Título de Ia obra original: monsieur gurdjieff






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Louis Pauwels


GURDJIEFF
DOCUMENTOS, TESTIMONIOS, TEXTOS Y

COMENTARIOS SOBRE UNA SOCIEDAD

INICIÁTICA CONTEMPORÁNEA

LIBRERÍA HACHETTE S.A

BUENOS AIRES


Título de Ia obra original:
MONSIEUR GURDJIEFF

Versión castellana de:

ELENA G. DE BLANCO GONZÁLEZ
Todos los derechos de reproducción,

adaptación y traducción

reservados para todos los países.

© 1954 by Editions de Seuil

Hecho el depósito que previene la ley número 11.733

IMPRESO EN LA ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINE

Louis Pauwels



GURDJIEFF, EL HOMBRE MÁS EXTRAÑO

DE ESTE SIGLO

A Elina

Este libro que nos hizo encontrar

PREFACIO

Esta obra fue compuesta hace ocho años, según una técnica particular: es a un tiempo ensayo, antología comentada y novela. Sólo escribo impulsado por una necesidad de liberación. Era pre­ciso que hiciera un balance al salir de una violenta aventura es­piritual, ordenar los recuerdos demasiado recientes de una con­tienda interior, convocar a testigos, interrogar a otros comba­tientes. Realizado este trabajo, me parecía hallarme pronto para otras campañas preparadas por los estrategos desconocidos de mi destino. En efecto, es lo que sucedió, aun antes de lo que había presentido. Al acabar de componer Gurdjieff, vi dibujarse las lí­neas principales de una búsqueda que debía llevarme a El retorno de los brujos, y esto debido a tal cúmulo de circunstancias y en­cuentros que en ello hay que ver un plan concertado. No hago más que obedecer, bajo el imperio de una suerte de hipnosis. Por cierto esta confidencia no es la de un filósofo, de un hombre que al haber conquistado su libertad es digno de enseñar. ¿Acaso pretendí alguna vez esta grandeza? Me dejo guiar mediúmnicamente, y sólo pido una cosa: que se me considere únicamente cpmo poeta. Me siento próximo a Maeterlinck, por mil fibras y por la raza. Experimento la necesidad de decir esto, la de precisar la distancia entre lo que algunos parecen esperar o exigir de mí y mi verdadera necesidad. "Nosotros los artistas, decía Verdi, no llegamos a la fama sino por la calumnia." Es demasiado duro. Pero, en verdad, sólo llegamos a ella por el equívoco.

Gurdjieff es el diario de viaje de un poeta a bordo de un buque fantasma, cómo El retorno de los brujos, es, quiere ser, una nueva Leyenda de los siglos. Y hubiera debido, para ese último libro, obe­decer a mi primer impulso, que era el de escribir como subtitulo:

Poema.

Ya oigo decir: "¡Vaya con la confesión! Ya sabíamos que en esto no hay nada de serio." ¡Nada de serio! Dejemos que digan lo que quieran, los que sabemos que todo es tanto más grave, aprehendido en la misma alma, captado en lo hondo de la carne, vinculado a Fuerzas.

Si hubiera podido hacerlo, habría modificado algo Gurdjieff con motivo de esta edición. Pero me faltó tiempo. Y por otra parte ¿es éste el problema? Hay algo que hiela en la idea de volver a un trabajo antiguo. Se siente que hay en ello un acto ilusorio. No se vuelve a dibujar de esta manera la huella que se dejó. Lo que lo mejora, no es la habilidad que empleamos en arreglar nuestro pasado, sino lo que emprendemos hacia adelante. Hay que contar con la resaca del futuro para sanear lo que hicimos ayer.

Dejé pues las cosas tal como estaban. Sólo modifiqué en el prólogo inicial lo que fijaba una época.

Cuando apareció este libro, suscitó gran número de artículos, la mayoría consagrados a lo pintoresco del personaje y de su sociedad de discípulos. Y lo que reprocho en realidad a este libro, entre otras cosas, es el iluminar a veces esta extravagancia superficial. Es conocido el dicho de Max Jacob: "El viajero cayó muerto, herido por lo pintoresco." Deseo que el lector no se demore en esta nefasta delectación, y que más bien vea en estas páginas el reflejo del drama del alma occidental moderna en lucha con inquietudes fundamentales. Un drama entre tantos otros. Pero esto, por su interioridad exclusiva, es ejemplar.

En cuanto a la conclusión, a "las palabras de despedida", aun hoy las suscribo por entero.

