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CRÓNICAS DE ÁVALON A la Reina de las Tempestades, por su generosa y espléndida hospitalidad. A Merlyn por su enseñanzas y compañerismo. Y ambos por su cariño. A Nimue, amada en mí y por mí, por tantas cosas. A Morgana, amado en ella y por ella, por Todo. A la Sacerdotisa que me dio su Corazón, en otro tiempo y en otro lugar, cuando tuve que marchar. Volverá a mi Corazón de la mano de Morgana cuando el Nuevo Mundo esté a punto de cristalizar. Sobre el Tor de Ávalon me encontrará. ÍNDICE Página La Isla de Cristal 3 Ritmo de vida 7 Merlín 13 Iapetus y Nibiru 21 Viaje al Centro Galáctico y a mi interior 29 Fanum 39 Vamos a contar mentiras 47 Práctica del ahora 56 Ho´oponopono 66 Campos morfogenéticos 74 Dimensionis 83 El Principio Holográfico 91 El Gran Teatro del Mundo 98 La Isla de Cristal Busco la inspiración para estas líneas oteando por el amplio ventanal que configura una de las cuatro paredes, de idéntico tamaño, que conforman mi habitación, orientada al este y situada en la planta más alta y noble del castillo de la Reina de las Tempestades. Contemplo el despertar de la mañana y al Sol enamorándola con sus refulgentes atractivos. La Luna se resiste a salir del escenario celeste y observa impasible estos devaneos matutinos, como pensando para sus adentros “¡todos los días lo mismo!”. Al fondo, la inmensidad del Océano Atlántico parece embravecerse cuanto más me concentro en su azul intenso. Y cercano, al alcance de la mano, se abre en extensión el multicolor paisaje de Ávalon, la isla en la que me dispongo a disfrutar de unas prolongadas vacaciones, ¡medio año sabático!, gracias a la invitación de Nimue. Sobre el variado verdor de las lomas, que se suceden de forma raramente armónica hasta perderse en el horizonte, destaca la bella estampa de los manzanos, que en enorme número dan aquí durante todo el año sabrosas frutas. Nimue las llama “abal”, aunque sus dos mejores amigas, las también hadas Elaine y Igraine, prefieren denominarlas “aval” -remarcando la “v”- y “afal” -pronunciando la “f” entre “f” y “v”-, respectivamente. Según me explican, estas diferencias fonéticas obedecen al distinto origen geográfico, cultural e idiomático de cada una de ellas, pues Nimue nació en una ciudadela celta de Finisterre, muy próxima al lugar donde la conocí hace algunos años, Elaine en la Bretaña francesa e Igraine en las costas de Gales. En lo que sí coinciden las tres es en que el nombre de la isla deriva precisamente del otorgado a la fruta y no, como a veces se oye, de la palabra celta “Annawyn” (o “Annauvin”), que significa literalmente “Reino de Hadas”, por más que aquí vivan las tres citadas junto a otras seis reinas hadas más. Hace ya unos días que llegue a Ávalon, no me pregunten exactamente cómo. Pero hasta ahora no había tenido un rato de sosiego en el que encender el portátil y meditar como más me gusta: vaciando mi mente de pensamientos en la medida en que me vuelco mi Ser en el teclado del ordenador. Sé que soy un privilegiado al poder residir durante unos meses en esta isla, vedada rotundamente a foráneos y escondida a extraños con un mágico velo que simula una densa bruma, curioso disfraz para una tierra tan llena de brillo. Por ello, tengo la intención de redactar y distribuir entre l@s amig@s una especie de crónicas, así las llamare, Crónicas de Ávalon, de lo que aquí vea y experimente. Es lo menos que puedo hacer en solidaridad con quienes no comparten mi suerte. Y, en esta primera entrega, he de contar lo más excitante que me ha acontecido hasta ahora: el encuentro con Morgana, la mayor de las mencionadas nueve reinas hadas. Nimue, para que no me dejara engañar por las mentiras que se cuentan sobre Morgana –personificación, según algunos, del mal, el odio y la venganza-, me había hablado tanto de ella que creía