EL FIN NO ES REENCONTRAR EL ESPÍRITU MASCULINO QUE YACE REPRIMIDO, SINO CONSTRUIR JUNTO A LOS OTROS VARONES UN NUEVO TIPO DE RELACIONES
Algunos autores pertenecientes a la corriente mito-poética, sostienen que lo que deben procurar los varones actuales es “recuperar la masculinidad perdida”33. Con ello aluden al supuesto hecho de que hubo un tiempo primigenio, conservado en la psique y los “arquetipos” de la humanidad, en que los varones actuaban como seres fuertes y orgullosos, sin que esto les impidiera disfrutar de unas relaciones armoniosas con las mujeres y con los otros varones. Pero que a este período sucedió otro, como consecuencia del surgimiento del patriarcado, persistente hasta hoy, en el que ese carácter masculino “natural y abierto” se restringió y pervirtió, dando lugar a una masculinidad heterosexual, sexista y homofóbica. Ese supuesto estado primitivo permanece oculto y vivo en lo profundo de nuestras mentes y ya es hora de que reviva, con ayuda sobre todo de terapias psicoanalíticas, que urgen en las profundidades del alma masculina. Hacia ello supuestamente se debería orientar la actual liberación masculina. 34
Esta posición nos parece muy bella, pero no estamos de acuerdo con reducir toda la problemática masculina a una simple cuestión “espiritual”, la cual ameritaría básicamente una solución psicoterapéutica. Aunque no tenemos constancia de tal apertura masculina en un período primitivo, si sabemos que desde que existe el patriarcado, no sólo las relaciones entre mujeres y varones se hicieron problemáticas y desiguales, sino también las relaciones entre los mismos varones.
Por otro lado, el patriarcado no es meramente una ideología o mentalidad que haya de ser derrocada con la simple instauración de otra ideología diferente. El patriarcado es un fenómeno general –no universal– complejo y plurideterminado, con basamentos de distintos órdenes: culturales, sociales, económicos, políticos. Con esto queremos decir que no basta con un simple cambio de estructuras mentales para su erradicación, sino que es necesaria también una transformación de las estructuras materiales y culturales existentes. De modo que de poca ayuda serán las terapias de grupo que algunos grupos de hoy proponen.
Otra cosa con la que no podemos estar de acuerdo es con la supuesta existencia en cada uno de nosotros de un doble principio, masculino y femenino. Esta idea basada en la existencia de una naturaleza andrógina en el ser humano, nos parece de carácter esencialista y sustentadora de dicotomías restrictivas. El ser humano no tiene ninguna esencia andrógina, ni existen las naturalezas femenina y masculina.
Los partidarios actuales de tal esencialismo plantean una liberación desde el interior. Aquí los factores externos son considerados los causantes de los trastornos provocados a esas “tendencias dualistas naturales”.
El inconveniente que surge con este tipo de pensamiento es que además de no contribuir a un cambio de estructuras externas, únicamente propicia una simple reorientación de las mismas, en el sentido de que contribuyan a una mera reafirmación de las internas, lo cual no nos conduce a reconocer que el problema de los varones no proviene de las afecciones que sufre su interioridad, sino de sus relaciones sociales, materiales y culturales con otros varones. En consecuencia, el cambio no puede resolverse terapéuticamente, en forma personal, por una renovación interior, sino que debe resolverse de forma política y grupal, con la participación de varones y mujeres, es decir, de toda la sociedad. Tal como lo sostiene Laura Asturias:
(...) el cambio personal y espiritual de los hombres no será suficiente para hacer frente a los problemas de explotación y desigualdad de poder. Su crecimiento individual no conducirá automáticamente a acciones personales o políticas que apoyen la igualdad de género, y hasta podría hacer que ayude a los hombres a acomodar las demandas de las mujeres en un patriarcado más sutil y modernizado. Es por ello que las estrategias grupales y colectivas son vitales para desmantelar la opresión. 35
CONCLUSIONES
No es cierto que todos los varones, por el simple hecho de haber nacido tales, tengan mayores privilegios y ventajas y un valor socialmente reconocido que les garantiza el poder en todos los ámbitos de la vida y sobre las mujeres. En realidad, a lo largo de la historia humana, han sido pocos los varones favorecidos por el sistema patriarcal, un sistema cuyo principio motor consiste en la rivalidad y competencia permanente entre los varones, lo cual conduce a que con el poder se hagan únicamente los más capacitados, fuertes y astutos. La mayoría de los varones permanecen al margen, reprimidos o execrados. Muchos se oponen abiertamente a la clase de modelos e imperativos que el mismo trata de imponerles.
La comprensión de tal situación nos obliga a cambiar nuestra visión de la problemática masculina. No podemos seguir considerándola como fundamentada únicamente en el dominio social y doméstico de todos los varones sobre todas las mujeres, dominio que se basaría, a su vez, en la supuesta naturaleza violenta que comparten todos los varones y en el ejercicio unilateral de la misma hacia todas las mujeres.
