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Ramón López Velarde

La Suave Patria

y otros poemas

Consejo Nacional

Para la Cultura y las Artes

Alianza Editorial

LA SUAVE PATRIA

Diseño de portada
Ángel Uñarte

Ilustración de portada

Luis Nishizawa,

Minas de Acálhuatépec (detalle),

Museo de Arte Moderno, México

Selección y cuidado editorial

Juan Guillermo López y Horacio Romero

© 1994, Editorial Patria, S. A. de C.V.
bajo el sello de Alianza Editorial

Impreso y distribuido en México por
Editorial Patria, S. A. de C. V.
Renacimiento 180, Col. San Juan Tlihuaca
C. P. 02400, Azcapotzalco, México, D. F.
Teléfonos561-9299y5613446

ISBN 9(58-39-1059-9

Esta obra se terminó de imprimir en

el mes de julio de 1994 en

los talleres de Editorial Offset, S. A. de C. V.

Durazno núm. 1 esq. Ejido, Col. Las Peritas

Tepepan, Xochimilco, CP16010, D. F.

Se tiraron 35 000 ejemplares

más sobrantes para reposición

impreso en México/Printed in México

Edición digital: Gustavo Masso

México 2004


Primeros poemas
1905-1912

EL PIANO DE GENOVEVA
Piano llorón de Genoveva, doliente piano
que en tus teclas resumes de la vida el arcano;
piano llorón, tus teclas son blancas y son negras,
como mis días negros, como mis blancas horas;
piano de Genoveva que en la alta noche lloras,
que hace muchos inviernos crueles que no te alegras:
tu música es historia de poéticos males,
habla de encantamientos y de princesas reales,
de los pequeños novios que por robar los nidos
una tarde nublada se quedaron perdidos
en el bosque; y nos cuenta de la niña agraciada
que recibió regalos de sus once madrinas,
que no invitó a la otra a sus bodas divinas
y que sufrió por ello los enojos del hada.
Me pareces, ¡oh piano!, por tu voz lastimera,
una caja de lágrimas, y tu oscura madera
me evoca la visita del primer ataúd
que recibí en mi casa en plena juventud.
Piano de Genoveva, te amo por indiscreto;
de tu alma a todo el mundo revelas el secreto;
cuentas, uno por uno, todos sus desengaños.
Piano llorón, la hermosa más hermosa del valle,

se nos ha vuelto triste porque tiene treinta años

y no hay por todo el pueblo quien ronde por su calle.
Genoveva, regálame tu amor crepuscular:
esos dulces treinta años yo los puedo adorar.
¡Ruégala tú que al menos, pobre piano llorón,
con sus plantas minúsculas me pise el corazón!
UNA VIAJERA
En mi ostracismo acerbo me alegré esta mañana
con el encuentro súbito de una hermosa paisana
que tiene un largo nombre de remota novela:
la hija del enjuto médico del lugar.
Antaño íbamos juntos de la casa a la escuela;
las tardes de los sábados, en infantil asueto,
por las calles del pueblo solíamos vagar,
y jugando aprendimos los dos el alfabeto.
Me saludó, y en medio de graciosos cumplidos,
su armonioso lenguaje me hizo reconocer
en ella a la cuentista de las horas de ayer
en la Plaza de Armas de musicales nidos.
¡Pobre amiga de entonces, pobre flor provinciana
que en metrópolis andas en ruidoso paseo;
pobre flor casadera, rosa que eres hermana
de las que se desmayan en humilde cacharro
esperando que vuelvas del viaje de recreo!
Para que no se manche tu ropa con el barro
de ciudades impuras, a tu pueblo regresa;
y sólo pido, en nombre de mi tristeza extática
que oyó con voz ingenua, que en la nocturna
plática hagas de mí un recuerdo jovial de
sobremesa.


