GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER (1836-1870)
RIMA I
Yo sé un himno gigante y extraño que anuncia en la noche del alma una aurora, y estas páginas son de ese himno cadencias que el aire dilata en las sombras.
Yo quisiera escribirlo, del hombre domando el rebelde, mezquino idioma, con palabras que fuesen a un tiempo suspiros y risas, colores y notas.
Pero en vano es luchar; que no hay cifra capaz de encerrarlo, y apenas ¡oh, hermosa! si, teniendo en mis manos las tuyas, pudiera, al oído, contártelo a solas.
RIMA XI
-Yo soy ardiente, yo soy morena, yo soy el símbolo de la pasión; de ansia de goces mi alma está llena; ¿a mí me buscas? -No es a ti, no.
-Mi frente es pálida; mis trenzas, de oro; puedo brindarte dichas sin fin; yo de ternura guardo un tesoro; ¿a mí me llamas? -No, no es a ti.
-Yo soy un sueño, un imposible, vano fantasma de niebla y luz; soy incorpórea, soy intangible; no puedo amarte. -¡Oh, ven; ven tú!
ARTHUR RIMBAUD (1854-1891)
EL BARCO EBRIO
Según iba bajando por Ríos impasibles, me sentí abandonado por los hombres que sirgan: Pieles Rojas gritones les habían flechado, tras clavarlos desnudos a postes de colores.
Iba, sin preocuparme de carga y de equipaje, con mi trigo de Flandes y mi algodón inglés. Cuando al morir mis guías, se acabó el alboroto: los Ríos me han llevado, libre, adonde quería.
En el vaivén ruidoso de la marea airada, el invierno pasado, sordo, como los niños, corrí. Y las Penínsulas, al largar sus amarras, no conocieron nunca zafarrancho mayor.
La galerna bendijo mi despertar marino, más ligero que un corcho por las olas bailé ––olas que, eternas, rolan los cuerpos de sus víctimas–– ¬diez noches, olvidando el faro y su ojo estúpido.
Agua verde más dulce que las manzanas ácidas en la boca de un niño mi casco ha penetrado, y rodales azules de vino y vomitonas me lavó, trastocando el ancla y el timón.
Desde entonces me baño inmerso en el Poema del Mar, infusión de astros y vía lactescente, sorbiendo el cielo verde, por donde flota a veces, pecio arrobado y pálido, un muerto pensativo.
Y donde, de repente, al teñir los azules, ritmos, delirios lentos, bajo el fulgor del día, más fuertes que el alcohol, más amplios que las liras, fermentan los rubores amargos del amor.
Sé de cielos que estallan en rayos, sé de trombas, resacas y corrientes; sé de noches... del Alba exaltada como una bandada de palomas. ¡Y, a veces, yo sí he visto lo que alguien creyó ver!
He visto el sol poniente, tinto de horrores místicos, alumbrando con lentos cuajarones violetas, que recuerdan a actores de dramas muy antiguos, las olas, que a lo lejos, despliegan sus latidos.
Soñé la noche verde de nieves deslumbradas, beso que asciende, lento, a los ojos del mar, el circular de savias inauditas, y azul y glauco, el despertar de fósforos canoros.
Seguí durante meses, semejante al rebaño histérico, la ola que asalta el farallón, sin pensar que la luz del pie de las Marías pueda embridar el morro de asmáticos Océanos.
¡He chocado, creedme, con Floridas de fábula, donde ojos de pantera con piel de hombre desposan las flores! ¡Y arcos iris, tendidos como riendas para glaucos rebaños, bajo el confín marino!
¡He visto fermentar marjales imponentes, nasas donde se pudre, en juncos, Leviatán! ¡Derrubios de las olas, en medio de bonanzas, horizontes que se hunden, como las cataratas.
¡Hielos, soles de plata, aguas de nácar, cielos de brasa! Hórridos pecios engolfados en simas, donde enormes serpientes comidas por las chinches caen, desde los árboles corvos de negro aroma!