que ya la conocía sobradamente. ¡Qué ingenuidad!. Estaba en aviso acerca de su belleza ardiente y el deseo, la tentación y la pasión que enciende, pero la realidad de Morgana supera cualquier expectativa. Su cara, moldeada con luz incolora; sus gestos, expresión del equilibrio mismo; sus palabras, precisas y cargadas de plenitud; su porte, ángel de fuego; su risa, imán de alegría; su aura, explosión cósmica; y sus lágrimas, cascada de amor. Sí, sus lágrimas, que la asaltan en cuanto empieza a hablar de su hermanastro Arturo, el célebre y mítico rey, cuyo cuerpo fenecido reposa desde hace quince siglos en una holgada cama dorada ubicada en medio de la Sala del Trono del castillo palaciego que Morgana, ella sola, habita: Arturo quedó moribundo en la Batalla de Camlann, en el año 537; y casi muerto fue traído a Ávalon en un navío pilotado por la propia Morgana, a la que Nimue, La Reina de Gales del Norte y la Reina de las Tierras Baldías acompañaron en tan triste travesía Para que la conociera, Nimue convenció a Morgana de que organizara una cena para un puñado de comensales y me incluyera entre los invitados. Al terminar la sobremesa, me adentré en el Salón del Trono y me dirigí al lecho donde yace Arturo. Al acercarme, quedé paralizado por una fuerza invisible que me impedía continuar mi aproximación. Desde la distancia que me vi forzado a respetar, contemplé el cuerpo de Arturo, incorrupto y hermoso a pesar de las centurias transcurridas desde su fallecimiento. En un momento dado, Morgana se situó a mi espalda para tomarme luego de la mano y alejarme a un rincón de la estancia, lejos del resto de contertulios. Me ofreció asiento en un confortable sillón, a la par que ella se dejaba caer en otro contiguo. Y, clavando sus ojos en los míos, me dijo: -Querido Emilio, en tu entrecejo es muy visible el Tercer Ojo, que me indica que eres una persona en la que se puede confiar. Y antes de que te enteres por terceros, prefiero contártelo yo-. -A que te refieres, Morgana-, le pregunté sorprendido. -A mi hermanastro Arturo y a su enfrentamiento con Mordred, que llevó a la muerte a los dos-, afirmó con visible dolor. -¿Mordred?-, musité. -¿Nimue no te ha contado nada?-, me inquirió a la par que cruzaba las manos sobre su regazo. -No, Morgana, nada en absoluto-, le contesté tranquilo, pues era la verdad. -Lo debí suponer, dada su discreción. Mejor así, que lo sepas por mí-. Y tras unos segundos de silencio y respiración profunda, prosiguió: -Lady Igraine fue madre de Arturo y mía. De su primer matrimonio, con Gorlois, duque de Cornualles, nací yo. Y Arturo de sus segundas nupcias, con Uther Pendragon. Nunca nos encontramos antes de ser jóvenes. Y cuando lo hicimos, no nos reconocimos como hermanastros e, increíblemente, nos enamoramos. Apasionadamente, Emilio, locamente…-. Aunque calló, no pude articular palabra y me limité a hundirme un poco más en mi asiento. Afortunadamente, pronto continuó: -De nuestro amor nació un lindo bebe, al que pusimos como nombre Mordred. Pero cuando Arturo se dio cuenta de que éramos hermanos y nuestro hijo fruto del incesto, perdió la cabeza y quiso asesinarlo-. -¡Cielos!-, exclamé sin poderlo evitar. -Como madre, Emilio, no podía consentirlo y puse al pequeño a salvo, en los dominios de mi hermana Morgause. Sin embargo, Arturo era ya otra persona, nada que ver con el hombre honesto y generoso del que me enamoré. Inmerso en la demencia, mutó en Herodes y promulgó un bando ordenando que todos los niños que hubieran nacido por esa época fueran abandonados en una barca a merced del océano. Muchos inocentes perecieron por tan vil decisión. Aunque, protegido por su tía, Mordred logró sobrevivir. Y, ya de adulto, Morgause lo envío de retorno a la corte de Arturo para que ejerciera sus derechos reales. -Y Arturo, ¿qué hizo?