Chile y tuvo que exiliarse a Venezuela tras el golpe militar contra






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Isabel Allende

La Casa de los espíritus

Isabel Allende nació en Lima en 1942, estudió Periodismo en

Chile y tuvo que exiliarse a Venezuela tras el golpe militar contra

su tío Salvador Allende. Desde la publicación en 1982 de La casa

de los espíritus, sus novelas y cuentos han alcanzado gran éxito de

ventas, trascendiendo las fronteras del ámbito de la lengua

castellana. Entre su obra narrativa destacan Eva Luna, Paula y El

plan infinito. Su última novela publicada es Retrato en sepia

(2000).

Con La casa de los espíritus comienza el empeño de Isabel Allende por

rescatar la memoria del pasado, mediante la historia de tres generaciones de

chilenos desde comienzos del siglo XX hasta la década de los setenta. El eje de la

saga lo constituye Esteban Txueba, un humilde minero que logra prosperar a

base de tenacidad y se convierte en uno de los más poderosos terratenientes. Tras

su matrimonio frustrado con Rosa, que muere envenenada por error, se casa con

otra hermana, Clara, incompetente para las cosas de orden doméstico pero

dotada de una extraña clarividencia: es capaz de interpretar los sueños y de

predecir el futuro con sorprendente exactitud. La brutalidad de Esteban, hombre

lujurioso y de mal carácter, irá minando un matrimonio difícilmente conciliable y

los conflictos se extenderán también a sus hijos y nietos.

La novela recorre, con el paso de los años, la evolución de los cambios sociales e

ideológicos del país, sin perder de vista las peripecias personales -a menudo misteriosas- de la saga familiar.

Entrarán en escena los avances tecnológicos, la mudanza en las costumbres, las «nuevas ideas» socialistas y

de emancipación de la mujer, el espiritismo y los fantasmas comunistas, hasta desembocar en el triunfo

socialista y el posterior golpe militar. Estas convulsiones afectarán a la familia de Esteban Trueba -cuyos

miembros poseen siempre algún rasgo extravagante y desmedido- con distintos matices de dramatismo y

violencia. EL viejo terrateniente envejece y, con él, una forma de ver el mundo basada en el dominio, el código

de honor y la venganza. La casa de los espíritus fue llevada al cine por Bille August en 1993. Antonio

Banderas, Meryl Streep, Glenn Close, Winona Ryder y Jeremy Irons encarnaron a los personajes principales.

Prólogo

Zoé Valdés

Demoré varios años después de su publicación antes de iniciar la lectura de la

novela que consagró definitivamente a Isabel Allende. Es algo que hago siempre con

los libros o películas que intuyo tendrán un valor importante para mí, pocas veces

asista a un estreno sólo porque la crítica me obligue, y prefiero guardar un libro

hasta tres meses o algunos años más tarde de la edición para sumergirme en su

lectura. Salvo, por supuesto, cuando debo hacerlo por inminentes razones

profesionales. La casa de los espíritus la leí después que había pasado incluso el éxito

de la película. La película aún no la he visto, aunque me apetece verla no sólo por la

pléyade de actrices y actores que hicieron la novela aún más célebre, sobre todo

porque resulta inevitable que nos pique la curiosidad de comprobar si la historia

magistralmente narrada por su autora no ha sido traicionada en la gran pantalla,

siendo la propia historia fruto creador de una protagonista directa, además de que

la densidad filosófica y la belleza literaria son insuperables en el texto, y

constituyen claves esenciales que seducirán, bordando delicadas y perdurables

emociones en la sensibilidad y en el pensamiento del lector.

Isabel Allende nos cuenta una gran saga familiar, la existencia de cuatro

generaciones en la familia Trueba, deteniéndose con preferencia en los personajes

femeninos: Nívea, Rosa y Clara, Blanca, y por último Alba; aunque a todo lo largo

de la novela quien habla en los momentos trascendentales es el senador Trueba, eje

central del cuerpo sustancial histórico-político en el aspecto cronológico, salvo en el

final, que quien toma la palabra es Alba, en una suerte de relevo espiritual y social.

Esteban Trueba, el patrón, representa el autoritarismo de las clases altas de ese

país, que no es otro que Chile. Sin embargo, si bien el senador Trueba es el hilo

conductor de varias generaciones; Clara, su mujer, es la sonoridad telúrica de la

cultura, de la imaginación, la resonancia lírica de esas mismas-generaciones, en su

diversidad mestiza.

Insisto en hacer hincapié en el lenguaje, escrita con una limpieza excepcional,

incorporando localismos que gracias a la nitidez con que la escritora asumió el tejido

apretado de la obra se convierten de inmediato en universales. Creo que La casa de

los espíritus es la novela por excelencia de la más reciente historia latinoamericana,

donde se reflejan sin ambigüedades las hondas contradicciones entre el campo y la

ciudad, la lucha de clases, las confusiones o certezas ideológicas, las diferencias.

