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LA DAMA DESHONRADA Sandra HillRESUMEN:Expulsada de la buena sociedad por haber tenido un hijo sin el beneficio del matrimonio, lady Eadyth de Hawk´s Lair pasaba sus días escondida bajo un voluminoso velo cuidando de sus abejas. Pero cuando el odiado padre de su hijo la amenaza con revelar la verdadera paternidad del chico para apoderarse de sus amadas tierras, lady Eadyth busca un esposo que reclame al niño como propio.Famoso por amar (y abandonar) a las mas hermosas mujeres del país, Eirik de Ravenshire era el soltero más viril de Inglatera. Pero cuando una misteriosa criadora de abejas le ofrece un compromiso de casto matrimonio a cambio de vengarse de su más odiado enemigo, Eirik no puede negarse. Sin embargo los cuidosos planes del caballero se vinienen abajo cuando sucumbe al dulce aguijón del amor de la Dama Deshonrada.Para Nellie Housel, cuyo amor incondicional inspira a todos los que tienen el privilegio de conocerla. A los noventa y dos años, Tía Nellie todavía lee novelas románticas y conserva la alegría de vivir y amar. Y todavía puede cantar a la tirolesa. 1Ravenshire Castle, Nortumbria, 946 d.C. —¡Maldito infierno! ¿Qué hace ella aquí? Eirik se bebió rápidamente a grandes sorbos el resto de cerveza en su copa de madera, luego la dejó de golpe sobre la alta mesa. Durante todo el proceso, miró con enfado como la alta figura, parecida a una caña se levantaba con delicadeza el dobladillo de su voluminoso vestido y daba un cauteloso paso hacia él por los mugrientos juncos. —Debe ser lady Eadyth de Hawks´ Lair — comentó Wilfrid, su senescal y su amigo desde hacía mucho tiempo. —Creí haberle dicho a la guardia que la echara en caso de que llegara de improviso. —Parecería que la dama finalmente te atrapó — dijo Wilfrid con una sonrisita —Desde luego, su persistencia es encomiable. —¡Ja! He conocido muchas damas bastante persistentes y madres demasiado celosas en estos dos años que he estado ausente de Ravenshire. Todo que quiero es un poco de bendita paz para… Su conversación terminó bruscamente con los salvajes gañidos de un perro. Los ojos de Eirik se abrieron con sorpresa cuando vio a Eadyth darle al animal otro rápido puntapié con su zapato de suave cuero cuando este extendió sus piernas traseras y se agachó en el suelo cerca de sus pies. Incluso a través del humo que oscurecía el gran salón, Eirik podía ver como se levantaban con desagrado las comisuras de sus labios cuando vio el asqueroso «regalo» abandonado por el enorme sabueso. Con las manos sobre sus caderas, la imprudente muchacha miró airadamente al sabueso que gimoteaba hasta que avergonzado se apresuó a apartarse de su vista. Eirik y Wilfrid rompieron a reir, con los sucios caballeros que holgazaneaban debajo de ellos en el salón. No había ningúna dama presente, aparte de las mozas que servían.¡Gracias a Dios! Esperaba que las cosas siguieran así. —¡Atrevida mujer! — refunfuñó Eirik finalmente, secándose las lágrimas de risa de los ojos con la manga de su raída túnica — Primero aparece sin ser invitada en mi castillo. Luego le da patadas mi perro. ¿Le pongo mi bota en su huesudo trasero y la mando alegremente a paseo? —Oh, déjala hablar. Puede que ese «asunto urgente» del que desea hablar nos proporcione una buena distraccion para disminuir nuestro aburrimiento. Eirik se encogió de hombros. —Tal vez. Yo por lo menos, siempre quise conseguir ver de cerca a la Joya Plateada de Northumbria. —Nay, Eirik. ¿No te has enterado? La Joya perdió su brillo hace mucho. ¿No sabes que los chismosos de la Corte ahora la llaman «la Joya Empañada»? — Susurró precipitadamente a modo de explicación. Las cejas de Eirik se arquearon con esceptico interés. Conocía perfectamente por experiencia propia la maldad de la nobleza de la Corte del Rey en Edmund, pero de todos modos se preguntó si las palabras de Wilfrid podrían ser ciertas. Mientras tanto, la mujer siguió recorriendo obstinadamente su camino hacia la tarima donde ellos estaban. Una matrona rechoncha y varios criados la siguieron pegados a ella como patos tras un esqueletico ganso. Se detuvo en un determinado lugar y levantó su arrogante nariz, como si estuviera oliendo el aire que tenia alrededor. Entonces dirigió una fulminante mirada de condena a Ignold, uno de los criados de confianza de Eirik, al tiempo que le gruñía unas palabras. El gigante y feroz guerrero, que nunca había retrocedido ante una batalla, solo la miró fijamente, boquiabierto. Eirik tenía una idea exacta de lo que le había dicho. Después del recuperar la capital nórdica en Jorvik primeramente ese año, y luego conquistar todo Strathclyde, el Rey Edmund había enviado a Eirik como su emisario bajo el estándarte del Dragón de Oro para negociar con el Duque de Normandía la liberación de su sobrino, Louis d´Outremer. Louis había sido capturado por los escandinavos de Rouen el verano anterior y luego rescatado por el Duque de los Francos, quien persistió en quedarselo como rehén durante varios meses. Finalmente, después de meses de negociaciones por parte de Eirik y muchas adversidades, Louis fue devuelto a su reino Franco. Muchos hird de Eirik, su contingente de tropas permanente, se habían rezagado la víspera, después del largo viaje de vuelta desde Tierras francas. Siguieron al pequeño grupo de criados que le habían acompañado quince días antes. Después de pasar