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Escribir en medio de una lluvia de termales ascendentes, es como tratar de ensartar un mecate en una aguja, con litro y medio de Brandy dentro del cuerpo, no es placentero ni fácil, pero hay que hacerlo. Querido Roberto, dos puntos. Hace pocos días llegó a mi casa una invitación a un evento que presumí de inicio una boda. Y ahora, ¿Quién se suicida?, pregunté en mis adentros. Al abrirla descubrí que se trataba de la presentación de tu libro “Cardiología del Alma”. ¡Ay güey!, pensé de inmediato, este chango si va en serio. Sí se nos casa, ni modo, de que los hay, los hay. El sentimiento que a continuación se despertó en mi interior fue como una cubetada de agua gélida, de esas que hacen que se te achiquen las partes del cuerpo que de otra manera estarían penduleando; ese sentimiento se llama nostalgia fulminante y su principal síntoma es: sentirte ruco. Si hacemos un poco de álgebra, descubriremos que te doblo la edad, los vicios, las vivencias, las decepciones, los libros leídos y con casi plena certeza, sólo numéricamente, podría ser tu padre. En lo que estoy cierto, no te doblo nada (sin albur sea dicho) es en el talento y en esa bienaventuranza divina que conocemos como voluntad. Los poemas que leí son bastante mejores que los que yo escribía cuando tenía tu edad en medio de clases de Derecho Procesal e Historia del Periodismo Novohispano. Algunos son más cursis que unos quince años en la Villa, y unas rimas se ven casi calcadas de Arjona, pero la médula sabe bien, sabe a pan recién hecho, a pan bien cerquita de mi hambre. Tienes poemas que son, en realidad, rolitas rocanroleadas que ronronean con el roncito de la pachanga y el desmadre, esas hay que dejarlas con la lira y las desveladas de tus cuates y las libaciones a ese engañoso Dionisio Bacanales que debes visitar con respeto, fruición y deleite. Pero hay otros que los has sacado de una arteria destapada en medio de un cuerpo yermo y desolado, esos hay que pulirlos, trabajarlos, acariciarlos como se hace con las encías de la mujer amada, sin prisa, degustándolos. Pero la verdad sea dicha, creo que aún no has aprendido las bondades de la goma de borrar. Te da miedo amputar un verso o una palabra al poema, como si lo fueras a dejar cojo o manco. Los poemas se parecen más a una planta de vid, que a la planta de una mujer enamorada, al podar el poema, dejas que las metáforas broten como flores pasmadas. (Cualquier día, tinto en mano, te enseño las técnicas de la guadaña) Sin embargo, mi querido Roberto, desde hoy tienes todo mi respeto y aprecio pues has dado a luz en un trabajo de parto en el que muy pocos se aventuran, pariste un libro, que es otra discreta forma de parecerse a Dios. Y si me crees, has forjado otro escalón del asenso del hombre hacia la intrincada maraña de eventos que solemos llamar cultura. Eres un creador, eres un dador de nombres, eres un poeta. Brindo con vino desde las áridas regiones de la América del Norte, porque has nacido hoy al mundo de las letras y es tu obligación continuar en él, so pena de convertirte en una piraña pequeño-burguesa con la greña larga. Salud. Yves Porraz Gómez |