramos aporías sociales y ficciones orientadoras. No obstante, podemos advertir claramente un hecho que se repite reiteradamente: cuando se produce un punto de encuentro entre sectores divergentes la sociedad política registra avances, en cambio, los desencuentros son causa de desventuras. Podemos citar a modo de ejemplo algunos momentos de unidad y convergencia que se nos representan como hitos históricos emblemáticos: la Revolución de Mayo, la Declaración de la Independencia 1816, la Guerra de la Independencia, la Constitución de 1853, la Reforma política de 1912, la Reforma social 1949, la Democratización de 1983, la afirmación constitucional de la crisis del 2001. Todos estos acontecimientos reproducen momentos de procesos históricos que se sintetizan en imágenes grabadas en el inconsciente colectivo como hitos conformadores de nuestra identidad. Sin embargo, están los momentos de divergencias percibidas como confrontaciones desgastantes: Unitarios y Federales; Buenos Aires e Interior; mitrismo y automistas; conservadores y radicales; Peronismo y antiperonismo; Militocracia y demócratas. Todas antinomias resueltas violentamente: Cepeda, Caseros-Pavón-Cepeda, Revolución de 1890, Revolución de 1930, Revolución de 1955, Revolución de 1966 y 1976, la más cruenta. Todas internalizadas en el inconsciente colectivo como situaciones repudiables. Podríamos encarnar estas confrontaciones en personajes históricos representativos de ficciones orientadoras, al decir de Shumway: 1.) Saavedra y Moreno; 2.) Rivadavia y Dorrego, 3.) Rosas y Lavalle, 4.) Alberdi y Sarmiento; 5.) Urquiza y Mitre; 6.) Roca y Alem; 7.) Irigoyen y Alvear; 8.) Perón y Balbín; 9.) Alfonsín y Menem. Sin embargo, muchas de estas antinomias se diluyen frente a figuras superadoras como Belgrano, Alberdi, Nicolás Avellaneda o Roque Saenz Peña, que supieron pulsar el tiempo para cambios incruentos. Toda esta rápida visión histórica, inevitablemente simplificadora, nos permite llegar un balance final del presente: HABER: Sin duda, el resultado es la Argentina actual que se presenta como un país con logros indudables: un pueblo sin enfrentamientos raciales, con tolerancia de creencias, sin problemas religiosos. Un pueblo naturalmente hospitalario y que hace de la amistad un vínculo sobrevalorado. Sin hipótesis bélicas ni problemas fronterizos o culturales con países vecinos. Al contrario, un espacio geográfico dotado por abundantes recursos naturales. Una sociedad apegada a la Constitución que no espera un golpe de estado o un líder mesiánico que venga a retornarnos al paraíso perdido. La crisis del 2001 mostró la fortaleza del sistema constitucional en superar un momento de dificultad social y política. También la sociedad rechazó las cuatro asonadas militares “carapintadas” (1987, 1988, 1988 y 1989) encabezadas por Aldo Rico y Seineldin, Desde entonces se acabaron los planteos militares o intentos de rebelión de sectores de la Fuerzas Armadas. DEBE: En el debe se incluye una incapacidad de actuar colectivamente en pos de fines comunes desde los cercanos, como los vecinales, hasta los más generales, como los nacionales. Esto se potencia con dos factores: a) uno estructural: factor poblacional: el hacinamiento en grandes concentraciones urbanas y las grandes extensiones despobladas; b) otro coyuntural: factor económico-político: el casi medio siglo de crisis económica, que exacerba el individualismo, adquirió su paroxismo en la década del ’90 que instaló un paradigma liberal de individualismo extremo que debilitó aún más los vínculos comunitarios. La crisis del 2001 fue la erupción de estos dos síntomas: fue un fenómeno urbano donde una clase media reclamaba por su dinero depositado en los bancos –por cierto un reclamo justo pero nada altruista -- frente a los cual emergieron a la luz cada vez más numeroso sector de desocupados, marginados por dicha política, que se elevó como consecuencia de dicho quiebre económico. Sin embargo, este cuadro sólo tiene un valor descriptivo, porque han pasado nueve años desde este descalabro pero la deuda que sigue pendiente y constituye nuestro DEBE, puede sintetizarse en tres problemas a resolver: 1.) La pobreza y la desocupación, deben ser los objetivos prioritarios a superar en los tiempos por venir. No es posible que un país con recursos alimentarios tenga sectores de ciudadanos en el hambre y la marginalidad. La pobreza constituye la lesión a un derecho humano, sobre todo en una sociedad donde los ricos son cada vez menos y más ricos y los pobres cada vez más y mas pobres. Sobre el PBI del país (280.000 mill.