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CAPITULO V La Misión Salesiana en el Amazonas ¿De quién fue la idea? 1. Teología misionera de la época Durante el derrumbamiento de los imperios coloniales, dos Papas destacaron por su empeño e interés en vivificar la actividad misionera en sentido moderno. Benedicto XV, el 30 de noviembre de 1919, escribió la Encíclica «Maximum illud» que se puede considerar la Carta Magna de las misiones católicas modernas. Estas indicaciones papales, llegaron muy lentamente a incorporarse a la praxis misionera, por muchas causas. Podemos resumir los puntos esenciales: - Necesidad y urgencia de un clero indígena, bien formado espiritual y culturalmente. En él está la esperanza y el futuro de esas jóvenes iglesias. - El clero indígena no tiene que considerarse de clase inferior, sino a la altura de elevada tarea evangelizadora. No se le debe relegar a responsabilidades de menor importancia. - Se constata que en muchas regiones el clero indígena es muy escaso, aún después de muchos años de labor misionera. Y eso se debe al descuido del aspecto vocacional y preparación del indígena. - Hace un llamado urgente a todos los superiores de las congregaciones religiosas misioneras para que tomen a pecho este asunto. - Recuerda también, que evangelizar no es colonizar. Lo hace con un llamado a los mismos misioneros: «Recuerden su alta misión. Dejen de lado todo nacionalismo». - En la Misión no deben sentirse extranjeros: esto exige el conocimiento del idioma, las costumbres, la cultura, la historia, la civilización de los pueblos que van a evangelizar. - Se hace necesaria una preparación previa para todos los misioneros. Se acabó ya la época de los aventureros del evangelio. Como sabemos, estas directrices papales no siempre fueron escuchadas y puestas en práctica, sobre todo las relacionadas con la preparación, sea del clero indígena, sea del misionero. El programa enunciado por Benedicto XV fue enérgicamente continuado, profundizado y cumplido por Pío XI, no sólo con la Encíclica «Rerum Ecclesiae» del 28 de febrero de 1926, sino con un amplio programa de realizaciones a lo largo de su pontificado. La Encíclica «Rerum Ecclesiae» revela una gran amplitud de visión y una profunda claridad en los problemas y necesidades misioneros del momento. De hecho, debe considerarse como uno de los documentos básicos de la literatura misionera. Manifiesta un particular interés por las nuevas Iglesias, en referencia a su organización y a la formación del clero autóctono. Por eso pide una acción resuelta y radical. La formación de un clero autóctono significaba para Pío XI, quitar a esas jóvenes iglesias de la influencia de las potencias coloniales y de su política, para poder darles autonomía y, desde luego, hacer crecer la posibilidad de desarrollo. - Resalta la obligación de todo católico de ayudar a las misiones. - Insiste sobre la formación del clero indígena, sus ventajas y la necesidad de preferirlo al extranjero. - Al fasto de los grandes edificios (sedes episcopales, grandes catedrales...) hay que dar preferencia a aquellos que sirvan para obras de misericordia (Orfelinatos, hospitales, escuelas...). - Antes de evangelizar hay que crear condiciones para una vida auténticamente humana. - Recalca la importancia de la unión de todas las fuerzas misioneras y constata la falta de colaboración entre los religiosos. Estas dos Encíclicas resumen la teoría y la praxis oficial de la Iglesia en esta época de comienzos de siglo. Veremos después, a lo largo de nuestra historia de las misiones en Amazonas, si se tuvieron o no en cuenta y de qué modo, en la conformación de esta nueva iglesia en Amazonas. 