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EL FACTOR MOTORIZADOR DEL SISTEMA PATRIARCAL Hasta ahora se ha supuesto que el patriarcado únicamente comporta discriminación hacia la mujer. En realidad, “Aquellos que se encuentran atrapados en la estructuras y en la dinámica del patriarcado buscan dominar no sólo a las mujeres sino también a los hombres”. 16 Pensar que el patriarcado solamente consiste en la opresión que ejercen los varones sobre las mujeres y los hijos, es mantener una visión restringida del mismo, lo cual impide reconocer su principal factor motorizador. Muy pocos autores parecen haberse percatado de que uno de los principales basamentos del patriarcado, consiste en la rivalidad permanente entre los varones tratando de predominar o imponerse como los más astutos y poderosos. Y son “... los hombres poderosos... los beneficiarios de lo que Bob Connell denomina ‘el dividendo patriarcal’, otorgado a hombres exitosos o prominentes que se someten al ideal masculino. Además del honor, el prestigio y el derecho a gobernar que el patriarcado les confiere, los hombres obtienen los considerables beneficios materiales y la buena vida que acompañan a las posiciones de autoridad”. 17 Junto con la opresión que ejercen sobre las mujeres, los varones necesitan desarrollar un poderío y un liderazgo que únicamente logran “compitiendo con sus rivales por conseguir adeptos y obligando a otros hombres a trabajar al máximo...” 18 Este es uno de los principales objetivos que, según el patrón tradicional, debe alcanzar todo varón en ciernes, y todo aquel que ejerce el poder. De allí la necesidad de ciertos ritos de iniciación masculina y de cierta clase de relaciones políticas intragenéricas de interdependencia, para el establecimiento y la afirmación de una masculinidad hegemónica. El sistema patriarcal, desde sus orígenes, ha estado en manos de unos cuantos varones, sobre todo de aquellos que se muestran más hábiles en el manejo del poder y la fuerza en las áreas política y social. El patriarcado no es un sistema de distribución equitativa del gobierno entre los varones. Esto implicaría compartir el poder, lo cual, por principio, va en contra de la forma monolítica que ha adoptado el mismo, que se mantiene precisamente en base a la fortaleza lograda mediante la instauración permanente de la rivalidad y la competencia. Semejante situación sólo pueden soportarla, o únicamente pueden alcanzarla, los machos que posean las “cualidades personales” necesarias. 19 EL PATRIARCADO, MÁS QUE UN SISTEMA DE PRESTIGIO El patriarcado es un sistema jerárquico, que requiere de líderes con suficiente temperamento y fortaleza, pero que no sean insensibles a sus subalternos, ya que la supervivencia del mismo depende justamente de que los que se han hecho con el poder, a través de duras contiendas, logren mantenerse en el mismo, por medio de argucias, persuasión y liderazgo, buscando, bajo el consentimiento dado por convicción o por conveniencia por los subalternos, la fidelidad y adhesión de los mismos, los cuales a su vez esperan se cumplan las promesas de protección y la obtención de algunos beneficios. “La disputa y la rivalidad han sido características de las relaciones entre los hombres, pero también las alianzas y los pactos entre ellos. Han pactado sobre la relaciones de propiedad, no sólo de los territorios, sino de las mujeres y de sus hijos e hijas, entre otras ‘cosas’” 20. Esto quiere decir que el patriarcado es un sistema fundado en el prestigio, el liderazgo y el éxito de los varones más astutos, cualidades éstas que únicamente se alcanzan a partir de una organización basada en la medición de fuerzas materiales, políticas y económicas. Los machos no compiten entre sí sólo por acaparar el mayor número de hembras dóciles, ni tampoco por el simple placer de desarrollar un carácter fuerte o adquirir fama. Lo hacen porque buscan efectivamente controlar la vida social y política y todos sus bienes materiales, los cuales suelen estar en manos de los varones poderosos. Controlándolos a ellos y a sus bienes –por la fuerza, o mediante alianzas y manipulaciones–, se logra conquistar el mundo, y de paso a las mujeres. Esto quiere decir también que el problema de los varones y de las mujeres dentro del patriarcado, no es un mero problema ético o de voluntad. Es necesario reconocer que el patriarcado, en tanto que sistema u organización social, política y económica es, por principio, autónomo e independiente de la voluntad individual de los hombres. Pero esta autonomía no tiene como única fuente la cultura. Si bien