William Shakespeare






descargar 379.44 Kb.
títuloWilliam Shakespeare
página1/7
fecha de publicación29.03.2017
tamaño379.44 Kb.
tipoDocumentos
l.exam-10.com > Derecho > Documentos
  1   2   3   4   5   6   7


JULIO CÉSAR

William Shakespeare



DRAMATIS PERSONAE
julio césar

octavio césar, marco antonio y M. emilio lépido, triunviros después de la muerte de Julio César.

cicerón, publio y popilio lena, senadores.

marco bruto, casio, casca, trebonio, ligario, decio, bruto, metelo címber y cina, conspiradores contra Julio César.

flavio y marulo, tribunos.

artemidobo, sofista de Guido.

un adivino.

cina, un poeta.

otro poeta.

lucio, titinio, mesala, catón el jóven y volumnio, amigos de Bruto y Casio.

varrón, clito, claudio, estratón, lucio y dardanio, criados de Bruto.

píndaro criado de Casio.

calpurnia, esposa de César.

porcia, esposa de Bruto.

senadores, ciudadanos, guardias, servidores, etc.

Escena: Roma; después en Sardis y cerca de Filipos.
ACTUS PRIMUS 1


SCENA PRIMA



Roma. Una calle
Entran flavio, marulo y una turba de ciudadanos

flavio. — ¡Largo de aquí! ¡A vuestras casas! ¡Gen­te ociosa, marchad a vuestras casas! ¿Es hoy día fes­tivo? ¡Qué! ¿Ignoráis, siendo artesanos, que no debéis salir en día de trabajo sin los distintivos de vuestra profesión? Habla, ¿qué oficio tienes?

ciudadano primero. — Carpintero, señor.

marulo. — ¿Dónde están tu mandil de cuero y tu escuadra? ¿Qué haces con tu mejor vestido? Y vos, señor mío, ¿de qué oficio sois?

ciudadano segundo. — Francamente, señor; com­parado con un obrero fino, no soy más que, como si dijéramos, un remendón.

marulo. — Pero ¿qué oficio es el tuyo? ¡Contés­tame sin rodeos!

ciudadano segundo. — Un oficio, señor, que espero podré ejercer con la conciencia tranquila, pues, en verdad, es el de reparador de malas suelas.

marulo. — ¿Qué oficio, bribón? Bribonazo, ¿qué oficio?

ciudadano segundo. — Os lo ruego, señor, no os descompongáis; sin embargo, si os descomponéis, po­dré componeros.

marulo. — ¿Qué quieres decir con eso? ¡Compo­nerme tú a mí, bergante!
(1) Por estar muy en carácter, reproducimos las divisiones latinas en actos y escenas, del Folio primero.

ciudadano segundo. — ¡Claro, señor, remendaros!

flavio. — ¿Eres un zapatero de viejo, no?

ciudadano segundo.—En efecto, señor; todo lo que poseo es por la lezna. No me inmiscuyo en los asuntos de los negociantes ni en los de las negociantas sino con la lezna. Soy propiamente un cirujano de calzas viejas; cuando están en gran peligro, les devuelvo la salud. De modo que personas tan calificadas como las que más han ido en cueros limpios con la obra de mis manos.

flavio. — Pero ¿por qué no estás hoy en tu taller? ¿A qué llevas a estas gentes por las calles?

ciudadano segundo. — Francamente, señor, a que gasten sus zapatos, para así procurarme yo más trabajo. Pero, a decir verdad, señor, holgamos hoy por ver a César y regocijarnos en su triunfo (1).

marulo. — ¡Regocijaros! ¿De qué? ¿Qué conquista trae a la patria? ¿Qué tributarios le acompañan a Roma adornando con los lazos de su cautiverio las ruedas de su carroza? ¡Estúpidos pedazos de peder­nal, peores que cosas insensibles! ¡Oh corazones en­callecidos, ingratos hijos de Roma! ¿No conocisteis a Pompeyo? ¡Cuántas y cuántas veces habéis escalado

muros y almenas, torres y ventanas, sí, y hasta la punta de las chimeneas, con vuestros niños en brazos, y habéis esperado allí todo el largo día, en paciente expectación, para ver desfilar al gran Pompeyo por las calles de Roma! Y apenas veíais aparecer su ca­rro, ¿no prorrumpíais en una aclamación tan estruen­dosa que temblaba el Tíber bajo sus bordes al escuchar el eco de vuestro clamoreo en sus cóncavas márge­nes? ¿Y ahora os engalanáis con vuestros mejores vestidos? ¿Y ahora elegís este día como de fiesta? ¿Y ahora sembráis de flores el paso del que viene en triunfo sobre la sangre de Pompeyo? ¡Idos! ¡Corred a vuestras casas, doblad vuestras rodillas y suplicad a los dioses que suspendan el castigo que forzosamente ha de acarrear esta ingratitud!