Aceptar las exageradas propuestas de esta multiplicidad de realidades en una

novela es un riesgo que no cualquier escritor está dispuesto a asumir. Porque Isabel

Allende expone los horrores de la junta militar, pero también los peligros no menos

siniestros de una dictadura marxista; los personajes jamás deambularán con pasos

extremistas y dislocados de un discurso a otro, viajarán por dentro de ellos con

desplazamientos excesivos, eso sí, chocando con sus negaciones, trastabillando de

un estado de ánimo a otro, acertando, equivocándose, viviendo el laberinto

indisoluble de la duda o la verdad de los seres humanos. Así Pedro Tercero García,

el cantautor con ideas izquierdistas irá aparar a un oscuro despacho totalitario

donde para nada le valdrá la guitarra que siempre le acompañó y que le dio la

celebridad en el corazón del pueblo, sin renunciar a su pasado terminará en el

exilio. Miguel, el revolucionario, será el eterno esperado por Alba, quien a su vez

significa el sacrificio, encarcelada por los militares, torturada en campos de

concentración; pero lo más importante es que Albaes la redención a través de la

escritura, de la palabra, es salvada por su abuelo, el anciano y desvalido senador

Trueba, un lejano aunque sólido indicio de la fundación de la tierra, en combinación

con Tránsito Soto, la antigua prostituta devenida nueva rica. Pero el personaje que

sostiene de una punta a la otra el equilibrio de la fábula se llama Clara,

clarividencia constante, horizonte latente, viva y extraordinariamente fantasmal,

referencia indiscutible al realismo mágico.

La casa de los espíritus es una de las grandes novelas del siglo veinte, por su

sinceridad al traducir la complejidad de la vida en literatura, asociando

espiritualidad y filosofía, realidad política y poética.

A mi madre, mi abuela y las otras extraordinarias

mujeres de esta historia.

I. A.

¿Cuánto vive el hombre, por fin?

¿Vive mil años o uno solo?

¿Vive una semana o varios siglos?

¿Por cuánto tiempo muere el hombre?

¿Qué quiere decir para siempre?

PABLO NERUDA

La casa de los espíritus

Isabel Allende

6

Rosa, la bella

Capítulo I

Barrabás llegó a la familia por vía marítima, anotó la niña Clara con su delicada

caligrafía. Ya entonces tenía el hábito de escribir las cosas importantes y más tarde,

cuando se quedó muda, escribía también las trivialidades, sin sospechar que cincuenta

años después, sus cuadernos me servirían para rescatar la memoria del pasado y para

sobrevivir a mi propio espanto. El día que llegó Barrabás era jueves Santo. Venía en

una jaula indigna, cubierto de sus propios excrementos y orines, con una mirada

extraviada de preso miserable e indefenso, pero ya se adivinaba -por el porte real de

su cabeza y el tamaño de su esqueleto- el gigante legendario que llegó a ser. Aquél

era un día aburrido y otoñal, que en nada presagiaba los acontecimientos que la niña

escribió para que fueran recordados y que ocurrieron durante la misa de doce, en la

parroquia de San Sebastián, a la cual asistió con toda su familia. En señal de duelo, los

santos estaban tapados con trapos morados, que las beatas desempolvaban

anualmente del ropero de la sacristía, y bajo las sábanas de luto, la corte celestial

parecía un amasijo de muebles esperando la mudanza, sin que las velas, el incienso o

los gemidos del órgano, pudieran contrarrestar ese lamentable efecto. Se erguían

amenazantes bultos oscuros en el lugar de los santos de cuerpo entero, con sus

rostros idénticos de expresión constipada, sus elaboradas pelucas de cabello de

muerto, sus rubíes, sus perlas, sus esmeraldas de vidrio pintado y sus vestuarios de

nobles florentinos. El único favorecido con el luto era el patrono de la iglesia, san

Sebastián, porque en Semana Santa le ahorraba a los fieles el espectáculo de su

cuerpo torcido en una postura indecente, atravesado por media docena de flechas,

chorreando sangre y lágrimas, como un homosexual sufriente, cuyas llagas,

milagrosamente frescas gracias al pincel del padre Restrepo, hacían estremecer de

asco a Clara.

Era ésa una larga semana de penitencia y de ayuno, no se jugaba baraja, no se

tocaba música que incitara a la lujuria o al olvido, y se observaba, dentro de lo posible,

la mayor tristeza y castidad, a pesar de que justamente en esos días, el aguijonazo del

demonio tentaba con mayor insistencia la débil carne católica. El ayuno consistía en

suaves pasteles de hojaldre, sabrosos guisos de verdura, esponjosas tortillas y grandes

quesos traídos del campo, con los que las familias recordaban la Pasión del Señor,

cuidándose de no probar ni el más pequeño trozo de carne o de pescado, bajo pena de

excomunión, como insistía el padre Restrepo. Nadie se habría atrevido a

desobedecerle. El sacerdote estaba provisto de un largo dedo incriminador para

apuntar a los pecadores en público y una lengua entrenada para alborotar los

sentimientos.