Quisiera haber mostrado a los niños doradas de agua azul, esos peces de oro, peces que cantan. ––Espumas como flores mecieron mis derivas y vientos inefables me alzaron , al pasar.
A veces, mártir laso de polos y de zonas, el mar, cuyo sollozo suavizaba el vaivén, me ofrecía sus flores de umbría, gualdas bocas, y yacía, de hinojos, igual que una mujer.
Isla que balancea en sus orillas gritos y cagadas de pájaros chillones de ojos rubios bogaba, mientras por mis frágiles amarras bajaban, regolfando, ahogados a dormir.
Y yo, barco perdido bajo cabellos de abras, lanzado por la tromba en el éter sin pájaros, yo, a quien los guardacostas o las naves del Hansa no le hubieran salvado el casco ebrio de agua,
libre, humeante, herido por brumas violetas, yo, que horadaba el cielo rojizo, como un muro del que brotan ––jalea exquisita que gusta al gran poeta–– líquenes de sol, mocos de azur,
que corría estampado de lúnulas eléctricas, tabla loca escoltada por hipocampos negros, cuando julio derrumba en ardientes embudos, a grandes latigazos, cielos ultramarinos,
que temblaba, al oír, gimiendo en lejanía, bramar los Behemots y, los densos Malstrones, eterno tejedor de quietudes azules, yo, añoraba la Europa de las viejas murallas
¡He visto archipiélagos siderales, con islas cuyo cielo en delirio se abre para el que boga: ––i.Son las noches sin fondo, donde exiliado duermes, millón de aves de oro, ¡oh futuro Vigor!
¡En fin, mucho he llorado! El Alba es lastimosa. Toda luna es atroz y todo sol amargo: áspero, el amor me hinchó de calmas ebrias. ¡Que mi quilla reviente! ¡Que me pierda en el mar!
Si deseo alguna agua de Europa, está en la charca negra y fría, en la que en tardes perfumadas, un niño, acurrucado en sus tristezas, suelta un barco leve cual mariposa de mayo.
Ya no puedo, ¡oleada!, inmerso en tus molicies, usurparle su estela al barco algodonero, ni traspasar la gloria de banderas y flámulas ni nadar, ante el ojo horrible del pontón.
FRAY LUIS DE LEÓN (1528-1591)
Cuando contemplo el cielo de innumerables luces adornado, y miro hacia el suelo de noche rodeado, en sueño y en olvido sepultado,
el amor y la pena despiertan en mi pecho un ansia ardiente; despiden larga vena los ojos hechos fuente; Loarte y digo al fin con voz doliente:
«Morada de grandeza, templo de claridad y hermosura, el alma, que a tu alteza nació, ¿qué desventura la tiene en esta cárcel baja, escura?
¿Qué mortal desatino de la verdad aleja así el sentido, que, de tu bien divino olvidado, perdido sigue la vana sombra, el bien fingido?
El hombre está entregado al sueño, de su suerte no cuidando; y, con paso callado, el cielo, vueltas dando, las horas del vivir le va hurtando.
¡Oh, despertad, mortales! Mirad con atención en vuestro daño. Las almas inmortales, hechas a bien tamaño, ¿podrán vivir de sombra y de engaño?
¡Ay, levantad los ojos aquesta celestial eterna esfera! burlaréis los antojos de aquesa lisonjera vida, con cuanto teme y cuanto espera.
¿Es más que un breve punto el bajo y torpe suelo, comparado con ese gran trasunto, do vive mejorado lo que es, lo que será, lo que ha pasado?
Quien mira el gran concierto de aquestos resplandores eternales, su movimiento cierto sus pasos desiguales y en proporción concorde tan iguales;
la luna cómo mueve la plateada rueda, y va en pos della la luz do el saber llueve, y la graciosa estrella de amor la sigue reluciente y bella;
y cómo otro camino prosigue el sanguinoso Marte airado, y el Júpiter benino, de bienes mil cercado, serena el cielo con su rayo amado;
—rodéase en la cumbre Saturno, padre de los siglos de oro; tras él la muchedumbre del reluciente coro su luz va repartiendo y su tesoro—:
¿quién es el que esto mira y precia la bajeza de la tierra, y no gime y suspira y rompe lo que encierra el alma y destos bienes la destierra?
