Traducción de Mónica Faerna






descargar 1.72 Mb.
títuloTraducción de Mónica Faerna
página8/74
fecha de publicación08.06.2015
tamaño1.72 Mb.
tipoDocumentos
l.exam-10.com > Derecho > Documentos
1   ...   4   5   6   7   8   9   10   11   ...   74

Sombra no se fue. Se quedó allí de pie, con las manos en los bolsillos, temblando, mirando la fosa fijamente.

El cielo era de un color gris plomizo, uniforme y plano como un espejo. Seguía nevando de forma errática, y los copos de nieve tenían un aire espectral.

Había algo que quería decirle a Laura, y estaba dispuesto a esperar hasta saber qué. Lentamente, el mundo empezó a perder luz y color. Los pies de Sombra comenzaron a entumecerse, y las manos y los pies le dolían de puro frío. Enterró las manos en los bolsillos buscando un poco de calor, y sus dedos se aferraron a la moneda de oro.

Se acercó hasta la tumba.

—Esto es para ti —dijo.

Habían echado varias paladas de tierra sobre el féretro, pero la fosa no estaba ni mucho menos llena. Lanzó la moneda de oro y echó más tierra para evitar posibles tentaciones a algún sepulturero sin escrúpulos. Se sacudió la tierra de las manos y dijo:

—Buenas noches, Laura. Lo siento.

Se volvió a mirar las luces de la ciudad y echó a andar en dirección a Eagle Point.

Su motel estaba a más de dos millas, pero después de tres años encarcelado le agradaba saber que podía andar y andar, toda la vida si le daba la gana. Podía seguir andando hacia el norte y acabar en Alaska, o dirigirse hacia el sur, a México y más allá. Podía andar hasta la Patagonia y Tierra del Fuego. Trató de recordar de dónde provenía ese nombre: creía recordar que de niño había leído algo sobre hombres desnudos sentados alrededor de la hoguera para calentarse…

Un coche se detuvo a su lado. Alguien bajó una ventanilla.

—¿Te llevo a alguna parte, Sombra? —preguntó Audrey Burton.

—No —respondió—. Contigo no.

Echó a andar de nuevo. Audrey lo siguió con el coche a cinco kilómetros por hora. Los copos de nieve bailaban a la luz de los faros.

—Yo creía que era mi mejor amiga —dijo Audrey—. Hablábamos todos los días. Cuando Robbie y yo nos peleábamos, ella era la primera en saberlo… Íbamos al Chi-Chi’s a tomarnos unos margaritas y a despotricar sobre lo gilipollas que pueden llegar a ser los tíos. Y durante todo ese tiempo se lo estaba follando a mis espaldas.

—Por favor, vete, Audrey.

—Solo quiero que sepas que tenía un buen motivo para hacer lo que hice.

Sombra no respondió.

—¡Eh! —gritó ella—. ¡Eh! ¡Estoy hablando contigo!

Sombra se volvió.

—¿Quieres que te diga que has hecho bien en escupir a Laura a la cara? ¿Quieres que te diga que no me ha dolido? ¿O que eso que dices me hará odiarla más de lo que la echo de menos? Pues no va a ser así, Audrey.

Ella lo acompañó con el coche durante un minuto más, sin decir nada. Luego le preguntó:

—¿Qué tal te ha ido en la cárcel?

—Genial —replicó Sombra—. Tú te habrías sentido como en casa.

Entonces Audrey pisó a fondo el acelerador y, haciendo rugir el motor, se marchó.

Sin la luz de los faros, todo se quedó a oscuras. El atardecer dio paso a la noche. Sombra seguía confiando en que el hecho de andar lo ayudaría a entrar en calor, y a que sus manos y sus pies se calentaran también. No fue así.

Cuando estaba en la cárcel, Low Key Lyesmith se había referido al pequeño cementerio de la prisión situado detrás de la enfermería como el Huerto de Huesos, y esa imagen se le había quedado grabada en la mente. Aquella noche había soñado con un huerto a la luz de la luna, lleno de árboles blancos y desnudos, con unas ramas que acababan en unas manos huesudas y unas profundas raíces que invadían las tumbas. En su sueño, los árboles del huerto de huesos daban fruto, y había algo muy inquietante en ellos, pero al despertarse no fue capaz de recordar qué extraña fruta crecía en los árboles, ni por qué le repelía de aquel modo.