La situación engendrada por el sistema patriarcal, consiste en realidad en la implantación de un estado de desigualdad no sólo entre mujeres y varones, sino y también entre los propios varones. Y dado que dicho sistema, reafirmado desde hace varios siglos por el capitalismo, se constituye a partir de la competitividad y rivalidad, el estado de violencia que esta situación genera afecta no solo las relaciones entre los varones y las mujeres, sino las establecidas entre los propios varones, y también el cuerpo y la psique de cada uno de ellos. Muchos indicios avalan nuestra tesis de que desde siempre han sido muy pocos los varones que han disfrutado de las cuotas de poder y de los privilegios otorgados por el sistema patriarcal.
Replantear la situación masculina bajo estos términos nos conduce a revisar desde una nueva perspectiva los acontecimientos históricos, para encontrar una lógica de desarrollo con nuevas premisas que le dan un sentido más complejo no sólo a los acontecimientos del pasado, sino también a los del presente.
Cuando los varones establecieron su dominio sobre las mujeres, debieron aprender a ser dominantes y violentos, y esto también lo lograron ejerciendo violencia contra otros varones. El desarrollo de tal comportamiento extremo debió tener su origen en un sistema de producción que permitió a ciertos varones acumular riquezas, lo cual terminó generando la envidia, deseos de posesión y las ansias de poder. Este comportamiento se acentuaría a medida que aumentaba la cantidad y la calidad de las riquezas, lo cual terminó por llevar a los varones más poderosos a instituir plenamente un sistema social, político y económico a su favor. Pero, dadas las circunstancias, dicho sistema no podía estar basado en el principio de la igualdad y la justicia social. El mismo estableció la desigualdad entre los varones (los que tienen poder y los que no, y también los que son del clan y los que no) como otro principio motor del mismo, junto a la desigualdad que los propios varones habían establecido sobre las mujeres.
Tal realidad nos conduce a redefinir el sistema patriarcal no como único y exclusivamente sexista, sino como básicamente homofóbico. Bajo la nueva perspectiva desde la que estamos planteando las cosas, lo que entendemos por homofóbico adquiere un nuevo significado. El mismo no implica precisamente la aversión que, en nuestro caso, un varón siente hacia los homosexuales, sino la aversión que un varón experimenta a todo tipo de encuentro igualitario, justo y afectivo con otros varones. En este sentido, la homofobia ha sido consustancial con el patriarcado a lo largo de toda su historia.
El patriarcado ha alienado la vida de todas las mujeres y de la mayoría de los varones –por no decir de todos, porque aun los que están en el poder sufren sus consecuencias–. Pero ya las mujeres llevan tiempo reaccionando en contra de esta situación, a partir de la toma de conciencia de su condición de oprimidas. Desde hace dos décadas y como consecuencia de las arduas luchas de las feministas, que ha removido su conciencia, muchos varones también están comenzando a hacer acto de reflexión de su situación de marginación por parte de otros varones. Y han buscado sumarse a las mujeres en su lucha contra el sistema patriarcal. Sin embargo, la mayoría de los varones, a pesar de los enormes avances de las feministas y a pesar de todos los cambios producidos como consecuencia del desarrollo de una mayor democracia a nivel mundial, no han logrado despertar y no muestran ningún deseo de cambiar.
Entonces, la condición que se ha establecido como necesaria para que los varones logren transformar sus vidas es la misma que han tenido que confrontar las mujeres y que se plantea de doble manera: ellos tendrán que verse conducidos al extremo de las más fuertes represiones por parte de otros congéneres, y, como consecuencia de ello, verse obligados a reaccionar, a reflexionar y generar una reacción en contra de la injusticia padecida.
La situación actual de los varones se orienta entonces a la constitución de grupos organizados, conformados por varones que ciertamente han sufrido en carne propia, en forma directa o indirecta, las injusticias y la violencia ejecutadas por un sector minoritario de varones poderosos. Se trata además de varones que han sido influidos por el feminismo, y que gracias al mismo su toma de conciencia y su capacidad de dar una respuesta auténtica a su situación, se ha hecho más efectiva.
Pero la tarea que se abre ante estos nuevos varones luchadores de hoy no es fácil ni está completamente clara. Saben que deben luchar contra el sexismo y la homofobia, pero no tienen definido el tipo de masculinidad o de masculinidades que habrán de desarrollar ahora. Por otro lado, no bastará con proponer un cambio de ideología y de costumbres. El derrocamiento del sistema patriarcal implica la institución de un nuevo orden social general, al cual la mayoría de los sistemas capitalistas actuales se oponen. Además, el patriarcado existe en casi todas las sociedades del mundo, ¿cómo emprender y mantener una lucha tan amplia? La misma requerirá del concurso de toda la humanidad, sobre todo, de la unión de prácticamente todos los varones del planeta, y esto tardará mucho en conseguirse.

1 Grupo CANTERA. (1995): “Tercer Taller: Desaprendiendo el machismo; pistas metodológicas para el trabajo entre hombre”. 20.es_mas.htm. p. 5.