Aquí vive el contento, aquí reina la paz; aquí, asentado en rico y alto asiento, está el Amor sagrado, de glorias y deleites rodeado.
Inmensa hermosura aquí se muestra toda, y resplandece clarísima luz pura, que jamás anochece; eterna primavera aquí florece.
¡Oh campos verdaderos! ¡Oh prados con verdad frescos y amenos! ¡Riquísimos mineros! ¡Oh deleitosos senos! ¡Repuestos valles, de mil bienes llenos!»
SAN JUAN DE LA CRUZ (1549-1591)
NOCHE OSCURA
Canciones del alma que se goza de haber llegado al alto estado de la perfección, que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual.
1. En una noche oscura con ansias, en amores inflamada, ¡oh dichosa ventura! salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada.
2. A oscuras, y segura, por la secreta escala disfrazada, ¡Oh dichosa ventura! a oscuras, y en celada, estando ya mi casa sosegada.
3. En la noche dichosa en secreto, que nadie me veía, ni yo miraba cosa, sin otra luz y guía, sino la que en el corazón ardía.
4. Aquésta me guiaba más cierto que la luz del mediodía, adonde me esperaba quien yo bien me sabía, en parte donde nadie parecía.
5. ¡Oh noche que guiaste! ¡Oh noche amable más que la alborada: oh noche que juntaste Amado con Amada. Amada en el Amado transformada!
6. En mi pecho florido, que entero para él sólo se guardaba, allí quedó dormido, y yo le regalaba, y el ventalle de cedros aire daba.
7. El aire de la almena, cuando yo sus cabellos esparcía, con su mano serena en mi cuello hería, y todos mis sentidos suspendía.
8. Quedéme, y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo, y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado.
FRANCISCO DE QUEVEDO (1580-1645)
Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino! Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!, y en Roma misma a Roma no la hallas: cadáver son las que ostentó murallas, y tumba de sí propio el Aventino.
Yace, donde reinaba el Palatino; y limadas del tiempo las medallas, más se muestran destrozo a las batallas de las edades, que blasón latino.
Sólo el Tíber quedó, cuya corriente, si ciudad la regó, ya sepoltura la llora con funesto son doliente.
¡Oh Roma!, en tu grandeza, en tu hermosura huyó lo que era firme, y solamente lo fugitivo permanece y dura.
ES HIELO ABRASADOR
Es hielo abrasador, es fuego helado, es herida que duele y no se siente, es un soñado bien, un mal presente, es un breve descanso muy cansado.
Es un descuido que nos da cuidado, un cobarde con nombre de valiente, un andar solitario entre la gente, un amar solamente ser amado.
Es una libertad encarcelada, que dura hasta el postrero paroxismo; enfermedad que crece si es curada.
Éste es el niño Amor, éste es su abismo. ¿Mirad cuál amistad tendrá con nada el que en todo es contrario de sí mismo!
CERRAR PODRÁ MIS OJOS LA POSTRERA…
Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra, que me llevaré el blanco día; y podrá desatar esta alma mía hora, a su afán ansioso linsojera;
mas no de esotra parte en la ribera dejará la memoria en donde ardía; nadar sabe mi llama la agua fría, y perder el respeto a ley severa:
Alma a quien todo un Dios prisión ha sido, venas que humor a tanto fuego han dado, medulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejarán, no su cuidado; serán ceniza, mas tendrán sentido. Polvo serán, mas polvo enamorado.
MIRÉ LOS MUROS DE LA PATRIA MÍA…
Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados de la carrera de la edad cansados por quien caduca ya su valentía.