-, pregunté con el corazón dándome brincos ante la sinceridad de Morgana y la confianza que mostraba a pesar de acabarme de conocer. -Nunca lo reconoció ni como hijo ni, mucho menos, como sucesor. Y cuando la confrontación entre Arturo y su caballero Lanzarote, a causa de los amores de Ginebra, debilitó al reino, Mordred aprovechó para proclamarse soberano. Lo que provocó la contienda entre sus partidarios y los de Arturo. ¡Padre e hijo en guerra abierta!. Por fin, en la Batalla de Camlann, Arturo mató a Mordred, aunque él también quedó herido de muerte-. -Fue entonces cuando lo trajiste a Ávalon-, apostille. -Efectivamente. Y aquí falleció poco después. Desde entonces he custodiado y cuidado de su cuerpo esperando el día en que su alma asuma el reto de encarnarse en un nacido en Ávalon. Esa será la señal de que, en la cadena de vidas que constituye nuestra verdadera existencia, estará ya preparada para afrontar las asignaturas de índole espiritual que dejó pendiente cuando encarnó cual rey. Y yo estaré aquí para ayudarla y, a la vez, atar los cabos existenciales que, igualmente, tengo por cerrar-. Llegados a este punto de la conversación, Morgana se levantó con lentitud y, sin mediar más palabras, puso el dedo índice de su mano izquierda sobre mis labios, me beso en el entrecejo y se alejó. De retorno al castillo de la Reina de las Tempestades, Nimue me acompañó en silencio. Era consciente de que Morgana me había abierto su corazón. E intuía el efecto que ello había causado en el mío. Aquella noche no quería dormir, sino refugiarme en el sueño. Pero me costó. No obstante, me levanté, como acostumbro, al amanecer y con una idea clara que emanaba pletórica y entusiasta de mi interior: si había llegado a Ávalon con unas ganas inmensas de acumular experiencias y conocimientos, ahora sabía que en la isla me aguardaba algo más trascendente. Exactamente aquello que Nimue me había anunciado al invitarme, pero entonces no entendí: -En la isla tendrás la oportunidad de pasar al otro lado del espejo. En libertad, Emilio, siempre conforme a tu voluntad y en libre albedrío, en Ávalon podrás cruzar al otro lado del espejo. Es por eso que también la llamamos Ynys Witrin, es decir, la Isla de Cristal-. Ritmo de vida Esclarece. El Sol empuja la maitinada. Por el ventanal de mi habitación siento su energía y la de la excitación de la Naturaleza por la alborada. Al repasar la agenda, una nota en ella me recuerda que me corresponde escribiros la segunda Crónica desde Ávalon. Lo que quiere decir, a su vez, que son 30 los días que suma mi estancia en esta singular tierra. ¿Treinta ya?, ¡imposible!, me digo a mí mismo. Pero repaso el calendario y confirmo la veracidad de lo que la agenda reseña, por más que mi percepción íntima me condujera a pensar que son bastante menos las fechas en las que llevo disfrutando de la hospitalidad de los pobladores de la isla, en general, y de la Reina de las Tempestades y su castillo, en particular. En un primer momento, he responsabilizado de tal discordancia entre percepción y realidad a la distinta forma de medir el tiempo que se usa en Ávalon. Verán. Como nosotros, sus habitantes utilizan cual parámetro de referencia el intervalo entre dos pasos sucesivos del Sol tanto por el mismo meridiano –un día, que llaman “Dywrnad”- como por el equinoccio medio (por ejemplo, de primavera a primavera) –un año trópico (365,24 días), que denominan “Flwdad”–. Pero, por lo demás, su cuenta del tiempo es muy distinta al no emplear ni el segundo, ni el minuto, ni la hora, ni las semanas, ni los meses. Al “Dywrnad” lo dividen en 3 periodos iguales o “Wymrod” (puede ser traducido como “dedicación”), equivalente cada uno a 8 horas nuestras: el “Wymrod-Gwed” (“dedicación al descanso”), que abarca la noche cerrada y el amanecer e incluye dos tiempos de meditación personal, al comienzo y al final del periodo, así