La universidad del siglo XXI, cuna de ciudadanos del mundo
(Texto preparado por Daisaku Ikeda como discurso para la primera ceremonia de graduación de la Universidad Soka de los Estados Unidos, realizada el 22 de mayo de 2005. Lectura por sustitución.)
Por esta ocasión espléndida que corona su esfuerzo, quiero felicitar calurosamente a la primera promoción de graduados que hoy egresan de la Universidad Soka de los Estados Unidos (SUA, por sus siglas en inglés) en Aliso Viejo; ustedes son mi vida, mi orgullo y mi esperanza.
Cada uno de ustedes es un gran pionero, un honorable fundador de la SUA. Son todos vencedores, y su vida es una magnífica gema preciosa, deslumbrante de noble misión.
Aunque podrían haber asistido a otra prestigiosa universidad, respaldada por una tradición añeja, eligieron estudiar en esta nueva institución, la Universidad Soka de los Estados Unidos. Allí reunidos, trabajaron junto a las promociones siguientes para trazar sólidas bases que sostengan el futuro desarrollo de la SUA.
Quisiera poder volar hasta el predio que se yergue en las colinas de Aliso Viejo, darles la mano a cada uno, agradecerles y felicitarlos por su estupenda graduación, y por el espíritu intrépido que les permitió conquistar esta victoria. Este es el sentimiento que embarga mi alma en estos instantes.
Estoy decidido a velar siempre por ustedes, a orar por su salud y crecimiento, y por que su vida siempre ostente los laureles de la gloria y del triunfo. Esto haré toda mi existencia, y toda la eternidad. Sepan que mi corazón está siempre junto a ustedes.
Así pues, con el alma henchida de profunda gratitud, quiero dedicarles algunas reflexiones para celebrar su nueva partida.
El origen de la fortaleza
Cuando pienso que están todos cursando estudios lejos de sus hogares, recuerdo a la doctora Wangari Maathai, de Kenia, a quien conocí en Tokio este pasado mes de febrero. Ella también consagró su juventud al estudio y al conocimiento. Como bien saben, es una ambientalista que, el año pasado, ganó el Premio Nobel de la Paz.
Durante unos treinta años, la doctora Maathai luchó para superar el hostigamiento, las persecuciones y la opresión, mientras labró con sus propias manos la tierra del pueblo, para sembrar un movimiento popular de mujeres que enriqueciera la vida de los keniatas y protegiera la integridad del ambiente natural.
Tanta persistencia dio frutos. La obra de reforestación que comenzó con siete retoños hoy se ha convertido en más de treinta millones de árboles en todo Kenia y en África, que sostienen la vida de incontables personas y contribuyen a la paz y a la seguridad de la región.
La doctora Maathai es una mujer intelectualmente brillante, dotada de una personalidad cálida y afectuosa. Posee un espíritu íntegro, que ningún acto de opresión consigue doblegar. ¿Cómo desarrolló tales cualidades y virtudes? Ella misma mencionó, al respecto, la influencia decisiva que tuvieron sus estudios en los Estados Unidos, donde tuvo la fortuna de conocer excelentes amigos y mentores.
Escribió que los profesores de la universidad donde estudió la cuidaron como a una hija. Una de ellas, a quien mucho respetaba, deliberadamente había instalado su despacho en un lugar de paso habitual para los estudiantes. La puerta estaba siempre abierta, y la profesora siempre sonreía a los alumnos cuando los veía pasar.
La doctora Maathai describe así su experiencia y su profundo agradecimiento a los docentes: "Hicieron cuanto estuvo a su alcance por ayudarme, educarme y enriquecer mi vida. Ya había tenido el gran beneficio de obtener una beca completa, pero sin embargo seguí recibiendo muchas cosas más". (1)
Cuando terminó su maestría de posgrado en los Estados Unidos, regresó a Kenia y se doctoró en la Universidad de Nairobi; fue la primera mujer que obtuvo un doctorado en una institución de estudios superiores keniata. Así comenzó su lucha por la felicidad de su pueblo y de su patria.
Desde sus años de estudiante, la profunda determinación de la doctora Maathai fue volver al África y trabajar por su pueblo. Un profesor que la tuvo como alumna en su juventud dijo, con emoción: "Tenemos muchos estudiantes que dicen lo mismo, pero luego progresan y deciden quedarse en este país [en Norteamérica]. Con todo, ella cumplió su palabra". (2)
Espero que todos los graduados de hoy atesoren, toda su vida, las determinaciones que tomaron aquí en la SUA, los juramentos que compartieron con sus amigos. Según creo, una persona de veras sobresaliente es la que nunca olvida sus promesas de juventud y vive su existencia dedicada a contribuir con el bienestar de los demás.
Al mismo tiempo, por favor, recuerden que si hoy podemos festejar esta auspiciosa ocasión es gracias a sus padres y a su familia, quienes los apoyaron pese a todas las dificultades. Espero que sean personas sinceras, capaces de recordar y de reconocer profundamente esta deuda de gratitud. Además, quiero expresar mi agradecimiento más hondo a todos los miembros del claustro docente y de la administración, que tanto trabajaron para abrir nuevos caminos desde cero.