es cierto que el patriarcado es el producto insondable de miles de generaciones, y que en cuanto tal, ha quedado establecido en nuestro inconsciente colectivo, imponiéndose a nuestros deseos y voluntades, desde el nivel de lo simbólico prerracional y prerreflexivo; también es verdad que el patriarcado es una organización material objetiva, reforzada desde hace varios siglos por el sistema capitalista, el cual se rige, asimismo, por sus propias leyes. Se ha propuesto el cambio del actual sistema capitalista, por otro socialista, y esto es necesario. También se ha propuesto un cambio cultural e ideológico, para que las creencias, valores y costumbres de los varones y de las mujeres sean otras, y esto también es necesario. Sin embargo, en lo que pocos pensadores y pensadoras han reparado es en que las reglas del sistema patriarcal y las leyes del capitalismo, no las establecen individuos aislados, ni tampoco es algo que se puede decretar, ni siquiera planificar en un laboratorio con ayuda de las ciencias. Obedecen al orden material mismo que rige la vida social toda. Empero este orden es histórico y, en consecuencia, puede ser subvertido. Pero esto solo será posible por la integración de los diferentes grupos oprimidos en un único movimiento social general. Asimismo, debemos reconocer que el patriarcado ha sido uno de los sistemas organizadores más exitosos de la sociedad humana. Tal como lo señala Mary Douglas: “Durante el período de máximo poderío del líder, sus seguidores conocen un nivel de organización más alto que el que jamás habrían sido capaces de alcanzar por sí mismos” 21 Pero el sistema patriarcal ha regido la sociedad con leyes injustas, y, además, se trata de un sistema “moralmente neutro, manipulable, y centrado en el ego”22. En este sentido, el patriarcado se ha instituido como uno de los peores sistemas sociales represores originarios de la historia humana. LA TOMA DE CONCIENCIA MASCULINA: RECONOCIMIENTO DEL VARÓN DE SU MARGINACIÓN POR OTROS VARONES Desde hace varias décadas en diferentes regiones del mundo han surgido grupos organizados de varones concienciados, que se han propuesto establecer un tipo de relaciones más equitativas y solidarias con las mujeres, pero nada parece sugerir que la simple toma de conciencia, por parte de los mismos, de su condición de opresores de las mujeres, los haya hecho cambiar repentina y completamente. Con esto no estamos precisamente refiriéndonos al hecho de que ciertamente resulta muy difícil desaprender el sexismo. Lo que queremos decir es que para que un varón deje de ser sexista, no basta con que enfrente las exigencias de la mujer nueva. También es necesario que sufra una cierta desilusión, que sea consecuencia del tipo de relaciones mantenido con sus congéneres. Al patriarcado se le ha opuesto una filosofía radical como la del feminismo, movimiento que surgió justamente a partir de la toma de conciencia de las mujeres de su condición de oprimidas, toma de conciencia que implicó el rechazo de ellas hacia el modo de actuar y de pensar de los varones de mentalidad patriarcal. Pues bien, nosotros consideramos que un varón de conciencia antipatriarcal sólo es posible no sólo si ha sido ideológica, política y afectivamente conmocionado por el feminismo, sino también, en lo fundamental, si ha pasado por la misma situación de opresión impuesta por otros varones. Esto último nos parece una condición necesaria para que se produzca un auténtico cambio interior en los varones, lo cual indudablemente implica un rechazo, pero en el caso de ellos, a diferencia de lo que sucede con las mujeres, se trata de un rechazo mezclado con vergüenza. Nuestra tesis es que la mera influencia del feminismo o la simple asunción de la filosofía feminista por parte de los varones, no basta para que los mismos logren cambiar las relaciones con las mujeres y su comportamiento frente a otros varones. También hace falta sufrir una decepción con respecto a su propia condición masculina, la cual ha de ser la consecuencia inevitable del conflicto intragenérico. No se trata precisamente de la vergüenza que muchos varones experimentan por los malos actos cometidos, reconocidos como tales ante los reclamos y acusaciones públicas que vienen haciendo las mujeres. Nos referimos básicamente a la vergüenza originada por el sufrimiento en carne propia de las reglas y acciones humillantes que son impuestas por los varones que controlan el sistema, esos que se supone representan a la figura paterna y que tendrían que actuar en forma solidaria y ejemplar, en razón de su condición de líderes