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![]() LORELEI JAMES Vaquera lista y en marcha Cowgirl Up and Ride (2009) 3° de la Serie Rough Riders ARGUMENTO: La chica buena AJ Foster ha esperado toda su vida para que el vaquero de sus sueños Cord McKay la vea como algo más que la niña de coletas que vive al lado. Ahora que es lo suficientemente mayor para conquistarlo, ella está dispuesta a todo. El ranchero divorciado Cord McKay ha jurado alejarse de todas las mujeres... hasta que la inocente AJ sugiere que le enseñe a cabalgar sin montura- y el se da cuenta de que no está hablando de caballos ni toros. Entre sus responsabilidades dirigiendo su enorme rancho, extrañar a su pequeño hijo y lidiar con las travesuras sexuales de su hermano y sus primos, Cord está más que dispuesto a aceptar la oferta de AJ. A modo de prueba. La diversión y los juegos los unen demasiado. AJ no está dispuesta a conformarse con menos que una vida completa con su caballero del oeste. Pero Cord, incluso cuando la sexy vaquera enciende su sangre en llamas, está determinado a resistir sus esfuerzos por obtener su destruido corazón. Dulce y determinada, AJ tiene el poder para curar -o patear- al rudo vaquero... a menos que el orgullo de Cord le impida admitir que su relación es más que una simple aventura. SOBRE LA AUTORA: ![]() Lorelei tiene un especial cariño por todo lo que se refiere al oeste, porque es la cuarta generación del Sur de Dakota, que vive en las Black Hills, y que está repleto de personajes interesantes, incluyendo vaqueros, indios, rancheros, y ciclistas. Es fascinante la diversidad geográfica de la zona que rodea esas montañas, llanuras y tierras baldías. Vivir y escribir sobre ese medio rural le da una perspectiva única, sobre todo porque no está escribiendo westerns históricos. A través de su mundo de ficción, puede mostrar los ideales y la forma de vida de los vaqueros que todavía está muy vigente. CAPÍTULO 01 Amy Jo Foster había amado a Cord McKay durante toda su vida. No importaba que fuera trece años más grande. O que una vez hubiese salido con su hermana mayor. O que la hermana pequeña de él fuese su mejor amiga. Se enamoró locamente el día en el que se cayó del caballo. Aquella calurosa y polvorienta tarde se repetía en el filo de su memoria. Había estado cabalgando por la carretera de grava que conectaba los ranchos de los Foster y los McKay, cuando una serpiente de cascabel asustó a su pony y la tiró. Se había torcido el tobillo por la inesperada caída, incapaz de apartarse ni de la serpiente enfadada ni del camión que iba disparado hacia ella. Su vida relampagueó ante sus ojos. Pero los neumáticos de una gran Ford de doble tracción frenaron y la camioneta derrapó hasta parar. El joven salió de repente, se abalanzó y la levantó. Sus manos ásperas por el trabajo le quitaron tiernamente la grava de las rodillas, y limpiaron las lágrimas de su cara sucia. La llevó al asiento del pasajero de su camioneta, pasó el quemado neumático sobre la serpiente y la llevó a casa, sosteniendo sus manos mientras sollozaba. Amy Jo pasó un mal rato al bajar de la camioneta, no por el tobillo lastimado, sino principalmente porque no hubiera querido bajarse. Recordaba estar sentada en la cabina de la camioneta, rodeada del olor a caballo, del tabaco de mascar, del heno, del polvo y del subyacente y penetrante aroma de su colonia, y hubiese querido quedarse allí con él para siempre. Con su oscura belleza, su sonrisa descarada y sus dulces maneras, Cord se había convertido en su ideal, su sueño, su salvador, su príncipe encantado con maltrechas botas de cowboy y un sudado Stetson blanco. Ningún hombre le llegaría nunca a la suela de los zapatos. Ella había tenido unos colosales cinco años en ese momento. Así que secretamente Amy Jo adoró a Cord McKay a lo largo de los años. Incluso después de que él se mudara a