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Breve Historia de la Argentina- La era criolla- Fragmento- José Luis Romero La provincia de Buenos Aires eligió entonces gobernador a Dorrego, a quien apoyaba en nombre de los estancieros de la provincia Juan Manuel de Rosas, sostenido por la de sus "colorados del Monte". Fue el suyo un gobierno moderado y eficaz; pero las pasiones estaban desencadenadas ante el afianzamiento de la autoridad de Quiroga en el interior del país, los unitarios resolvieron dar otra vez la batalla. La ocasión era propicia. Dorrego firmó en agosto de 1828 la paz con el Brasil reconociendo la independencia de la Banda Oriental —tal como lo deseaba Inglaterra y lo admitía el Emperador— y los ejércitos argentinos comenzaron a regresar. Al mando de su división, Juan Lavalle hizo su entrada en Buenos Aires y poco después, el 1° de diciembre, se sublevó contra Dorrego, lo persiguió con sus tropas y lo fusiló Navarro el13 de diciembre .El conflicto se generalizó con mayor violencia. Rosas y López empezaron a operar contra Lavalle, que se hizo cargo del gobierno de Buenos Aires, y poco después quedaron delineados los frentes en que se oponían los unitarios y los federales. Lavalle sostendría la lucha en Buenos Aires mientras José María Paz, que acababa de llegar con sus tropas del Brasil, la empeñaría en el interior para contener la creciente influencia de Quiroga. Pero Lavalle afrontaba una lucha interna en su provincia, cuyo interior le resistía aglutinado por Rosas, de modo que sus recursos se limitaban a los que le ofrecía la ciudad y no tardó en ser vencido en abril de 1829. Paz, en cambios logró derrotar en esos mismos días a Bustos y se adueñó de la provincia de Córdoba. Dos meses después, cuando Lavalle y Rosas llegaban a un acuerdo en Cañuelas, Paz venció en La Tablada a Quiroga fortaleciendo las esperanzas de los unitarios que, sin embargo, no pudieron evitar la elección de Rosas como gobernador de Buenos Aires en diciembre de 1829. Quiroga, entre tanto, había logrado hacerse fuerte en las provincias de Cuyo y Paz buscó una definición: en Oncativo volvió a vencer al "Tigre de los Llanos" en febrero de 1830 y poco después removió los gobiernos federales del interior; y con los que estableció en su lugar constituyó la Liga del Interior para hacer frente a los federales que predominaban en el litoral. El 31 de agosto quedó constituida la Liga, y el 4 de enero de 1831 respondieron las provincias litorales con la firma del Pacto Federal. Eran dos organizaciones políticas frente a frente, casi dos naciones. El equilibrio de las fuerzas fue visible y no se ocultaba su significado. Era el interior del país que aspiraba no sólo a un régimen de unidad, sino también a un sistema político en el que las regiones menos favorecidas por la naturaleza compartieran las ventajas de que gozaban las más privilegiadas; y frente al interior, estaban las provincias litorales que defendían su autonomía para asegurar sus privilegios y defender sus intereses. Un suceso fortuito postergó este enfrentamiento radical: el 10de marzo de 1831 una partida de soldados de Estanislao López consiguió bolear el caballo del general Paz y lo hizo prisionero. La Liga del Interior, que era su obra política pero que carecía todavía de madurez, cedió ante la presión de las oligarquías provinciales, deseosas de asegurar su predominio local y ajenas a la necesidad de adoptar una clara política para la región mediterránea. Una vez más, el predominio económico y político de las provincias litorales quedó consolidado, y el ajuste del equilibrio nacional indefinidamente postergado. Esas oligarquías provinciales se componían de hombres comprometidos con la riqueza fundamental de sus provincias, estancieros en su mayoría, que vigilaban sus fortunas y las acrecían, con las de sus amigos, al calor del poder político. Y aunque sometían a duro trabajo a un proletariado en el que predominaban criollos, mestizos e indios, manifestaban cierta vaga vocación democrática en la medida en que expresaban el inequívoco sentimiento popular de las masas rurales, amantes de la elemental libertad a que las acostumbraba el campo sin fronteras y el ejercicio de un pastoreo que estimulaba el nomadismo. Pero