2. Nace la idea de la Misión en el Amazonas Debemos remontarnos al año 1891 para tener la primera noticia sobre la idea de crear y confiar una Misión en Venezuela a la Congregación Salesiana. Nos lo transmite el P. Eugenio Ceria, historiador salesiano, en el vol. II de los Anales: «La Sagrada Congregación de Propaganda Fide enviaba a D. Miguel Rua al sacerdote Nicanor Rivero, que por encargo del arzobispo de Caracas (Mons.Uzcátegui), andaba en busca de misioneros que quisieran dedicarse a la evangelización de los infieles existentes todavía en el territorio de la República venezolana. El Secretario de Propaganda Fide escribía así al Rector Mayor de los salesianos: «Su Santidad, tomando vivo interés por esta obra de evangelización promovida por el mencionado Prelado, por medio del abajo firmante, le da a conocer su agradecimiento por corresponder, en los límites de sus posibilidades, a las peticiones que le serán hechas al respecto». Don Rua respondió que se esperaba corresponder dentro de pocos años. Pero esos «pocos años» se convirtieron en muchos. Sólo en 1932, por disposición de la Santa Sede, los salesianos aceptaron la difícil Misión del Alto Orinoco.(1) Los contactos previos entre la Santa Sede y la Congregación Salesiana, a través del Nuncio Apostólico en Venezuela, comenzaron en 1923. Los primeros protagonistas fueron los misioneros salesianos de la misión del Río Negro brasileño, cuyo Prefecto Apostólico era Mons. Pedro Massa. A Mons. Massa le halagaba la idea de que los hijos de D. Bosco heredaran las antiguas misiones que en los siglos XVII y XVIII habían regido los Jesuítas y Capuchinos en el Amazonas venezolano. Los Salesianos Mons. Massa y los PP. Juan Bálzola y Juan Marchesi, comenzaron a proponer la idea y a dar los primeros pasos para que la Congregación aceptara la Misión venezolana del Alto Orinoco. Por medio de estos personajes se hicieron las primeras proposiciones e informes sobre la región Sur de Venezuela. Mons. Massa estableció ya en 1923 los primeros contactos con el Administrador Apostólico de la Diócesis de Guayana, Mons. Sixto Sosa. Y envió al P. Juan Bálzola en 1924 y al P. Marchesi en 1927, para que exploraran el territorio de la futura misión e informaran a los Superiores de Turín acerca del mismo. Desde hacía años los salesianos trabajaban ya en las misiones brasileñas del Río Negro.(2) El pionero de ellas, el P. Juan Bálzola, en sus incursiones por el Río Negro había llegado varias veces a los límites entre Venezuela y Brasil, quedando siempre impresionado por la triste situación religiosa, moral y social del Territorio Amazonas, entonces totalmente abandonado. Escribía en 1923: «Se nos presentaba siempre el inconveniente de no poder extender más allá nuestra acción misionera, conforme lo requerían tantas pobres almas abandonadas, porque nuestra jurisdicción no llegaba a Venezuela» .(3) En 1923, de acuerdo con Mons. Massa, Superior de la Misión del Río Negro brasileño, se determinó pedir los adecuados permisos al Obispo Administrador Apostólico de aquella zona venezolana del Alto Orinoco, que era Mons. Sixto Sosa (4) El 13 de mayo Mons. Sosa respondía desde Ciudad Bolívar a Mons. Massa concediendo con satisfacción las debidas licencias no sólo para entrar en el territorio de su jurisdicción sino dando todas las facultades de que él disponía personalmente para arreglar matrimonios, confirmar y atender especialmente a los indígenas. Recomendaba además, que el misionero que se encargara de hacer la visita al Alto Orinoco y al Río Negro venezolanos, fuera explorando las tierras y la situación pastoral de las mismas, «...para poder preparar el terreno a fin de crear un Vicariato y confiarlo a los Salesianos» .(5) Tampoco faltó ponerse en previo contacto con las autoridades civiles locales, tanto para solicitarles la debida autorización de entrada como para rogarles que protegieran al misionero expedicionario y lo ayudaran. Obtenidos, pues, todos los permisos necesarios y oportunos, en noviembre de 1923, Mons. Massa encomendó al P. Juan Bálzola la empresa de realizar aquella exploración apostólica.(6) D. Bálzola efectuó aquel difícil viaje por tierras venezolanas desde el 18 de febrero hasta el 24 de abril del año 1924. Fue una visita no sólo de exploración sino también de intenso apostolado entre las gentes del Sur de Venezuela, totalmente abandonadas desde hacía ya más de medio siglo. Escribió una larga e interesantísima Relación de su viaje, que mandó a los Superiores Mayores de Turín, poniéndolos al corriente de la situación de aquel extenso campo de trabajo apostólico que se le brindaba a los salesianos.