flavio. — ¡Idos, idos, queridos compatriotas! Y por esta falta, reunid a todas ]as sencillas gentes de vues­tra condición, conducidlas al Tíber y verted vuestras lágrimas en su cauce hasta que su afluente más hu­milde llegue a besar la mayor altura de sus riberas. (Salen los ciudadanos.) ¡Ved cómo se conmovió su rudo temple! Se alejan amordazados por su culpa... Ba­jad por esa vía hacia el Capitolio; yo iré por ésta. Despo­jad las estatuas si las halláis engalanadas con trofeos.

marulo. — ¿Podemos hacerlo? Ya sabéis que es la fiesta de las Lupercales.

flavio. — ¡No importa! No dejemos estatua alguna adornada con trofeos de César. Yo bulliré por aquí y arrojaré de las calles a la plebe. Haced igual donde notéis que se forman grupos. ¡Estas plumas en creci­miento, arrancadas a las alas de César, Je harán man­tenerse en un vuelo ordinario, quien, de otro modo, se remontaría sobre la vista de los hombres y nos sumiría a todos en un sobrecogimiento servil. (Salen.)

(1) In hit triumph, el quinto y último triunfo de César, a su regreso de la batalla do Hunda, en España, donde acababa de derrotar a los hijos de Pompeyo, Cneo y Sexto.

SCENA SECUNDA



El mismo lugar. — Una plaza pública
Entran en -procesión, con música, césar, antonio, ataviados para las carreras; calpurnia, porcia, decio, cicerón, bruto, casio y casca; una gran muche­dumbre los sigue, entre los que

se halla un adivino

césar. — ¡Calpurnia! (1).

casca. — ¡Silencio, oh! César habla. (Cesa la mú­sica.)

cesar. — ¡Calpurnia!

calpurnia. — Aquí me tenéis, señor.

césar. — Colocaos en la dirección del paso de An­tonio cuando emprenda su carrera (2). ¡Antonio!

antonio. — ¡César, señor!

césar. — No olvidéis en la rapidez de vuestra ca­rrera, Antonio, de tocar a Calpurnia (3), pues, al decir de nuestros antepasados, la infecunda, tocada en esta santa carrera, se libra de la maldición de su esterilidad.

antonio. — Lo tendré presente. Cuando César dice: «Haz esto», se hace.

césar. — Proseguid, y no olvidéis ninguna ceremo­nia (4). (Trompetería.)

adivino. — ¡César!

césar. — ¡Eh! ¿Quién llama?

casca. — ¡Que cese todo ruido! ¡Silencio de nuevo! (Cesa la música.)

césar. — ¿Quién de entre la muchedumbre me ha llamado? Oigo una voz, más vibrante que toda la música, gritar: «¡César!» Habla; César se vuelve para oírte.

adivino, — ¡Guárdate de los idus de marzo!

césar. — ¿Quién es ese hombre?

bruto. — Un adivino, que advierte que os guardéis dé los idus de marzo.

césar. — Traedle ante mí, que le vea la cara.

casio. — Amigo, sal de entre la muchedumbre; mira a César. \ césar. — ¿Qué me dices ahora? Habla otra vez.

adivino. — ¡Guárdate de los idus de marzo!

césar. — Es un visionario; dejémosle. Paso. (Mú­sica. Salen todos menos bruto y casio.)

casio.—¿Iréis a presenciar el orden de las carreras?

bruto. — No.

casio. —' Os ruego que vayáis.

bruto. — No soy aficionado a juegos. Me falta algo de ese carácter alegre que hay en Antonio. Pero no impida yo vuestros gustos, Casio. Os abandono. . casio. — Bruto: os observo de poco tiempo a esta parte: no hallo en vuestros ojos aquella gentileza y expresión de afecto a que estaba acostumbrado. Os manifestáis de un modo en extremo frío e impenetra­ble para con un amigo que os quiere.