Seattle. Incluso después de que volviera a Wyoming casado con una fulana de West Coast. Incluso después de que la mujer le diese un hijo. Incluso después de que la idiota abandonara a Cord y a su bebé Ky. Especialmente había amado a Cord entonces porque había ansiado recoger las piezas de su corazón roto. Para reconstruirlo. Para resquebrajar el amargo caparazón que había construido alrededor de su corazón. Para mostrarle el amor real, eterno por el que valía la pena esperar. En su interior, en su corazón, en su alma, Amy Jo sabía que estaba predestinada a ser esa mujer especial. El problema era que no había sido una mujer en el momento oportuno, había sido una tímida jovencita de dieciocho años. Demasiado joven. El otro problema era que Cord no la había visto más allá de la patosa rubia con trenzas amiga de su hermana pequeña. O como una conocida de la familia con un rancho vecino. O recientemente como la canguro de su hijo. Aquella había sido la peor clase de tortura. Estar en la casa de Cord. Oír a Ky divagar desde la salida hasta la puesta de sol sobre su padre. Ver la cama de Cord deshecha… un lado arrugado, y el otro impoluto. La solitaria taza de café en el fregadero. Atrapar el olorcillo de su crema de afeitar mientras se entretenía frente al espejo del mismo baño que él usaba cada día. Parecía que Amy Jo desperdiciaba su vida esperando igualar su edad real con la de su alma. Esperando que otras personas creyeran que era lo suficientemente madura para conocer su mente, incluso cuando lo hacía desde la tierna edad de cinco años. Ahora que tenía veintidós, podría reclamar su parte. De pie enfrente del espejo de su dormitorio, se arregló el escote de la ceñida camisa del color de los albaricoques maduros. Se aplicó una capa de brillo labial rosa brillante. Peinó con los dedos su cabello e inspiró profundamente. Durante todas las horas que había fantaseado con Cord McKay, él nunca se había fijado realmente en ella. Contra viento y marea, Amy Jo cambiaría eso esta noche. CAPÍTULO 02 Cord McKay fruncía el ceño a su cerveza. Le fruncía el ceño a todo el mundo en el condenado bar entero. ¿Por qué había venido aquí? De acuerdo. No tenía razón para estar en casa, sentado solo, preguntándose qué diablos hacer con sí mismo. No podía hacer los quehaceres durante la noche o de lo contrario estaría haciendo eso. Se había agobiado por la casa vacía durante los últimos dos días sin nada que hacer. Más temprano, cuando había pisado un autito Matchbox1 y casi se cayó de culo, automáticamente había gritado, ―Ky, ven aquí ahora mismo y recoge esto... ―El silencio lo golpeó como una carga de fardos de heno. Su hijo no estaba allí. Ky no estaría por allí durante otros cuarenta y dos días. No es que Cord estuviera contándolos ni nada. La banda comenzó a tocar un cover de George Strait “All My Exes Live In Texas” y las botas golpearon cuando los bailarines llenaron la pequeña pista de baile de madera. Cord terminó su cerveza y tiró su sombrero Stetson hacia abajo de su frente haciendo una mueca. Su ex no vivía en el oeste de Texas, sino en la Costa Oeste. La desentonada melodía servía como un recordatorio de los preocupantes acontecimientos del mes pasado. La madre de Ky, Marla, había llamado de la nada, exigiendo ver a su hijo. El hijo que había abandonado. Naturalmente, Cord se opuso completamente. Entonces, Marla se había vuelto desagradable y amenazó con arrastrar a Cord a la corte, arrojándole palabras como “custodia compartida” y “patria potestad”. Las palabras enviaron escalofríos corriendo por su espalda y helaron su alma. Kyler McKay era su hijo. Suyo. Marla había dejado a Ky al cuidado de Cord el día que había nacido. Ella había aguantado sólo seis meses después del nacimiento de Ky antes de salir disparada de regreso a Seattle proponiendo una separación temporal. Una llorosa Marla regresó a Wyoming, un