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Don Alonso Quijano y sus amigos de la Mancha

Retablos sobre esa historia, en dos partes.

Ideados por José Mª Ortega para el TES de RONDA con textos del Quijote de Miguel de Cervantes.


Para representar en el 400 aniversario de la publicación de la 1ª parte del Quijote.

Año 2.004

Reparto por orden de aparición:
D. Quijote

Ama

Sobrina

D. Miguel de Cervantes

D. Vicente Espinel

Sancho Panza

Alguacil 1

Alguacil 2

Cura

Barbero

Labrador

Tres bailarinas


Primera Parte
Antes de abrirse el telón, está sonando una pieza de música del Barroco. La pieza será muy danzarina. Sobre el fondo de esta música se oye, en off, el principio del Quijote, en tono muy pausado:”En un lugar de la mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…”. El texto sigue pero al comenzar a abrirse el telón se va perdiendo, despacio, la voz en off. Al abrirse el telón, tres bailarinas están bailando la pieza que está sonando. Al término de la música las chicas se han retirado quedando la escena de la siguiente manera:
En el centro de la misma aparece una cama grande con un dosel, que tendrá la forma de un libro enorme abierto y desde sus cuatro esquinas saldrán las columnas que lo sujeten a la cama; en una de las hojas exteriores del libro se podrá leer:”Don Quijote de la Mancha”, las interiores representarán el texto. El dosel estará situado de manera que se pueda leer la portada. En la cama se encuentra recostado D. Quijote, de manera que se vea todo el medio cuerpo del personaje, el resto estará cubierto por el vestido de la cama; éste será de la época y con muchos colores. Así mismo el personaje estará vestido con un camisón blanco largo, atado por el cuello y un gorro de dormir.
La escena estará distribuida de la siguiente manera:

Se utilizará la caja negra como decorado básico. En el foro aparecerá un altillo que tendrá forma de mostrador, con objeto de que los personajes puedan situarse detrás del mismo para leer .Por la escena libros enormes y desordenados, unos abiertos, otros cerrados, y todo en tonos de cuero: marrones y beig. Los laterales estarán ocupados por patas negras donde se habrán colgado motivos cervantinos, a todo el alto de la escena. En el proscenio, enfrentados entre ellos, pero en distinto nivel de altura, hay dos atriles con un libro abierto cada uno. Estos serán utilizados por dos alguaciles que leerán los textos que marque la obra y, una vez finalizada la lectura, quedaran sentados detrás de los atriles, sin que el público los vea El libro se supone que es: EL Quijote.
La escena comienza cuando han dejado de bailar y de sonar la música. Esta pieza será la sintonía de la obra a lo largo de la misma.
D. Quijote está dormido con un libro que se le ha caído de las manos. La escena está en penumbras. Entran, por la derecha, una su sobrina y el ama que encienden la luz y quedan al pie de la cama mientras esté en escena el alguacil 2. La luz sigue siendo una luz tenue como la de la habitación de un enfermo. Lado, los del espectador. Se enciende el foco cenital de la derecha y aparece el alguacil nº 1, ocupará el lateral izquierdo y el nº 2, el lateral derecho.
Alguacil 2. – “Dichosa edad y siglo dichoso aquel donde saldrán a la luz

