Acto I versos 1-370 versos 371-758 versos 759-1182






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NOCHE DE SAN JUAN
de Lope de Vega



Sírvase notar que el texto presentado aquí está basado en varios impresos tempranos y modernos de la NOCHE DE SAN JUAN, según la edición de Anita Stoll quien nos la ha regalado. Luego fue preparado con codificación de HTML por Vern Williamsen, en 1995. El texto ha sido repasado varias veces por medios personales y electrónicos pero todavía puede contener errores de naturaleza tipográfica o de codificación. Si, por suerte, algunos se encuentran, haga el favor de escribir una nota a vwilliam@u.arizona.edu. Agradezco su ayuda en el trabajo de depuración. Este texto está presentado solamente para usos académicos. Para cualquier otro empleo, póngase en contacto con el encargado de la lista.


La base textualde esta edición es la Parte XXI (Madrid:Vda. de Alonso Martín, 1635) de las obras de Lope de Vega, cotejado con la edición de E. Cotarelo y Mori (Acad. N., Madrid, 1930) y la de Homero Serís (Madrid: Universal, 1935).

Vern G. Williamsen, 31 de enero de 1996.

Acto I

versos 1-370

versos 371-758

versos 759-1182

Acto II

versos 1183-1462

versos 1463-1798

versos 1799-2193

Acto III

versos 2194-2364

versos 2365-2626

versos 2627-3035

Electronic text by Vern G.Williamsen and J T Abraham

NOCHE DE SAN JUAN




Personas que hablan en ella:

  1. Don JUAN

  2. Don LUIS

  3. Don PEDRO

  4. Don BERNARDO

  5. TELLO, gracioso

  6. OCTAVIO

  7. MENDOZA

  8. CELIO

  9. FABIO

  10. LEANDRO

  11. RODRIGO

  12. LEONARDO

  13. Don ALONSO

  14. Don FÉLIX

  15. Don TORIBIO

  16. ALGUACILES

  17. Doña LEONOR

  18. Doña BLANCA

  19. INÉS, criada

  20. FENISA

  21. ANTONIA, criada

  22. LUCRECIA


ACTO PRIMERO




Salen Doña LEONOR, dama, e INÉS,

criada

LEONOR: No sé si podrás oír

lo que no puedo callar.

INÉS: Lo que tú supiste errar,

¿no lo sabré yo sufrir?

LEONOR: Perdona el no haberte hablado,

Inés, queriéndote bien.

INÉS: Ya es favor de aquel desdén

pesarte de haber callado.

LEONOR: No me podrás dar alcance

sin un romance hasta el fin.

INÉS: Con achaques de latín,

hablan muchos en romance.

LEONOR: Las destemplanzas de amor

no requieren consonancias.

INÉS: Si sabes mis ignorancias,

lo más claro es lo mejor.

LEONOR: ¿Tengo de decir, Inés,

aquello de escucha?

INÉS: No,

porque si te escucho yo,

necio advertimiento es.
LEONOR: Vive un caballero indiano

enfrente de nuestra casa,

en aquellas rejas verdes,

cuando está en ellas, doradas.

Hombre airoso, limpio y cuerdo,

don Juan Hurtado se llama;

dijera mejor, pues hurta,

don Juan Ladrón, sin Guevara.

Éste, que mirando en ellas,

las tardes y las mañanas,

no curioso de pintura

los retratos de mi sala,

sino mi persona viva,

como papagayo en jaula

siempre estaba en el balcón

diciendo a todos: "¿Quién pasa?"

Debió de pasar amor,

que como el rey que va a caza

a las águilas se atreve,

cuanto y más a humildes garzas.

Parándose alguna vez,

preguntóle cómo estaba;

respondió: "Como cautivo,"

y miraba mis ventanas.

De sus ojos y su voz

a mi labor apelaba;

mas pocas veces defienden

las almohadillas las almas.

Muchas, te confieso, amiga,

que los ojos levantaba

por ver si estaba a la reja,

que no por querer mirarla.

Di en cansarme si le vía,

¡oh, qué necia confianza!

que pesándome de verle,

de no verle me pesaba.

Dicen los que saben desto,

Inés, que el amor se causa

de unos espíritus vivos

que los ojos de quien ama

a los opuestos envían,

y como veneno abrasan

de aquellas sutiles venas

la sangre más delicada.

Por esta razón, los niños,

en los brazos de sus amas,

enferman de quien los mira,

aunque es la causa contraria;

que allí mira el niño amor,

pero aquí padece el alma,

que las niñas de los ojos

las de las almas retratan.

En la Vitoria una fiesta,

que en guerra de amor no falta

la vitoria a quien porfía

y más si está la esperanza

tan cerca del Buen Suceso

el tal indiano esperaba

que yo llegase a la pila;

llegué, y al tomar el agua,

como que hacía lo mismo

me echó un papel en la manga.