$) el 20 % más rico se queda con el 52 % (150.000 mill.$) y al 20 % más pobre le corresponde el 4,3 % (al 10 % más pobre le corresponde apenas el 1,5 % PBI). Aquí el Estado tiene todo el deber y la responsabilidad de sentar las bases para una sociedad más justa y equitativa en la distribución de los ingresos, pero a través de políticas amplias y universales que se aparten de la tentación de engendrar clientelismo político, otro de los males por erradicar. 2.) Otro mal endémico de las democracias latinoamericanas es el clientelismo político como método de cooptación electoral a través de los recursos públicos. Este uso inapropiado es generador de déficit económico en el Estado. Éste se produce principalmente por el elevado gasto públicos que, a su vez, tiene su origen en dos causas: (1.) La retracción del sector industrial y productivo, principal generador de empleo provocó una fuerte presión social de demanda laboral sobre el Estado, quien no supo articular una respuesta al requerimiento de puestos de trabajo y optó por el recurso más fácil, la incorporación dentro del Estado (2.) También por la fragilidad cultural de la Democracia naciente, la dirigencia buscó una forma fácil de arraigo o de consolidación cediendo esta demanda laboral, recargando el gasto público. El clientelismo como estrategia de poder, si bien no es patrimonio exclusivo de los argentinos, es una de las causas principalísimas del deterioro del quehacer político. Consiste en el uso espurio de los recursos estatales por el partido político que ocupa ocasionalmente el poder con fines de adhesión electoral y financiamiento propio. Siempre hubo relaciones clientelares, desde la República Romana, pero en la actualidad adquiere caracteres patológicos cuando se trasforma en un fin en sí mismo. Toda la energía política se canaliza en establecer y conservar redes clientelares. Este fenómeno de las democracias latinoamericanas no ha sido un tema muy investigado en nuestro país. Existen muy pocos estudios sobre el tema (AUYERO, Javier (Comp.) ¿Favores por votos?. Estudios sobre clientelismo político contemporáneo, Bs.As., Manantial, 1997; La política de los pobres. Las prácticas clientelistas del peronismo, Bs.As., Manantial, 2001). Creemos encontrar aquí una clave de interpretación del comportamiento político, con efectos negativos sobre el sistema político, que nos permite explicar el comportamiento político y las relaciones de los ciudadanos con las instituciones, el sistema político y la administración pública (en el ámbito de la política). Este abordaje es superador al que sitúa en la “anomia” argentina la causa de la reversión de nuestro desarrollo (NINO, Carlos S.: Un país al margen de la ley. Bs.As., Emece, 1992), porque éste no indaga las causas de esa “tendencia a la ajuridicidad en la vida argentina”. La razón de por qué no se cumplen las normas se debe a que quienes lo hacen obtienen mayores beneficios no cumpliéndolas o porque el sistema de sanción no funciona. Aquí aparecen los beneficios clientelares que debilitan la observancia de la ley. El fenómeno clientelar tiene como núcleo principal una relación instrumental: intercambio recíproco de bienes y servicios entre dos sujetos de una díada: el puntero (que proporciona bienes materiales, protección y acceso a diferentes recursos públicos y privados) y el cliente (ofrece servicios personales y apoyo político: votos). El sistema democrático en sociedades subdesarrolladas, que se basa en mecanismos electivos para el acceso al poder, genera condiciones favorables para el desarrollo de las prácticas clientelares. El mecanismo clientelista presenta algunas notas características: relación de desigualdad basada en un intercambio (desigual); forma de distribución de recursos (trabajo, favores administrativos, contactos con extraños). Intercambio inespecífico, generalizado; “familismo amoral” (usar la posición pública para hacer nombrar a familiares en cargos públicos, sin ruborizarse, como una regla implícita del poder) convirtiendo las restantes relaciones institucionales en instrumentales; relaciones informales (corrupción: aprovechamiento ilegal de bienes públicos, arbitrariedad); contacto personal, trato personal