ELOGIO A FUENSANTA

Tú no eres en mi huerto la pagana

rosa de los ardores juveniles;

te quise cono a una dulce hermana
y gozoso dejé mis quince abriles
cual un nono de flores de pureza
entre tus manos blancas y gentiles.
Humilde te ha rezado mi tristeza

como en los pobres templos parroquiales

el campesino ante la Virgen reza.
Antífona es tu voz, y en los corales
de tu mística boca he descubierto
el sabor de los besos maternales.
Tus ojos tristes, de mirar incierto,
recuérdanme dos lámparas prendidas
en la penumbra de un altar desierto.
Las palmas de tus manos son ungidas
por mí, que provocando tus asombros
las beso en las ingratas despedidas.
Soy débil, y al marchar por entre escombros
me dirige la fuerza de tu planta
y reclino las sienes en tus hombros.
Nardo es tu cuerpo y su virtud es tanta
que en tus brazos beatíficos me duermo
como sobre los senos de una Santa.
¡Quién me otorgara en mi retiro yermo
tener, Fuensanta, la condescendencia
de tus bondades a mi amor enfermo
como plenaria y última indulgencia!

ALEJANDRINOS ECLESIÁSTICOS
Tú, Fuensanta, me libras de los lazos del mal;
queman mi boca exangüe de Isaías los carbonos;
por ti me dan los cielos profundas contriciones
y el ensueño me otorga su gracia episcopal.
Para comer las viandas del convite nupcial
en que se han desposado nuestros dos corazones,
tomo el báculo y ciño mis pies y mis ríñones
cual se hacía en las fiestas del Cordero Pascual.
Las llaves con que he abierto tu corazón, mis llaves
sagradas son las mismas de Pedro el Pescador;
y mis alejandrinos, por tristes y por graves,
son como los versículos proféticos de un canto,
y hasta las doce horas de mis días de amor
serán los doce frutos del Espíritu Santo.
EN TU CASA DESIERTA
El alma llena de recogimiento,
mudos los labios, me detengo en cada
lugar de tu mansión, ensimismada
cual si la fatigase un pensamiento.
El naranjo medita. En el momento
en que estoy en tu alcoba, la almohada
me dice que en la noche prolongada
tu rostro tibio la dará contento.
Honda es la paz... Pero la angustia crece
al mirar que no vuelves. Hace ruido
el viento entre las hojas, y parece
que en el patio se quejan los difuntos...
¡Es el naranjo, que al temer tu olvido
me está invitando a que lloremos juntos!

de La sangre devota
1916
TENÍAS UN REBOZO DE SEDA...

A Eduardo J. Correa
Tenías un rebozo en que lo blanco
iba sobre lo gris con gentileza
para hacer a los ojos que te amaban
un festejo de nieve en la maleza.
Del rebozo en la seda me anegaba
con fe, como en un golfo intenso y puro,
a oler abiertas rosas del presente
y herméticos botones del futuro.
(En abono de mi sinceridad

séame permitido un alegato:

Entonces era yo seminarista

sin Baudelaire, sin rima y sin olfato.)
¿Guardas, flor del terruño, aquel rebozo

de maleza y de nieve,

en cuya seda me adormí, aspirando

la quintaesencia de tu espalda leve?

SER UNA CASTA PEQUENEZ...

A Alfonso Cravioto
Fuérame dado remontar el río

de los años, y en una reconquista

feliz de mi ignorancia, ser de nuevo

la frente limpia y bárbara del niño... >
Volver a ser el arrebol, y el húmedo
pétalo, y la llorosa y pulcra infancia
que deja el baño por secarse al sol...
Entonces, con instinto maternal,
me subirías al regazo para
interrogarme, Amor, si eras querida
hasta el agua inmanente de tu pozo
o hasta el penacho tornadizo y frágil
de tu naranjo en flor.
Yo, sintiéndome bien en la aromática
vecindad de tus hombros y en la limpia
fragancia de tus brazos,
te diría quererte más allá
de las torres gemelas.
Dejarías entonces en la bárbara

novedad de mi frente

el beso inaccesible

a mi experiencia licenciosa y fúnebre.