semanas a bordo encerrados y luego montados a caballo sin bañarse, todos ellos apestaban. Incluso él había notado el olor penetrante y acre de los cuerpos sucios de los hombres cuando se dirigió antes a la letrina. Sin duda, la arpía de Hawks´ Lair había expresado su descontento. La muchacha siguió avanzando en su dirección, sin hacer caso de los comentarios obscenos de sus hombres que estaban sentados en pequeños grupos bebiendo hidromiel o el jugando a los dados. Parecía que todos ellos habían estado lejos de la sociedad educada demasiado tiempo. Una punzada de culpa atravesó la conciencia de Eirik. Quizás había sido grosero con ella al no hacer caso de sus cartas pidiendo ayuda para un ambiguo «asunto urgente». Pero sus huesos estaban cansados después de dos años de batallas y de llevar mensajes para su rey, y no digamos de esquivar continuamente las flechas de las intrigas políticas. No tenía nada que hacer con la vida de cloaca de los nobles; hombres o mujeres. Lo único que pedía era una pequeña temporada de paz. Eirik se reclinó en su silla, doblando despreocupadamente los brazos sobre su pecho y cruzando sus largas piernas a la altura de los tobillos. Entrecerró los ojos ojos y estudió a lady Eadyth más detenidamente, apenas capaz de ver su cuerpo o su cara bajo el vestido suelto y la limitación del griñón que llevaba. Sus ojos se llenaron de lágrimas por el humo y los entornó un poco más. Parecia tener el pelo gris recogido firmemente hacia atrás bajo el velo manchado de fango. Ningún rizo había escapado que dulcificara sus severos rasgos. Muy pensativo, Eirik se acarició el bigote con el dedo índice, de dehlante a atrás, algo que hacía cuando estaba perplejo o profundamente concentrado. —No pensé que fuera tan vieja. —Ni yo. Ambos miraron a la mujer en cuestión. Era alta y delgada, si la elegancia de su tobillo podía servir de indicación, cuando se levantó el dobladillo del vestido para evitar la basura. Sus senos de solterona parecían no existir en un pecho tan plano como su escudo de batalla. Pero lo mas feo era el ceño que mostraba su rostro. ¡Por los Huesos de Dios! Había venido buscando favores, y ni aún así podía controlar su expresión ácida. Eirik sonrió. Iba a disfrutar jugando a ser el gato con ese desaliñado ratón arrogante. Aclarándose la garganta, ella vociferó descaradamente desde abajo de los escalones de la tarima. —Con vuestro permiso permiso, Lord Ravenshire, quisiera tener una audiencia con usted sobre un asunto urgente. ¡Asunto urgente! ¡Asunto urgente! Eso era lo que todos decían cuando iban buscando favores. Eirik asintió de mala gana, y con un movimiento de su mano derecha a la mesa cercana indicó que los acompañantes de Eadyth debían ir a comer y beber. —Al parecer no recibisteis la misiva que envié — comenzó ella con voz afectada, sus labios apretados, blancos por la tensión. Dos pequeñas líneas en su frentes demostraban que el ceño fruncido debía ser permanente. Eirik casi se echa a reír cuando comprendió que a la mujer parecía enfurecerla humillarse ante él, que preferiría con mucho fustigarle con su afilada lengua por su descortesía. —Recibí su carta. Cuando él rehusó dar más explicaciones, la boca de Eadyth se abrió, dejando ver unos dientes sorprendentemente blancos y sanos para alguien tan mayor. Él se acarició el bigote pensativamente y guiñó los ojos para ver mejor. A pesar de las líneas de edad que rodeaban sus ojos y su boca, no podría ser tan anciana como él había pensado al principio. En realidad, la piel que cubría sus delicados huesos faciales era tan lisa como nata líquida en aquellos lugares donde el ceño no la arrugaba de manera desagradable. Lamentaba no poder verla mejor; le irritaba que su pobre visión le hiciera ver las cosas menos claramente icluso cuando los entrecerraba. —¡ Aaah! Un hombre honesto. ¡Que refrescante! —¿Esperabaís algo diferente? Esa es una virtud que valoro más que cualquier otra; es decir, la honestidad— estalló Eirik, extrañamente ofendido por su tranquila aceptación al haber admitido que había recibido su llamamiento y groseramente lo habia dejado sin respuesta. Su contestación pareció agradarle enormemente. —Sí, la mayor parte de veces esperó que carezcan de honradez. Por mi experiencia, no hay muchos hombres que sean realmente de confianza. —¿ O mujeres? —O mujeres — estuvo de acuerdo ella, inclinando levemente la cabeza, evaluándolo con audacia. Una sonrisa estiró los bordes de los labios finamente definidos de Eadyth con su perfecta hendidura justo en el centro y un pequeño y desconcertante lunar negro justo encima de la esquina derecha. En verdad, la mujer no era tan fea como un caballo, como había pensado al principio. Ah, su recta nariz era demasiado fuerte y arrogante para su gusto, y no digamos esa barbilla que sobresalía con terquedad, pero si no fuera por el pelo gris y el cuerpo delgado como una escoba, podría ser pasablemente hermosa. Mirándola detenidamente más de cerca, ahora podía ver que debía haber sido una belleza en su juventud — la Joya De Plata de Northumbria. La mano de Eirik se dirigió instintivamente hacia su bigote. Algo en el aspecto de la dama lo resultaba extraño. Pero entonces recordó las palabras de Wilfrid sobre el escándalo que la rodeaba. Ella era un enigma que todavía no podía descifrar. Sonrió para si ante la perspectiva de solucionar el misterio. —¿Puedo reunirme con vos? —Desde