año después con la cola metida entre las piernas, llena de disculpas, proclamando que había cambiado, pidiendo otra oportunidad para hacer que las cosas, su matrimonio y la maternidad, funcionaran. Sólo había durado tres semanas esta vez. Cord le había pedido el divorcio. Marla no lo había refutado, dado que ella no había negado su petición de lleno a la custodia exclusiva y permanente de Ky. No había dudas de que él luchó como un padre soltero, pero por suerte su familia vivía cerca y le ayudaban a seguir adelante. Como consecuencia, Ky era un feliz, brillante y equilibrado niño de cuatro años, rodeado de tíos, tías y abuelos. Ky no necesitaba una madre y ellos, absolutamente seguro, que no la necesitaban a ella. Cord le había dicho a Marla eso por teléfono. Pero Marla no había renunciado a los derechos de visita. Cord llevó el asunto a su abogado. El consejo del abogado fue que dejara que el niño permaneciera con su madre durante el período de siete semanas que había solicitado. Sorprendió a Cord cuando su propia madre apoyó al abogado, alegando que sería bueno para ambos, tanto para Ky como para Cord. Hacía siete días que él y Ky habían tomado un avión y volado a Seattle. Cord insistió en estar allí como protección antes de entregar a Ky a Marla, una madre que Ky no recordaba en absoluto. Dejar a su hijo al cuidado de una virtual desconocida a cientos de kilómetros de casa fue la cosa más difícil que Cord había hecho alguna vez. Un millón de desagradables situaciones hipotéticas corrieron a través de su mente. Casi las había repuntado a todas y voló de regreso a Seattle después de haber aterrizado en Cheyenne. Dejó que sus hermanos y primos se encargaran del enorme rancho McKay durante algunas semanas. Dios sabía, Cord los había cubierto más de una vez o dos. Se lo debían. La madre de Cord le habló de volver a casa, dándole a Ky tiempo para ajustarse antes de tomar una decisión precipitada. Ky parecía estar bien cuando Cord habló con él por teléfono, lo que había calmado un poco sus temores. Un poco. Maldita sea, extrañaba a su hijo desesperadamente. Así que, aquí estaba matando el tiempo en el bar bailable2, preguntándose cómo lograría pasar por el próximo mes y medio sin volverse loco. Preguntándose si la próxima vez que tropezara con uno de los juguetes de Ky, se pondría a llorar y gritaría como un becerro perdido. La silla al lado del Cord chilló cuando un gran cuerpo se dejó caer junto a él. Inclinó su sombrero hacia arriba y vio la cara de idiota de su primo Kade. ―Es extraño verte por aquí, Cord. ―No te acostumbres a ello. ―No te preocupes, sé que no estás aquí buscando algo para follar. ―Las cejas oscuras de Kade se levantaron en desafío―. ¿O sí? ―Jódete. La risa de barítono de Kade retumbó. ―¿Hablaste con Ky hoy? ―Dos veces. ―Bien. ¿Cómo lo está haciendo el pequeño muchacho? ―Bien. Extraña a su caballo más que a mí. ―Suena como una típica respuesta McKay. ¿Cómo estás tú? ―Estoy aquí, ¿no? ―Debe significar que ya estás aburrido, ¿eh? ―La mirada de Kade barrió la barra―. ¿Con quién estás? ―Se supone que Colt está por aparecer. ―Él va a llegar tarde, en todo caso. ―Kade resopló―. Lo último que supe es que estaba enganchado con alguna stripper de Lusk. Te juro que se clavó a las tres cuartas partes de las mujeres en el área de los tres condados. ―¿Celoso? ―Maldición sí, estoy celoso. Consigue más coños en una semana que los que yo consigo en un año. La demacrada camarera depositó una cerveza fresca y tomó la orden de Kade. Cord le preguntó: ―¿Kane está aquí? ―Nop. Tiene una cita ardiente. Todo el mundo está echándose un polvo, salvo nosotros, primo. ―Le lanzó una mirada retorcida a Cord―. ¿A menos que estés mintiéndote a ti mismo, a mí, y a tu mamá sobre el motivo por el cual estás aquí en realidad? ―Difícilmente. No tengo tiempo para la mierda que va junto con el privilegio de echarse un