¿Por qué en la tarde inválida,
cuando los niños pasan por tu reja,
yo no soy una casta pequeñez
en tus manos adictas
y junto a la eficacia de tu boca?

DOMINGO DE PROVINCIA
En los claros domingos de mi pueblo, es costumbre
que en la plaza descubran las gentiles cabezas
las mozas, y sus ojos reflejan dulcedumbre

y la banda en el kiosko toca lánguidas piezas.
Y al caer sobre el pueblo la noche ensoñadora,
los amantes se miran con la mejor mirada
y la orquesta en sus flautas y violín atesora
mil sonidos románticos en la noche enfiestada.
Los días de guardar en pueblos provincianos

regalan al viandante gratos amaneceres

en que frescos los rostros, el Lavalle en las manos,
camino de la iglesia van las mozas aprisa;
que en los días festivos, entre aquellas mujeres
no hay una cara hermosa que se quede sin misa.

MI PRIMA ÁGUEDA

A Jesús Villalpando
Mi madrina invitaba a mi prima Águeda

a que pasara el día con nosotros,

y mi prima llegaba

con un contradictorio

prestigio de almidón y de temible

luto ceremonioso.
Águeda aparecía, resonante
de almidón, y sus ojos
verdes y sus mejillas rubicundas
me protegían contra el pavoroso
luto...
Yo era rapaz
y conocía la o por lo redondo,
y Águeda que tejía
mansa y perseverante en el sonoro
corredor, me causaba
calosfríos ignotos...
(Creo que hasta le debo la costumbre
heroicamente insana de hablar solo.)
A la hora de comer, en la penumbra

quieta del refectorio,

me iba embelesando un quebradizo

sonar intermitente de vajilla

y el timbre caricioso

de la voz de mi prima.

Águeda era

(luto, pupilas verdes y mejillas
rubicundas) un cesto policromo
de manzanas y uvas
en el ébano de un armario añoso.

LA BIZARRA CAPITAL DE MI ESTADO

A Jesús B. González
He de encomiar en verso sincerista

la capital bizarra

de mi Estado, que es un

cielo cruel y una tierra colorada.
Una frialdad unánime

en el ambiente, y unas recatadas

señoritas con rostro de manzana,

ilustraciones prófugas

de las cajas de pasas.
Católicos de Pedro el Ermitaño
y jacobinos de época terciaria.
(Y se odian los unos a los otros
con buena fe.)
Una típica montaña

que, fingiendo un corcel que se encabrita,
al dorso lleva una capilla, alzada
al Patrocinio de la Virgen.

Altas

y bajas del terreno, que son siempre
una broma pesada.
Y una Catedral, y una campana

mayor que cuando suena, simultánea

con el primer clarín del primer gallo,

en las avemarías, me da lástima

que no la escuche el Papa.

Porque la cristiandad entonces clama

cual si fuera su queja más urgida

la vibración metálica,

y al concurrir ese clamor concéntrico

del bronce, en el ánima del ánima,

se siente que las aguas

del bautismo nos corren por los huesos

y otra vez nos penetran y nos lavan.

NUESTRAS VIDAS SON PÉNDULOS
¿Dónde estará la niña
que en aquel lugarejo
una noche de baile
me habló de sus deseos
de viajar, y me dijo
su tedio?
Gemía el vals por ella,
y ella era un boceto
lánguido: unos pendientes
de ámbar, y un jazmín
en el pelo.
Gemían los violines
en el torpe quinteto.
E ignoraba la niña
que al quejarse de tedio
conmigo, se quejaba
con un péndulo.
Niña que me dijiste
en aquel lugarejo
una noche de baile
confidencias de tedio:
dondequiera que exhales

tu suspiro discreto,
nuestras vidas son péndulos.

Dos péndulos distantes
que oscilan paralelos
en una misma bruma
de invierno.