L. P., 1963.

PROLOGO



Creo que hay en el mundo de hoy un número bastante grande de hombres y de mujeres que persiguen un problema al cual la ciencia, las filosofías, las iglesias, las políticas no pueden res­ponder acabadamente. Lo persiguen, la mayoría de las vecesx como a pesar de sí mismos, a despecho de los esfuerzos que despliegan para olvidar su urgencia en las distracciones de las pasiones amo­rosas, de la acción, del alcohol, del poderío social, del dinero, del estetismo, etc. Yo no sabría expresar este problema en la totalidad de sus as­pectos, más, a mi parecer, enfoca los siguientes puntos: "¿Existo realmente? ¿Acaso el hombre no es sino el lugar de un perpetuo desfile de sentimientos, de humores, de deseos, de ideas, de recuerdos, todo ello agitado de acuerdo con movimientos casi mecá­nicos? ¿No existe tras mi yo ilusorio un yo situado fuera de ese lugar de paso, un yo verdaderamente libre? Todo lo que yo creo hacer, en realidad me sucede. Me sucede exactamente como "llue­ve" o como "hiela". Yo pienso, leo, escribo, amo, odio, perte.nezco a tal partido, a tal Iglesia, me lanzo en tal acción, en tal com­bate, en tal investigación pero, en realidad, todo esto me sucede; soy tirado por múltiples cordeles. ¿No habrá en lo profundo del hombre un lugar en el que Yo decida, donde Yo domine, donde Yo contemple en una total independencia, una total libertad? Sin embargo, se me hacen mil signos. Siento, adivino que mi destino, que mis aventuras, mis actos, mis ensueños encienden, de tiempo tn tiempo, en la noche, signos que yo no comprendo y que, sin embargo, me están destinados con toda evidencia. Los comprendería si tuviera otros ojos detrás de mis ojos comunes, si tuviera un gran Yo tras mi pequeño yo esclavo y ciego. Estos signos me dirían claramente de qué manera estoy adecuado a los grandes corrien­tes de fuerza del universo y qué papel exacto estoy llamado a re­presentar en esta vida. ¿No habría un medio de comprender estos signos? ¿No existiría un punto para hallar en mí mismo, un punto desde el cual todo lo que me sucede sería explicado y explicado inmediatamente, ya se trate del mundo material o del mundo mo­ral, un punto desde el cual todo lo que yo veo, sé y siento sería descifrado instantáneamente, ya se trate del movimiento de los astros, de la disposición de los pétalos de esta flor, de los dramas de la civilización a la que pertenezco o de los movimientos más espontáneos de mi corazón? "Todo el universo, como escribe Ro­bert Kanters, es como un inmenso telegrama cifrado que hasta en sus menores detalles habla al hombre de su naturaleza y de su destino y que le es preciso descifrar si quiere llegar al co­nocimiento, a la sabiduría, a la salud." ¿No podría ser satis­fecha, un día, esta inmensa y loca ambición de saber que llevo a despecho de mí mismo a través de todas las aventuras de mi vida? ¿No habrá en el hombre, en mí mismo, por ejemplo, un camino que conduce al conocimiento de todas las leyes del mundo y a un lugar donde mi propia existencia se confunde con la fuerza que asegura la existencia de todo el universo? ¿No reposará en el fondo de mí, recübierta por negligencias varias veces centenarias, la clave del conocimiento total y de la eternidad? Todos los signos que puedo distinguir vagamente sin interpretarlos con cla­ridad, me invitan a creer que un inmenso cuadro de correlaciones juega en mí y en torno a mí. Estas correlaciones podrían librar quizás la clave del mundo. Todo lo que me ocurre, todo lo que pasa a mi alrededor, no es sino una serie de imágenes simbólicas de lo que ocurre realmente, de lo que sucede realmente. ¿No habrá detrás de mi pequeño yo un gran Yo que posee la clave de estos símbolos, la adivinación y la explicación de todas las correla­ciones? Se diría que estos signos se me hacen para que yo tenga, a veces, en el corazón de mi noche y de mi sueño interiores, la fulgurante certeza. Hoy estos signos caen en lluvia más y más densa sobre nosotros para invitarnos a sentir cada vez con mayor fuerza que el hombre dispone de otras antenas y de otros poderes que los que testimonian nuestra ciencia, nuestro lenguaje, nues­tras religiones, nuestras filosofías, nuestras morales, nuestras po­líticas: de otras antenas, de otros poderes que aquellos sobre los que fundamos todos los actos de nuestra vida en esta tierra. El manejo consciente del cuadro de las correlaciones, el desarrollo y la utilización consciente de estos poderes, de estas antenas, el paso a un distinto estado del ser desde el cual la vida y la muerte dejan de ser percibidas contradictoriamente, desde el cual los actos y los pensamientos, los más humildes y los más nobles, se hallan ordenados de una manera absoluta de acuerdo con las leyes de la energía universal, todo ello quizás sea posible; puede ver tal vez que los hombres hayan dispuesto en otros tiempos de medios para lograrlo. Puede ser también que permanezca en nosotros el re­cuerdo de esa posesión. El recuerdo, la nostalgia de una Revelación, de una Tradición primordial, cuyos rastros se han enturbiado, pero que subsisten acá y acullá, vagamente, en las creencias y costum­bres de los pueblos "primitivos", en ciertos monasterios, en las cos­tumbres antiguas, en los libros mágicos llegados hasta nosotros, en nuestra poesía más viviente1 y en nuestra extraordinaria sensibilidad hacia los signos.