Los coches pasaban por su lado. Sombra hubiera preferido poder caminar por una acera. Tropezó con algo que no podía ver en la oscuridad y cayó a la cuneta, con la mano derecha hundida bajo varios centímetros de frío barro. Se levantó y se limpió las manos en el pantalón. Se quedó quieto, desorientado. Solo tuvo tiempo de ver que había alguien a su lado antes de que le pusieran algo húmedo sobre la nariz y la boca, y aspirara unos penetrantes vapores químicos.

Esta vez la cuneta le pareció cálida y reconfortante.
ϒ
Sombra sentía como si le hubieran clavado las sienes al cráneo, y tenía la vista nublada.

Llevaba las manos atadas a la espalda con lo que parecía algún tipo de correa. Estaba en un coche, sentado en unos asientos con tapicería de cuero. Por un instante se preguntó si su capacidad para percibir la profundidad de campo se había visto afectada, pero enseguida comprendió que no, que el otro asiento estaba tan lejos como parecía.

Había varias personas sentadas a su lado, pero no podía volver la cabeza para mirarlos.

El hombre joven y gordo que estaba sentado en la otra punta de la limusina cogió una lata de Coca-Cola light del minibar y la abrió. Llevaba un abrigo largo y negro, de un tejido que parecía seda, y no parecía tener más de veinte años: un brote de acné brillaba en una de sus mejillas. Sonrió al ver que Sombra estaba despierto.

—Hola, Sombra —dijo—. No me toques las pelotas.

—Vale —respondió Sombra—. No lo haré. ¿Puedes dejarme en el motel América, el que está junto a la Interestatal?

—Dale —le ordenó el joven a la persona que había a la izquierda de Sombra. Esta le asestó un puñetazo en todo el plexo solar, y el golpe lo dejó sin respiración y lo dobló por la mitad. Lentamente, volvió a enderezarse.

—Te advertí que no me tocaras las pelotas, y eso es exactamente lo que acabas de hacer. Dame respuestas cortas y precisas si no quieres que acabe contigo de una puta vez. Aunque a lo mejor no te mato; a lo mejor les pido a los chicos que te rompan todos los putos huesos uno por uno. Tenemos 206, así que no me toques las pelotas.

—Entendido —dijo Sombra.

Las luces del techo de la limusina pasaban de violeta a azul, y luego de verde a amarillo.

—Trabajas para Wednesday —dijo el chico.

—Sí —respondió Sombra.

—¿Qué coño se trae entre manos? Quiero decir, ¿qué está haciendo aquí? Debe de tener un plan. ¿Cuál es el plan de juego?

—He empezado a trabajar para él esta mañana —dijo Sombra—. Soy el chico de los recados. Y su chófer, quizá, si es que me deja conducir alguna vez. Apenas hemos intercambiado unas palabras.

—¿Me estás diciendo que no lo sabes?

—Estoy diciendo que no lo sé.

El chico se lo quedó mirando. Bebió un sorbo de Coca-Cola, eructó, y continuó mirándole un poco más.

—¿Me lo dirías si lo supieras?

—Probablemente no —admitió Sombra—. Como bien has dicho, trabajo para el señor Wednesday.

El chico se desabrochó el abrigo y sacó una pitillera de plata de un bolsillo interior. La abrió y le ofreció uno a Sombra.

—¿Fumas?

Sombra pensó en aprovechar la circunstancia para pedir que le desataran las manos, pero al final cambió de idea.

—No, gracias —dijo.

El cigarrillo parecía liado a mano y, cuando el chico lo encendió con un Zippo de color negro mate, el aroma que invadió la limusina no parecía de tabaco. Tampoco era marihuana, decidió Sombra. Olía como si estuvieran quemando componentes eléctricos.

El chico dio una profunda calada y contuvo la respiración. Dejó que el humo le saliera poco a poco por la boca y volvió a aspirarlo por la nariz. Sombra intuía que había practicado aquel truco delante de un espejo durante bastante tiempo antes de hacerlo en público.

—Si me has mentido —dijo el chico como si estuviera muy, muy lejos—, te mataré. Ya lo sabes.

—Eso has dicho.

El chico volvió a darle otra calada larga al cigarrillo. Las luces dentro de la limusina pasaron de naranja a rojo y de nuevo a violeta.

—Dices que te hospedas en el motel América, ¿no? —Dio unos golpecitos en la ventanilla del conductor, que estaba detrás de él. El cristal se bajó—. Eh, al motel América, junto a la interestatal. Tenemos que dejar a nuestro invitado.

El conductor asintió y el cristal volvió a subir.