o modelos éticos, ante el resto de sus congéneres. Consideramos imprescindible que los varones sean conmocionados por la fuerza emancipadora de las mujeres, pero también que sufran en carne propia los rigores de la marginación impuesta por otros varones, cuyo papel en este mundo resulta verdaderamente vergonzoso. Es en este sentido, que hablamos del doble sufrimiento que tienen que experimentar los varones: el originado por la conmoción interna que han de sufrir por haber maltratado a otros o por haber visto a sus pares maltratar a otros, sobre todo a las mujeres, y el originado por el maltrato que casi todos han padecido a manos de aquellos otros varones de los que cabía esperar un trato diferente. A nuestro entender, los varones necesitarán atravesar un doble proceso de transformación, el cual implica, primero, una toma de conciencia desde el exterior –desde las mujeres–, y también una toma de conciencia desde el interior, es decir, a partir de sus desencantos, y sobre todo, del reconocimiento de las injusticias de las que la mayoría de los varones también son objeto por parte del sistema patriarcal. Repetimos, ha sido el feminismo, pero creemos que también han de ser sus propias desilusiones, lo que verdaderamente conducirá –y de hecho está conduciendo– a los varones a detenerse para reflexionar y cuestionar el sistema imperante, y a tratar de encontrar otra forma de actuar ante las mujeres y ante otros varones. Así pues, queda definida, desde nuestro punto de vista, la problemática masculina actual. EL RIESGO DE CAER EN LA INDEFINICIÓN Un gran número de varones buscan hoy dejar de ser machistas, pero no desean hacerse “femeninos”. Muchos de ellos reconocen que ya no pueden seguir siendo sexistas y homofóbicos, pero no quieren dejar de ser masculinos. Su interés y mayor preocupación consiste en cómo asumir su masculinidad de un nuevo modo. Su propósito no es el de renunciar a la definición convencional que de sí mismos tienen como seres racionales, fuertes, activos, y pasar a poseer todos aquellos atributos que la tradición le ha asignado a la mujer: sentimentales, frágiles, vulnerables, sin ninguna clase de poder. Si las mujeres de hoy buscan ser activas y fuertes como los varones, no hay ninguna razón para desear que los varones se conviertan en seres débiles, tal como se les ha enseñado a las mujeres. Yo no digo que los hombres no hemos de tener la agresividad o la fuerza que teníamos, sino que tenemos que usarla para causas más sistémicas, más ecológicas, más globales, es decir, para no contribuir a un mundo en el cual seamos cada vez más víctimas, sino para construir un mundo en el cual podamos vivir mejor esta situación. 23 Debemos despojarnos de esa sujeción a los modelos de mujer-frágil-sumisa y varón-fuerte-agresivo. Mucho menos debemos desear una situación de igualdad en base a los patrones masculinos prevalecientes en el pasado, los cuales eran establecidos en función de la hegemonía del modelo masculino dominante. El esmero actual por encontrar otros modos de ser masculino no tiene nada que ver ni con el interés de seguir estableciendo modelos únicos y hegemónicos, ni con la propuesta de querer hacer que los varones se vuelvan pasivos, como se pretendió que lo fuesen y aún siguen siéndolo algunas mujeres. La nueva propuesta tampoco plantea un desprecio al desarrollo de actitudes humanas tan nobles y deseables para todos como la sensibilidad, el amor, la receptividad, la solidaridad. Estamos de acuerdo con contribuir a forjar identidades –femeninas y masculinas– abiertas, versátiles y antiexclusivistas 24. En este sentido, desaprobamos la propuesta actual de una sociedad sin géneros, hecha por ciertos grupos anarquistas 25. Por el contrario, apoyamos la de quienes plantean la superación de la clase de identidades de género existente26. ¿Por qué no aspiramos a una sociedad sin género? Porque necesitamos seguir construyendo nuestros modelos de ser masculinos –o femeninos–, en base a lo positivo de los modelos que han existido y, sobre todo, para mantener una posición sexual coherente, que impida nuestra caída en la indefinición absoluta. Atravesamos actualmente por un período peligroso de propensión a la indefinición total: mujeres que quieren ser como hasta ahora lo han sido los varones, y varones que, reconociendo lo indeseable del modelo tradicional machista, y a falta de un nuevo modelo de masculinidad, más auténtico, pasan por un proceso de “feminización” ridícula y sin sentido27. Unas y otros no se dan cuenta de que no están asumiendo posturas revolucionarias auténticas, de que