Tales son, descritos incompletamente, algunos de los aspectos del Problema que se plantean hoy muchos hombres. Existe una mentalidad, una actitud en la vida, comunes a estos hombres, pero que escapan a los "tests" de la psicología actual. Yo no sabría pintarlos. Sería preciso escribir una novela enorme, algo así como Los Poseídos. Esta novela tendría el mérito peculiar de haber penetrado diez mil veces más en la realidad presente que cualquier otra obra contemporánea de observación. Lo que podría dar quizás el testimonio del fenómeno-clave de nuestra época es la pintura de esta familia de espíritus y de su multiplicación sin cesar acelerada desde hace unas decenas de años2. Esta multiplicación acelerada proviene de diversas causas que no me es posible enumerar aquí, pero bastaría para hacer aflorar a la conciencia globalmente los trastornos que han vuelto a poner en revisión las creencias pro­puestas por las Iglesias, la confianza en la Historia, el amor al Progreso, la fe en los poderes ilimitados del Racionalismo, etc., para ver que un número cada vez mayor de hombres es llevado hoy a plantearse el Problema de la última significación de su des­tino y de este mundo; que este Problema, que esta Pregunta, permanecen sin respuesta a través de todas las formas del pensamiento contemporáneo y que ellos enfrentan este Problema en la extrema soledad y en la extrema libertad del estado salvaje. "Místicos en estado salvaje", como se ha dicho del poeta Arthur Rimbaud, y por lo tanto, aventureros en el sentido más noble del término, ellos reanudan en todas sus inquietudes de hombres modernos la antigua búsqueda oculta; las mismas presciencias, el mismo inte­rrogante esencial dan a todas sus actitudes una semejanza, crean entre ellos caminos secretos de comunicación, muy rápidos. Están en vías de dar una nueva dirección a la inteligencia, al cono­cimiento, al lenguaje y de hacer cambiar de mano los poderes espirituales y temporales. Esto se verá claramente un día.