Las luces de fibra óptica que había dentro de la limusina seguían cambiando de color, siguiendo el ciclo establecido. A Sombra le daba la sensación de que los ojos del joven también parpadeaban, con el color verde de los monitores antiguos.

—Te voy a dar un recadito para Wednesday. Dile que ya es historia. Que ya lo han olvidado. Que es un vejestorio. Dile que somos el futuro y que nos importan una mierda él y los de su calaña. Está acabado. ¿Entendido? Pues díselo bien clarito. Su lugar está en el vertedero de la historia mientras que gente como yo circulamos en limusina por las superautopistas del mañana.

—Se lo diré —dijo Sombra. Empezaba a sentirse mareado. Esperaba que no le diera por vomitar.

—Dile que hemos reprogramado la realidad. Dile que el lenguaje es un virus y la religión un sistema operativo, y las oraciones no son más que spam. Díselo o te juro que te mato —concluyó el chico, con suavidad, parapetado tras el humo.

—Entendido. Podéis dejarme aquí. Ya sigo a pie.

El joven asintió.

—Me alegro de haber hablado contigo —dijo. Al parecer el humo lo había tranquilizado—. Deberías saber que, si te matamos, ya no tenemos más que borrarte. ¿Lo entiendes? Un clic y serás sobrescrito con ceros y unos aleatorios. Y no existe la opción de «deshacer». —Dio un par de golpes a la ventana que tenía detrás—. Se va a bajar aquí.

A continuación se volvió de nuevo hacia Sombra y señaló su cigarrillo.

—Piel de sapo sintética. ¿Sabes que hoy en día se puede sintetizar la bufotenina?

El coche se detuvo. La persona que estaba sentada a la derecha de Sombra le abrió la puerta y este se bajó como pudo, con las manos aún atadas a la espalda. Entonces se dio cuenta de que no había podido ver bien a las personas con las que había compartido el asiento trasero. No sabía si eran hombres o mujeres, jóvenes o viejos.

Le cortaron las correas. Las tiras de nailon cayeron al suelo.

El interior del coche se había convertido en una nube de humo en la que parpadeaban dos luces, cobrizas, como los hermosos ojos de un sapo.

—Todo esto tiene que ver con el puto paradigma dominante, Sombra. Todo lo demás no importa. Ah, oye, y siento mucho lo de tu parienta.

La puerta se cerró y la limusina arrancó sin apenas ruido. Sombra estaba a unos doscientos metros del motel, así que echó a andar, respirando el aire frío. Por el camino vio carteles luminosos de color rojo, amarillo y azul que anunciaban comida rápida de todas las clases que uno pueda imaginar, siempre en forma de hamburguesa; y llegó al motel América sin más incidentes.


Capítulo tres
Todas las horas hieren. La última mata.

ANTIGUO PROVERBIO

Una mujer delgada y joven atendía la recepción del motel América. Le dijo a Sombra que su amigo ya lo había registrado, y le dio la tarjeta rectangular de plástico de su habitación. Tenía el cabello de color rubio claro y en su cara había algo que recordaba a un roedor, especialmente cuando desconfiaba, pero se suavizaba cuando sonreía. Cuando miraba a Sombra, lo hacía con desconfianza. No quiso decirle el número de la habitación en la que se alojaba Wednesday, e insistió en telefonearle para avisarle de que había llegado su huésped.

Wednesday salió de una sala que había al fondo del vestíbulo y le hizo una seña a Sombra.

—¿Qué tal ha ido el funeral? —le preguntó.

—Ya se ha acabado.

—Jodido, ¿eh? ¿Quieres hablar de ello?

—No.

—Bien —Wednesday sonrió—. Hoy en día se habla demasiado. Hablar, hablar, hablar. Este país iría mucho mejor si la gente aprendiera a sufrir en silencio. ¿Tienes hambre?

—Un poco.

—Aquí no sirven comidas. Pero si pides una pizza, te la subirán a la habitación.

Wednesday lo condujo hasta su habitación, que estaba enfrente de la de Sombra. Había mapas por todas partes, desplegados, extendidos sobre la cama, pegados en las paredes con cinta adhesiva. Wednesday los había marcado con rotuladores de colores fluorescentes: verde fosforito, rosa chillón y naranja.

—Me acaba de secuestrar un crío gordo con una limusina —le contó Sombra—. Me ha encargado que te diga que te han echado al estercolero de la historia mientras la gente como él conduce sus limusinas por las superautopistas de la vida. Algo así, más o menos.