luego — él dijo, sintiendose castigado, como un muchacho, por sus suaves palabras que hablaban de fracaso al ofrecerle hospitalidad. Se puso de pie y la ayudó a subir los peldaños hasta la alta mesa, notando la delgadez de su brazo bajo la gruesa tela tela. Señor, ¿dónde había encontró un color rojo tan espantoso? Era más alta de lo normal pero de todos modos ella apenas le llegaba al hombro, según notó cuando la presentó a Wilfrid. Antes de sentarse, ella comprobó el asiento de su silla, sin duda buscando polvo. ¡Maldito infierno! Sólo se había ausentado de la casa unas semanas y tenía asuntos más importantes de los que ocuparse que los criados perezosos. Por un lado estaba Wilfrid fastidiandole para que aflojara las cuerdas de su bolsa para restaurar Ravenshire, y por otro esta inoportuna invitada mirándoles a él y a su castillo por debajo de su larga nariz. Alcanzando una copa vacía, la miró de forma significativa mientras limpiaba el borde con la manga de su túnica interior para disimular su fastidio. Luego vertió una bebida en ella y se la ofreció amablemente, esperando compensar su anterior carencia de modales. Eirik vio que ella tenía un cuidado especial en no dejar que sus dedos se tocaran. Y, mientras ella se bebia a sorbos la cerveza, él no pudo por menos que notar la leve arruga de desaprobación de su nariz. —No os gustan los perros ni tampoco la cerveza, por lo que veo— comentó él con irritación. —Nay, eso es falso. Me gustan bastante los perros, pero en su sitio, fuera del salón y las cocinas. Y en cuanto a su cerveza, es pasable — Su orgullosa barbilla se levantó un pocó más — Aunque estoy mal acostumbrada. Hago la mejor hidromiel de toda la Nortumbria con mi propia miel. —¿Realmente? Eso es extraordinario. No, el que usted elabore su propia hidromiel, si no que presuma de ello. Los ojos de Eadyth se elevaron y se cerraron, y el calor de su rubor tiño sus mejillas de rosa. ¡Bien! Pensó él. —Debo inclinarme ante vuestra sabia valoración de mis defectos, milord. Es cierto que soy presuntuosa. He olvidado las artes femeninas en los muchos años que he vivido apartada de la sociedad — pidió perdón Eadyth sin sentir vergüenza en absoluto — A veces olvido que las damas discretas deben ser mansas y débiles. Mi padre consintió mi independencia. Incluso aunque él no hubiera notado antes su barbilla orgullosa, que tenía tendencia levantarse tercamente, Eirik supo instintivamente que ella no se humillaba así a menudo. Una nota casi imperceptible de vulnerabilidad aguzó su voz, y Eirik se ablandó. —Era un buen hombre; su padre. Conocí a Arnulf hace años cuando vino a visitar a mi abuelo, Dar. Lamenté enterarme de su muerte. Eadyth asintió aceptando sus condolencias. —Según recuerdo, no teneis ningún hermano — siguió él— ¿Quién controla la Guarida de los Hawks´ Lair? —Yo lo hago. Sorprendido, se atragantó con la cerveza que había estado bebiendo a sorbos, y Wilfrid le dio unas energicas palmadas en la espalda. Los labios de Eadyth se levantaron en una sonrisa condescendiente, y la atención de Eirik se vio una vez mas atraída por el pequeño lunar que tenía al lado de la boca. Sabía que algunas mujeres se los pintaban. ¿Podría ser su caso? ¡Nay! Una mujer que se recogía el pelo atrás como una monja y llevaba tan simples vestidos despreciaría los vanos artificios. —¿Por qué la reacción de los hombres es siempre esa? Realmente, no entiendo por qué persisten en creer que mujeres que las mujeres son incapaces de hacer otra cosa que chismorrear y bordar. Eirik se echó hacia delante en su asiento y comenzó a mirar a Eadyth con interés renovado. —Mi experiencia es que la mayor parte de las mujeres son criaturas tontas, extraviadas y bastante contentas con hacer poco más que esto exactamente. Así fue ciertamente con mi esposa antes de que muriera. Si no fuera por la necesidad de herederos, le garantizo que la mayor parte de hombres desdeñarían la cama de matrimonio y conseguirían su placer en otra parte. La brusquedad de las palabras de Eirik no pareció molestar la sensibilida de Eadyth. De hecho, pareció apreciar su honestidad. Sus dedos trazaron un dibujo invisible sobre el tablero mientras le estudiaba detenidamente. ¿Por qué? se preguntó él. Eadyth se lamió los labios con nerviosismo, haciendo que sus ojos se dirigieran una vez más hacia el encantador lunar. Eirik miró, hipnotizado, como la punta rosada de su lengua se paseaba inconscientemente de una comisura a la otra, pasando por la hendidura del labio superior y luego atravesando su carnoso labio inferior. ¿Cómo sería hacer él lo mismo con su propia lengua? Eirik fantaseó, sintiendo una inmediata hinchazón en la unión de sus muslos. ¡Por Todos los Santos! se reprendió. Se comportaba como un muchacho inexperto. Realmente, llevaba demasiado tiempo sin una mujer, si una solterona podía excitarle con tanta fuerza. Y la desvergonzada moza le examinaba de manera penetrante y rara. Realmente, era una mujer de lo más extraña. —¿Vuestros ojos... son azules pálidos como un cielo de verano... como me han dicho?