como el desayuno; el “Wymrod-Kajer” (“dedicación al Amor”), que sucede al anterior y en el que se realizan trabajos al servicio a la comunidad conforme a la vocación y talentos particulares (cuenta con una interrupción para la comida); y el “Wymrod-Agos” (“dedicación íntima”), que ocupa la tercera y última parte del día y se centra en el recogimiento interior, el silencio, la lectura e, igualmente, el encuentro con los demás (se produce en torno a la cena) para compartir tanto reflexiones y experiencias como juegos, divertimentos y expresiones artísticas individuales y grupales. A su vez, cada “Wymrod” se reparte en 4 “gustynt” (“soplo de viento”), compuesto cada uno por 1560 “hanadles”. Éste término significa “respiraciones” y tal cifra es, de hecho, las veces que un ser humano normal y en estado sereno reproduce el ciclo inspiración-expiración a lo largo de un “gustynt”, esto es, durante dos horas. Y, por fin, 91,3 “Dywrnad” configuran cada una de las cuatro “Tymrau” (“estaciones”) del “Flwdad”, empezando a contar cada nueva fase anual en coincidencia con el solsticio de invierno, fecha que, metafóricamente, identifican con el Nacimiento del Sol. En resumen, esta es la escala de tiempo usada en Ávalon: +Unidad base: 1 “hanadles” (respiración), 5,62 segundos nuestros. +1560 “hanadles”: 1 “gustynt” (soplo de viento), 2 horas. +4 “gustynt”: 1 “Wymrod” (dedicación), 8 horas. +3 “Wymrod”: 1 “Dywrnad” (día), 24 horas. +91,3 “Dywrnad”: 1 “Tymrau”, cada una de las estaciones del año. +4 “Tymrau”: 1 “Flwdad” (año) (365,24 “Dywrnad” o días). Por mi propia vivencia, puedo asegurar que esta forma de medir el tiempo, quizá por tener su soporte primigenio en el lapso de la respiración, provoca la sensación de su mayor duración, razón por la que no es de extrañar que achacara a ello la aludida discordancia. Sin embargo, recapacitando sobre el asunto, he desembocado en una conclusión que ahora que la escribo me resulta obvia: la escala enunciada no es la causa, sino la consecuencia del ritmo de vida que se sigue en Ávalon. Un ritmo bastante más sosegado y lento (empleando el calificativo de modo no peyorativo, sino descriptivo) del habitual en nuestra sociedad. Esta conclusión me ha hecho rememorar una de las primeras conversaciones que mantuve con Nimue, no mucho después de conocerla. Fue una apacible tarde de otoño, en un pequeño y oculto recoveco de uno de los acantilados que se agrupan en torno al cabo de Finisterre. En soledad, esperábamos codo con codo la puesta de Sol. Nimue, a propósito de un comentario mío acerca de la paz que impregnaba la ocasión y nos llenaba a nosotros mismos, me dijo con la agudeza que la caracteriza: -La civilización, Emilio, a la que perteneces y la visión que la domina ensalzan el exceso como ninguna otra cultura lo había hecho antes. Por lo que hemos hablado y por lo que sin necesidad de palabras de ti se desprende, sé que eres plenamente consciente de ello. Pero la mayoría de tus congéneres están cegados por una visión productivista, consumista, vacía de valores y antagónica a cualquier percepción trascendente y espiritual de vuestro ser. Es más, como si fuera lo más normal, en torno al exceso habéis configurado una retórica, algunos pretenden que hasta una épica, amplificada por la publicidad y los medios de comunicación. El exceso –sea en acumular riqueza, o en ganar medallas olímpicas- se ha elevado prácticamente a la categoría de heroicidad. Y los periódicos y los informativos, por ejemplo, no destacan el quehacer de los verdaderos héroes –que hay muchos, multitud de hombres y mujeres, por todo el planeta y en los más diversos contextos- sino el “éxito” del “triunfador”, que suele ser un señor o señora que aporta mucho a sí mismo y casi nada a los demás-. Lejos de sentirme herido por esta crítica a nuestro mundo, me identifiqué absolutamente