siguen estando manipulados por un sistema que persiste en mantenerse opuesto al feminismo y a un cambio real en la vida de los varones, y que asimismo está logrando conducirlos hacia un estado de descomposición moral y personal, impidiéndoles que se afirmen como mujeres y varones definidos en sus posiciones antisexista y antihomofóbica. NI VARONES “BLANDOS” NI INDEFINIDOS Sostener que los grupos masculinos actuales que apoyan los actuales procesos de cambios promovidos por las mujeres, están en su mayoría constituidos por varones que, en muchos sentidos, están dejando de actuar como “hombres”, es una idea que amerita ciertas aclaratorias. Desde cierta perspectiva convencional, se ha tendido a pensar que tales grupos masculinos están constituidos por varones “blandos” sometidos dócilmente a las exigencias de un feminismo extremista. Es decir, varones con carácter débil, obedientes a los imperativos de mujeres agresivas, con tendencias discriminatorias y antimasculinas. Esta suposición sigue los preceptos de la ideología patriarcal, para la cual sólo deben existir varones machistas y si no, estaríamos ante la presencia de varones afeminados. Esta ideología también sostiene que las mujeres deben ser dóciles y/o hembristas, en todo caso que contribuyan a reforzar el modelo masculino patriarcal. Desde esta perspectiva, las mujeres que buscan unirse con varones no machistas, serán sospechosas de propiciar la feminización de los mismos, ya que al querer relacionarse con varones poco “masculinos”, lo que supuestamente pretenderían sería establecer un poderío sobre los mismos. Por su parte, a los varones que se oponen al modelo patriarcal, se les acusa de maricones, o que no han podido desarrollar la fortaleza suficiente para contrarrestar la imposición de mujeres rebeldes y castradoras del poder masculino. Éstas mostrarían, además, una tendencia al lesbianismo, y aquellos hacia la homosexualidad. No en balde, se hacen feos chistes de las relaciones y apoyos mutuos establecidos entre feministas y grupos de lesbianas, y entre grupos de varones profeministas y movimientos gays. Este conjunto de suposiciones no tiene un basamento real y aceptable. Muchos grupos de varones no están promoviendo la sustitución del modelo tradicional masculino por otro que implique hacerse pasivos, y entregarse a la homosexualidad, como supuesta alternativa de liberación, tal como algunos movimientos gay actuales lo proponen. Dichos grupos no plantean, bajo ningún aspecto, que la superación del modelo masculino tradicional, sexista y homofóbico, implique eso que se ha catalogado de “feminización” del varón 28. Pero la actual tendencia liberadora masculina no es, en principio, homofóbica, que es el carácter por el que siempre se ha caracterizado la ideología patriarcal. El asunto de si se debe ser heterosexual, homosexual o ambas cosas no constituye un verdadero problema para los nuevos varones. Esas discusiones pertenecen al ámbito de las decisiones y gustos personales. No son verdaderos problemas ideológicos o políticos, ni son los problemas que orientan los actuales intereses, deseos y aspiraciones de los varones. En otras palabras, no es el problema verdaderamente importante en sus vidas. El miedo y el rechazo a la homosexualidad son típicos de la mentalidad sexista y homofóbica. En el modelo patriarcal se educa a los varones con la amenaza de la homosexualidad. Y es la homosexualidad la principal idea con la que se juzga y se trata de descalificar y desacreditar la tendencia actual de liberación masculina. Dentro del sistema patriarcal, la homosexualidad era y sigue siendo utilizada, intencionadamente, como un medio para aprovecharse de la “debilidad” que manifiestan muchos varones sensibles, con el objeto de dominarlos; pero también para deshonrar a otros machos con poder. Es así como la homosexualidad ha subsistido, como un recurso paradójico, dentro del sistema patriarcal, al lado del sexismo y como un recurso que se nutre de una homofobia más generalizada. Además de esto, se nota cierta tendencia en los varones gay a someterse a este tipo de relaciones opresivas por temor o por amenaza, lo cual también contribuye a deformar sus deseos de asumir su masculinidad de un modo distinto y auténtico. Muchos han terminado apegándose a un proceso de “feminización” sistemático, el cual les ha venido impuesto desde el exterior, por parte de los varones machistas29. Éstos nunca buscarán realizar prácticas homosexuales motivados por un deseo auténtico, o con el fin de desarrollar lazos realmente afectivos y comprometedores. Sólo lo