— preguntó Eadyth de improviso, arrancandole de sus lascivos pensamientos. Desconcertado por su extraña pregunta, Eirik retrocedió ligeramente. —Sí, son herencia de mis antepasados Vikingos. Eadyth asintió con aprobación. ¡Los Dientes de Dios! ¿Por qué se preocupaba la vieja arpía, de cualquier modo, de si sus ojos eran azules como el cielo, o marrones como la mierda? —No pareceis Escandinavo. Vuestro pelo es negro, ¿ no es así? — Ella lo preguntó de manera casual, pero Eirik podría asegurar por la palidez de sus nudillos, evidente incluso en la penumbra del salón, que su respuesta era importante para ella. ¿Por qué le hacía la moza preguntas estúpidas sobre el color de sus ojos y de su pelo? Él echó hacia atrás y la miró con desconfianza con los ojos entrecerrados. —Solo soy medio vikingo. Mi madre era sajona — Se mordió el labio inferior molesto por no poder averiguar a que estaba jugando, luego añadió maliciosamente — ¿Os gustaría ver mi mitad Vikinga? Wilfrid se rió con regocijo a su lado, pero Eadyth sólo se ruborizó intensamente y fingió no haber oído sus palabras. —Me refería a mis poderosos músculos para la batalla — añadió él burlonamente, levantando un musculoso brazo para que ella lo admirara— y a mi astucia para salir indemne de la casa de locos de la politica sajona. —Se dio un golpe en la cabeza como para demostrar que no estaba completamente hueca. Eadyth, que al parecer carecía humor, así como de belleza, no se rió de su broma. En cambio, apretó pensativamente los labios hasta convertirlos en una delgada línea mientras le examinaba con audacia. Finalmente, preguntó: —¿ Podemos hablar en privado, milord? Eirik puso una expresión neutra, sin traicionar ninguna sorpresa, antes de hacerle una señal a Wilfrid para que les dejara un momento. Ella tabaleó nerviosamente con sus delgados dedos sobre la mesa, como si estuviera considerando un serio problema, hasta que pareció tomar una decisión. Esperó hasta que Wilfrid bajó de la tarima, luego miró a Eirik directamente a los ojos. * * *—Tengo que casarme inmediatamente — soltó Eadyth sin más preámbulos — ¿Podríais vos estar interesado? Eadyth observó la lucha del hosco caballero para impedir que su mandíbula se aflojara. Después de la sorpresa inicial por la inesperada oferta, su cara se congeló en una máscara inexpresiva mientras trataba de entender su extraño comportamiento. ¡Ah! ¡Los hombres eran tan transparentes! Pensaban que las mujeres eran incapaces de pensar con lógica, y allí estaba su error, Eadyth había aprendido la lección durante los ocho años pasados viendo el poder de los hombres sobre las mujeres. Pero no era un poder absoluto, y ella se había hecho una experta en burlarse de ellos. ¿No había demostrado una y otra vez su capacidad para dirigir Hawks´ Lair, vendiendo sus propios productos en el mercado de Jorvik, la mejor miel e hidromiel y las mejores velas de cera de abeja de toda Northumbria? A Eadyth le fastidiaba tener que arrodillarse humildemente ante el hermoso y zalamero Lord de Ravenshire. ¡Como si a ella le preocupara si sus rasgos bellamente cincelados podían derretir los corazones de las criadas desde Yorkshire a Strathclyde! O que su labia pudiera hacer que una santa monja perdiera sus inhibiciones. No deseaba tener a ningún hombre como marido, y, desde luego, no a ese bruto harapiento en su castillo a punto de derrumbarse que la miraba levantando su arrogante nariz con desdén apenas disimulado. ¡Por el Aliento de santa Brigida! Pensar en asumir las obligaciones del matrimonio la hizo hundirse con aversión. ¡Obligaciones! Esa era la palabra clave aquí. Durante todos estos años, había rechazado convertirse en la propiedad cualquier hombre. Pero ahora no tenía ninguna otra opción. El tiempo se agotaba. Lo mejor que podría hacer era alcanzar un trato para obtener el mejor acuerdo de esponsales, uno que beneficiaría a su supuesto marido, pero que le permitiera conservar su libertad. ¿Estaría de acuerdo el Lord de Ravenshire? —Puede que mis oídos me estén engañando, milady. ¿Pedisteis mi mano en matrimonio? — Cuando ella asintio y levantó insolentemente la barbilla, resopló disgustado — Es incorrecto que negocieis en vuestro propio nombre. —¿Quién podría hacerlo por mí? Mi padre está muerto. No tengo ninguna familia — Se encogió de hombros — ¿Tan puritano sois y tanto temeis por vuestra virilidad que no podeis tratar directamente con una mujer? Eirik se sentó más recto, un músculo se contraía con ira en su mandíbula cuadrada ante su desafío. —Estais pisando terreno peligroso, estúpida mujer. Prestadme atención, no le temo a nadie, ni hombre ni mujer. Pedís negociar directamente. Bien, lo conseguireis. Directamente os digo: mi respuesta es «No». No estoy interesado en vuestra propuesta de matrimonio. Eadyth sintió que un molesto rubor subía por su cuello y calentaba sus mejillas. ¿Por qué no podía nunca contener su lengua? Acostumbrada a tratar con hábiles comerciantes y patanes retrasados, a veces olvidaba como ser diplomática. Con deliberado cuidado, doblegó su carácter con esfuerzo y se obligó a ir con cuidado hablar otra de nuevo. —Os pido perdón, milord, para mis impulsivas palabras. La urgencia de mi situación afloja mi lengua, pero, por favor ... por favor no rechaceis mi oferta antes de oir los detalles. Eirik vertió más cerveza en su copa y bebió a sorbos pensativamente, escudriñándola con los ojos entrecerrados, y obviamente encontrando que carecía de los atributos que buscaría en una esposa. Esto no la sorprendió. De hecho, había intentado hacer todo lo posible para no atraer las lascivas atenciones de los hombres desde el desastroso error de hacía ocho años. —Con todo el respeto que mereceís, milady, no tengo ningún interés en otro