¿No te dije yo al principio

cómo Hurtado se llamaba?

¿Pues qué mayor sutileza

viniendo entre gente tanta?

Tomaba con una mano

el agua y con otra echaba

el papel, en que fué cierto

lo que dicen del que anda

entre la cruz y la pila.

Pasaron dos horas largas

mientras en la iglesia estuve,

donde, por más que rezaba

más al papel atendía

que a las imágenes santas.

Quise romperle mil veces,

y cuando ya le sacaba

parece que me decía:

"Señora, ¿por qué me rasgas?

¿Qué perderás en saber

cómo escriben a sus damas

los amantes?" Pero yo,

aunque con mudas palabras,

"No, traidor," le respondía,

"aquí morirás, que llamas

para papeles de amores

suelen ser manos honradas".

Entre si le rasgo, o no

¡oh, cuánto yerra quien halla

luz para atajar principios

y los remedios dilata!

Comencé a rasgarle, y luego

detuvo el amor la espada,

porque es ángel que defiende

papeles cuando honras mata.

Volvió, en fin, por las razones,

y la razón desampara,

afeándome la muerte

de un pobre papel sin armas.

El vino conmigo, en fin,

y en mi aposento, sentada

en mi cama, vi el papel,

cortés, como quien engaña,

y breve, como discreto,

y aquella máscara santa

del matrimonio, en los hombres

treta que ha perdido a tantas.

Anduve desde este día

triste y alegre, cansada

de sufrir mis pensamientos,

que resistidos desmayan.

Don Juan, como pescador

que al pez el sedal alarga,

cuando ya le tiene asido

y va mudando la caña,

envióme una mujer

destas que cuentan por habas

los sucesos por venir;

negro monjil, tocas blancas,

cuentas de no dar ninguna,

que cruz y muerte rematan,

cruz de matrimonios que hacen

y muertes de honras que acaban.

Yo no sé, por no cansarte,

con qué hechizos o palabras

trocó mi honesto deseo,

que a dos visitas estaba

como don Juan me quería,

claro está, que enamorada.

Respondí al papel, y a muchos,

por esta fingida santa,

a quien mi casa venera

y a quien mi hermano regala.

En fin, dando yo lugar,

todas las noches me habla

por esas rejas don Juan;

porque, después de acostada,

vuelvo a vestirme y salir;

porque cuando el amor danza,

no hay Conde Claros, Inés,

que así salte de la cama.

Hablamos hasta que el sol

nos envía, con el alba,

a decir que ya es de día,

porque los ojos no bastan.

Así pasamos las noches,

y te prometo que es tanta

la blandura y discreción

de don Juan, y que me trata

con tan honesto respeto,

que, perdida y obligada,

pienso advertir a mi hermano

de que mi vida se pasa

sin que de mi estado trate;

que, divertido en sus damas,

como caballero mozo,

ni se casa, ni me casa;

porque somos las mujeres

fruta que con flor agrada,

y del tiempo en que se coge

siempre es mejor la mañana.

Esta, Inés, la historia ha sido,

y, cuanto amorosa, casta,

no le di mano sin ser

sobre lágrimas prestadas.

A quien no lo pareciere,

pruebe a ser un año amada,

que oír y no responder

sólo es bueno para estatuas.

Yo defendí mi valor;

pero donde el cielo es causa

y dos almas se conforman,

ninguna prudencia basta.
INÉS: Aunque has pensado que yo

no entendía tu inquietud

y estimaba la virtud

de quien el papel te dio,

sabe que todo lo sé

y de Tello, su criado,

que alguna vez me ha fïado

tus pensamientos, en fe

de un poco de voluntad.

LEONOR: ¿Quiéresle bien?

INÉS: Es discreto.

LEONOR: Bueno andaba mi secreto.

INÉS: ¿Parécete novedad

que donde mira el señor

siga su ejemplo el crïado.

LEONOR: Mi hermano, Inés, ha llamado.

¡Ay, Dios!

INÉS: ¿De qué es el temor?

LEONOR: De venir con él don Juan,

a quien él jamás habló.

INÉS: ¿Don Juan?

LEONOR: Ya le he visto yo,

y mil sospechas me dan.
Salen Don JUAN, Don LUIS y TELLO

LUIS: Creed, señor don Juan, que estoy corrido

si bien no culpa, encogimiento ha sido

no haberos visitado.

JUAN: Confieso que en lo mismo estoy culpado,

siendo mi obligación.

LUIS: Antes la mía,

que ofreceros debía,

mi casa y mi amistad, por caballero,

vecino y forastero.

JUAN: Mostráis lo cortesano y lo discreto

en honrarme, don Luis, y yo os prometo

que el amor me debéis con que os hacía

mil visitas el alma cuando os vía,

con mil ansias de ser amigo vuestro.