era una concepción paternalista de la vida social que contradecía la necesidad de organización que el país percibía como impostergable. Entre todos los caudillos, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, se distinguía su personalidad peculiar. Su fuerte ascendiente sobre los hombres de la campaña le proporcionaba una base para sus ambiciones; pero su claro conocimiento de los intereses de los propietarios de estancias y saladeros le permitía encabezar a los grupos más influyentes de la provincia y expresar con claridad la política que les convenía; esa fue precisamente, la que puso en funcionamiento durante su gobierno provincial, desde 1829 hasta 1832, y especialmente en el último año de su administración. La situación política del país se definía rápidamente. Cada una de las tres grandes áreas económicas de la nación contaba con una personalidad inconfundible para representarlas y regir sus destinos. En el interior, Quiroga se había afirmado definitivamente después de su victoria sobre Lamadrid en 1831. En el litoral, López conservaba con firmeza la hegemonía regional. Y en Buenos Aires, Rosas consolidaba su poder y acrecentaba su influencia. Los tres compartían los mismos principios, pero los tres aspiraban a alguna forma de supremacía nacional. El escenario para dilucidar la contienda hubiera podido ser el congreso que el Pacto Federal obligaba a convocar. Siempre temerosos de Buenos Aires, López y Quiroga —el litoral y el interior— insistían en apresurar su reunión. Celoso de los privilegios de su provincia —esto es, Buenos Aires—, Rosas se oponía a que se realizara, y expresó sus razones y sus pretextos en la carta que escribió a Quiroga desde la hacienda de Figueroa en 1834, después de haber dejado el gobierno de la provincia, en el que le sucedieron Juan Ramón Balcarce primero y Juan José Viamonte después. La opinión de Rosas prevaleció y el congreso no fue convocado. Entre tanto, en combinación con otros estancieros amigos con dinero propio y tropas levantadas por ellos en la campaña, Rosas organizó en 1833 una expedición al sur para reducir a los indios pampas que asolaban las estancias y las poblaciones en busca de ganado. Desde su campamento de Monte se dirigió hacia el sur, cruzó la región de los pampas y tomó contacto con las tribus araucanas deteniéndose sus tropas en las márgenes del río Negro. Las poblaciones indígenas fueron acorraladas, destruidas o sometidas. Las tierras reconquistadas, que sumaban miles de leguas, fueron generosamente distribuidas entre los vencedores, sus amigos y partidarios, con lo que se consolidó considerablemente la posición económica y la influencia política de los estancieros del sur. Poco después del regreso de Rosas, la situación hizo crisis tanto en Buenos Aires —donde había estallado en su ausencia la revolución de los Restauradores— como en el interior, donde la autoridad de Quiroga crecía peligrosamente. El 16 de febrero de 1835, en Barranca Yaco, Quiroga cayó asesinado y poco más tarde la legislatura bonaerense elegía gobernador y capitán general de la provincia, por cinco años y con la suma del poder público, a Juan Manuel de Rosas. VII. La federación (1835-1852) La muerte de Quiroga y el triunfo de Rosas aseguraban el éxito de las ideas que este último sostenía sobre la organización del país: según su opinión, las provincias debían mantenerse independientes bajo sus gobiernos locales y no debía establecerse ningún régimen que institucionalizara la nación. Y así ocurrió durante los diecisiete años que duró la hegemonía de Rosas en Buenos Aires. Hubo, sin embargo, durante ese período una singular forma de unidad, que se conoció bajo el nombre de Federación y que Rosas quiso que se considerara sagrada. Era una unidad de hecho lograda por la sumisión de los caudillos provinciales. Como encargado de las relaciones exteriores tenía Rosas un punto de apoyo para ejercer esa autoridad, pero la sustentó sobre todo en su influencia personal y en el poder económico de Buenos Aires. La Federación, proclamada como el triunfo de los ideales del federalismo, aseguró una vez más la hegemonía de Buenos Aires y contuvo el desarrollo de las provincias. La presión de los comerciantes ingleses malogró la ley de