matrimonio; con cualquier mujer. Una vez fue bastante. —¿Nunca? — preguntó Eadyth, sorprendida — Creía que todos los hombres sentían la necesidad de tener herederos. Vuestra esposa no os dió ningún hijo, ¿verdad? Él sacudió la cabeza. —Mi hermano Tykir es mi heredero, y no tengo ningún deseo especial de perpetuar mi propia imagen — Inclinó la cabeza de manera inquisitiva, como si acabara de pensar en algo importante — Como mínimo, apenas os creería en edad de ser madre. —¿Eh? — Su comentario desarmó a Eadyth. Era cierto que muchas muchachas se casaban a la edad de catorce años, pero ella solo había visto veinticinco inviernos y seguramente estaba en edad de concebir un bebé. No es que quisiera. Y desde luego no con un patán tan grosero como él. ¿Pero cuántos años pensaba él que tenía? ¡Aaah! comprendió de repente, tocando su velo, era su pelo plateado lo que había provocado su equivocación sobre su edad; eso y las ropas deliberadamente holgadas que ocultaban sus curvas femeninas. Era una suerte que no la hubiera visto por la mañana mientras intentaba dominar los salvajes rizos que le llegaban hasta la cintura, metiendolos bajo el griñón, finalmente tuvo que recurrir a la grasa del cerdo para echar hacia atrás la rebelde mata. Al parecer, la manteca de cerdo también había logrado ocultar los luminosos destellos dorados bajo los hilos plateados. Pero entonces se le ocurrió una repentina idea pensamiento. Por suerte el error sobre su edad podía trabajar a su favor. Después de un desagradable; no, un desastroso encuentro con los deseos lascivos de un hombre, no tenía ningún deseo de otro. Metiendose en su papel, Eadyth casi sonrió mientras encorvaba ligeramente los hombros y forzaba una risa cascada en su voz, evadiendo su pregunta. —¡Je! ¡Je! ¡Je! Imagino que mi edad no tiene ninguna importancia si no deseais tener ningún heredero. De hecho, eso podría trabajar a nuestro favor. Su interés se despertó, Eirik se pasó los dedos por el pelo negro como el carbón que le llegaba a los hombros. Se acarició el bigote distraídamente, una costumbre que ella había notado varias veces mientras él la miraba cauteloso como un pájaro sí, como el cuervo que era. Y entornó los ojos con frecuencia. Finalmente, arqueó las cejas de manera inquisitiva sobre sus claros ojos azules. ¡Virgen Santa! Una mujer podría ahogarse en sus hipnoticas profundidades, admitió Eadyth para si, reprendiendose luego mentalmente por esa idea. En realidad, Eirik no era tan hermoso como Steven, el causante de sus problemas. El exterior pulido de Steven y rasgos delicadamente proporcionados se acercaban a la perfección, mientras que la dura belleza de Eirik era abiertamente viril, sus agudos angulos demasiado poderosamente masculinos para el gusto de Eadyth. Él la asustaba de un modo extraño. Forzandose a volver al asunto que tenía entre manos, continuó: —Permitidme que hable con franqueza… —¿ Por qué deteneros ahora? Eadyth fusiló a Eirik con una mirada fulminante. Por ahora no haría caso de su burla. Pero no pudo impedir que sus puños se abrieran y se cerraran convulsivamente mientras hablaba ella. Dios Bendito, la humildad era dura de tragar. —Tengo que casarme cuanto antes. Mi marido debe ser capaz de conducir a los hombres si hay una lucha, pero lo más importante es el talento político, la astucia para la política, evitando, de ser posible cualquier confrontación ¿Entendeis lo que quiero decir? —¿Por qué yo? — preguntó Eirik de manera cortante — Es obvio que no os sentís atraída por mis innumerables encantos. Él miraba con interés el movimiento revelador de sus nerviosas manos. Eadyth intentó tranquilizarse. Él veía demasiado. Y al mismo tiempo, no veía su verdadero aspecto. ¡Que extraño! Y su observación impertinente sobre sus «encantos» la molestó. ¿Estaba jugando con ella, considerando su reacia oferta como una excusa para hacer divertirse con ella? Desde luego, lo hacía. En su opinión, ella había sobrepasado con mucho la edad de estar interesada en los atributos de un hombre. ¡Suficiente! Estaba desperdiciando un tiempo precioso yendo de puntillas alrededor del peligroso problema que tenía entre manos. Él había dicho que valoraba la honestidad. Bien, le daría la dosis justa y le diría también lo que pensaba de sus «encantos». —Es cierto, no me siento abrumada de lujuria por vuestro espléndido cuerpo— comentó Eadyth sarcásticamente — Tampoco se me derriten los huesos en presencia de vuestra virilidad. Incluso apostaría que puedo soportar estar en vuestra compañía durante un rato sin desmayarme de adoración. En verdad, antes me casaría con vuestro apestoso perro que con vos, si eso solucionara mis problemas— Eadyth vio que se tensaban los músculos cuando apretó la mandíbula. ¡Bien! Ahora tenía toda su atención; no más sonrisas satisfechas o veladas alusiones — Pero vuestro sabueso no serviría en absoluto, ya veis, porque no tiene los ojos azules... ni el pelo negro. Ya mencioné antes que esos son requisitos indispensables para ser mi novio. —¡Ojos azules! ¡Pelo negro!