(1) Calpurnia, cuarta esposa de César.

(2) When he doth mn M» counte. Muco Antonio era el jefe de loa lupercos, llamados Julianos. Estos Julianos constituían una tercera orden que había sido creada por César.

(8) El día de las Lupercales, los sacerdotes lupercos corrían por las callea con una correa de cuero en la mano y tocaban a las mujeres que encontra­ban a su paso. La superstición popular atribuía a esa práctica la virtud de que habla aquí Shakespeare.

(4) Esto se halla de acuerdo con el carácter de César, a lo menos como nos los presenta Shakespeare, supersticioso en grado sumo

bruto. — No os equivoquéis, Casio. Si mi aspecto se ha vuelto sombrío, el descontento de mi semblante sólo va contra mí. Desde hace algún tiempo estoy atormentado por pasiones contrarias, ideas que no conciernen sino a mí propio, que quizá hayan alterado un tanto mis maneras; pero no por eso se afli­jan mis buenos amigos, entre los cuales os cuento, Casio, ni den otra interpretación a mi desvío, sino que el pobre Bruto, en guerra consigo mismo, olvida las muestras de afecto a los demás.

casio. — Entonces, Bruto, he interpretado mal la índole de vuestras reservas, y ésta es la causa

de que ocultara en mi seno pensamientos de la mayor impor­tancia, dignos de meditarse. Decidme, querido Bruto, ¿podéis veros la cara?

bruto. — No es posible, Casio, porque los ojos no pueden verse a sí mismos sino por refracción, o sea, mediante otros objetos.

casio. — Justamente, y es muy lamentable, Bruto, que no tengáis espejos que reflejen vuestro oculto valer ante vuestras miradas, a fin de que pudierais contemplar vuestra imagen. He oído a muchos de los hombres más respetados de Roma —excepto el in­mortal César— hablar de Bruto y, gimiendo bajo la opresión de la época, suspirar por que el noble Bruto abriese los ojos. bruto. — ¿A qué peligros quisierais arrastrarme, Casio, que me hacéis buscar en mí mismo lo que en mí mismo no hay?

casio. — Vaya, querido Bruto, preparaos a oír; y puesto que sabéis que no podríais miraros tan bien como por reflejo, yo, espejo vuestro, os descubriré sin lisonjas lo que existe en vos que todavía ignoráis. Y no desconfiéis de mí, estimado Bruto. Si yo fuese un chismoso vulgar o tuviera por costumbre repetir con ordinarias protestas mi afecto a cada advenedizo; si supieseis que marcho en pos de los hombres y los abrazo efusivamente, para después hacerlos víctima del escándalo, o si os consta que me prodigo en los

festines a todos los vencidos, tenedme entonces por peligroso. (Clarines y aclamaciones.) . bruto. — ¿Qué significan esas aclamaciones? Temo que el pueblo escoja por rey a Cesar.

casio. — ¿De veras lo teméis? Luego debo pensar que no deseáis que ocurra.

bruto. — No lo quisiera, Casio; y, no obstante, le amo sinceramente. Pero ¿por qué me retenéis aquí tanto tiempo? ¿Qué es lo que pretendéis comunicar­me? Si es algo para el bien general, presentad ante mis ojos a un lado el honor y al otro la muerte, y miraré a entrambos con indiferencia, pues así me favo­rezcan los dioses como amo el nombre de la gloria más que temo a la muerte.