aduanas de 1836 y abrió el puerto a toda clase de artículos manufacturados europeos. El puerto de Buenos Aires seguía siendo la mayor fuente de riqueza para el fisco y proporcionaba pingües beneficios tanto a los comerciantes de la ciudad como a los productores de cueros y tasajos que se preparaban en las estancias y saladeros. De esas ventajas no participaban las provincias del interior, pese a la sumisión de los caudillos federales. Las industrias locales siguieron estranguladas por la competencia extranjera y los estancieros del litoral y del interior continuaron ahogados por la competencia de los de Buenos Aires. Cuando Rosas temió que sus precauciones no fueran suficientes, no vaciló en prohibir el paso de buque extranjeros por los ríos Paraná y Uruguay. Paradójicamente la Federación extremó los términos del antiguo monopolio y acentuó el empobrecimiento de las provincias interiores aisladas por sus aduanas interprovinciales. Inspirada por Rosas, la Federación pretendió restaurar el orden colonial. Aunque con vacilaciones y entre mil dificultades, los gobiernos de los primeros veinticinco años dela independencia habían procurado incorporar el país a la línea de desarrollo que había desencadenado la revolución industrial en Europa y en los Estados Unidos. La federación, en cambio, trabajó para sustraerlo a ese cambio para perpetuar las formas de vida y de actividad propias de la colonia. Desarrolló el paternalismo político, asimilando la convivencia social a las formas de vida propias de la estancia, en la que el patrón protege pero domina a sus patrones; abandonó la misión educadora del Estado prefiriendo que se encargaran de ella las órdenes religiosas; destruyó los cimientos del progreso científico y técnico; canceló las libertades públicas e individuales identificando la voluntad de Rosas con el destino nacional; combatió todo intento de organizar jurídicamente el país, sometiéndolo de hecho, sin embargo, a la más severa centralización. Tal fue la política de quien fue llamado "Restaurador de las leyes" aludiendo sin duda a las leyes del régimen colonial español. Esa política constituía un desafío al liberalismo y correspondía al que poco antes habían lanzado en España los partidarios de la restauración absolutista de Fernando VII. En la lucha interna era esa política un desafío a los ideales de la Revolución de Mayo. Los gobiernos provinciales de la Federación imitaron al de Buenos Aires, pero los frutos de esa política fueron muy distintos. La economía de Buenos Aires, montada sobre el saladero y la aduana, permitió el acrecentamiento de la riqueza; y la política de Rosas, permitió la concentración de esa riqueza entre muy pocas manos. En oposición al principio rivadaviano de no enajenar la tierra pública para permitir una progresista política colonizadora, Rosas optó por entregarla en grandes extensiones a sus allegados. Así se formó el más fuerte de los sectores que lo apoyaron, el de los estancieros y propietarios de saladeros que se enriquecían con la exportación de cueros y especialmente del tasajo que se enviaba a los Estados Unidos y el Brasil para nutrir a los esclavos de las plantaciones. Y así se constituyó, a través de la aduana porteña. La riqueza pública que permitió a Rosas ejercer una vigorosa autoridad sobre las empobrecidas provincias interiores. No faltaron a Rosas otros sostenes. El tráfico de cueros y tasajos beneficiaba a comerciantes ingleses y norteamericanos que, a su vez, importaban productos manufacturados y harina; y este sector, que acompañaba a los numerosos estancieros británicos dispersos por la campaña bonaerense ayudó a Rosas, entre otras maneras, suscribiendo el empréstito de cuatro millones de pesos que lanzó en su primer gobierno. Por otra parte su autoritarismo y su animadversión por las ideas liberales le atrajo el apoyo del clero y muy especialmente el de los jesuitas, a quienes concedió autorización para reabrir los establecimientos de enseñanza. Pero no era esto todo. Rosas había sabido atraerse la simpatía de los gauchos de la campaña bonaerense y con ellos constituyó su fuerza militar. También se atrajo a las masas suburbanas —las que Echeverría describió en El matadero— y se aproximó muy particularmente a los