con ella. Es más, apliqué al caso los años que he dedicado al estudio de la Economía: -Tienes toda la razón, Nimue. Y el sistema económico tiene mucho que ver con lo que señalas. La Economía-Mundo lo contamina todo con su aroma mercantilista y sus reglas del comercio sin alma: poco importa el verdadero valor de las cosas –su valor intrínseco o de uso- y todo se reduce a su precio –su valor de cambio y, a menudo, especulativo-. Es una auténtica subversión del orden natural de valores-. -Pero no te quedes ahí-, me interrumpió. –Lo más grave es que para conseguir que las personas asuman tal subversión, se promueve un modelo de vida que mira siempre al mañana, a lo que pueda deparar el futuro, jamás al presente. El objetivo es claro: que al colocar la mirada en un futuro virtual y frecuentemente quimérico, no observéis la realidad tal cual es. Todo os alienta a plantearos constantemente metas y retos para el mañana, sin capacidad de crítica, sin saber de verdad si son vuestros o impuestos por otros, sin miraros nunca al espejo del hoy, de lo real. Igualmente, se os anima a transgredir límites y fronteras en un contexto de culto a la velocidad. Y a esto se le llama disfrutar la vida. A costa de lo que sea, incluso de vosotros mismos y vuestra auténtica identidad; y sin conocer por qué y para qué-. -Efectivamente-, ahora fui yo el que corté su exposición. -De este modo, se nos llena la mente de ruido, del ajetreo incesante provocado por un mundo “en progreso”, “en avance”, aunque nadie sepa bien hacia dónde. Todo vale, en definitiva, con tal de que no tengamos la mente limpia, quieta, que es lo que nos permitiría conectar con nuestra dimensión profunda, nuestro Yo Verdadero-. Apartando un momento mi atención del horizonte, giré la cabeza y contemplé la corta melena trigueña de Nimue, que daba la sensación de querer volar siguiendo los impulsos del viento que nos regalaba en abundancia el océano. Estaba a punto de acariciar sus cabellos, que asemejaban finos hilos dorados empeñados en jugar entre sí, cuando torció hacia mí su torso para continuar la conversación: -Y casi nadie se sorprende por tanto dislate, aunque, paradójicamente, os escandalicéis cotidianamente ante los nocivos efectos e impactos, individuales y colectivos, de tanta proclama aparentemente rompedora. Os habéis acostumbrado al cómodo ejercicio de seguir la corriente, transitando por la vía rápida de los extremos y renunciando a lo que Aristóteles definió y defendió como el “justo medio”, “in media virtus”, lugar de excelencia, según él, para la ética y la razón. De esta forma, el equilibrio está quedando fuera del alcance de cada persona y de vuestra sociedad-. -“In media virtus”- repetí mecánicamente, a la par que veía como al Astro Rey le faltaba poco para zambullirse en las aguas atlánticas. -En última instancia, la elección no es entre felicidad o no-, afirmó Nimue acelerando sus palabras, como si quisiera completar sus razonamientos antes de que el Sol se despidiera hasta mañana. -Todo el mundo, sin excepción, quiere ser feliz. La clave radica en lo que se entiende por felicidad. Y aquí sí que hay que optar: entre un modelo de felicidad ajeno a nosotros, impuesto, como os pasa a vosotros, por la visión y sistema dominantes; y la felicidad tal como la vemos y percibimos honesta, sincera y conscientemente desde nuestro interior. La experiencia de los triunfadores, de los rompedores y de los se aplican un modelo de felicidad ajeno a ellos mismos indica con rotundidad lo que espera al final de ese camino: frustración, insatisfacción, nostalgia sin objeto, estrés, depresión, vacío. Y la de los que han optado por el “in media virtus” también es contundente: felicidad equilibrada, duradera, armoniosa y hasta contagiosa-. -Y aunque es difícil transitar por el sendero del medio cuando la sociedad nos impone un ritmo