polvo una vez o dos. ―Hombre, eso es terrible. ¿Estás diciéndome que no tendrías tiempo si alguien apareciera? La cerveza de Cord se detuvo a medio camino de su boca. Su atención se desvió hacia una mujer balanceando sus caderas en la pista de baile. Oh, sí. Tendría tiempo para ella en un condenado latido del corazón. Dulce infierno. Sus piernas eran interminables. Su mirada comenzó en los tacones de sus botas plateadas de tacón alto, viajando lentamente a lo largo de la sexy línea de sus piernas bien torneadas, terminando en su delicioso culo apenas oculto debajo de una falda vaquera muy corta. Cuando su compañero de baile la hizo girar, Cord alcanzó un vistazo de sus bragas bikini rojo brillante. La lujuria le retorció el intestino. Había estado tan ocupado mirándole el culo que no había visto su rostro. Su parte trasera lo enfrentaba… no es que él se estuviera quejando… y un sombrero vaquero de paja de mal gusto le cubría la cabeza. Sus brazos fuertes y bronceados se deslizaron alrededor de los anchos hombros del afortunado vaquero cuando ella se movió más cerca para moler su pelvis contra la de él. El vaquero respiró convulsivamente, apretando las manos sobre su culo moviéndose en un lascivo balanceo que pondría celoso a Patrick Swayze3. Esto causó una explosión de envidia en Cord también. Indiferentemente, preguntó, ―Kade, ¿quién es la chica en la pista de baile? ―¿Cuál? ―La de las piernas interminables montando un show con la minifalda. Kade entrecerró los ojos. ―¿Te refieres a AJ? ¿AJ? No era un nombre familiar. ―Sí. ―Ella es una buen bailarina, ¿eh? ―Así es. AJ interpretó una oscilante sacudida con las caderas, mientras serpenteaba sus brazos por encima de su cabeza. El movimiento hizo que la apretada camisa de encaje se deslizara hacia arriba, exponiendo la suave curva de la parte baja de su espalda. Cord retuvo un gemido. Nada era más sexy que los hoyuelos de la espalda de una mujer por encima de su culo. Nada. Con la excepción de esas piernas increíblemente calientes. Cada malvada ondulación de sus caderas hacía que el borde de la falda se sacudiera en la parte posterior de sus firmes muslos. Nunca había sentido celos de una falda hasta ahora, pero seguro como el infierno que lo hacía en este momento. ―¿Está saliendo con el tío con el que está bailando? ―¿Mikey? Nah. No porque él no lo haya intentado. A AJ no le faltan pretendientes. ―Apuesto por ello. ―Ella es tan dulce como el día es largo. Como es que tu hermana no la ha corrompido va más allá de mí comprensión. No es tan salvaje como Keely, pero no es por falta de voluntarios para llevarla a explorar su lado salvaje. ¿Explorar? Infierno, Cord la llevaría a explorar su lado salvaje. Enlazando sus largas piernas como de una milla alrededor de su cintura mientras él se conduciría en su interior rápido y duro. Sintiendo esos delgados muslos sobre los hombros cuando ella subiera a su rostro. Jesús. Había pasado un período glacial desde que había tenido a una mujer, especialmente a una conejita vaquera en busca de hebillas como ella… construida con curvas que llevarían a un hombre directo a la tentación. Cord bebió de su cerveza, sus ojos sin apartarse de la forma en que ella se meneaba. Sin embargo, algo en ella... parecía familiar. AJ echó hacia atrás la cabeza y se echó a reír. Su sombrero de paja cayó al suelo. Vamos, muñeca, agáchate a recogerlo. Ella giró en su dirección y Cord finalmente vio su rostro. Si sus labios no estuvieran presionados contra la botella de cerveza, su mandíbula habría golpeado contra sus rodillas. La guapa rubia con las piernas asesinas y el culo fantástico no era otra que la pequeña Amy Jo Foster. Su atónita mirada se enfocó en el escote de su blusa de cuello en V. Nada era pequeño en ella ahora. Hablando acerca de una conducta degenerada. Había estado comiéndose con los ojos a la mejor amiga de su hermana