— escupió Eirik — Tened cuidado, mujer, os estais sobrepasando. Y malgastais mi tiempo con una estúpida conversación sobre atributos físicos. No deseo casarme, sobre todo no con deslenguada arpía malhumorada. Y esa es mi última palabra sobre el tema — Se puso de pie como si la entrevista hubiera acabado. Las esperanzas de Eadyth se marchitaron con sus desdeñosas palabras, y un timbre alarma resonó en su interior . De nuevo había permitido que su repugnancia por un matrimonio forzoso le nublara la razón. —Tened — dijo rápidamente, empujando un documento hacia sus manos — Quizá deberiais examinarr lo que estais abandonando tan alegremente. Eirik la miró fijamente en un silencio sepulcral, pero finalmente miró el documento, sosteniéndolo en la mano. Examinó las letras y las cifras brevemente, luego se echó atrás de golpe en su silla, exhalando un ruidoso suspiro de impaciencia. —En nombre de San Cuthbert qué es esto? Eadyth pensó que el documento estaba claro ya que las palabras «Acuerdo de Esponsales» estaban claramente escritas en la parte superior con su propia y pulcra escritura. Quizá no sabía leer — Esa es la dote que ofrezco si estais de acuerdo con el matrimonio — explicó levantando orgullosamente la barbilla. Eirik la miró fijamente con incredulidad, durante un largo rato antes de volver al documento, leyendo en voz alta, —Quinientos mancuses de oro; doscientos acres de tierra que linda con Ravenshire al norte; veinte codos de delicado tapiz de seda de Bagdad; tres vacas; doce bueyes; quince esclavos, incluyendo a un tallador de piedra y un herrero; y cincuenta abejas reina, con aproximadamente cien mil obreras y diez mil zánganos — La miró de manera interrogante con una burlona sonrisa en los labios — ¿Abejas? ¿Para qué querría yo abejas? —Así es como he hecho mi fortuna, milord. No seais tan rápido para burlaros de lo que no entendeis. Él puso el documento sobre la mesa, entonces steepled sus dedos delante de su boca mientras se echaba hacia atrás en la silla y la estudiaba atentamente. Finalmente, habló, escogiendo las palabras con cuidado. —Es realmente impresionante; la dote que ofreceis. Y sorprendente. No hubiera pensado que Hawks´ Lair fuera un castillo tan próspero. Él sonrió entonces. Era una sonrisa muy agradable, reconoció ella para sí. Y Eadyth notó como sus muy expresivos ojos centelleaban de alegría. Realmente, podía entender por qué las mujeres se derretían a sus pies cuando dirigía este encanto letal hacia ellas. —¿Conoce el rey vuestra riqueza? Seguro que su consejo estaría interesado en subir los impuestos por ella. Eadyth se encrespó ante su ambiguo elogio. —Hawks´ Lair es una propiedad pequeña, pero utilizo cada uno de sus recursos manera eficiente. Sin embargo, toda la riqueza que he hecho, proviene de mi negogio de apicultura. Los últimos años han sido especialmente provechosos cuando mi reputación por el excelente hidromiel, la miel y las velas de cera; se ha extendido. Mis velas para medir el tiempo, en especial, producen un bonito beneficio. —¿Haceis los negocios vos misma? —Si, eso hago. Tengo un agente en Jorvik, pero siempre es prudente mantener un control sobre los que manejan tus asuntos. Eirik sonrió en silencio y sacudió su cabeza de un lado a otro con incredulidad. Eadyth se enfadó. —Encontraís graciosa la prudencia en los negocios. —Nay, os encuentro graciosa a vos, y a vuestras muchas contradicciones, milady. —¿Cómo es eso? —Venís por sorpresa a mi castillo, sin haber sido invitada, erizándoos como un erizo. Insultais a mi perro, mi cerveza, mi persona y mi honor, y aún así pedís mi mano en matrimonio. Sois noble, y sin embargo ensuciais vuestras manos con el comercio. Y... — Vaciló, pareciendo pensar que quizá había ido demasiado lejos. —¿Y qué? No os detengais ahora. Permitid que seamos completamente honestos el uno con el otro. —Bien, muchas veces oí que se referían a vos como «La Joya Plateada de Northumbria» debido a vuestra famosa belleza, pero yo la veo. Eadyth se encogió ante su apreciación dura pero honesta. En verdad, hacía todo lo que estaba en su poder para ocultarse independemente de la belleza que todavía poseía. No debería importarle que él no la encontrara nada atractiva, pero de algún modo lo hacía. Solo un vestigio de su antigua vanidad femenina, supuso. Cuadró los hombros y preguntó: —¿Hay algo más? —Sí, lo hay — Eirik hizo una pausa antes de continuar —Os comportais como una estirada monja terca que nunca se ha abierto de piernas para la verga de un hombre, y sin embargo me han dicho que fuisteis licenciosa en vuestra juventud. No puedo imaginar a una mujer como vos soportando el peso de un hombre, por no hablar de un hijo bastardo. Eadyth cerró sus ojos un momento, mal preparada para mencionar a su hijo John. Sabía que tendría que hablar del muchacho si Eirik estaba de acuerdo con la boda. Él era, después de todo, la razón por la que se veía forzada a una alianza tan repugnante. Pero había esperado sacar el tema en el momento oportuno. —Sí, tengo un hijo — admitió finalmente, mirándolo directamente a los ojose — ¿John es un obstáculo para este matrimonio? Eirik recorrió el borde de la copa con su largo y bien formado dedo índice, mientras él la estudiaba detenidamente. Eadyth notó que le faltaba el dedo meñique, cortado tiempo atrás en la base, y se preguntó distraídamente si lo habría perdido en una batalla o en un accidente. Su especulación fue interrumpida cuando él empezó a hablar despacio, al parcer escogiendo con cuidado las palabras. —Si encontrara a una mujer con quien quisiera casarme, un niño no me impediría pronunciar los votos. Sería falso por mí parte decir no preferiría a una virgen como esposa, pero entonces ¿a quién debo juzgar? Llevo el estigma de la bastardía yo mismo, y