LUIS: Estrellas tuvo el pensamiento nuestro,

ellas nos concertaron, pues ha sido

igual amor el que nos ha vencido;

servíos desta casa llanamente.

JUAN: Esclavo seré suyo eternamente.

¿Es vuestra hermana esta señora?

LUIS: Hoy quiero

que conozcáis mi hermana. El caballero,

Leonor, que miras es don Juan Hurtado,

ya sé que tu retiro recatado

aun no sabrá que fué nuestro vecino

desde que a España de las Indias vino.

JUAN: (¡Cielos, qué dicha es ésta!) Aparte

Señora, a tantas honras, la respuesta

es el silencio mudo,

que es la lengua mejor de quien no pudo

satisfacer su obligación hablando.

LEONOR: Y yo, señor don Juan, quiero, imitando,

si no el ejemplo, el pensamiento vuestro,

decir callando del contento nuestro

alguna parte breve

por mi hermano y por mí.

LUIS: Todo se debe

al valor de don Juan.

JUAN: Embarazado

de tantas honras, casi estoy turbado;

aunque no lo supiera,

por hermanos, señores, os tuviera,

viendo tan parecida cortesía.

LUIS: Retírate, Leonor, que hablar querría

a solas con don Juan.

LEONOR: Como quisieres,

aunque la condición de las mujeres

lleva mal los secretos.
Aparte a TELLO

JUAN: (Tello, ¿que es esto?

TELLO: Del amor efetos;

que se pega también, y es cosa llana

que a don Luis se le pegó su hermana.
JUAN: Si hacemos amistad, ¡ay, Leonor mía!,

aquí veré tu sol sin celosía.)
[Aparte las dos]

LEONOR: (Inés, detrás desta cortina quiero

escuchar a mi hermano, que me muero

de varios pensamientos combatida.

INÉS: ¿No ves que es amistad?

LEONOR: ¿Y si es fingida?)
Escóndense las dos

LUIS: Señor don Juan, ya que habemos

nuestras almas declarado,

fuera engaño haber callado

lo que en su centro tenemos;

sin prólogos, sin extremos,

ya sois dueño de la mía.

LEONOR: ¡Ay, qué desdicha sería,

Inés, que se declarase!

INÉS: Mas aguardo que te case.

TELLO: (No hay secreto sin espía: Aparte

las dos escuchando están;

que mujeres, por saber,

y más cuando hay que temer,

ventanas en bronce harán.

LUIS: Yo quiero, señor don Juan,

al más hermoso sujeto

deste lugar, y aunque a efeto

de casarme, como es justo,

no corresponde a mi gusto,

ni en público ni en secreto.

Creer que es honestidad

a mi amor, está muy bien;

que en un público desdén

hay secreta voluntad.

Tenéis vos tanta amistad

con el dueño desta dama,

que no fué mayor la fama

de Pólux y de Castor;

por donde piensa mi amor

que la fortuna me llama.

Pero ya ¿qué tiempo aguardo,

cuando tan bien me entendéis,

pues dice que lo sabéis

la amistad de don Bernardo?

Que este mi desdén gallardo

trujo de Sevilla aquí,

como su hermano, y yo fui

dichoso en que van despacio

sus negocios en palacio,

pero muy aprisa en mí.

Blanca me mata, en efeto;

yo me querría casar;

nadie lo puede tratar

como un amigo discreto;

vos lo sois, y yo sujeto

a cuanto vos concertéis.

En dote no reparéis,

que bien sabréis cuál me veo

si en posesión o en deseo

alguna prenda tenéis.

JUAN: Si no tuviera por cierto

el fin de tan justo amor,

sabiendo vuestro valor,

no me obligara al concierto;

será de Bernardo acierto,

de Blanca será ventura;

en vuestro valor segura,

bien os empleáis los dos,

vos en ella y ella en vos;

a tal fe, tal hermosura.

Y así, desde ahora os doy

parabién, que lo que es justo

lleva de su parte el gusto;

conque a decírselo voy.

De Blanca seguro estoy,

que si os trató con desdén,

no fué desprecio; que quien

sabe que se ha de casar

todo lo quiere guardar

para cuando le esté bien.

Allá en Sevilla tenía

ciertos pensamientos yo,

que la ausencia dividió,

y de experiencia sabía

que una amorosa porfía

quiere presta ejecución;

yo os traeré resolución

tan presta, si me la dan,

que hoy, víspera de San Juan,

juréis de la posesión.

LUIS: Echaréme a vuestros pies.

JUAN: Dejad cumplimientos vanos.

LUIS: Dadme siquiera las manos.

JUAN: Guardaldas para después.

Vamos, Tello.

TELLO: Mira a Inés

con la divina Leonor.

JUAN: ¿Acecharon?

TELLO: Sí, señor.

JUAN: Tello, si don Luis se casa,

yo soy dueño desta casa.

TELLO: San Juan nos dé su favor.
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