menor. La ex niñera de su hijo. Jesucristo. Lo bueno es que ella nunca se había movido dentro de su casa vestida de esta manera… una gatita sexual al acecho. Él habría sido arrestado solo por sus lascivos pensamientos. Maldita sea, ¿por qué no podía dejar de preguntarse si sus pezones eran de color rosa pálido como sus labios, o rojo cereza como su ropa interior? Los grandes ojos gris-plata de Amy Jo se encontraron con los suyos por un momento. La invitación sexual ardiendo a fuego lento que ella le dirigió casi lo derriba de su maldito taburete. ¿Dónde había aprendido ella esa mirada “fóllame ahora, papito"? Ella era demasiado malditamente joven. Ella es lo suficientemente grande. Y él tenía la edad suficiente para saberlo mejor. ¿No? Aparentemente no. Amy Jo chilló cuando Mikey la levantó, regalándole a Cord otro vistazo de esas sexys bragas. A Cord se le pusieron los pelos de punta al ver a Amy Jo maltratada. Oh, él le enseñaría a ese cachorro de manos ambulantes una cosa o dos acerca de los modales. Ok. Te encantaría la oportunidad de enseñarle a ella una cosa o dos acerca de cómo un hombre de verdad la trataría. Antes de que el trasero de Cord abandone la silla para rescatarla, Amy Jo rompió el agarre de Mikey y se inclinó para recuperar su sombrero. Esta vez, cuando sus miradas se encontraron, ella se lamió los labios y sonrió seductoramente. Lujuriosamente. Como si estuviera imaginándolo desnudo con el culo al aire, usando sólo su maldito sombrero. Otra ola de lujuria calentó sus bolas. Entonces supo que el beso que le había dado en la recepción de la boda de Carter y Macie el año pasado no había sido el resultado de demasiado champagne. Su cerebro retrocedió hasta el baile de la boda en la Barra 9. La noche de principios de otoño era un poco fría cuando las festividades de la noche fueron reduciéndose paulatinamente. Decenas de parejas deslizaban sus botas a una improvisada pista de baile bajo una carpa blanca. Él se había alejado hacia fuera, prefiriendo beber una cerveza Fat Tire solo. Divirtiéndose al observar a Ky y a un par de chicos persiguiendo a las niñas risueñas haciendo una versión pre-escolar de una polka. Un roce de tela le llamó la atención. Se volvió cuando Amy Jo se acercaba con sigilo, usando un vestido largo hasta los tobillos del color del sol, que se ajustaba a la fresca, limpia y soleada esencia que fluía de ella. Él esbozó una sonrisa. ―Amy Jo. ―Pensé que eras tú, escondiéndote por aquí de todos con tu propia soledad. ―Es la historia de mi vida. El silencio se extendió tan espinoso como los rosales que recubrían la pasarela. Cord cambió su postura. Últimamente, estar cerca de Amy Jo le hacía sentirse como un tonto cohibido. No podía decirle lo bonita que estaba sin sonar como un baboso total. No podía mencionar lo malditamente bien que olía sin encontrarse parecido a un desquiciado perro sabueso, o peor aún, algún tipo de calentón esperanzado. En caso de duda... ―Linda noche ―le dijo sin convicción. ―Así es. ―Ella se estremeció discretamente―. Un poco fría. ¿Debería actuar caballeroso y ofrecerle su chaqueta? Nah. Ella probablemente pensaría que era un viejo excéntrico. Lo cual lo era. Maldita sea. Di algo. Cualquier cosa. ―¿Te estás divirtiendo? ―Por supuesto. Las bodas son siempre divertidas, ¿no? Cord se mordió una réplica inteligente y bebió de su cerveza. ―¿Por qué no estás ahí bailando, como el resto de tus hermanos y primos McKay? Con su botella de cerveza, Cord hizo un gesto hacia Ky y los niños. ―Alguien tiene que mantener un ojo sobre ellos para que no se maten entre sí en el combate. ―¿Siempre eres el responsable? ―Sí. Creo que va con la jurisdicción de ser el más grande. ―No es justo que por ser el hijo mayor te veas obligado a cumplir con la responsabilidad. ―Suspiró―. ¿Tú nunca quieres…? Él le dirigió una mirada extraña. ―¿Qué? Una sonrisa floreció en el