las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronce, esculpirse en mármoles y pintarse en tablas, para memoria en lo futuro. ¡Oh tú, sabio encantador, quienquiera que seas, a quien a tocar el ser cronista desta peregrina historia! Ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno mío en todos mis caminos y carreras. ¡Oh princesa Dulcinea, señora deste cautivo corazón! Mucho agravio me habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme no parecer ante la vuestra hermosura. Plégaos, señora, de membraros deste vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestro amor padece”.
(Desaparece el alguacil detrás del atril y se apaga, suavemente, el cenital dando paso al dialogo siguiente)
Ama. – (Trae una bandeja con una escudilla y una cuchara) ¡Vamos! Alonso despierte que le hemos preparado un poco de caldo de gallina. No puede estar todo el día durmiendo y soñando.
D. Quijote. – ¡Qué de cosas he soñado! A veces se entremezclan los sueños con mis lecturas y parecen reales. ¡Qué misterio es este de los sueños! En fin, veamos ese caldo de gallina que me ha preparado vuestra merced. Y, tú, Juana, ¿qué andas trapicheando por la hacienda?
(El Ama ha situado una bandeja sobre el regazo del D. Quijote que empieza a tomar el caldo que le han traído. Mientras lo hace mantiene la conversación que sigue.)
Sobrina. – Desde que usted está en cama, estoy en las tareas del corral: ordeñando vacas y cabras, alimentando conejos, gallinas, recogiendo huevos y ayudando al ama en las tareas de la casa.
D. Quijote. – Los terneros de este año será conveniente que se busque en el pueblo quien los quiera comprar para carne. Los lechales sacrificarlos y venderlos en el mercado e ir seleccionando los cerdos que vamos a matar.
Sobrina. – Eso quería consultarle. Acaso, tengamos que separar de esta añada algunos más que de costumbre ya que, como dejamos de la pasada más hembras, hay un buen número para sacrificar.
D. Quijote. – Los que sean más de los cinco, que venimos utilizando para nuestra matanza, habrá que ver la posibilidad de venderlos, también, en el mercado.
Ama. – ¿Y, por qué no los matamos nosotros, con la ayuda de alguien? Y así podremos vender el producto ya elaborado; con ello conseguiremos más dinero que si los vendemos en vivo.
Sobrina. – Pero eso va a representar mucho trabajo para nosotras y más días.
Ama. – Al final puede ser lo mismo y el beneficio nos compensará.
D. Quijote. – Se puede avisar a la vecina, su marido y su hijo y con ellos, el caporal, su mujer y ustedes, se puede reunir una cuadrilla de personas que pueden hacer la matanza. A ellos, después, se les puede compensar con productos de la misma, que les vendrán muy bien para el invierno.
Sobrina. – Como usted diga tío.
D. Quijote. – Pero no lo podemos dejar. Ya está avanzado el tiempo y se nos echa encima el invierno. Así que avisad al resto y podréis empezar esta semana. Ama, usted, encargue los testamentos para la matanza, una vez que sepamos los cerdos que vamos a sacrificar.
Ama. – Yo creo que, además de los cinco que matamos cada año, éste le añadiremos otros nueve, de un poco más de diez arrobas, que son los que hay de más.
D. Quijote. – Está bien, que sea. Me gustaría también que le avisara usted al escribano, tengo algo que dictarle, a la vista de mi estado de salud.
Sobrina. – Usted no debe preocuparse ahora más que de ponerse bien. Ya tendrá tiempo cuando esté bueno del todo de dictar lo que quiera.
D. Quijote. – Más vale que las cosas se vayan dejando apañadas. Hoy me noto algo más cansado. Y me gustaría dormirme de nuevo.
Sobrina. – Como usted quiera, tío.
D. Quijote. – Bien, ahora dejadme reposar. El caldo está buenísimo y me ha calentado un poco el cuerpo. Gracias.
Sobrina. – Vuesa mereced, me va a perdonar. Pero, ese recaudador que estado aquí varias veces hablando con usted y con algunos vecinos más, ha sabido en la venta que estaba usted algo malo y al paso quiere verle. Viene acompañado por, dice él, un amigo suyo, licenciado.
D. Quijote. – Pues hazles pasar y adviérteles de mi estado, para que no me entretengan mucho.
Sobrina. – Al momento. – (Juana y el Ama, salen. Esta última se lleva la bandeja que trajo).

(Don Quijote queda sólo unos momentos y al cabo entra la Sobrina seguidas de Miguel de Cervantes y de Vicente Espinel.
Sobrina. - ¡Pasen señores!
Cervantes. – Perdone que le molestemos, D. Alonso, pero en la venta nos han hablado de su repentino mal y no he querido seguir sin visitarle.
D. Quijote. – Muy agradecido. Espero que esta vez no sea para cobrar de nuevo los impuestos.
Cervantes. – No. Voy hacia Córdoba, para hacer unos asuntos de mi obra y de camino acompañaré a mi amigo Vicente que va para Ronda. A propósito, no les he presentado: Mi amigo Vicente Espinel. Importante músico, mejor versificador y capellán de la Capilla del Obispo de Plasencia en Madrid.
Espinel. – Encantado de conocerlo D. Alonso.
D . Quijote. – Encantado de conocer a personaje tan ilustre. Y, de ¿dónde sois?