tengo dos hijas ilegítimas — Él sonrió abiertamente ante la vergüenza de ella — Parecen que tenemos un lazo en común. Eadyth rechinó los dientes y cerró los puños con tanta fuerza que las uñas se le clavaron en la suave carne de las palmas de las manos, causandole un intenso dolor. Quiso decirle lo que pensaba por haber engendrando dos hijas ilegítimos. No era culpa suya que su hijo hubiera nacido fuera del matrimonio. Pero él, un hombre soltero, podría haber tenido hijas legítimas. ¡Ah, con que desesperación le gustaría informarle que el único lazo que él compartía era con todos los hombres sin escrúpulos, carentes de moral, que pensaban que sus atributos masculinos eran regalos de Dios para ser introducidos indiscriminadamente en cada criada que se atrevía a cruzarse en su camino! La asqueaba. Ella, más que nadie, sabía como sufrían las mujeres por aparearse fuera del matrimonio, aunque se hubieran hecho abundantes promesas. Pero no podía expresar sus pensamientos. No ahora. Tenia que conseguir que consintiera en casarse. Una vez estuvieran casados, si llegaban a estarlo, entonces él iba a oir su opinión sobre el hecho de que hubiera engendrado dos bastardos. Su voz rezumaba una forzada cortesía cuando preguntó: —¿Eh? ¿Y dónde están las niñas? —Larise vive cerca con Earl Orm y su familia. Tiene ocho años. —¿Vivirá con vos ahora que habeis vuelto a Northumbria? Eirik se encogió de hombros inseguro. —No lo sé todavía. Depende de si decido quedarme en Ravenshire. ¡Que despiadado! Pensó Eadyth. ¿Cómo podía abandonar a su hija pequeña al cuidado de otros? ¡Pobre niña! ¿Y por qué no se quedaba en Ravenshire? Por suerte su ausencia podría trabajar a su favor en el caso de que se casaran. No quería ningún incomodo marido a su alrededor entorpeciendo su libertad. —¿Y la otra niña? Un breve destello de tristeza nubló sus ojos. —Emma solo tiene seis. Vive en un orfanato en Jorvik, desde que tenía tres años. Mi tío adoptivo Selik y su esposa Rain, mi hermanastra, se ocupan ella allí— Su voz se rompió con la emoción. Sus palabras dejaron perpleja a Eadyth. —¿Pero por qué un orfanato para esa niña, cuando no lo es realmente? La expresión de Eirik se hizo triste mientras contestaba sin rodeos: —He estado lejos de Ravenshire durante mucho tiempo y no he tenido ninguna casa que darle. Además, Emma no puede hablar, y tiene los especiales cuidados de Rain, que es una buena curandera — Entonces se puso rígido y dijo con resolución — No deseo hablar de Emma. —¿ Y sus madres? ¿Cómo pueden no ocuparse de ellas? —Ambas están muertas. ¿Ambas? Eirik había abandonado no a una, si no a dos mujeres, con la deshonra que ella tan bien conocía. ¡Miserable desgraciado! De todos modos se mordió la lengua para evitar decirle sus poco aconsejables opiniones. Debía ir con cuidado. —Tal vez yo pudiera ser la respuesta a sus oraciones. Eirik sonrió ampliamente por sus desafortunadas palabras, y Eadyth quedó deslumbrada, a pesar de si misma, por su carismático atracivo. —¿ Mis oraciones? Creo que no, milady. —Lo que digo — insistió Eadyth — es que si estuvierais de acuerdo en casaros yo podría ocuparme de vuestras dos hijas. —Con todo el respeto que mereceís, creo que una boda sería un precio demasiado alto meramente por cuidar de dos niñas. ¡Meramente! Eadyth se forzó a dejar a un lado su aversión y miró su túnica de brocado de seda, una vez de un brillante color azul zafiro, ahora descolorido por el tiempo y el uso, y el oro que adornaba el bordado de su sobreveste era un dibujo carente de significado. Un delicado broche de oro con forma de dragón con ojos de ámbar incrustados adornaba el hombro de su capa, pero, en conjunto, sus ropas hablaban de pobreza; eso y las paredes de su castillo a punto de derrumbarse y la falta de criados que se ocuparan del mugriento torreón. Además, mientras llegaba a su propiedad había notado que muchas chozas estaban vacias y que los campos llevaban largo tiempo sin cultivar. Decidió intentarlo de otra forma. —Con todo respeto os informo, milord Ravenshire, que la dote que os ofrecí podría ser bien empleada en el arreglo de vuestro castillo — sugirió ella sin hacer caso de la mirada de sorpresa que pasó por su rostro — Sé mucho sobre eso ¿sabeis? Si no tuvierais ningún interés en quedaros en él y desearais volver a la corte... o... o ir a donde quiera que sea... Yo estaría más que dispuesta a llevar vuestros asuntos. Vos tendríais monedas suficientes para comprar nuevas telas para elegantes ropas y reaprovisionar vuestras despensas y... — Sus palabras se murieron cuando comprendió que Eirik la miraba enfurecido con asombro. —¿Y qué haría yo mientras vos os… ocupais de todo? ¿holgazanear mientras miro como me crecen las uñas? Eadyth se limitó a mirarle fijamente, en absoluto preparada para una respuesta tan grosera a su amable ofrecimiento. —Señora, sobrepasais con mucho vuestros límites. ¿Tan poco respeto teneís por mí que pensais que no puedo manejar mis propios asuntos? ¿Cómo pasaría yo mi tiempo libre? ¿Trasegando cerveza? ¿En el lecho de cada criada que viera? Su expresión debió traicionar sus pensamientos, ya que ella, verdaderamente había esperado justamente eso, porque Eirik soltó un bramido que llamó la atención de varios caballeros que estaban abajo en el gran salón. Apretando los dientes, gruñó con desprecio: —¿Encontraríais también un modo de llenar vuestra propia vaina durante la