(7) De las condiciones tristes y desoladoras de aquellas regiones, se le dio conocimiento también al Gobierno de Venezuela. En efecto, puestos de acuerdo Mons. Sosa, Mons. Massa y el P. Bálzola, enviaron un Informe al Nuncio Apostólico de Venezuela, adjuntándole el proyecto de una posible Misión en aquellas tierras, proyecto que el Nuncio presentó al Gobierno Nacional. Esta relación entregada al Nuncio en Caracas trataba de las condiciones generales del territorio y el posible trabajo misional en él, indicando incluso los posibles límites geográficos de la futura demarcación eclesiástica.(8) Los Superiores Mayores de Turín habían tenido noticia de la posibilidad de abrir esa misión por los informes de D. Bálzola y Mons. Massa. A través del Sr. Nuncio en Caracas también fueron informados los Salesianos de Venezuela. En julio de 1924, el Director de la Casa Don Bosco de Valencia, P. Enrique De Ferrari, comunicaba a los Superiores de Turín la oferta de «una gran misión que limita con nuestra Prefectura del Río Negro brasileño».(9) También había hablado de ella al P. José Vespignani, visitador extraordinario de las casas de Venezuela y miembro del Consejo General. (10) 3. Un largo proceso de maduración. Transcurrieron los últimos meses de 1924 y todo el año 1925 y no se volvió a hablar de la Misión. Ciertas noticias esporádicas afloran en 1926 desde la Nunciatura y de ciertos representantes del Gobierno. El P. E. De Ferrari le comunicaba el 26 de febrero de 1926 al Rector Mayor D. Felipe Rinaldi: «Dentro de poco recibirá de la Santa Sede una propuesta para las Misiones del Territorio Amazonas o del Alto Orinoco. El Sr. Nuncio me habló de ellas en estos días... La Santa Sede, por medio del Sr. Nuncio ha obtenido del Gobierno de aquí el permiso para abrir una Prefectura Apostólica en aquella región y le ha sido concedido además, que escoja él la Congregación religiosa que le plazca. Y el Sr. Nuncio se ha fijado en los Salesianos» (11) Vino el relevo de Nuncio en Caracas. A Mons. Cortesi le sucedió en el cargo Mons. Fernando Cento, quien debió recibir la consigna de su antecesor, de no engavetar el asunto de la Misión del Alto Orinoco. Debía, pues, gestionarlo ante el Rector Mayor D. Felipe Rinaldi.(12) A las propuestas del nuevo Nuncio de Venezuela, el Rector Mayor responde: «...haber examinado atentamente la propuesta de la Misión y nutrir la esperanza de poder enviar cuanto antes a la Santa Sede una respuesta favorable al respecto» (13) Al Visitador de los Salesianos de Venezuela, D. Enrique De Ferrari, que insistía acerca de la oportunidad de la Misión (14), el Secretario del Consejo Superior, D. Calógero Gusmano le respondía que la Misión sería aceptada con tal que se aclararan algunos condicionamientos acerca del clima, la salubridad, las vías de comunicación y otras cuestiones sobre aquellos lugares.(15) A partir de octubre de 1925 hay abundantes noticias, provenientes en su mayor parte de la Misión salesiana del Río Negro brasileño, acerca de la oportunidad de aceptar o no, la Misión del Alto Orinoco (16). Tales noticias, la mayor parte de las veces, transmitían sólo puntos de vista personales, a veces poco objetivos y a veces contradictorios. Era lógico, por lo tanto, el desconcierto de los Superiores Mayores y su reserva. Tanto, que el P. E. De Ferrari, deseando tener alguna noticia para transmitirla al Nuncio Apostólico (17), escribe un poco impaciente: «...Mons. Cortesi me dice que recibió la aceptación del P. Rinaldi y que también le fue comunicada al Cardenal Gasparri. Pero ahora no sé qué sucede...» (18) En esta misma carta aparecían ciertas incongruencias. El P. E. De Ferrari se mostraba dispuesto a diferir lo de la Misión ya que sería imposible atenderla por falta de medios. Pero los medios prometidos por el Gobierno, no estarían a disposición hasta que no se aceptara definitivamente la Misión. (19) 