y directo en la transacción; relación voluntaria (no impuesta), revocable, rescindible; clima de inseguridad que provoca la búsqueda de laguna forma de protección de los peor situados en la libre concurrencia social, económica, política; momento clave: proceso electoral (punteros); manera de relacionarse con el Estado (a través de un mediador: el puntero). A veces aparece la figura de un intermediario que pone en contacto ambos extremos (bisagra en beneficio propio)1. Esto trae consecuencias estructurales sobre el sistema político porque se procuran sólo beneficios instrumentales, en lugar de acciones motivadas por valores suponen obtención diferida e indirecta de beneficios colectivos. En este tipo de sistema democrático las maquinarias políticas adoptan comportamientos paternalistas instaurando el clientelismo de partido que se convierten en gestores de votos a cambio de empleos y acceso a bienes materiales. Partidos se convierten en una compleja construcción burocrática. Los incentivos individuales sumados al elevado volumen de demanda son caldo de cultivo para la corrupción y para el uso personal de la administración pública. Esta combinación de ingredientes conduce a un deterioro de la autoridad y a una organización inestable, sin políticas de largo plazo, pues el horizonte cercano es la próxima elección. Es la supremacía del intercambio que se convierte en una cuasi- ideología, que debilita el accionar de cualquier oposición que no ocupe posiciones estatales. Adquisición y mantenimiento del poder político depende de poderosas maquinarias necesitadas de ingentes recursos. Mundo rural y en las ciudades: se encuentran fragmentados e indefensas, por su aislamiento necesitan de establecer vínculos con los centros de poder, para lo cual acuden sumisamente a la mediación de empresarios de la política. Momento clave del sistema clientelar es competir en elecciones con sufragio universal, favoreciendo, a cambio del voto, a aquellos que reciben beneficios tangibles pero inmediatos. En realidad, esto conduce a la falta de competitividad electoral porque se basa en grupos sociales sometidos a un cierto grado de control (por ello debe mantenerse, perversamente, su marginalidad), y en el monopolio electoral dentro de la circunscripción por el intermediario político. Esta metodología tuvo consecuencias perniciosas para el Estado, o sea, para la sociedad en general: 1.) Ineficiencia del Estado: en lugar de incorporar al servicio público sobre las bases de la aptitud o la idoneidad como lo manda la Constitución Nacional (art. 16), es decir, a través de una selección por concurso como lo hacen todas las democracias serias, se condujo con criterios de clientelismo partidario. De aquí que se accede a un empleo público, no por mérito ni por capacidad sino como resultado de favores político (cooptación). Empleo público caracterizado por su baja capacitación (muchas veces con salarios básicos) lo que, además de engrosar el número de agentes públicos, hacen cada vez más ineficiente la administración estatal. 2.) Pauperización del sector público: La insuficiencia de recursos hizo que los salarios estatales se redujeran considerablemente, al punto que al sector más numeroso de empleados públicos pueden considerarse proletarios estatales. Como continuaron los fondos siendo escasos, se buscó compensar la reducción de montos con reducción de horas de trabajo. Hoy un empleado público trabaja seis o siete horas, con grave resentimiento de la eficiencia administrativa. Con el argumento falaz “por lo poco que me pagan” se justifican desatenciones y despreocupación administrativa. Cuando se analiza el gasto público, dejando de lado el rubro Administración propiamente dicha que refleja empleo público puro, lo que se gasta en salud, educación o seguridad se enmascara sueldos de personal en un 80 o 90 %. 