hacen por perversión, y lo harán con un varón “afeminado”, o que vean que ha asumido una posición muy poco impositiva. Y esto con el simple propósito de doblegar o manipular a otros varones. Por suerte, la actitud de los gay de hoy está cambiando, y muchos demuestran, en forma pública y organizada, su repudio a tal situación. La preocupación de los varones antipatriarcales de hoy ya no se define, pues, como miedo a la homosexualidad, sino que consiste en querer encontrar el modo de no dejarse “feminizar”, tal como lo quieren los varones sexistas y homofóbicos. Entiéndase bien lo que queremos decir. No es que los varones ahora tengan miedo de ser sensibles, amorosos o afectivos por temor a volverse o hacerse femeninos. Su lucha es contra la sodomización 30 de la que puedan ser objeto, en tanto que seres sensibles, por parte de los machos duros y poderosos, lo que implicaría hacerse presa fácil de la manipulación y perversidad de otros varones. Los nuevos varones no temen realmente asumir ciertas actitudes consideradas tradicionalmente como femeninas. El problema político actual de los varones consiste en no saber cómo hacer para que se desarrolle un movimiento de liberación mancomunado, junto a otros varones, y también que esta asociación que logren los varones entre sí no siga siendo fuente de disputas y agresiones, sino que de ella surja –y ella misma se nutra de– una relación armoniosa y afectiva, realmente transformadora, y que no les ponga como condición la realización de relaciones homosexuales obligatorias. Los varones actuales no buscan disociarse de las mujeres y únicamente asociarse sentimental y sexualmente con otros varones. Este no es el verdadero sentido de su actual propuesta de liberación. Hasta ayer hacerse “auténticos varones” consistía en desde muy temprano, en demostrar que tenían éxito en doblegar a otros varones y subordinar a las mujeres. Ese era el único modo de demostrar ante sí mismo y ante los demás, sobre todo ante otros varones, que se era un “hombre de verdad” y que no se aspiraba a ser considerado una mujer. El problema para los varones, en el sistema patriarcal, ha consistido, básicamente, en tener que sufrir permanentemente las secuelas de un enfrentamiento injusto e irracional con otros varones, y en procurar, sobre todo los varones poderosos, ganarse, mediante pactos y tretas, la obediencia pasiva de los más débiles, para de este modo lograr obtener beneficios y hacerse con el poder 31. El éxito en el manejo de tal juego político, representa aún para muchos varones la única forma de afirmarse como seres masculinos. Bajo estas condiciones, los varones han quedado completamente supeditados y subordinados a las reglas del poder, las cuales aún continúan estando en manos de aquellos varones que controlan el sistema. Lamentablemente, las relaciones masculinas todavía se plantean como unas de subordinación y de sometimiento de unos varones a otros. Sin embargo, los varones de hoy comienzan a reconocer que las cosas para ellos no tienen por qué seguir siendo de ese modo, y están empezando a ver que una de las mejores maneras de resolver el conflicto, consiste en una intervención social sobre las leyes del sistema. También se esmeran por replantear la forma en que hasta ahora han definido su problemática. Por este lado, comienzan a descubrir que se necesita, además de un cambio profundo de las estructuras del sistema material establecido, crear, junto con otros varones, unas relaciones nuevas, más afectivas, que contribuyan al forjamiento de un modo de ser masculino no homofóbico –y no necesariamente homosexual–, que no los separe de su interés primario por establecer un reencuentro amoroso y paritario con las mujeres. En este sentido, la búsqueda actual de los varones consiste ya no sólo en aprender de las mujeres a ser antisexistas, sino también en desarrollar, junto a otros varones, una actitud antihomofóbica (concibiendo la “homofobia” no sólo como aversión hacia los homosexuales, sino como aversión a cualquier tipo de trato afectivo y solidario hacia otros varones). 32 Frente a las relaciones cruentas, desleales e inhumanas de los machos del pasado y del presente, se yergue la necesidad de establecer nuevas relaciones, nuevos encuentros y, sobre todo, nuevos ritos de iniciación masculina para los varones. Los varones adultos deben comenzar a enseñar a los varones jóvenes a ser masculinos en otro sentido. La competitividad y la rivalidad del pasado debe dejar lugar a la solidaridad, el cooperativismo y el amor. |
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