negros libres o esclavos que valoraban su simpatía como prenda de seguridad y de ayuda. Se sumaba, pues, al apoyo de los poderosos un fuerte apoyo popular, con el que no contaban los grupos ilustrados. Todo ese respaldo social no bastó, sin embargo para impedir que Rosas estableciera un estado policial. Solo la más absoluta sumisión fue tolerada. Y la fidelidad a la Federación debió demostrarse públicamente con el uso del cintillo rojo o la adopción de la moda federal. Los disidentes, en cambio, quedaron al margen de la ley y su persecución fue despiadada. La enérgica política de Rosas fue imitada por los gobernadores provincianos, y cuando alguno de ellos esbozó frente a los enemigos una actitud conciliatoria -como Heredia en 1838 o Urquiza en 11846- tuvo que deponerla ante las amenazas de Rosas. Dentro del ámbito provincial, Rosas desarrolló una política de reducido alcance. Siempre preocupado por las amenazas que lo asechaban, el estado policial contuvo esfuerzo de libre desarrollo en la sociedad. No faltó residencia de Palermo un círculo áulico de cierto refinamiento; allí pintó Prilidiano Pueyrredón en 1850 el retrato de Manuelita Rosas; y allí brilló Pedro de Angelis, erudito italiano que alternó los más rigurosos estudios históricos con la literatura panfletaria en favor del régimen. Pero en general, la vida intelectual se estancó en Buenos Aires durante largos años y sólo oscuramente pudo proseguir su enseñanza hasta su muerte, en 1842, el profesor de filosofía de la universidad, Diego Alcorta. La universidad languidecía, como languidecía toda la enseñanza pública, de la que el Estado se desentendió considerando que podía ser patrimonio de la iniciativa privada y sobre todo de las instituciones religiosas. Desde su segundo gobierno demostró Rosas su desdén por lo que Rivadavia había hecho para estimular el desarrollo científico: se abandonaron los pocos instrumentos y aparatos de investigación que había en la ciudad y se suprimieron los recursos para la enseñanza. También se suprimió la Casa de Expósitos y hasta los fondos públicos destinados a combatir la viruela. Sólo la actividad económica crecía, pero dentro de una inconmovible rutina y en beneficio de unos pocos. Las fortunas de los saladeristas aumentaban. Hubo algunos ganaderos ingleses que procuraron mejorar la cría y uno de ellos, Ricardo Newton, alambró por primera vez un campo para obtener ovejas mejoradas, de cuya lana comenzaba a haber gran demanda en el mercado europeo. Pero la rutina siguió predominando y la estancia siguió siendo abierto campo de cría de un ganado magro destinado al saladero y en la que prácticamente no tenía lugar la agricultura. Sólo por excepción se iniciaron nuevos experimentos agropecuarios. El gobernador Urquiza estimuló en Entre Ríos el mejoramiento del ganado, introdujo merinos y alambró campos. La cría de ovejas constituía el signo de una actitud renovadora en la economía argentina, porque intentaba adecuarla a nuevas posibilidades del mercado internacional. Y esa actitud renovadora se manifestó también en otros aspectos, como en el de la educación, en el que Urquiza trabajó intensamente difundiendo la enseñanza primaria y fundando colegios de estudios secundarios en Paraná y en Concepción del Uruguay. Este último habría de adquirir muy pronto sólido prestigio en todo el país. Ciertamente, el signo predominante de la Federación fue su resistencia a todo cambio. Por lo demás, la inquietud fue constante. Un estado latente de rebelión amenazaba virtualmente el orden establecido y cada cierto tiempo cristalizó en violentas irrupciones que extremaron los odios. Los movimientos de rebeldía contra la Federación surgieron como fenómenos locales y como fenómenos generalizados. En 1838 el gobernador de Corrientes, Berón de Astrada, creyó contar con la ayuda de Santa Fe para una acción contra Rosas. Pero Estanislao López murió ese mismo año y la provincia de Corrientes fue invadida por el gobernador de Entre Ríos, Pascual Echagüe, que en 1839 derrotó a Berón de Astrada en Pago Largo .Esos movimientos del litoral se relacionaban con la situación de la Banda Oriental, donde el presidente Oribe, adicto a Rosas, había sido derrocado por Rivera. Otros factores complicaban el