En el mismo momento de la crisis de crecimiento de esta "fa­milia", George Gurdjieff llega al occidente. Llega con una doctrina y métodos completamente adecuados para seducir a algunos espí­ritus inquietos. Por ello su influencia se desarrolló considerablemente en Francia, en Inglaterra y en Estados Unidos desde hace unos cuarenta años, en casi todos los medios intelectuales. Varios millares de hombres y de mujeres que pertenecen a lo más selecto de los medios occidentales han sido influidos por su "enseñanza". En efecto, George Gurdjieff ofrecía una respuesta directa a la Pregunta. O más bien, prometía esta respuesta. La prometía a tra­vés de una doctrina que implicaba una psicología y una fisiología del hombre que se conformaba a la vez con las más antiguas tradiciones y accesibles a la comprensión contemporánea. Además, enseñaba todo un conjunto de ejercicios prácticos, mantenidos hasta entonces secretos, dispersos en algunos refugios de la Tradición primordial o confundidos por un cúmulo muy antiguo de inter­pretaciones simbólicas, sentimentales y dogmáticas. Gurdjieff di­rigía estos ejercicios con extraordinaria autoridad. Desarrollaba su sistema cosmogónico con una inteligencia que escapa a toda comparación, Por fin, ejercía sobre todos aquellos que se le apro­ximaban indiscutibles poderes extra lúcidos e hipnóticos. Yo no creo exagerar en absoluto, al declarar que en el seno de esta "familia de espíritus", tan difundida en el siglo que evoco, se ha constituido, en torno a Gurdjieff, la más importante y la más pro­fundamente activa "sociedad secreta" que se haya podido ver nacer en el mundo contemporáneo. Esta sociedad ha contado entre sus miembros a Orage, el célebre crítico literario inglés; a Ouspensky; a Rowland Kenny, jefe de la redacción del Daily Herald; Frank Lloyd Wright, el más famoso de los arquitectos estadounidenses; al doctor Walkey, uno de los más grandes cirujanos de Nueva York; a Sharp, el fundador de New Statesman; al físico J. C. Bennett3, discípulo de Einstein; a Margarett Anderson, editora de Joyce; a Arnold, a Keyserling; al doctor Young; a Aldous Huxley; a Aríhur Koestler; a la Sra. de Chejov; a Georgette Leblanc, pri­mera esposa de Maeterlinck; a Katherine Mansfield, a Luc Dietrich, a Rene Daumal, a Louis Jouvet, a Pierre Schaeffer, a Rene Barjavel, etc. Sólo señalo algunos nombres, a título de vaga indi­cación en las primeras páginas de este libro. Se encontrarán otros en el transcurso de la obra, mezclados directamente o no a la acción de Gurdjieff. Por otra parte, no busco de ningún modo despertar por medio de una lista de personalidades un interés de mala fe. Solamente quiero dejar entender que nos hallamos aquí muy lejos de los "grupos esotéricos", de reuniones de ocultistas, de espiritistas y de otros "espiritualistas" que abundan cada vez más, a partir de mediados del último siglo en los Estados Unidos y en Europa. No estamos entre los autodidactas iluminados, los enfermos nerviosos y damiselas inhibidas que hacen la fortuna de los "magos". Nos encontramos, creo, en el corazón de todos los dramas y de todas las aventuras —interiores a la par que exte­riores— que en distintas gradaciones vive un considerable número de hombres de hoy, sensibles a los signos de orden místico que multiplica nuestro tiempo. En ese sentido, "el proceso Gurdjieff” es un proceso ejemplar.

Gurdjieff murió en noviembre de 1949. Después de su muerte, los grupos que él fundó y los instructores que designó prosiguen sus trabajos. Los "discípulos" son cada vez más numerosos, en Francia y en otros lugares. Es probable que veamos empresas-hermanas nacer y desarrollarse en el curso de los próximos años4. Tal vez Gurdjieff no hizo sino preparar el terreno.

Me parece, pues, necesario poner a disposición del público el mayor número posible de elementos de conocimiento y de juicio. Pero dirijo esta obra sólo a esa única familia de espíritus de que he hablado. Ha sido emprendida sólo para ellos. Es factible que algunos lectores a los que ella no está destinada, encuentren varias ocasiones de provocar pequeños escándalos y una enor­midad de ocasiones para felicitarse de vivir en la ignorancia, el olvido o el desprecia de la inquietud fundamental que caracteriza a esta familia y que ha impulsado a algunos de sus miembros hacia Gurdjieff. Importa poco, y en cuanto a los escándalos, éstos poseen doble faz: una para los lectores intrusos y otra para los invitados, y es la segunda la que realmente es provechosa para el examen. Si existiera un proceso Gurdjieff no podría ser abierto, sobre todo, no podría tener sentido en presencia de extraños.
Los documentos, testimonios y textos literarios reunidos aquí iluminan, en la medida de lo posible, los siguientes aspectos del proceso Gurdjieff:

El hombre, su origen, su vida, aventuras, empresas y las múl­tiples facetas de su extraordinaria personalidad.

Su doctrina básica, sus métodos de enseñanza, las diferentes razones de su influencia y las diversas maneras de ejercer esta influencia.

La clientela de los "grupos" directa o indirectamente dirigi­dos por él; las diferentes formas de actividad de estos grupos.

Los efectos de la influencia personal de Gurdjieff.

Las modalidades del "trabajo" impuesto a los miembros de estos grupos.

-—Los efectos de este trabajo sobre el comportamiento físico, sexual, psicológico, psíquico, intelectual y moral de los discípulos.

La existencia de cierto estado de espíritu suscitado por ésta enseñanza en la mayoría de los medios intelectuales.

La existencia de una literatura viviente surgida de esta "so­ciedad secreta".
Sin embargo, me he dedicado particularmente y más que nada a establecer el balance de los efectos de esta enseñanza sobre los discípulos con quienes me ligué particularmente. Nada me parece más útil para todos aquellos que han formado parte de los "gru­pos" y no saben aun claramente si han tenido razón o si se han equivocado al dejar el "trabajo"; para todos aquellos que "trabajan" en este momento; para todos los que pueden sentirse ten­tados de arriesgarse hoy en esta aventura; para todos los que han seguido vías asaz semejantes a la propuesta por Gurdjieff; por fin, para todos los que no cesan ni cesarán jamás de preguntarse si en este camino hay una respuesta posible a la Pregunta. Y nada me parece más útil que ser útil al conjunto de esta familia de espíritus.