-¡Tú, ladrón que has robado el dinero del culto! -gritaba desde el púlpito señalando

a un caballero que fingía afanarse en una pelusa de su solapa para no darle la cara-.

¡Tú, desvergonzada que te prostituyes en los muelles! -y acusaba a doña Ester Trueba,

inválida debido a la artritis y beata de la Virgen del Carmen, que abría los ojos

sorprendida, sin saber el significado de aquella palabra ni dónde quedaban los

muelles-. ¡Arrepentíos, pecadores, inmunda carroña, indignos del sacrificio de Nuestro

Señor! ¡Ayunad! ¡Haced penitencia!

La casa de los espíritus

Isabel Allende

7

Llevado por el entusiasmo de su celo vocacional, el sacerdote debía contenerse para

no entrar en abierta desobediencia con las instrucciones de sus superiores

eclesiásticos, sacudidos por vientos de modernismo, que se oponían al cilicio y a la

flagelación. Él era partidario de vencer las debilidades del alma con una buena azotaina

de la carne. Era famoso por su oratoria desenfrenada. Lo seguían sus fieles de

parroquia en parroquia, sudaban oyéndolo describir los tormentos de los pecadores en

el infierno, las carnes desgarradas por ingeniosas máquinas de tortura, los fuegos

eternos, los garfios que traspasaban los miembros viriles, los asquerosos reptiles que

se introducían por los orificios femeninos y otros múltiples suplicios que incorporaba en

cada sermón para sembrar el terror de Dios. El mismo Satanás era descrito hasta en

sus más íntimas anomalías con el acento de Galicia del sacerdote, cuya misión en este

mundo era sacudir las conciencias de los indolentes criollos.

Severo del Valle era ateo y masón, pero tenía ambiciones políticas y no podía darse

el lujo de faltar a la misa más concurrida cada domingo y fiesta de guardar, para que

todos pudieran verlo. Su esposa Nívea prefería entenderse con Dios sin intermediarios,

tenía profunda desconfianza de las sotanas y se aburría con las descripciones del cielo,

el purgatorio y el infierno, pero acompañaba a su marido en sus ambiciones

parlamentarias, en la esperanza de que si él ocupaba un puesto en el Congreso, ella

podría obtener el voto femenino, por el cual luchaba desde hacía diez años, sin que sus

numerosos embarazos lograran desanimarla. Ese Jueves Santo el padre Restrepo había

llevado a los oyentes al límite de su resistencia con sus visiones apocalípticas y Nívea

empezó a sentir mareos. Se preguntó si no estaría nuevamente encinta. A pesar de los

lavados con vinagre y las esponjas con hiel, había dado a luz quince hijos, de los

cuales todavía quedaban once vivos, y tenía razones para suponer que ya estaba

acomodándose en la madurez, pues su hija Clara, la menor, tenía diez años. Parecía

que por fin había cedido el ímpetu de su asombrosa fertilidad. Procuró atribuir su

malestar al momento del sermón del padre Restrepo cuando la apuntó para referirse a

los fariseos que pretendían legalizar a los bastardos y al matrimonio civil,

desarticulando a la familia, la patria, la propiedad y la Iglesia, dando a las mujeres la

misma posición que a los hombres, en abierto desafío a la ley de Dios, que en ese

aspecto era muy precisa. Nívea y Severo ocupaban, con sus hijos, toda la tercera

hilera de bancos. Clara estaba sentada al lado de su madre y ésta le apretaba la mano

con impaciencia cuando el discurso del sacerdote se extendía demasiado en los

pecados de la carne, porque sabía que eso inducía a la pequeña a visualizar

aberraciones que iban más allá de la realidad, como era evidente por las preguntas

que hacía y que nadie sabía contestar. Clara era muy precoz y tenía la desbordante

imaginación que heredaron todas las mujeres de su familia por vía materna. La

temperatura de la iglesia había aumentado y el olor penetrante de los cirios, el

incienso y la multitud apiñada, contribuían a la fatiga de Nívea. Deseaba que la

ceremonia terminara de una vez, para regresar a su fresca casa, a sentarse en el

corredor de los helechos y saborear la jarra de horchata que la Nana preparaba los

días de fiesta. Miró a sus hijos, los menores estaban cansados, rígidos en su ropa de

domingo, y los mayores comenzaban a distraerse. Posó la vista en Rosa, la mayor de

sus hijas vivas, y, como siempre, se sorprendió. Su extraña belleza tenía una cualidad

perturbadora de la cual ni ella escapaba, parecía fabricada de un material diferente al

de la raza humana. Nívea supo que no era de este mundo aun antes que naciera,

porque la vio en sueños, por eso no le sorprendió que la comadrona diera un grito al

verla. Al nacer, Rosa era blanca, lisa, sin arrugas, como una muñeca de loza, con el

cabello verde y los ojos amarillos, la criatura más hermosa que había nacido en la

tierra desde los tiempos del pecado original,, como dijo la comadrona santiguándose.

Desde el primer baño, la Nana le lavó el pelo con infusión de manzanilla, lo cual tuvo la

La casa de los espíritus
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