casio. — Veo en vos esa virtud, Bruto, como veo vuestra' fisonomía externa. Bien; pues de honor es el tema de que voy a hablaros. Ignoro qué pensáis vos y los demás hombres acerca de esta vida; pero, por lo que a mí respecta, preferiría no vivir a vivir bajo el terror de un semejante a mí mismo. Libre nací como César, e igualmente vos; ambos hemos sido tan bien alimentados como él, y de la misma manera podemos soportar el rigor de los inviernos. Pues cierta vez, en un día borrascoso y crudo, en que el Tíber, irrita­do, se precipitaba contra sus bordes, me dijo César: «¿Te atreverías, Casio, a arrojarte ahora conmigo en medio de esas olas enfurecidas y nadar hasta allá abajo en aquel punto?» No acabó de pronunciarlo, cuando, equipado como estaba, me zambullí, instán­dole a que me siguiera, lo que hizo acto continuo. Ru­gía el torrente y. luchamos contra él con rudo empuje, hendiéndolo y avanzando con esfuerzos, que se opo­nían a la violencia de su curso; pero antes de llegar al sitio señalado, César gritó: «¡Socórreme, Casio, o me ahogo!» Yo, como Eneas, nuestro glorioso antepasado, que para salvarle de las llamas de Troya llevó sobre sus hombros al viejo Anquises, así llevé, arrebatándolo de las ondas del Tíber, al desfallecido César. ¡Y ese hombre ha llegado ahora a ser un dios, y Casio es una miserable criatura que ha de incli­narse humildemente si César se digna hacerle un ligero saludo! Cuando se hallaba en España tuvo fie­bres, y al hacer presa en él observé cómo temblaba. ¡Es verdad, ese dios temblaba! De sus labios cobardes había huido el color, y esos mismos ojos, cuya mirada atemoriza al mundo, habían perdido su brillo. Oíale yo gemir, sí, y esa su voz, que invitó a los romanos a que le distinguieran y a escribir en los libros sus discursos, ¡oh vergüenza!, gritaba: «Dadme algo de beber, Titinio», igual que una niña quejumbrosa. ¡Por los dioses! Maravíllame que un hombre de constitu­ción tan débil pueda marchar a la cabeza del ma­jestuoso mundo y llevar él solo la palma. (Aclama­ciones. Clarines.)

bruto. — ¡Otra aclamación general! Esos aplausos son promovidos, sin duda, por algunos nuevos hono­res tributados a César.

casio. — ¡Claro, hombre! Él se pasea por el mundo, que le parece estrecho, como un coloso (1), y nosotros, míseros mortales, tenemos que caminar bajo sus pier­nas enormes y atisbar por todas partes para hallar una tumba ignominiosa. ¡Los hombres son algunas ve­ces dueños de sus destinos! ¡La culpa, querido Bruto, no es de nuestras estrellas, sino de nosotros mismos, que consentimos en ser inferiores! ¡Bruto y César! ¿Qué había de hacer en este «César»? ¿Por qué había de sonar ese nombre más que el vuestro? Escribidlos juntos: vuestro nombre es tan bello como el suyo. Pronunciadlos: el vuestro es igualmente sonoro. Pe­sadlos: no pesa menos. Conjurad con ellos: Bruto conmoverá un espíritu tan pronto como César. (Acla­maciones.) Ahora, en nombre de los dioses todos, ¿de qué alimento se nutre este nuestro César, que ha lle­gado a ser tan grande? ¡Qué vergüenza para nuestra época! ¡Roma, has perdido la raza de las sangres preclaras! ¿Qué generación pasó desde el diluvio que no haya/ sido famosa por más de un hombre? ¿Cuándo pudieron decir antes de ahora los que hablaban de Roma que sus; vastos recintos sólo contenían un hom­bre? ¡Ya sucede eso en Roma, verdaderamente, y so­bra espacio cuando en ella no hay más que un solo hombre! ¡Oh! Vos y yo hemos oído relatar a nuestros padres que en otro tiempo existió un Bruto que ha­bría soportado con paciencia al diablo eterno con tal de mantener su rango en Roma con tanto orgullo como un rey.

bruto. — Que me estimáis, no puedo dudarlo. De lo que me incitaríais a realizar, algo vislumbro. Más adelante os comunicaré lo que pienso, así de este caso como de nuestra época. Por ahora no deseo hacerlo, y os suplico, por el afecto que os guardo, que no in­tentéis conmoverme más. Tomaré en consideración lo que me habéis dicho. Oiré atentamente lo que tengáis que decirme, y tiempo propicio habrá para medir y tratar de tan importantes asuntos. Hasta entonces, mi noble amigo, tened esto bien presente: Bruto prefe­riría ser un aldeano a titularse hijo de Roma en las duras condiciones que estos tiempos parecen impo­nernos.

casio. — ¡Celebro que mis débiles palabras hayan hecho brotar de Bruto esas chispas de fuego!

bruto. — Han dado fin los juegos, y César vuelve.

casio. — Cuando pase el cortejo, tirad a Casca de la manga, y él os contará con sus bruscos modales lo que haya sucedido hoy digno de nota. (Vuelven a pntrar césab y su séquito.)