Debo añadir aún algunas palabras de advertencia. Considero extremadamente seductoras la mayoría de las opiniones de Gurd­jieff sobre la doble naturaleza del hombre, sobre su posible evolu­ción, sobre su situación dentro del cosmos. No estoy seguro de poderlas expresar convenientemente por no haber superado el es­tadio primario de experimentación de estas miras. No he querido, por lo tanto, insistir en ello más allá de mis medios. Por otra parte, tenía dos poderosas razones para mantenerme dentro de la mo­destia.

La primera consiste en que el sabio Ouspensky, dotado de la cultura necesaria, ha destacado lo esencial de la doctrina de Gurd­jieff en dos obras: Fragmentos de una enseñanza desconocida5 y Psicología de la posible evolución del hombre6.

La segunda consiste en que me he propuesto hacer conocer no lo que podría pasar en nosotros si llegáramos a una conciencia sobrehumana, sino lo que pasa en la mente, el corazón y el cuerpo de los hombres que parten a la búsqueda de una tal conciencia, siguiendo paso a paso la enseñanza de Gurdjieff. Lo que me ha parecido útil pintar son las alegrías y los dramas de los princi­piantes. Yo no tenía por qué hacer una exposición completa de las miras de Gurdjieff porque muchas de ellas no se adaptan en absoluto al discípulo de primer grado. Pues bien, que yo sepa, en Occidente no existe ningún hombre dentro de la sociedad de Gurdjieff que haya pasado de este primer grado. Creo que él mismo lo afirmaba con profusión de epítetos despectivos. Dé modo que algunas exposiciones hechas brillantemente por Ouspensky me parecen resultado de la pura curiosidad intelectual y sin relación alguna con la experiencia vivida por los occidentales en el seno de esta Sociedad. La curiosidad científica es sin duda legí­tima, pero no es esta curiosidad la que me importa satisfacer aquí. Por fin, lo que me parece útil efectuar no es el cuadro de conocimientos supra-humanos prometidos por Gurdjieff, sino el balance de los efectos reales de su enseñanza. Este libro, pues, no presentará sino aquellos aspectos de la doctrina que tengan al­guna relación con la experiencia vivida por los discípulos de "pri­mer grado".

Se preguntarán ustedes si es posible ir más allá de este "primer grado"; si es posible franquear la etapa de principiante. También yo me lo pregunto. ¿Existe verdaderamente una posibilidad de llegar a ese estado de hombre verdadero, de hombre despierto, del que se habla en la sociedad de Gurdjieff, hacia el cual se dirigen todos los esfuerzos, por cuya consecución se han consumado al­gunos grandes sacrificios? Este es el fondo de la Pregunta. En cuanto a mí, no conozco la respuesta. Todo lo que puedo conocer son los dramas vividos por aquellos que, bajo la dirección de Gurdjieff, han intentado llegar, o más bien prepararse para el viaje. En el transcurso de esta obra diré lo que yo mismo he vivido, comprendido, sentido durante mi permanencia en la sociedad de Gurdjieff. Diré también cómo y por qué me separé de esta socie­dad, pero no creo haber reunido los testimonios que se van a leer para justificar mi propia actitud. No pienso tener una necesi­dad profunda de una justificación de esta clase y mi fin es com­pletamente distinto. Sin embargo, es posible que el conjunto de los textos aquí reunidos incline a un juicio del asunto Gurdjieff comparable con el mío. En este caso, deseo con todas mis fuerzas que no se contenten con este juicio y, sobre todo, que una vez ce­rrado el libro, no dejen de preguntarse si existe una posibilidad de llegar a la Libertad y al Conocimiento absolutos. Deben resistir el loco orgullo que responde sí y a la pereza del alma que responde no. Esta resistencia sin tregua a los dos pecados alrededor de los cuales giran las actividades humanas hacen de ellos las grandes víctimas expiatorias. También hace de ellos los únicos testigos cuya palabra enseña. Al término de esta resistencia —si término hay—, al término de esta resistencia que exige toda la virilidad de un guerrero, al final de las pruebas extenuantes, quiero creer que su alma podrá asir el hilo que conduce a la respuesta. Quiero creer que su alma descubrirá en la felicidad, que para no perder este hilo y poder seguirlo hasta el fin, sólo hacen falta la ligereza de un trabajo de mujer y la frescura de un juego de niño.
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