frenético-, dije con convicción, -son muchas las personas que se han percatado del desatino y comienzan a intentarlo. Yo también lo procuro cada día-. La plenitud del ocaso nos absorbió. Nimue tomó mis manos y las acurrucó entre las suyas. El Sol se sumergió en el horizonte incendiándolo con tal vigor que parecía que todo el océano no sería suficiente para apagar el fuego que había provocado. El espectáculo sobrecogía por su belleza. Y sus influjos energéticos nos mantuvieron en silencio un buen rato, hasta que comenzó a bajar el telón de las estrellas. En aquellos instantes me sentí radicalmente libre, incorpóreo. Con la mente callada, sin pensamiento alguno. Gozando por existir, ni más ni menos. Sin nada que enturbiara la simple y honda sensación de Ser. Soy y soy por siempre: esto era lo único que emanaba de mi interior. Pero no en forma de ideas o conceptos, sino como luz. Una luz que brotaba de mi pecho, me rodeaba de los pies a la cabeza y se lanzaba a continuación hacia cuanto me rodeaba. ¿También hacia Nimue?. La busqué con la mirada. Y aquella fue la primera vez que asistí a lo que le sucede a las hadas cuando contemplan la puesta de Sol. Nimue tardó en recuperar su configuración física. Sus ojos de verde aceituna fueron lo que antes se materializó en medio de la gran bola de luz, esplendorosamente blanca, en la que se había transformado. Posteriormente, sin prisa alguna, todo su cuerpo fue reapareciendo. Trozo a trozo, trazo a trazo, como si su hermosa estampa fuera surgiendo del pincel tocado al óleo de un invisible e inspirado pintor. Completada la obra, como si tal cosa, me sonrío. Y, sonrojada por haber desnudado su esencia en mi presencia, retomó la conversación que habíamos dejado atrás: -Algún día tienes que venir conmigo a Ávalon. Comprobarás que es perfectamente posible vivir con un ritmo de vida distinto. En la isla prima la moderación y el sentido común en la delimitación y cobertura de nuestras necesidades; se paladean las pequeñas cosas y los detalles, con alto valor de uso, pero bajo valor de cambio; se buscan y hallan espacios para el encuentro interior y experiencias de silencio; se constata que la transformación interior es la llave del cambio social y que se precisan ojos nuevos para lograr un mundo nuevo; se incrementa el compromiso con la Naturaleza y la Madre Tierra, nuestro gran hogar; y se disfruta por compartir con los demás y practicar el Amor Incondicional, incluso hacia el que en un momento dado nos hace daño. Sabemos, Emilio, que el Amor contra Resistencia es la gran enseñanza que nos corresponde en un planeta, autentico ser consciente, que se ha vestido de dualismos para propiciar nuestro aprendizaje, para que unamos el polo positivo con el negativo y la luz se haga en nosotros, iluminando, a la par, la Creación-. Tienes que venir conmigo a Ávalon. Aquellas palabras me parecieron entonces puramente protocolarias, pues no podía imaginar que la isla me abriera sus secretos. No sabía que un hada no entiende de protocolos ni de cumplimientos. Así que ya estoy en Ávalon. Y he podido comprobar de primera mano que lo revelado por Nimue es una magnífica realidad. Se saborea aquí la espera de las cosas, disfrutando del momento cuando llegan. Y se práctica una arte casi desconocido ya en nuestra civilización: el arte de no hacer nada, que abre la puerta al silencio, la meditación y el crecimiento interior. Para nosotros, no hacer nada es sinónimo de falta de referencias, lo que provoca nerviosismo, pánico al vacío y urgencia por encontrar algo que hacer. En lugar de no pensar, permitiendo que nuestra dimensión interior inspire la mente, o de concentrarnos en una idea para que madure en nuestra inteligencia, nos hemos convertidos en adictos al pensamiento rápido y, por tanto, superficial y fácilmente manipulable por terceros y por influencias