bruto. — Lo haré. Pero mirad, Casio: la cólera centellea en la frente de César, y todos los que le acompañan semejan un séquito lleno de consternación. Las mejillas de Calpurnia están pálidas, y Cicerón deja ver su semblante irritado y la fiereza de sus ojos, tal como le contemplamos en el Capitolio cuando le contrarían en los debates algunos senadores.

casio. — Casca nos dirá qué ha sido.

césar. — ¡Antonio!

antonio. — ¿César?

césar. — Rodéame de hombres gruesos, de poca cabeza y que de noche duerman bien. He allí a Casio, con su figura extenuada y hambrienta. ¡Piensa de­masiado! ¡Semejantes hombres son peligrosos!
(1) Inke a Colossus, alusión al coloso de Rodas, estatua colosal de Apolo situada a la entrada del puerto de E odas, y entré las piernas de la cual pa­saban los navios.

antonio. — No le temáis, César; no es peligroso; es un noble romano y de rectas intenciones.

césar — ¡Le quisiera más grueso! Pero no le temo. Y, sin embargo, si mi nombre fuera asequible al te­mor, no sé de hombre alguno a quien evitase tan pronto como a ese enjuto Casio.

Lee mucho, es un gran observador y penetra admirablemente en los motivos de las acciones humanas. Él no es amigo de espectáculos, como tú, Antonio, ni oye música. Rara vez sonríe, y si lo hace es de manera que parece mofarse de sí mismo y desdeñar su humor, que pudo impulsarle a sonreír a cosa alguna. Tales hombres no sosiegan jamás mientras ven alguno más grande que ellos, y son, por lo tanto, peligrosísimos. Te digo más bien lo que es de temer que lo que yo tema, pues siempre soy César. Colócate a mi derecha, pues soy sordo de este oído, y dime francamente lo que opinas de él. (Salen césar y su séquito, menos casca.)

casca. — Me habéis tirado del manto. ¿Queríais hablarme?

bruto. — Sí, Casca; contadnos qué ha sucedido hoy, que César parece tan descontento.

casca. — ¿Pues no estabais con él?

bbuto. — No preguntaríamos entonces a Casca lo ocurrido.

casca. — Pues sucedió que le ofrecieron una coro­na, y ofrecida que le fue, la apartó con el revés de la mano, así, y entonces el pueblo prorrumpió en acla­maciones.

bruto. — ¿Qué motivó el segundo clamoreo?

casca. — Pues lo mismo.

casio. — Hubo tres vítores. ¿A qué obedeció el úl­timo aplauso?

casca. — Pues a lo mismo.

bruto. — ¿Le ofrecieron tres veces la corona?

casca. — Sí, a fe mía, así fue, y la apartó por tres veces, cada una más suavemente que la anterior, y a cada vez que la apartaba vociferaban mis honrados vecinos.

casio. — ¿Quién le ofreció la corona?

casca. — Pues Antonio.

bruto. — Contadnos cómo pasó, amable Casca.

casca. — ¡Que me ahorquen si puedo decir como fue aquello! Fue pura farsa, apenas me fijé. Vi a Marco Antonio ofrecerle una corona —aunque no era tampoco una corona, sino una especie de coronilla—, y, como os decía, la apartó una vez, pero, a pesar de

todo, pienso que le habría gustado tenerla. Entonces se la ofreció otra vez, nuevamente la rechazó, pero tengo para mí que se le hizo muy pesado retirar de ella los dedos. Y luego se la ofreció por tercera vez; por tercera vez la alejó de sí. Y mientras de este modo la rehusaba, la chusma vitoreó y aplaudió con sus callosas manos, echando por alto sus gorros mu­grientos y exhalando tal cantidad de aliento pestí­fero porque César había desdeñado la corona, que medio lo asfixiaron, pues se desmayó y rodó por el suelo. Y en cuanto a mí, no me atreví a reírme, de miedo de abrir la boca y tragar aquellas miasmas.

bruto. — Pero despacio, por favor. ¡Cómo! ¿Se desmayó César?

casca. — Cayó al suelo en la plaza del mercado, echando espumarajos por la boca, y quedó sin habla.

bruto. — Es muy posible. Padece de vértigos.

casio. — No, César no padece de vértigos. Somos nosotros, vos, yo y el honrado Casca, quienes sufri­mos vértigos.

casca. — No sé qué queréis decir con eso, pero lo cierto es que César cayó. Y si no es verdad que la canalla le palmoteó y le silbó a medida que le gus­taba o disgustaba, como acostumbra hacerlo con los actores en el teatro, consiento en que me tengáis por embustero. /

bruto. — ¿Qué dijo al volver en sí?