—Mocoso impertinente —gruñó Wednesday.

—¿Lo conoces?

Wednesday se encogió de hombros.

—Sé quién es. —Se dejó caer en la única silla de la habitación—. No tienen ni idea, ni puta idea. ¿Cuánto tiempo más tienes que quedarte aquí?

—No lo sé. Puede que una semana más. Tengo que solucionar los asuntos de Laura. Ocuparme del apartamento, deshacerme de su ropa y todo eso. Su madre se va a volver loca, pero lo tiene bien merecido.

Wednesday asintió con su enorme cabeza.

—Bueno, cuanto antes acabes antes podremos irnos de Eagle Point. Buenas noches.

Sombra cruzó el pasillo. Su habitación era exactamente igual a la de Wednesday, incluso tenía la misma lámina con una puesta de sol en la pared, sobre la cama. Pidió una pizza con queso y albóndigas, abrió el grifo de la bañera y vació todas las botellitas de plástico de champú del motel para que hicieran espuma.

Era demasiado alto para tumbarse en la bañera, pero se bañó sentado y disfrutó tanto como pudo. Sombra se había prometido que se daría un buen baño cuando saliera de la cárcel, y siempre mantenía sus promesas.

La pizza llegó al poco de salir de la bañera, y Sombra se la comió con una lata de refresco.

Encendió la tele y vio el programa de testimonios de Jerry Springer que recordaba haber visto antes de ingresar en prisión. El tema de ese día era «Quiero ser prostituta» y entrevistaban a varias futuras putas, la mayoría mujeres, mientras el público las increpaba a voz en cuello; luego salía un proxeneta cargado de oro ofreciéndoles trabajo en su establecimiento, y una exprostituta que les rogaba a todas ellas que se buscaran un trabajo de verdad. Sombra la apagó sin esperar a que Jerry Springer los dejara con su reflexión personal.

Se tumbó en la cama pensando que era la primera cama en la que se acostaba como hombre libre, y aquel pensamiento le proporcionó menos placer de lo que esperaba. Dejó las cortinas abiertas, miró las luces de los coches y de los antros de comida rápida tras los cristales de la ventana, contento de saber que había otro mundo ahí fuera, uno al que podía salir siempre que quisiera.

Podría estar acostado en su cama, pensó, en el apartamento que había compartido con Laura, en la cama que había compartido con ella. Pero la idea de estar allí sin su mujer, rodeado de sus cosas, su perfume, su vida, era demasiado dolorosa…

«No vayas», pensó. Decidió concentrarse en otra cosa y pensó en los trucos con monedas. Sombra sabía que no tenía madera de mago: no sabía tejer esas historias tan necesarias para que el truco surtiera el efecto deseado, ni le gustaban los trucos con cartas o con flores de papel. Pero le gustaba manipular monedas; disfrutaba con la técnica. Se puso a hacer una lista de los trucos que había conseguido dominar, y eso le trajo a la memoria la moneda que había arrojado a la tumba de Laura, y entonces le vino a la cabeza la imagen de Audrey contándole que Laura había muerto con la polla de Robbie en la boca, y volvió a sentir en el pecho una punzada de dolor.

«Todas las horas hieren. La última mata.» ¿Dónde había oído aquello? Ya no se acordaba. Sentía que, en lo más hondo de su ser, empezaban a crecer la ira y el dolor, y un nudo de tensión en la base del cráneo que se extendía también a las sienes. Respiró hondo, tomando el aire por la nariz y soltándolo por la boca, para relajarse.
1   ...   4   5   6   7   8   9   10   11   ...   74

similar:

Traducción de Mónica Faerna iconInterpretación y traducción. Comentario a “Teorías del significado...

Traducción de Mónica Faerna iconMónica Lumbreras 25/09 /10

Traducción de Mónica Faerna iconBiografía Mónica Gómez

Traducción de Mónica Faerna iconTraducido integramente por mónica

Traducción de Mónica Faerna iconSanta Monica High School

Traducción de Mónica Faerna iconTraducido íntegramente por mónica

Traducción de Mónica Faerna iconA Mónica Un individuo cualquiera decidió suicidarse

Traducción de Mónica Faerna iconTema 14. Cervantes novelista autora: Mónica Henríquez

Traducción de Mónica Faerna iconMónica often forgets to do things. Her mother is asking her if she...

Traducción de Mónica Faerna iconTesis "El Largo del Amo" -tal es el titulo de la obra mas reciente...






© 2015
contactos
l.exam-10.com