Espinel. – Yo, señor, soy de Ronda.
D. Quijote. - ¿Ronda? Donde está Ronda.
Espinel. – Ronda es de Andalucía también. Un poco al sur de Sevilla y al Oeste de Málaga. Es una Ciudad privilegiada, escondida entre montañas y subida sobre enormes riscos.
D. Quijote. – Van vuestras mercedes muy lejos. Algo de interés debe llevarles.
Espinel. – Yo voy a recoger un beneficio de mis antepasados a mi Ciudad y me ofreció Miguel la posibilidad de pasar por Córdoba y ahora de visitarle a usted. Así, que vamos en buena compaña, pues en estos tiempos nunca se sabe de qué debamos guardarnos.
Cervantes. – Yo, a cuestiones de los impuestos reales y a ver al Comendador de Córdoba. A la vuelta tenía pensado pararme, que ya iría con menos prisa, para hablar de mi obra y de la vinculación que ya hablamos, en mis visitas anteriores, que tendrían usted y nuestros amigos, el Cura, el Barbero, Sancho, el bachiller Sansón Carrasco y los otros vecinos. Así, que, si no le importa, me gustaría, a la vuelta tener una charla con ellos y usted.
D. Quijote. – Si voy mejor en mi estado de salud, cuente con ello. De todas maneras, ¿cómo lleva la historia?
Cervantes. – He terminado la primera parte y ahora me tomaré un tiempo para buscar el albacea que me la publique y también para arreglar algunos asuntos familiares.
D. Quijote. – Sí, eso me parece bien, pero ¿cómo es realmente la historia?
Cervantes. – Quizás se la deje leer a la vuelta, pero de todas maneras y a la vista de lo que a vuesa merced le gustan los libros de caballerías, lo he convertido en caballero andante y acompañado de su inseparable Sancho y de sus amigos le he hecho vivir aventuras que no sé si le van a gustar del todo.
Espinel. – Algo he escrito yo también sobre temas caballerescos, sólo que he situado como base al Escudero y no al caballero. Lo he llamado “Vida del Escudero Marcos de Obregón, que era un pillo de mi pueblo al que he hecho vivir parte de la vida que yo he llevado.
D. Quijote. – Me sentiré muy honrado si me dejan leer esas aventuras. Yo no le tomaré a mal que me haya utilizado para enviar algún tipo de mensaje a los demás. En estos tiempos se necesita de ellos para que moralicen y enseñen la base de la vida. En cuanto a los libros que leo, los voy a tener que dejar, pues me hacen soñar cosas extrañas que, a veces, se convierten en pesadillas.
Cervantes. – Pues, por esos caminos va mi libro. En fin, ya lo leerá y me dirá lo que definitivamente le parezca. Ahora le vamos a dejar. Nos ha advertido su sobrina que no le cansemos. En todo caso, como en Córdoba vamos a estar varios días en “El Caballo Rojo”, que es una posada muy conocida por mi amigo Vicente, terminaré de darle el último retoque al libro.
D. Quijote. – Entonces, a la vuelta, lo podré leer terminado. Y el suyo licenciado, si no le importa, me lo puede hacer llegar por el medio que crea oportuno. Así dejaré de leer estos y me entretendré con su pillo escudero.
Espinel. – Así lo haré, téngalo por seguro. En todo caso recogeré alguno que debo tener en Ronda, en la Posada de las Ánimas, que es de mi familia, y a la vuelta se lo dejaré.
Cervantes. – Entonces, hasta la vuelta, querido amigo y cuídese.
Espinel. – Hasta la vuelta, entonces, y he tenido mucho gusto en conocerle.
D. Quijote. – (Llamando) ¡Juana! Mi sobrina les acompañará. Gracias por la visita y hasta la vuelta.
Sobrina. – Dígame, tío.
D. Quijote. – Acompaña a los señores.
Sobrina. – Si me acompañan. (sale la sobrina seguida de Cervantes y de Espinel.)
D. Quijote retoma el libro que estaba leyendo y comienza a leer mientras suena, muy suavemente, la sintonía de la obra. D. Quijote empieza a leer y al cabo de unos segundos se queda dormido y el libro vuelve a caer de sus manos. En este momento aparece por un lateral del altillo Sancho Panza. Al mismo tiempo aparecen los dos alguaciles, vestidos a la época y una luz cenital que, suavemente, cae sobre ellos y los dos atriles. Los dos empiezan a leer la parte del Quijote en la que D. Quijote propone a Sancho Panza que sea su escudero).