Salime al campo: vi que el sol bebía los arroyos del hielo desatados, y del monte quejosos los ganad que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa: vi que amancillada de anciana habitación era despojos, mi báculo más corvo y menos fuerte.
Vencida de la edad sentí mi espada, y no hallé cosa en que poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte.
LUIS DE GÓNGORA (1561-1627)
A UNA ROSA
Ayer naciste y morirás mañana. Para tan breve ser, ¿quién te dio vida? ¿Para vivir tan poco estás lucida, y para no ser nada estás lozana?
Si te engañó su hermosura vana, bien presto la verás desvanecida, porque en tu hermosura está escondida la ocasión de morir muerte temprana.
Cuando te corte la robusta mano, ley de la agricultura permitida, grosero aliento acabará tu suerte.
No salgas, que te aguarda algún tirano; dilata tu nacer para tu vida, que anticipas tu ser para tu muerte.
MIENTRAS POR COMPETIR CON TU CABELLO
Mientras por competir con tu cabello, oro bruñido, el sol relumbra en vano, mientras con menosprecio en medio el llano mira tu blanca frente el lirio bello;
mientras a cada labio, por cogerlo, siguen más ojos que al clavel temprano, y mientras triunfa con desdén lozano del luciente cristal tu gentil cuello;
goza cuello, cabello, labio y frente, antes que lo que fue en tu edad dorada oro, lirio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o viola troncada se vuelva, más tú y ello juntamente en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
JOHN KEATS (1795-1821)
A UNA URNA GRIEGA
Tú, todavía virgen esposa de la calma, criatura nutrida de silencio y de tiempo, narradora del bosque que nos cuentas una florida historia más suave que estos versos. En el foliado friso ¿qué leyenda te ronda de dioses o mortales, o de ambos quizá, que en el Tempe se ven o en los valles de Arcadia? ¿Qué deidades son ésas, o qué hombres? ¿Qué doncellas rebeldes? ¿Qué rapto delirante? ¿Y esa loca carrera? ¿Quién lucha por huir? ¿Qué son esas zampoñas, qué esos tamboriles, ese salvaje frenesí?
Si oídas melodías son dulces, más lo son las no oídas; sonad por eso, tiernas zampoñas, no para los sentidos, sino más exquisitas, tocad para el espíritu canciones silenciosas. Bello doncel, debajo de los árboles tu canto ya no puedes cesar, como no pueden ellos deshojarse. Osado amante, nunca, nunca podrás besarla aunque casi la alcances, mas no te desesperes: marchitarse no puede aunque no calmes tu ansia, ¡serás su amante siempre, y ella por siempre bella!
¡Dichosas, ah, dichosas ramas de hojas perennes que no despedirán jamás la primavera! Y tú, dichoso músico, que infatigable modulas incesantes tus cantos siempre nuevos. ¡Dichoso amor! ¡Dichoso amor, aun más dichoso! Por siempre ardiente y jamás saciado, anhelante por siempre y para siempre joven; cuán superior a la pasión del hombre que en pena deja el corazón hastiado, la garganta y la frente abrasadas de ardores.
¿Éstos, quiénes serán que al sacrificio acuden? ¿Hasta qué verde altar, misterioso oficiante, llevas esa ternera que hacia los cielos muge, los suaves flancos cubiertos de guirnaldas? ¿Qué pequeña ciudad a la vera del río o de la mar, alzada en la montaña su clama ciudadela vacía está de gentes esta sacra mañana? Oh diminuto pueblo, por siempre silenciosas tus calles quedarán, y ni un alma que sepa por qué estás desolado podrá nunca volver.
¡Ática imagen! ¡Bella actitud, marmórea estirpe de hombres y de doncellas cincelada, con ramas de floresta y pisoteadas hierbas! ¡Tú, silenciosa forma, tu enigma nuestro pensar excede como la Eternidad! ¡Oh fría Pastoral! Cuando a nuestra generación destruya el tiempo tú permanecerás, entre penas distintas de las nuestras, amiga de los hombres, diciendo: «La belleza es verdad y la verdad belleza»... Nada más se sabe en esta tierra y no más hace falta.