problema. Francia, que buscaba nuevas áreas para su expansión, había puesto pie en Montevideo por donde se exportaban ya grandes cantidades de tasajo. Ahora, pues, se oponía a Inglaterra, principal beneficiaria del comercio bonaerense. Una flota francesa estableció el bloqueo del puerto de Buenos Aires, mientras Rivera lograba derrotar a Echagüe en la batalla de Cagancha. Pero entre tanto, los proyectos revolucionarios de los unitarios argentinos que habían emigrado a Montevideo, encabezados por Juan Lavalle, hallaban eco en la provincia de Buenos Aires. Los jóvenes escritores que en junio de 1837 inauguraron en la librería de Marcos Sastre el Salón Literario -Esteban Echeverría, Juan María Gutiérrez, Juan Bautista Alberdi, entre otros- y fundaron luego la Asociación de la Joven Generación Argentina, habían sembrado los principios de su inquietud y su rebeldía. Luego emigraron, pero quedaron en la ciudad quienes defendían sus ideas. El coronel Ramón Maza organizó una conspiración en relación con Lavalle, que ocupó la isla de Martín García; pero el movimiento fue descubierto y Maza fusilado. Descorazonado, Lavalle negó su concurso al levantamiento que preparaban en Dolores y Chascomús los "Libres del Sur"; Manuel Rico y Pedro Castelli lanzaron sin embargo la revolución, pero en noviembre de 1839 los derrotó Prudencio Rosas haciendo severísimo escarmiento. La provincia quedó entonces en paz. El interior, en cambio, se agitó poco después con una vasta insurrección. Fue la gran crisis de 1840. Lavalle liberó la provincia de Corrientes y dejó luego su puesto a Paz, para dirigirse a Buenos Aires. Una extraña vacilación movió a Lavalle a abandonar las operaciones iniciadas sobre la capital y se dirigió nuevamente hacia el norte, circunstancia que obligó a la flota francesa a levantar el bloqueo de Buenos Aires. Rosas respiró por un tiempo, cuando la situación interna era ya desastrosa, y acrecentó el rigor de la represión. Pero entonces las provincias del norte se sublevaron abiertamente y desencadenaron un nuevo conflicto. Movió la coalición del norte Marco M. de Avellaneda, que con la ayuda de Lamadrid tomó el poder en Tucumán y arrastró tras sí a todas las provincias que antes habían seguido a Quiroga y estaban ahora decepcionadas del centralismo de la Federación. Pero la suerte le fue adversa. El ejército de Lavalle, que constituía la mayor esperanza de los rebeldes, fue derrotado en Quebracho Herrado por Oribe, y las fuerzas de Lamadrid y Acha que operaban en Cuyo fueron también vencidas. A fines de 1841Lavalle, derrotado nuevamente en Famaillá, emprendió la retirada hacia el Norte. Pero cayó asesinado en Jujuy y la coalición quedó deshecha y todo el Norte sometido a la autoridad de Rosas y sus partidarios. Paz tuvo mejor suerte en Corrientes y logró derrotar en Caaguazú al gobernador de Entre Ríos, Echagüe, en noviembre de 1841, pero no pudo obtener los frutos de su victoria. Su aliado oriental, Rivera, fue vencido poco después por Oribe en ArroyoGrande, y con ello quedó abierto a los federales el camino de Montevideo, que Oribe sitió en febrero de 1843. De allí en adelante el litoral fue teatro de una constante lucha. Montevideo organizó la resistencia bajo las órdenes de Paz y combatieron al lado de los orientales los emigrados argentinos y las legiones de inmigrantes franceses e italianos; allí estaba Garibaldi como símbolo de las ideas liberales que defendían los sitiados. rrito vigilaban la ciudad las fuerzas sitiadoras, cuyo cerco no logró romper Rivera cuando procuró sublevar la campaña oriental, donde en 1845 lo derrotó Urquiza en India Muerta. Pero en cambio consiguió Montevideo mantener expedito su puerto ,gracias al bloqueo que las flotas de Francia e Inglaterra, ahora unidas, volvieron a imponer a Buenos Aires por el temor de que Rosas lograra dominar dos márgenes del Río de la Plata. Montevideo se convirtió en el principal centro de acción de los emigrados antirrosistas. También los había en otros países, especialmente en Chile, donde Alberdi y Sarmiento movían desde los periódicos -El Mercurio, El Progreso- una activa campaña contra Rosas. Allí publicó Sarmiento en 1845 el Facundo, vigoroso ensayo de interpretación histórico social del drama argentino. Pero