Alguacil 1. – (El del lateral izquierdo) “En este tiempo solicitó D. Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien (si es que este título se puede dar al que es pobre), pero de muy poca sal en la mollera. Tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el pobre se determinó de salirse con él y servirle de escudero. Decíale, entre otras cosas:
D. Quijote. - (Leyendo el texto desde la cama) “Disponte, amigo Sancho, a venir conmigo de buena gana, porque tal vez me pueda suceder aventura que ganase, en quítame allá esas pajas, alguna ínsula, y te dejase a tí por gobernador della”.
Alguacil 1. – “Con estas promesas y otras tales, Sancho Panza, que así se llamaba el labrador, dejó su mujer y hijos y asentó como escudero de su vecino”……..
Alguacil 2. – “Don Quijote avisó a su escudero Sancho del día y la hora que pensaba ponerse en camino, para que él se acomodase de lo que viese que mejor le era menester; sobre todo, le encargó que llevase alforjas. Él dijo:
Sancho Panza. – (Leyendo el texto desde el altillo) Sí llevaré, y que ansímesmo pienso llevar un asno que tengo muy bueno, porque yo no estoy muy ducho en andar mucho a pié.
Alguacil 2. -En lo del asno reparó un poco don Quijote, imaginando si se le acordaba si algún caballero andante había traído escudero caballero asnalmente ; pero nunca le vino alguno a la memoria; mas, con todo esto, determinó que le llevase, con presupuesto de acomodarle de más honrada caballería en habiendo ocasión para ello, quitándole el caballo al primer descortés caballero que topase. Proveyóse de camisas y de las demás cosas que él pudo, conforme el consejo que el ventero le había dado; todo lo cual hecho y cumplido, sin despedirse Panza de sus hijos y mujer, ni don Quijote de su ama y sobrinas, una noche se salieron del lugar sin que persona los viese; en la cual caminaron tanto, que al amanecer se tuvieron por seguros de que no los hallarían aunque los buscasen”.
Alguacil 1. – “Iba Sancho Panza sobre su jumento como un patriarca, con sus alforjas y botas, con mucho deseo de verse ya gobernador de la ínsula que su amo le había prometido. Acertó don Quijote a tomar la misma derrota que él había tomado en su primer viaje, que fue por el campo de Montiel, por el cual caminaba con menos pesadumbre que la vez pasada, porque, por ser la hora de la mañana y herirles a soslayo los rayos del sol, no les fatigaba. Dijo en esto Sancho Panza a su amo”:
Sancho Panza. –“Mire vuestra merced, señor caballero andante, que no se le olvide lo que de la ínsula me tiene prometido; que yo la sabré gobernar, por grande que sea”.
D. Quijote. – “Has de saber, amigo Sancho Panza, que fue costumbre muy usada de los caballeros andantes antiguos hacer gobernadores a sus escuderos de las ínsulas o reinos que ganaban, y yo tengo determinado de que por mí no falte tan agradecida usanza; antes pienso aventajarme en ella; porque ellos algunas veces, y quizás las más, esperaban a que sus escuderos fuesen viejos, y ya después de hartos de servir y de llevar malos días y peores noches, les daban algún título de conde, o, por lo mucho, de marqués, de algún valle ó provincia de poco más o menos; pero si tú vives y yo vivo, bien podría ser que antes de seis días ganase yo tal reino, que tuviese otros al él adherentes. Que viniesen del molde para coronarte de rey de uno dellos. Y no lo tengas a mucho; que cosas y casos acontecen a los tales caballeros, por modos tan nunca vistos ni pensados, que con facilidad te podría dar aún de lo que te prometo”
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