rostro de ella antes de que se perdiera. ―No importa. Ky hizo un gran trabajo llevando los anillos hoy. ―Lo hizo, además de negarse a soltar la mano de Callie Morgan. ―No puedo decir que lo culpe. ¿Una linda chica que puede enlazar y montar tan bien como él? La vibración de la risa de Amy Jo fue más dulce y fugaz que la brisa de la tarde. ―Pobre muchacho está enamorado. ―Parece ser una epidemia en la familia McKay últimamente. ―Echó un vistazo para ver a su hermano Colby y a su esposa Channing bailando lento, así como a la pareja de recién casados Carter y Macie bailando entrelazados, perdidos a todo salvo el uno con el otro. Un sentimiento cercano a los celos le apretó el estómago. No celos. Sólo indigestión. Enfréntalo, McKay. Esta mierda de felices para siempre después de la boda está confundiendo tu cerebro. Durante su silenciosa pelea de autocompasión, Amy Jo se deslizó delante de él. Justo delante de él. Señor. Era casi tan alta como él con esos ridículamente sexy tacones amarillos. ―¿Por qué tú no estás enamorado, Cord McKay? Cord no tenía nada que decir a eso. Él la estudió, casi precavidamente, casi con curiosidad, sobre sus intenciones. ―Podrías estar enamorado de mí. ―Manteniendo sus miradas encontradas, ella lentamente se inclinó hacia delante y lo besó. Sólo una ligera presión como una pluma de su suave boca contra la suya. Mientras sus labios estaban volviéndose conscientes de la situación, ella se retiró levemente, dejando que sus alientos calientes se mezclaran por un segundo antes de que le hundiera los dientes en su labio inferior. Ella le dio un tirón juguetón, seguido de un concienzudo movimiento de su húmeda lengua para aliviar el escozor―. Porque yo estoy definitivamente enamorada de ti. ―Ella caminó despacio hacia la carpa en una nube de gasa y de pura tentación. Cord recordó haberse lamido los labios, dándose cuenta de que ella sabía tan caliente y dulce como el sol de otoño. Había estado demasiado aturdido para perseguirla después, soportando la tentación del beso, el desafío de las palabras embriagadoras y el ambiente de fiesta. No había pensado en ello otra vez hasta ahora. En realidad, no había visto a Amy Jo desde que ella se había mudado a Denver el año pasado para asistir a la escuela de masaje terapéutico con su hermana. Su madre lo mantuvo al tanto sobre las hazañas de Keely, que generalmente incluían curiosidades de Amy Jo y su familia. Su madre le contó sobre la mala suerte que tuvo la madre de Amy Jo, Florencia. Evidentemente se había caído de su caballo y roto una pierna. La hermana mayor de Amy Jo, Jenn, la había llamado para que temporalmente volviera a casa y ayudara con el cuidado de Florencia. ¿Qué tan temporal era la situación? La asociación de los McKay con los Fosters abarcaba varias décadas. Después de que Floyd Foster muriera cuatro años atrás, Cord y su padre hicieron una generosa oferta para comprar el rancho Foster. Pero dado que los nietos de Florencia vivían cerca, ella no estaba dispuesta a vender la granja familiar. Y los McKays podían darse el lujo de esperar hasta que ella lo estuviera. Tal vez había llegado el momento. Un destello de brillo metálico trajo a su conciencia de nuevo a Amy Jo saliendo de la pista de baile. Cord se incorporó, enderezando su sombrero, esperando completamente que ella caminara hacia su mesa para coquetear con él. O por lo menos para rogarle que bailara con ella. O que hiciera valer la sensual promesa que le había ofrecido con sus ojos oscurecidos. Él sería educado, pero con suavidad desalentaría sus atenciones. Pero Amy Jo se movió indignada hacia la barra. |
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![]() | «novela negra» surge en Francia para designar una serie de novelas pertenecientes a este subgénero, traducidas y publicadas en la... | ![]() | |
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