ME ESTAS VEDADA TU...
¿Imaginas acaso la amargura

que hay en no convivir

los episodios de tu vida pura?
Me está vedado conseguir que el viento
y la llovizna sean comedidos
con tu pelo castaño.
Me está vedado oír en los latidos
de tu paciente corazón (sagrario
de dolor y clemencia)
la fórmula escondida
de mi propia existencia.
Me está vedado, cuando te fatigas
y se fatiga hasta tu mismo traje,
tomarte en brazos, como quien levanta
a su propia ilusión incorruptible

hecha fantasma que renuncia al viaje.
Despertarás una mañana gris
y verás, en la luna de tu armario,
desdibujarse un puño
esquelético, y ante el funerario
aviso, gritarás las cinco letras

de mi nombre, con voz pávida y floja,
¡y yo me hallaré ausente
de tu final congoja!
¿Imaginas acaso

mi amargura impotente?

Me estás vedada tú... Soy un fracaso

de confesor y médico que siente

perder a la mejor de sus enfermas

y a su más efusiva penitente.

NOCHES DE HOTEL
Se distraen las penas en los cuartos de hoteles
con el heterogéneo concurso divertido
de yanquis, sacerdotes, quincalleros infieles, j
niñas recién casadas y mozas del partido.
Media luz...

Copia al huésped la desconchada luna
en su azogue sin brillo; y flota en calendarios,
en cortinas polvosas y catres mercenarios
la nómada tristeza de viajes sin fortuna.
Lejos quedó el terruño, la familia distante,
y en la hora gris del éxodo medita el caminante
que hay jornadas luctuosas y alegres en el mundo:
que van pasando juntos por el sórdido hotel
con el cosmopolita dolor del moribundo
los alocados lances de la luna de miel.
DEL PUEBLO NATAL
Ingenuas provincianas: cuando mi vida se halle
desahuciada por todos, iré por los caminos
por donde vais cantando los más sonoros trinos
y en fraternal confianza ceñiré vuestro talle.
A la hora del Ángelus, cuando vais por la calle,
enredados al busto los chales blanquecinos,
decora vuestros rostros —¡oh rostros peregrinos!-
la luz de los mejores crepúsculos del valle.
De pecho en los balcones de vetusta madera,

platicáis en las tardes tibias de primavera

que Rosa tiene novio, que Virginia se casa;
y oyendo los poetas vuestros discursos sanos
para siempre se curan de males ciudadanos,
y en la aldea la vida buenamente se pasa.

HERMANA, HAZME LLORAR...
Fuensanta:

Dame todas las lágrimas del mar.
Mis ojos están secos y yo sufro
unas inmensas ganas de llorar.
Yo no sé si estoy triste por el alma
de mis fieles difuntos
o porque nuestros mustios corazones
nunca estarán sobre la tierra juntos.
Hazme llorar, hermana,

y la piedad cristiana
de tu manto inconsútil

enjúgueme los llantos con que llore
I tiempo amargo de mi vida inútil.
Fuensanta:

¿tú conoces el mar?

Dicen que es menos grande y menos hondo

que el pesar.

Yo no sé ni por qué quiero llorar:
será tal vez por el pesar que escondo,
tal vez por mi infinita sed de amar.

Hermana:
dame todas las lágrimas del mar...

EL CAMPANERO
Me contó el campanero esta mañana
que el año viene mal para los trigos.
Que Juan es novio de una prima hermana
rica y hermosa. Que murió Susana.
El campanero y yo somos amigos.
Me narró amores de sus juventudes
y con su voz cascada de hombre fuerte,
al ver pasar los negros ataúdes
me hizo la narración de mil virtudes
y hablamos de la vida y de la muerte,

—¿Y su boda, señor?

—Cállate, anciano.
—¿Será para el invierno?

—Para entonces,
y si vives aún cuando su mano
me dé la Muerte, campanero hermano,
haz doblar por mi ánima tus bronces.

A SARA

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