por su proximidad de Buenos Aires y por la concurrencia de fuertes intereses extranjeros relacionados con la economía rioplatense, fue en Montevideo donde se desarrolló más intensamente la operación que debía acabar con el gobierno de Rosas. También allí había una prensa vehemente: El Nacional, El Iniciador, Comercio del Plata, este último dirigido por Florencio Varela. Pero, sobre todo, se procuraba allí hallar la fórmula política que permitiera la conciliación de todos los adversarios de Rosas, cuyo primer esquema esbozó Echeverría en 1846 en el Dogma socialista. En 1845 Corrientes volvió a sublevarse con el apoyo del Paraguay, cuyo comercio estrangulaba la política adoptada por Rosas para la navegación de los ríos. Su gobernador, Madariaga, fue derrotado dos veces por el de Entre Ríos, Urquiza, primero en Laguna Limpia, en 1846, y al año siguiente en Vences. Pero entre la primera y la segunda batalla se había establecido un acuerdo que Rosas vetó. Quizás entonces juzgó Urquiza insostenible el apoyo que prestaba al gobernador de Buenos Aires, cada vez más celoso del monopolio comercial porteño. Entre Ríos desarrollaba una intensa y progresista actividad agropecuaria que requería contacto con Europa, y sus intereses chocaban abiertamente con los de Buenos Aires. La situación se precipitó cuando Francia e Inglaterra decidieron en 1850 levantar el bloqueo del puerto bonaerense. Entonces fue el Brasil quien se inquietó ante la posibilidad del triunfo de Oribe y de que se consolidara el dominio de Rosas sobre las dos márgenes del Río de la Plata. Brasil rompió sus relaciones con la Federación y los antirrosistas hallaron un nuevo aliado. La aproximación entre el gobierno oriental y el Brasil comenzó en seguida, y Urquiza fue atraído a la coalición con la promesa de que el nuevo gobierno garantizaría la navegación internacional de los ríos. Urquiza, a su vez, logró la adhesión del gobernador de Corrientes, Virasoro, y poco después quedó concertada la alianza militar contra Rosas que permitió la formación del Ejército Grande. Ciertamente, la Federación no estaba en condiciones de afrontar esta crisis que surgía en su propio seno. El largo estancamiento provocado por la estrecha política económica de Rosas contrastaba con las inmensas posibilidades que abría la revolución industrial operada en Europa. Mientras Buenos Aires perpetuaba la economía de la carreta y el saladero, se extendían en Europa los ferrocarriles y los hilos telegráficos y se generalizaba el uso del vapor como fuente de energía para maquinarias modernas de alta productividad: la creciente población de las ciudades requería un intenso desarrollo industrial, y éste, a su vez, un constante aprovisionamiento de materias primas. Era, pues, una extraordinaria oportunidad que se ofrecía al país, frustrada por la perseverante sumisión al pasado del viejo gobernador de Buenos Aires. Rosas, tan hábil para mantener inactivos a los indios del vasto imperio de la pampa que se había constituido hacia 1835 sobre los bordes de las grandes estancias, tan ducho en mantener sumisos a los gobernadores provincianos, tan experto en el trato con los cónsules extranjeros, había comenzado a perder su antigua flexibilidad y ahora sólo sostenía al régimen la inercia del Estado policial que había creado. Todo estaba maduro para un cambio, cada vez más fácilmente imaginable luego de las experiencias revolucionarias que había sufrido Europa en 1848. La crisis era, pues, inevitable .El 1° de mayo de 1851 el gobernador de Entre Ríos, Urquiza, aceptó, no sin ironía, la renuncia formal que Rosas presentaba cada año como encargado de las relaciones exteriores de la Federación. La corte de San Benito de Palermo se estremeció y la legislatura bonaerense declaró a Urquiza traidor y loco. Pero Rosas no acertó a moverse oportunamente y permitió que Urquiza cruzara el río Uruguay y obligara a Oribe a levantar el sitio de Montevideo. Poco después el Ejército Grande entró en campaña, cruzó Entre Ríos, invadió Santa Fe y se presentó frente a Buenos Aires. El 3de febrero de 1852 los ejércitos de la Federación caían vencidos en Caseros y Rosas se embarcaba en una nave de guerra inglesa rumbo a Gran Bretaña. La Federación había terminado. |