3.) Déficit financiero: La tercera consecuencia de esta política es el creciente déficit estatal. El Estado argentino comenzó financiando el déficit fiscal con emisión monetaria. Sin embargo, esta emisión monetaria cada vez más voluminosa generó un espiral inflacionario. El incremento nominal del signo monetario se disimulaba con el cambio de denominación monetaria2. Esta se hizo cada vez más frecuente, hasta llegar a la hiperinflación de 1989 y de 1990 que destruyó nuestra moneda. Esta inflación desorbitada (provocada por la emisión descontrolada) se frenó con dos medidas: la prohibición de emisión sin respaldo, lo que se conoce como la convertibilidad3. Entonces, como la emisión monetaria está prohibida sin respaldo, el déficit financiero del Estado sólo pudo cubrirse tomando créditos. Cuando el Estado no tiene ingresos suficientes a través de la recaudación impositiva para cubrir sus gastos, el único recurso que le queda para obtener dinero –en razón de no poder emitir moneda-- es pedir dinero prestado. De aquí advino la crisis del 2001. No se ha inventado mejores antídotos contra estas prácticas clientelares que las prestaciones universales de beneficios sociales (subsidio de desempleo) y el establecimiento de una cultura meritocrática. No vamos a detenernos en lo primero, que resulta obvio, sino en lo segundo. Siempre se predicó en la Argentina el esfuerzo y el trabajo, pero si éstos no se ven recompensados por resultados esta premisa se desmorona. La Universidad que debería ser el paradigma de esto, (porque qué otra cosa fue la Reforma Universitaria, si no?) hoy apenas se pueden hacer concursos docentes sin que terminen judicializados o eludidos por artilugios administrativos de quienes detentan el poder. De este modo, no solo el organismo se priva de los más formados sino la sociedad entera se ve perjudicada por no contar con los mejores en los hospitales, en los servicios administrativos, en la educación, etc. sino a los apadrinados que sólo pueden acceder a dichos lugares por vinculaciones sociales o políticas pero no por mérito propio por carecer de las aptitudes para ello y que, además, acceden en la creencia que sólo deben rendir cuentas a quien los apadrinó y no a la organización a la que pertenecen. Así son luego de malos los resultados por la falta de idoneidad de quienes ocupan funciones públicas. En todos los países que salieron de dictaduras hacia una democracia una de las claves de su éxito (y de su legitimación social) fue que el acceso a todos los cargos públicos o expectables de la sociedad (notarios, registradores de la propiedad, especializaciones médicas, agentes de bolsa) se hace por reales, objetivos y duros exámenes competitivos. Solo estableciendo como cláusula constitucional el mérito objetivamente acreditado para acceder a una función remunerada con recursos públicos, puede superarse el clientelismo político que tantos males trae a nuestra democracia. 3.) Finalmente, otro ítem en el debe es el problema irresuelto y postergado de lograr una integración social y territorial del país. No se ha logrado integrar a la sociedad, no sólo por la brecha creciente entre ricos y pobres sino las diferencias entre un Buenos Aires (Ciudad y Provincia) donde se concentra una cada vez más creciente y numerosa población (que alguien definió como un “enano macorcefálico con extremidades escuálidas) y el Interior postergado (hinterland) cada vez más aislado por la falta de vías de comunicación, agravada por su ubicación geográfica de “cul de sac” cercado al Oeste por inmensas cordilleras y hacia el Este por grandes ríos y el océano. B.) RENDICION DE CUENTAS: Esta tarea le corresponde a la generación que ha tenido responsabilidades de dirección, o sea, a los coetáneos. Una generación que sobrevivió o experimentó los años de represión y manipulación. No puede pedirse rendición de cuentas a quienes no han tenido protagonismo en los últimos lustros de vida política. La generación dirigente ha hecho un aprendizaje cívico importante, ha elaborado una lección fundamental: la democracia como único camino de legitimidad, de respeto a los derechos humanos y de convivencia en tolerancia. Puede con legítimo orgullo exhibir su rendición de cuentas: nunca más los mesianismos de cualquier persona o grupo como salida de las crisis ni la violación de los derechos humanos como medio para acciones políticas. La rendición de cuentas de esta generación a las futuras puede sintetizarse en el “NUNCA MAS”, título del informe elaborado por la CONADEP que --tomando de un graffiti aparecido en una pared de Buenos Aires-- recoge el ominoso relato de la degradación y fanatismo que llevó a la violación sistemática de los derechos humanos por el Estado durante la dictadura militar. Sobre la memoria de estas víctimas se sujetan las raíces de nuestra Democracia. Esto forma parte de un consenso fundamental que se expresa en la Constitución como acuerdo básico y legitimante. Sin