CHARLES BAUDELAIRE (1821-1867)
Por distraerse, a veces, suelen los marineros Dar caza a los albatros, grandes aves del mar, Que siguen, indolentes compañeros de viaje, Al navío surcando los amargos abismos.
Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas, Estos reyes celestes, torpes y avergonzados, Dejan penosamente arrastrando las alas, Sus grandes alas blancas semejantes a remos.
Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil! Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco! ¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa, Aquél, mima cojeando al planeador inválido!
El Poeta es igual a este señor del nublo, Que habita la tormenta y ríe del ballestero. Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío, Sus alas de gigante le impiden caminar.
FEDERICO GARCÍA LORCA (1898-1937)
LA CASADA INFIEL
Y que yo me la llevé al río creyendo que era mozuela, pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago y casi por compromiso. Se apagaron los faroles y se encendieron los grillos. En las últimas esquinas toqué sus pechos dormidos, y se me abrieron de pronto como ramos de jacintos. El almidón de su enagua me sonaba en el oído, como una pieza de seda rasgada por diez cuchillos. Sin luz de plata en sus copas los árboles han crecido, y un horizonte de perros ladra muy lejos del río.
*
Pasadas las zarzamoras, los juncos y los espinos, bajo su mata de pelo hice un hoyo sobre el limo. Yo me quité la corbata. Ella se quitó el vestido. Yo el cinturón con revólver. Ella sus cuatro corpiños. Ni nardos ni caracolas tienen el cutis tan fino, ni los cristales con luna relumbran con ese brillo. Sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos, la mitad llenos de lumbre, la mitad llenos de frío. Aquella noche corrí el mejor de los caminos, montado en potra de nácar sin bridas y sin estribos. No quiero decir, por hombre, las cosas que ella me dijo. La luz del entendimiento me hace ser muy comedido. Sucia de besos y arena yo me la llevé del río. Con el aire se batían las espadas de los lirios.
Me porté como quien soy. Como un gitano legítimo. Le regalé un costurero grande de raso pajizo, y no quise enamorarme porque teniendo marido me dijo que era mozuela cuando la llevaba al río.
PAUL VERLAINE (1894-1896)
CANCIÓN DE OTOÑO
Los sollozos más hondos del violín del otoño son igual que una herida en el alma de congojas extrañas sin final.
Tembloroso recuerdo esta huida del tiempo que se fue. Evocando el pasado y los días lejanos lloraré.
Este viento se lleva el ayer de tiniebla que pasó, una mala borrasca que levanta hojarasca como yo.
GARCILASO DE LA VEGA (1501-1536)
SONETO IV
Un rato se levanta mi esperanza:
mas, cansada de haberse levantado,
torna a caer, que deja, mal mi grado,
libre el lugar a la desconfianza. ¿Quién sufrirá tan áspera mudanza
del bien al mal? ¡Oh corazón cansado!
Esfuerza en la miseria de tu estado;
que tras fortuna suele haber bonanza. Yo mismo emprenderé a fuerza de brazos
romper un monte, que otro no rompiera,
de mil inconvenientes muy espeso. Muerte, prisión no pueden, ni embarazos,
quitarme de ir a veros, como quiera,
desnudo espíritu o hombre en carne y hueso.
WILLIAM SHAKESPEARE (1564- 1616)
Sonetos de Amor
Por William Shakespeare Versión de Manuel Mujica Láinez
LXII El pecado de amarme se apodera de mis ojos, de mi alma y de mí todo; y para este pecado no hay remedio pues en mi corazón echó raíces. Pienso que es el más bello mi semblante, mi forma, entre las puras, la ideal; y mi valor tan alto conceptúo que para mí domina a todo mérito. Pero cuando el espejo me presenta, tal cual soy, agrietado por los años, en sentido contrario mi amor leo que amarse siendo así sería inicuo. Es a ti, otro yo mismo, a quien elogio, pintando mi vejez con tu hermosura.