2 Feministas, como Alda FACIO, se atreven a sostener que: “...si bien es cierto que tanto los hombres como las mujeres hemos sufrido discriminaciones según nuestra clase, etnia, preferencia sexual, etc, NINGÚN hombre ha sido discriminado a causa de su sexo mientras que TODAS las mujeres lo somos” (FACIO, A. (1995): Cuando el género suena, cambios trae. Fondo Editorial “La Escarcha Azul”. Mérida). En respuesta a esta posición extremista, Txema Espada hace mención de la situación de opresión a la que son sometidos igualmente muchos varones por el sistema patriarcal: “Podríamos comenzar por una situación de justicia y, por ejemplo, hacer una enorme lista de crímenes y agravios a mujeres, homosexuales, hombres de raza y etnias no blancas, cometidos por los dominantes y privilegiados (digamos en abstracto que son los hombres blancos, de clase media, de etnia caucásica)” ESPADA, T (2002): “Grupos de hombres. ¿Por qué implicarse?” www.sindominio.net/-txespa/Trasgo.rtf
3 En su obra, Mary DOUGLAS (1978):Signos naturales. Exploraciones en cosmología, Alianza Editorial. Madrid. p. 149, señala: “El poder es teóricamente asequible para todos, pero sólo un hombre de talento puede hacerse con él ateniéndose a las normas establecidas... Cualquiera puede hacerse con la espada mágica, a modo de nuevo rey Arturo, con tal de que sea lo suficientemente fuerte como para empuñarla”.
4 Como serían los casos de un homosexual, o de un varón feminista.
5 FLOORD, M. lo reafirma: “..darnos cuenta de que los hombres individuales no son responsables ni pueden ser culpados por las estructuras y valores sociales tales como la construcción social de la masculinidad o la historia de la opresión de las mujeres” (“Tres principios para hombres” – XY.htm. 2003, p. 5).
6 DOUGLAS, M. (1978): Signos naturales. Exploraciones en cosmología. Edic. cit., p. 158, lo expresa del siguiente modo: “El sistema de cuadrícula fuerte (el sistema sustentado en el liderazgo de los ‘grandes hombres’) es de tal naturaleza que sólo unos pocos pueden alcanzarlo. Sólo ellos pueden utilizar las normas imperantes como instrumentos para su propia emancipación. Los otros, la gran mayoría, quizá no lleguen siquiera a darse cuenta de que tienen el camino bloqueado... “.
7 KAUFMAN, M. (1999): htpp://www.fundacionmujeres.es/fondo/Documentos/7p.htm. p. 6.
8 Ibidem
9 Ver CAZÉS, D (s/f): La dimensión social del género: posibilidades de vida para mujeres y hombres en el patriarcado, CONAPO, México; DE KEIJZER, B (1997): “La masculinidad como factor de riesgo”. En: Género y salud en el Sureste de México; TUÑON, E (C) (1997): ECOSUR, Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, México; y “Suicidio y honor en la cultura gaucha”. En: VALDÉS y OLAVARIA (Eds) (1997): Masculinidades, Poder y crisis, Ediciones de las mujeres. n°. 24. ISIS Internacional, FLACSO-Chile.
10 COLL, X.; PERAGÓN, A,. (2000): “Sin Fronteras”. n°. 3. Masculin.htm; p. 4.
11 BRANCATO, S. (2000): Masculinidad y etnicidad: las representaciones racistas y el mito del violador negro. Icaria Editorial. Barcelona. p. 110.
12 Ibidem.
13 ENGELS, F. (1970): El origen de la propiedad privada, la familia, y el Estado. Editorial Progreso. Moscú. p. 63.
14 En algunas obras dedicadas a analizar los orígenes del patriarcado y las causas de la opresión femenina, se hace referencia a un estadio previo a la institución del patriarcado en el que los varones comenzaron a establecer unas relaciones distintas entre ellos mismos, como consecuencia del descubrimiento de nueva formas de producción que comenzaron a proporcionar riquezas y excedentes a aquellos varones que las controlaban. La rivalidad que siempre ha parecido existir entre los varones, se acentuó y adquirió un carácter distinto, más político y social que personal, a medida que esas formas de producción se institucionalizaron y con ello la competitividad entre quienes las ejercían. Ver: REED, E (1980): Sexo contra sexo o clase
15 Esto no quiere decir que compartamos la idea de que fue fácil para los varones primitivos someter a las mujeres. En las sociedades primitivas las mujeres ciertamente disfrutaban de un poder social y político muy importante, lo cual no debe ser interpretado como que las mujeres ejercían un auténtico poderío y control sobre los varones. Son muchas las descripciones antropológicas que muestran un amplio y arraigado respeto y reconocimiento por parte de los varones hacia la participación social, económica, cultural y política de las mujeres del pasado y en muchas sociedades no industrializadas del presente. Se trataba –y se trata– de una auténtica valoración y admiración, más que de una subordinación, pues las mujeres no ejercieron el poder en el sentido de dominio o sometimiento de los varones. (Ver REDD, E (1980): Edic. cit.
16 MOORE y GILLETE (1993): “Crisis en el proceso ritual masculino”. |