externas. En Ávalon, sin embargo, la gente se concentra en no hacer nada. Y he constado con ellos que, aunque parezca increíble para nuestra mentalidad, es entonces cuando más cosas se hacen, aunque pertenecen a otra dimensión: la del Amor. Ciertamente, no es preciso ser un genio para percatarse que hacer las cosas más despacio significa hacerlas mejor. Y ofrece la oportunidad de gozar con la acción de hacerlas, lo que se sitúa estrictamente en el presente, y no con los teóricos resultados de la acción, que pertenecen al ámbito de lo futurible, de lo que está por venir. Un futuro al que nos lanzamos aceleradamente para ni siquiera ser muy conscientes de cuando llegamos a él. Todo mejora, hasta la salud, cuando se prescinde del apresuramiento. La Reina de las Tempestades me lo resumió muy bien en uno de los desayunos con los que me agasaja desde mi llegada y compartimos cada mañana: -Las palabras “rápido” y “lento” representan dos filosofías de vida muy distintas. Rápido equivale a atareado, controlador, agresivo, apresurado, superficial, estresado e impaciente, es decir, todo aquello en lo que la cantidad prima sobre la calidad. En cambio, lento está asociado a sereno, cuidadoso, receptivo, silencioso, intuitivo, pausado, paciente y reflexivo, esto, es, donde la calidad prevalece sobre la cantidad. Por ello, la filosofía de vida de la lentitud puede resumirse en dos cualidades: equilibrio interior y armonía exterior. Esta es la filosofía y el ritmo de vida que rigen en Ávalon-. Tal sería mi cara de sorpresa ante tan efusivo elogio de la lentitud que, de inmediato, me preguntó: -¿Qué te aconsejo hacer para introducirte en el ritmo aquí vigente y tan extraño en tu sociedad?. Pues, ante todo, sé coherente: cuando se trata de ir más despacio, no se pueden tener prisas, por lo que conviene comenzar poco a poco. Por ejemplo, es aconsejable empezar con algunas prácticas de “salida del tiempo”, es decir, actividades como la meditación, el silencio interior o, incluso, sentarse en un lugar público o pasear plácidamente observando lo que nos rodea. Igualmente, aplicar la pausa y el sosiego a la hora de comer, de leer,... hasta para hacer el amor-. Me ruboricé ante este comentario, pues no pude evitar recordar los ejercicios de sexo tántrico en los que Nimue me venía aleccionando con pericia. Seguro que mi cambio de color no pasó desapercibido para la Reina de las Tempestades, que, por otra parte, debía estar perfectamente al tanto de que Nimue pasaba con frecuencia la noche en mi habitación y, por tanto, en su castillo. No obstante, prosiguió como si tal cosa para finiquitar sus consejos: -Si un pequeño acto lento te hace sentirte bien, pasa paulatinamente a lo importante, hasta llegar al punto de replantear tu agenda cotidiana de “actividades múltiples y veloces”. !Ah!: Y no te dejes embaucar por la falsa sensación que trasmiten las noticias negativas. No permitas que te arrastren a la oscuridad y la tensión. Si es preciso, elimina de tu vida las fuentes que insisten en divulgar las mismas. En el planeta y en tu cotidianeidad ocurren muchísimas más cosas positivas que negativas. Concéntrate en las positivas para aumentar su impacto en tu interior y en el mundo exterior. Te harás un favor a ti mismo y también a la Madre Tierra-. Desde entonces, vengo aplicando estas sencillas recetas y me he dejado contagiar por el ritmo pausado que impera en la isla. Y ello me ha permitido experimentar algo aún más trascendente: que tal ritmo conduce directamente a vivir en el presente, en el ahora, comprobando que es el único sitio donde la vida realmente existe. Pero sobre ello os escribiré en otra Crónica. Sobre todo porque Nimue me ha anunciado que próximamente nos visitará Merlín, todo un maestro, me asegura, en la práctica del ahora. |
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