duda se ha ganado en institucionalidad. A pesar de las grandes crisis en 1989 y 2001, no se ha quebrado la institucionalidad, por el contrario, el Congreso fue la herramienta de reconstrucción de la institucionalidad democrática4. Esta generación coetánea ha sido artífice del juicio de los militares por violaciones de derechos humanos. Ejemplo mundial de juzgamiento en democracia de los responsables de genocidio sistemático desde el Estado. En suma, la generación dirigente puede exhibir una rendición de cuentas ampliamente positiva: de vivir en libertad y democracia, de sostener este proyecto, de defender los derechos fundamentales como valioso legado para las generaciones futuras. Queda pendiente, sin duda, un problema vital y urgente para la Democracia: alcanzar un equitativo grado de igualdad social, pero éste solo se puede alcanzar verdaderamente en Democracia. En esta rendición de cuentas también hay saldos sin justificar: una empresariado –tan responsables como la dirigencia política-- que deja mucho que desear, reflejado no sólo en la falta de un auténtico sentido argentino (la enajenación de Loma Negra es sólo un botón de muestra), sino también en su desarraigo y falta de compromiso local (las altas tasas bancarias son otro botón de muestra). Unos productores que en lugar de pensar en incorporar a la mitad de la población excluida del consumo, piensan en la ganancia fácil, sectorial y selectiva. C.) EXAMEN DE CONCIENCIA. El examen de conciencia supone una meditación introspectiva para visualizar aquellas actitudes que desentonan con nuestros deberes de buenos ciudadanos para, luego, en base de esto replantear los comportamientos en pos de ese objetivo. Un examen de este tipo involucra todas generaciones vivientes: la coetánea (aquella con la misma “sensibilidad vital” al decir de Ortega) y las contemporáneas, o sea, las diferentes generaciones que coexisten en un mismo tiempo, con distintas percepciones históricas. Sin embargo, todas, en mayor o menor medida, somos responsables del conjunto. Aquí está quizás la clave de la cuestión que parte de la siguiente premisa: comprendernos protagonistas de un proyecto común, de entender que somos mutuamente responsables de la vida de todos los miembros de la sociedad. Un examen de conciencia es un ejercicio abierto, permanente. En este Bicentenario nos permite comprender que formamos parte de una comunidad, de un destino común, donde uno no es ajeno al otro, donde los hechos de hoy tienen consecuencias sobre el porvenir. Que de nada vale segregarnos en countrys o barrios cerrados. Derrotar la pobreza debe ser la consigna de la hora. La pobreza extrema es también la violación de un derecho humano. Un efecto indeseado de una estructura socio-económica hasta ahora vigente que debe replantearse. Resulta urgente un cambio de actitud. Remendar vínculos comunitarios que están deteriorados es una necesidad de la propia supervivencia. Como pueblo abrámico aún nos interpela la pregunta de Yavé a Caín: “’¿Dónde está tu hermano?’. Y él respondió: ‘No lo sé ¿soy acaso el guardián de mi hermano?’. Entonces Yavé le dijo: ‘¿Qué has hecho?. La voz de la sangre de tu hermano grita desde la tierra hasta mí” (Gen. 4, 9-10). 1 Puede consultarse MORENO LUZON, Javier:, y “Teoría del Clientelismo político y estudio de la política caciquil” y “El clientelismo político: historia de un concepto multidisciplinar” en REVISTA DE ESTUDIOS POLITICOS (Nueva Época), N° 89 ( julio-setiembre 1995), pp. 191-224, y N° 105 (julio-septiembre 1999), pp. 73-95, Madrid, CEC. 2 Se cambió ocho veces el signo monetario en un siglo: 1875/peso fuerte; 1881/peso oro o argentino; peso moneda nacional; 1967/peso Ley 18188; 1982/peso argentino; 1986/austral; 1992/peso convertible; 2001: peso no convertible. 3 El Congreso por Ley 23.928 estableció la convertibilidad y dispuso un nuevo signo monetario: el peso, cuya unidad equivaldría a un dólar estadounidense. De este modo se facilitó la conversión (1$ = 1 U$A) pero en realidad ésta significaba que había respaldo de lo que la moneda decía valer, por tanto, se abandonó el nominalismo monetario. 4 Vid. DIAZ RICCI, Sergio: “La reconstrucción del orden constitucional por las provincias”, en AA.VV. ASPECTOS HISTORICOS Y POLITICOS DEL FEDERALISMO ARGENTINO (Dir. Antonio M. Hernandez), Córdoba, Academia Nacional de Derecho-Instituto de Federalismo, 2009, pp. 191-197. |