Finalmente, también quiero extender esta gratitud a todos los vecinos y amigos que apoyaron a la SUA a lo largo de los años, y a las personas de los Estados Unidos y del mundo que han deseado el desarrollo de esta nueva universidad y han sido benefactoras de su progreso.
Para los graduados, el día de hoy señala el inicio de una nueva fase, que los invitará al escenario principal de la vida. Siento cuánto entusiasmo y excitación agitarán su pecho en estos instantes, y adivino los grandes y nobles sueños que los llevarán en alas hacia el futuro.
Mi ferviente deseo es que cada uno de ustedes abra la ruta de su propia misión como fundador, pionero y eterno camarada de la Universidad Soka de los Estados Unidos. Por favor, dejen un legado personal y construyan la clase de vida que les permita decir, orgullosamente: "¡He aquí un egresado de la primera promoción de la SUA!".
El desafío de la universidad
Hoy, me gustaría compartir con ustedes algunas reflexiones sobre el papel de la universidad en el siglo XXI, para pensar juntos el papel y la misión que deberá cumplir la SUA en el mundo del mañana.
En abril del año pasado, me reuní con el doctor M. S. Swaminathan, presidente de las Conferencias de Pugwash sobre Ciencia y Asuntos Mundiales, que es una organización de científicos que trabaja en pos del desarme y la abolición de la guerra. El doctor Swaminathan es un genetista dedicado al desarrollo agrícola, de prestigio mundial por sus aportes para resolver la crisis alimentaria de la India.
Durante una reunión en la cual intercambiamos ideas sobre diversas cuestiones globales, me impactó una declaración específica que hizo el doctor Swaminathan. Primero, dijo que la humanidad necesitaba, de manera crucial, revolucionar la práctica y el ejercicio de la educación. Luego, notó una tendencia cada vez más pronunciada en la gente de esta época a afirmar sus derechos sin la correspondiente actitud de aceptar su responsabilidad. Recalcó la importancia de la disciplina espiritual y dijo que cada uno debía tener un sólido sentido del deber, no como amos de la tierra, sino como una de las especies que poblaban el planeta. Este es un punto de extrema importancia.
Cuando contemplamos el mundo de hoy, vemos que los conflictos regionales y las luchas étnicas cobran cada vez más intensidad, y que en todas partes siguen estallando reacciones en cadena de violencia y de odio, que parecen no tener fin. Se agudizan los problemas de naturaleza global, referidos al ambiente, a la producción alimentaria y a la generación de energía, lo cual hoy pone a la humanidad ante una crisis sin precedentes.
Pero debemos recordar que tales crisis son de origen humano; fuimos nosotros mismos quienes las ocasionamos. Por tal motivo, es razonable creer que si aunamos la sabiduría de la humanidad, sin falta podremos afrontar estos desafíos y hallar una vía de resolución. Podemos y debemos encontrar el medio que nos permita mejorar la época en que vivimos. Con este fin, si hay algo esencial es la transformación interior y el crecimiento espiritual de cada individuo.
En particular, lo que hoy hace falta son ciudadanos del mundo, que puedan adoptar una perspectiva realmente global y que estén consagrados al bienestar de la humanidad en su conjunto. Es imperioso forjar personas así y generar una solidaridad de bases muy extensas que las una. Será necesario reformar la educación, para que pueda responder a esta exigencia de la época. En tal sentido, siento que la misión y la responsabilidad de las universidades, como instancias superiores del saber, es crucialmente importante.
¿Qué clase de universidad puede marchar a la vanguardia en el desafío por revolucionar la educación en el siglo XXI? Para explorar este tema tan vasto como cautivante, primero me gustaría esbozar históricamente el desarrollo de la universidad moderna.
El nacimiento de la universidad moderna
Se dice que la universidad moderna se originó en la Italia medieval, y que su punto de partida fue la Universidad de Bolonia. En junio de 1994, fui invitado a disertar por esta noble casa de estudios.
Conocida como la mater nobilium studiorum o "madre de estudios nobles", la Universidad de Bolonia se desarrolló gracias a la conjunción entre la apasionada sed de conocimientos de los jóvenes, y la seria determinación de los profesores de responder a ese deseo. Por su parte, la Universidad de Berlín (Berliner Universität), fundada en 1810 y arraigada en las tradiciones de la universidad medieval, inició la historia de la universidad moderna.
En esta última institución, se adoptó un método de enseñanza centrado en la investigación conjunta de profesores y estudiantes. En ese momento, era costumbre que los alumnos escucharan pasivamente las clases magistrales de los profesores. La adquisición de conocimientos era vista, por lo general, como un proceso mediante el cual se absorbían formas establecidas del saber, y había poco espacio para que los estudiantes plantearan una visión crítica de las cosas. Los profesores podían descuidar su propia labor investigativa sin exponerse a ser cuestionados. Algunos dicen que las décadas anteriores a la creación de la Universidad de Berlín fueron un período de estancamiento para el saber.