LXV Si la muerte domina al poderío de bronce, roca, tierra y mar sin límites, ¿cómo le haría frente la hermosura cuando es más débil que una flor su fuerza? Con su hálito de miel, ¿podrá el verano resistir el asedio de los días, cuando peñascos y aceradas puertas no son invulnerables para el Tiempo? ¡Atroz meditación! ¿Dónde ocultarte, joyel que para su arca el Tiempo quiere? ¿Qué mano detendrá sus pies sutiles? Y ¿quién prohibirá que te despojen? Ninguno a menos que un prodigio guarde el brillo de mi amor en negra tinta.
LXXI Cuando haya muerto, llórame tan sólo mientras escuches la campana triste, anunciadora al mundo de mi fuga del mundo vil hacia el gusano infame. Y no evoques, si lees esta rima, la mano que la escribe, pues te quiero tanto que hasta tu olvido prefiriera a saber que te amarga mi memoria. Pero si acaso miras estos versos cuando del barro nada me separe, ni siquiera mi pobre nombre digas y que tu amor conmigo se marchite, para que el sabio en tu llorar no indague y se burle de ti por el ausente.
XCI Unos se vanaglorian de la estirpe, del saber, el vigor o la fortuna; otros, de la elegancia extravagante, o de halcones, lebreles y caballos; cada carácter un placer comporta cuya alegría a las demás excede; pero estas distinciones no me alcanzan pues tengo algo mejor que las incluye. En altura, tu amor vence al linaje; en soberbia al atuendo; al oro en fausto; en júbilo al de halcones y corceles. Teniéndote, todo el orgullo es mío. Mi única miseria es que pudieras quitarme todo y en miseria hundirme.
MIGUEL HERNÁNDEZ (1901-1936)
SENTADO SOBRE LOS MUERTOS
Sentado sobre los muertos que se han callado en dos meses, beso zapatos vacíos y empuño rabiosamente la mano del corazón y el alma que lo mantiene.
Que mi voz suba a los montes y baje a la tierra y truene, eso pide mi garganta desde ahora y desde siempre.
Acércate a mi clamor, pueblo de mi misma leche, árbol que con tus raíces encarcelado me tienes, que aquí estoy yo para amarte y estoy para defenderte con la sangre y con la boca como dos fusiles fieles.
Si yo salí de la tierra, si yo he nacido de un vientre desdichado y con pobreza, no fue sino para hacerme ruiseñor de las desdichas, eco de la mala suerte, y cantar y repetir a quien escucharme debe cuanto a penas, cuanto a pobres, cuanto a tierra se refiere.
Ayer amaneció el pueblo desnudo y sin qué ponerse, hambriento y sin qué comer, el día de hoy amanece justamente aborrascado y sangriento justamente. En su mano los fusiles leones quieren volverse para acabar con las fieras que lo han sido tantas veces.
Aunque le falten las armas, pueblo de cien mil poderes, no desfallezcan tus huesos, castiga a quien te malhiere mientras que te queden puños, uñas, saliva, y te queden corazón, entrañas, tripas, cosas de varón y dientes. Bravo como el viento bravo, leve como el aire leve, asesina al que asesina, aborrece al que aborrece la paz de tu corazón y el vientre de tus mujeres. No te hieran por la espalda, vive cara a cara y muere con el pecho ante las balas, ancho como las paredes.
Canto con la voz de luto, pueblo de mí, por tus héroes: tus ansias como las mías, tus desventuras que tienen del mismo metal el llanto, las penas del mismo temple, y de la misma madera tu pensamiento y mi frente, tu corazón y mi sangre, tu dolor y mis laureles. Antemuro de la nada esta vida me parece.
Aquí estoy para vivir mientras el alma me suene, y aquí estoy para morir, cuando la hora me llegue, en los veneros del pueblo desde ahora y desde siempre. Varios tragos es la vida y un solo trago es la muerte.
PAUL ELUARD (1895-1952)
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