casca. — Por mi fe, antes de caer, cuando él vio que aquel rebaño de populacho se alegraba de que rehusase la corona, me pidió que le desabrochara su justillo y presentó el cuello para que se lo cortasen. A ser yo uno del oficio, le hubiera cogido la palabra, aunque tuviese que ir al infierno en compañía, de los tunantes. Y en esto, cayó. Al volver en sí manifestó

que, si había dicho cohecho algo digno de represión, deseaba que sus señorías lo atribuyesen a su mal. Tres o cuatro mujerzuelas que se hallaban junto a mí, exclamaron: «¡Ay qué buen alma!», y le perdona­ron de todo corazón. Pero de ésos no hay que hacer caso. Si César hubiese apuñalado a sus madres no habrían dicho menos.

bruto. — ¿Y fue entonces cuando se marchó así, tan abatido?

casca. — Sí.

casio — ¿Dijo algo Cicerón?

casca. — Sí, habló en griego.

casio. — ¿Con qué fin?

casca. — Pues que no os mire más a la cara si pue­do -decirlo, pero los que le entendieron se sonreían, moviendo la cabeza. En cuanto a mí, aquello estaba en griego. Puedo daros además otras noticias: Marulo y Flavio han sido reducidos al silencio por haber des­pojado de sus adornos las estatuas de César. ¡Adiós! ¡Más tonterías podría contaros si las recordara!

casio. — ¿Queréis cenar conmigo esta noche, Casca?

casca. — No, he prometido hacerlo fuera.

casio. — ¿Comeríais conmigo mañana?

casca. — Sí, si estoy vivo, si no cambiáis de opinión y si vuestra comida vale la pena de ser comida.

casio. — Bueno, os esperaré.

casca. — Hacedlo así. ¡Adiós uno y otro! (Sale casca.)

bruto. — ¡Qué carácter rnás áspero se ha vuelto! Era de fino temple cuando iba a la escuela.

casio. — Y lo sigue siendo, a pesar de esa aparien­cia tosca, si se trata de ejecutar cualquier empresa noble o arriesgada. Su rudeza es el condimento de su buen criterio, que hace que el estómago de las gen­tes digiera sus palabras con mejor apetito.

bruto. — Así es, en efecto. Os dejo por ahora. Si queréis hablar conmigo mañana, iré a vuestra casa, o, sí preferís venir a la mía, os aguardaré.

casio. — Iré a veros. Hasta entonces, reflexionad en lo que nos rodea. (Sale bruto.) ¡Bien, Bruto, eres noble! No obstante, veo que, dispuesto como está, tu honrado metal puede forjarse. He aquí la conve­niencia de que las almas nobles asocien siempre a sus iguales. Porque ¿quién hay tan firme que no pueda ser seducido? Cesarme soporta con dificultad, pero ama a Bruto. Si yo fuera ahora Bruto, y Bruto fuera Ca­sio, él no ejercería influjo en mí. Esta noche arrojaré' a sus ventanas escritos de distintas procedencias, que parezcan provenir de vanos ciudadanos. Todos ex­presarán la alta opinión que Roma tiene de su nom­bre. En ellos se aludirá embozadamente a la ambición de César. Y después, que piense César en afirmarse bien, porque le echaremos abajo o sufriremos días peores. (Sale,,)


  1   2   3   4   5   6   7

Añadir el documento a tu blog o sitio web

similar:

William Shakespeare iconRomeo y Julieta / William Shakespeare [traducción, R. Martínez Lafuente]....

William Shakespeare iconShakespeare, William. Actor, poeta, dramaturgo y empresario teatral...

William Shakespeare iconWilliam shakespeare

William Shakespeare iconWilliam Shakespeare hamlet

William Shakespeare iconRomeo y julieta william shakespeare

William Shakespeare iconWilliam Shakespeare. (1564-1616)

William Shakespeare iconRomeo y julieta, william shakespeare

William Shakespeare iconPor William Shakespeare (Obra completa)

William Shakespeare iconWilliam Shakespeare el sueño de una noche de verano

William Shakespeare iconEnsayo argumentativo y expositivo sobre la obra Romeo y Julieta de William Shakespeare






© 2015
contactos
l.exam-10.com