Pero la creación de esta casa de estudios, basada en las ideas de Johann Gottlieb Fichte y de los hermanos von Humboldt, representó un punto de inflexión en la historia de la institución universitaria. La idea motriz que alimentó este proyecto fue educar mediante la investigación, acordando a los estudiantes el mismo lugar que los docentes en cuanto a la búsqueda del conocimiento y de la verdad. El sistema de seminarios, que permite a los estudiantes presentar los hallazgos de sus indagaciones y someterlos a consideración de todos los demás, presuntamente comenzó en la Universidad de Berlín y en otras instituciones germanas.
El mayor de los hermanos Humboldt, Wilhelm, intervino de manera prominente en el plan general de reformas educativas que llevó a cabo Prusia en esa época. Así describe la motivación que lo llevó a iniciar este proyecto: "El docente universitario ya no es un maestro, y el estudiante ya no es alguien que recibe pasivamente el saber, sino una persona que emprende su propia investigación, mientras que el profesor guía su trabajo y lo apoya en él". (3)
La visión ideal de la educación universitaria presenta a los docentes y estudiantes en vínculo de mutuo estímulo e inspiración, construyendo un vibrante proceso cognoscitivo mediante el libre debate y el diálogo, escalando juntos las cumbres del saber…
Cuando la Universidad de Berlín adoptó estos principios pedagógicos, se generó un período de desarrollo impresionante para las instituciones alemanas de estudios superiores. Una centuria después, a comienzos del siglo XX, las universidades germanas lideraban el mundo por su cantidad de científicos laureados con el Premio Nobel en la rama de las Ciencias Naturales.
Al mismo tiempo, debemos reconocer las falencias de una educación excesivamente enfocada en el conocimiento especializado. El filósofo español José Ortega y Gasset, por ejemplo, presenta este panorama aciago en Misión de la universidad, publicado en 1930: "Ha sido menester esperar hasta los comienzos del siglo XX para que se presenciase un espectáculo increíble: el de la peculiarísima brutalidad y la agresiva estupidez con que se comporta un hombre cuando sabe mucho de una cosa e ignora de raíz todas las demás". (4)
Para Ortega y Gasset, la misión fundamental de la educación universitaria es la transmisión y el fomento de la cultura, que él denomina "el sistema vital de las ideas en cada tiempo" (5); es decir, la clase de filosofía o compás espiritual que puede guiar a los seres humanos por el recto rumbo de la vida, en épocas de confusión. Para él, la cultura es "todo lo contrario" (6) al ornamento exterior. En cambio, es lo que "salva del naufragio vital, lo que permite al hombre vivir sin que su vida sea tragedia sin sentido o radical envilecimiento". (7)
Hace un tiempo, tuve el privilegio de visitar, en Los Ángeles, el Museo de la Tolerancia del Centro Simón Wiesenthal. Allí, había una reproducción del lugar donde se celebró la Conferencia de Wannsee, el cónclave de la oficialidad nazi de alto mando donde se planeó el exterminio de los judíos de Europa. Se dice que, de los catorce participantes de ese encuentro, ocho tenían títulos de doctorado. En tenor similar, los que apoyaron e impulsaron la locura del militarismo japonés fueron los miembros de la elite intelectual, formados en las instituciones académicas más exclusivas del Japón.
Son amargas lecciones de la historia, que muestran en profundo la crueldad y la barbarie en la cual pueden hundirse los intelectuales, cuando no tienen una filosofía que los guíe. Los individuos cuya personalidad no ha sido refinada por una cultura auténtica son capaces de cometer actos brutales que niegan y anulan la condición humana.
Así como Ortega y Gasset recalcaba la importancia de la cultura y de una educación centrada en los estudiantes, el filósofo alemán Karl Jaspers abogó por el cultivo de la personalidad y del temperamento humano mediante la investigación. En mayo de 1945, inmediatamente después de caer la Alemania nazi, escribió La idea de la universidad, donde propuso reconstruir las universidades que habían sido arrasadas por el régimen del nazismo, del cual él mismo había sido víctima personal.
Jaspers señala: "Como la verdad es accesible a la indagación sistemática, la investigación es la labor más vital de la universidad". (8) Y dice, también: "Sólo puede enseñar aquel que ha investigado". (9)
Para Jaspers, la investigación constituye la esencia misma de todo establecimiento universitario. ¿Hacia qué fines o metas hay que encauzar la investigación? Según Jaspers, sencillamente dicho, hacia la humanidad. Leemos sus propias palabras: "La universidad, en su búsqueda de la verdad y de la superación del género humano, aspira a resguardar la humanidad de los individuos por excelencia. La humanitas es parte de su mismísima fibra, por mucho o muy profundamente que este término haya cambiado su significado".(10)
Jaspers creía que, "idealmente, la relación entre el profesor y los estudiantes implica una socrática igualdad de lugar, con mutuo hincapié en los criterios, y no en la autoridad". (11) Recalcaba que las personas cuyo intelecto y temple habían sido cultivados mediante el diálogo y el afán de la verdad, basadas en esta clase de lazo entre docente y educando, eran las más capacitadas para contribuir a la sociedad.
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