4. ¿Un círculo vicioso? En la respuesta al P. De Ferrari, los Superiores le advierten que aprueban la idea de diferir provisionalmente lo de la Misión y le aconsejan primero visitar la zona. Creen necesaria una inspección y exploración del Territorio para salir de ese círculo vicioso. De Ferrari dice: «No tengo dinero para hacer el viaje de inspección, y el Gobierno no me lo da si primero no se acepta la Misión. Pero si se acepta en firme - piensan los Superiores - ¿para qué vale hacer entonces un viaje de inspección? La inspección ha de efectuarse antes de aceptar, para poder decidir con conocimiento directo de causa si es el caso de aceptar o no». (20) Para acabar de una vez con la cuestión, los Superiores dieron la orden de que el P. Juan Marchesi, misionero en Brasil, hiciera una visita de inspección y mandara los adecuados informes a Turín. (21) Este viaje lo hizo el P. Marchesi a fines del año 1927, y mandó a Turín la Relación de su viaje. (22) (Cfr. Anexo Nº 2). Los informes del P. Marchesi fueron positivos, y en Turín se mostraron dispuestos a aceptar, finalmente, la Misión del Alto Orinoco, presionados por las continuas instancias de la Santa Sede.(23) 5. Insistencias de la Santa Sede Ante las instancias de la Santa Sede, el 4 de mayo de 1927, los Superiores de Turín hicieron saber al Cardenal Gasparri que todavía estaban dudosos si aceptar la Misión o no, pues esperaban informes objetivos y seguros. (24) El Cardenal les contestó exigiendo una decisión final clara.(25). Y el Procurador, D.Tomasetti, al enviar a Turín la carta del Secretario de Estado, pide también una respuesta concreta: «Ahora - dice - es necesario responder con un sí o con un no».(26) Una semana después le llegó al Card. Gasparri la contestación del P.Rinaldi: «En las insistencias de V. E. Revdma. queremos ver la voluntad de Dios, por tanto nos sometemos a emprender esta nueva empresa. Pero debemos hacerle saber a V. E. que, aunque recibiéramos óptimas informaciones acerca del Territorio del Orinoco, no será posible abrir la nueva Misión hasta 1930, porque tenemos ahora que preparar el personal para las misiones de Porto Velho (Brasil) y para el Siam, aceptadas hace algunos años para complacer los anhelos de la Santa Sede». (27) El Card. Gasparri tomó a los Superiores por la palabra, aprobando que abrieran la Misión del Alto Orinoco no más tarde de 1930. Aconsejaba que el P. E. De Ferrari hiciera con tranquilidad su proyectado viaje de exploración al Territorio recibiendo los 50.000 bolívares del Gobierno para la Misión. Los Superiores hicieron lo que les indicaba el Secretario de Estado y autorizaron al Inspector de Venezuela, D. Enrique De Ferrari, para recibir el dinero y hacer el viaje de inspección al Territorio, recordándole que: «Aquel dinero le era dado para la Misión y que a ella debía estar destinado, menos lo que se gastase por necesidad de viaje». (28) Esta última advertencia fue oportunísima, porque ya veremos más adelante que el Gobierno le exigió estricta cuenta del empleo de esos bolívares, intentando malévolamente el Ministro del Interior, Rubén González, acusarlo de malversación de fondos públicos. Le pedían además los Superiores que en los Informes que les enviara, fuera lo más objetivo y claro posible. Que no enviara noticias de segunda mano ni amañara las propias, «con el deseo, tal vez, de hacer bien a las almas» (29) Se le advertía también desde Turín, no apresurar demasiado las cosas y obrar reposada y tranquilamente, porque en Turín se sospechaba que era precisamente él, quien sugería todas aquellas insistencias de la Santa Sede. Ante tan sorprendente insinuación, el P. E. De Ferrari, para poner las cosas en claro, respondió irónicamente: «Gracias por el honor que me otorga. No sabía tener yo tanta influencia en el Vaticano. Si no supiera cómo están las cosas, me vendría la tentación de creerme un gran personaje. Pero en cambio, yo sé que no he tomado parte en nada. Quien escribe al Vaticano del asunto de la Misión es nuestro Sr. Nuncio, presionado por el Gobierno de Venezuela.» (30) |