noche de bodas Pero, por supuesto, vos no necesitaís ningún hombre. Alicaída, Eadyth suspiró con resignación. Obviamente, él no se casaría con ella ahora. —No quise ser irrespetuosa, milord. Sin embargo, os equivocais al decir que no tengo ninguna necesidad de un hombre. Necesito desesperadamente un marido. ¡Oh!, es cierto que no quiero a ningún hombre en mi cama. De realidad, si nosotros éstuveramos casados, podríais conservar a vuestras amantes sin que a mi me importara. —¿Cuantas amantes creeis que tengo exactamente? — preguntó Eirik divertido, pero serio. Eadyth agitó una mano en el aire como si el número no importara. —Teneis fama de tener muchas mujeres, y… —¿Tener muchas mujeres? — se atragantó —¿ Todas juntas? —No seais ridículo — dijo Eadyth, pero entonces sintió el calor en su cara ante la imagen. Sin pensarlo, comentó — No había comprendido que podía hacerse con más de una mujer a la vez. Eirik aulló de risa. Eadyth se encogió ante su burla y trató de continuar. —Sé que teneis una amante en Jorvik, y, si hay otras, no me importa. Él levantó una oscura ceja sorprendido —¿ Qué sabeis vos de Asa? Vuestros espías han hecho bien su trabajo, milady. Eadyth se encogió de hombros con desdén. —No tiene ninguna importancia. Ahora veo que no vais a casaros conmigo. Tal parece que tendré que comenzar mi búsqueda de nuevo para encontrar a otro hombre noble con el pelo negro y los ojos azules. —Realmente, me intrigais, milady. Explícaos. ¿Por qué esos requisitos? Eadyth vaciló a hablar de su hijo John con este hombre, pero, ahora que sus posibilidades de casarse con Eirik eran inexistentes, pensó que él podría ser capaz de aconsejarla. —El padre del muchacho se ha arrepentido, después de todos estos años, de haber negado su paternidad. Ha presentado una solicitud en el Witan para obtener la custodia de John para sus propios objetivos. Necesito un marido que me proteja en mi lucha. Y — vaciló, preguntandose cuanto más información podía proporcionarle — y sería de bastante ayuda para mi causa si ese hombre jurara que él era el padre de John, sobre todo si tiene el pelo negro y pálidos ojos azules, como mi hijo. Como su verdadero padre. Eirik echó atrás la cabeza y se rió ruidosamente. Cuando finalmente recuperó la calma, sacudió la cabeza, asombrado por su mente tortuosa. —Parece que habeis pensado en todo. ¿Pero qué os hace pensar que el consejo del rey prestaría atención a una demanda de custodía tan tardía por parte del padre? Eadyth se inclinó, acercándose para explicar. —El rey Edmund me ha apoyado en el Witan contra... contra ese horrible hombre todos estos años, principalmente por deferencia a mi padre que le sirvió lealmente, como hizo con su hermano el rey Athelstan antes de él. Fue la herida que mi padre sufrió en la Batalla de Leicester, al servicio de Edmund, lo que provocó su muerte. Mi posición se ha debilitado con la muerte de mi padre. —Edmund es un buen hombre. No falta a sus promesas de protección. Eadyth levantó una mano para indicar que había más. —Como bien sabeis, ha habido muchos intentos de acabar con la vida del rey, y Steven, ese innombrable diablo, adula al joven Edred, quien está destinado a ser el heredero ya que los hijos de Edmund son demasiado jóvenes. No hay ninguna duda de que Steven tendrá éxito si Edred sube al trono. Suspiró y se reclinó en la silla, cerrando los ojos con cansancio. Estaba agotada de toda ese lío, y ahora tendría que comenzar su búsqueda una vez más. Desde hacía rato, notaba el extraño silencio de Eirik. Cuando abrió los ojos, su expresión sombría y enfadada la sorprendió, toda esa rabia estaba aparentemente dirigida hacia ella. —¡Q…qué? — jadeó cuando él se puso bruscamente en pie de pie, y sin advertencia previa, la agarró por los brazos, levantándola de la silla y sujetándola en vilo para quedar frente a ella, nariz contra nariz, sujetándole los brazos a los lados. —El padre de vuestro hijo; ¿no será por casualidad Steven de Gravely?— preguntó con una voz acerada. Eadyth movió la cabeza, comprendiendo que sin querer debía haber pronunciado el nombre de Steven. Y no podía negar que Steven mereciera la mayoria de los insultos, era el más despreciable de los hombres. —Os abristeis de piernas para esa serpiente asquerosa y os atreveis a cuestionar mi conducta? La sacudió con tanta fuerza que sus dientes entrechocaron. Sabía que por a la mañana siguiente tendría marcas. Echando la cabeza hacia atrás, miró fijamente sus ojos helados. Su expresión tempestuosa la asustó, pero se negó a defenderse ante ese despreciable necio. En realidad, sólo una mujer podría entender lo que ella había hecho con Steven y por qué su traición la había herido tan profundamente. Finalmente, él la dejó caer a sus pies. Moviendo un dedo ante su cara, ordenó con una voz que no admitía réplica: —Permanecereis en mi castillo esta noche. Hablaremos de nuevo por la mañana cuando haya tenido tiempo para estudiar detenidamente todo que me habeis dicho. ¡La sangre de Dios! ¡Steven de Gravely! Me cuesta creer tanta coincidencia. —No entiendo — La mente de Eadyth se llenó de confusión. —No teneis nada que entender, muchacha — respondió él con desprecio— pero sabed esto: Todavía podeis obtener vuestro contrato de matrimonio. Y puede que el Buen Dios y todos los santos tengan compasión de vos entonces. Ya que yo no lo haré. |
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