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Bernard Marines Baruch, el bien conocido «Buda» de la democracia americana, ordenó la liberación de Trotsky, que se hallaba cumpliendo condena en el penal de Saint Louis. Acompañado de numerosos correligionarios, partió en un buque americano hacia Rusia, pero, interceptado por una unidad de la flota británica, fue nuevamente encarcelado en el penal de Nova Scotia (Canadá). Pero de allí volvió a liberarle la mano todopoderosa de Baruch, a pesar de formar parte el Canadá de la corona británica. Y, en un buque americano fue llevado hasta Rusia. Curiosa manera de comportarse con un aliado que, como Nicolás II, estaba llevando sobre sus hombros la más pesada carga de la guerra... (18). Éste es un hecho histórico e irrefutable. El mismo Baruch admitió, respondiendo a las preguntas de una Comisión del Senado que, bajo su responsabilidad. había sido liberado Trotsky en dos ocasiones, una de ellas en territorio extranjero, aún a sabiendas de que se proponía dirigirse a un país amigo y aliado, con el propósito deliberado de sabotear el esfuerzo de guerra de ese país y hacerle salir, si era posible, de la misma. EL TESTIMONIO COTY Mr. François Coty, conocido reportero del entonces, más importante periódico francés, Le Figaro, escribió el 20 de febrero de 1932 que «la ayuda financiera prestada a los nihilistas durante ese periodo (1905-1917) por Jacob Schiff, del poderoso Banco neoyorquino Kuhn, Loeb & Co. no fue un acto de aislada generosidad. Una verdadera organización terrorista fue creada con dinero venido de América. Esa red terrorista bien pronto cubrió toda Rusia con sus emisarios y agentes». Fue el propio Jacob Schiff, ayudado por correligionarios suyos, quien financió al Japón en la guerra contra Rusia, en 1904-05, según reconoce la propia Enciclopedia Judía.» EL GOBIERNO BRITÁNICO, VICKERS & MAXIM, Y EL ASESINATO DE LA FAMILIA IMPERIAL La actitud del Gobierno británico hacia su aliado ruso fue, por lo menos, equívoca, durante el periodo revolucionario. Y dejó de ser equívoca una vez el bolchevismo firmemente establecido en el poder cuando Lloyd George, todo un Primer Ministro de Su Majestad, declaró, ante una atónita Cámara de los Comunes: «Con el derrumbamiento del imperio de los Romanoff, uno de los principales objetivos de esta guerra se ha cumplido.» Lo cierto es que el Gobierno británico se había comprometido a ayudar a Rusia en la guerra contra los imperios centrales. La firma inglesa Vickers & Maxim fue comisionada para el suministro de armamento. Una referencia al papel jugado por Vickers & Maxim en el desarrollo de los acontecimientos que produjeron el colapso de Rusia es hecha por el propio Lloyd George: El profesor Sir Bernard Pares, un distinguido académico que conoció bien Rusia y los rusos... visitó Rusia en 1915, en su calidad de corresponsal oficial con el Ejército ruso, y a su regreso presentó un rapport muy notable». En dicho rapport, citado por Lloyd George, el profesor Pares dijo: «... Es mi deber informar que el desafortunado y extraño fracaso de Messrs, Vickers & Maxim & Co. en el suministro de armamento a Rusia está poniendo en grave peligro las relaciones entre nuestros dos países (19). Un inciso. Parece, en efecto, desafortunado y extraño que unos tan acreditados «mercaderes de cañones» como Vickers & Maxim fracasaran en su suministro de armamento al Ejército imperial ruso. Esos mercaderes de la muerte habían demostrado su sin par eficiencia en docenas de conflictos bélicos, pero he aquí que, súbitamente, fracasaban... Y fracasaban de una manera rarísima, extraña... Sí, por que, durante seis largos meses, los rusos, no reciben ni un solo fusil. Cuando, a finales de 1915, llegan los primeros fusiles, ametralladoras y cañones, las autoridades rusas se aperciben de que tales armas son de calibres diferentes a los usados por el Ejército imperial. A Rusia se le exige que pague por adelantado por unas armas que, de momento, no le sirven para nada... Entre tanto, otros rusos, o individuos con apellidos oportunamente rusificados, reciben clandestinamente armas en los países vecinos y en la misma Rusia. Las armas que los monopolios mundiales del armamento niegan al zar, son para Lenin y Trotsky. Vickers & Maxim, firma mastodóntica cuyo «presupuesto» era superior al de muchos países del Viejo Continente, estaba controlada por Sir Ernest Cassel y Sir Basil Zaharoff, dos ciudadanos británicos. Según el editor hebreo Sir Sidney Lee (20), Sir Ernest Cassel era un judío nacido en Colonia (Alemania), íntimo de Jacob Schiff y director de la banca Bischofs-cheim & Goldsmidt, de Londres. En 1897 fue artífice de la compra de la «Barrow Naval and Shipbuilding Construction Company» y de Vickers & Sons Company y, más tarde, de la unión con las compañías de municiones y armamentos Maxim Gun y Nordenfeldt. Por su parte, la «combine» Maxim-Nordenfeldt había sido efectuada por otro judío, Sir Basil Zaharoff, procedente de una acomodada familia de Odessa (Ucrania) (21). Como vemos, una vez más, aparece en acción el triángulo comunismo -alta finanza -judaísmo, trabajando en común. Otro sí, el trust francés de armamentos, Schneider-Creusot, contribuyó, aunque en menor escala que la Vickers & Maxim, a organizar la derrota del régimen zarista. Según el autor inglés Sidney Dark (22) «La familia Schneider es de origen judeo-alsaciano». Si nula fue la ayuda de los gobiernos de los países de la Entente -y especialmente Inglaterra- a su desgraciado aliado Nicolás II en la guerra contra los imperios centrales, más lo fue aún en la que debió sostener el Ejército imperial contra el tan bien pertrechado Ejército rojo. Londres mandó un Cuerpo expedicionario de 1.200 hombres, que operó, con rara pasividad, en la zona portuaria de Arkangelsk, y Washington, en 1919, una vez finalizada la Primera Guerra Mundial, un par de divisiones que hicieron acto de presencia en Siberia Meridional (23). La intervención de los Aliados se produjo en una escala completamente inadecuada a la magnitud del conflicto, y no pudo ayudar en nada a las tropas «blancas» del almirante Kolchak y de los generales Wrangel y Denikin. Para una sola cosa sirvió la intervención de la Entente: para hacer inclinar hacia el bando bolchevique las simpatías de una parte del populacho ruso, cuyos sentimientos «chauvinistas» se sintieron heridos por la intervención extranjera en favor del viejo régimen. Tras su abdicación, el zar y su familia recibieron una oferta de asilo hecha por el Gobierno británico. Una polémica se desató sobre el hecho de haber o no haber sido posteriormente retirada tal oferta. Según Lloyd George, en sus aludidas «Memorias», tal oferta fue mantenida. Según Kerensky, en cambio, no lo fue. Pero Sir George Buchanan, embajador inglés en Rusia, afirmó en un libro de Memorias publicado por su hermana Miss Meriel Buchanan después de su muerte, que el Gobierno británico telegrafió al ruso, retirando la oferta de asilo (24). Esto equivalía a condenar a muerte al zar, máxime si se tiene en cuenta que los esfuerzos hechos por el conde Mirbach, embajador de Alemania -interesado en salvar a la zarina, princesa de sangre germana- resultaron vanos por la traición de un «agent provocateur», llamado Yakolev, un judío de origen transilvano. El 16 de julio de 1917, en la mansión Ipatiev de Ekaterinburg, el zar, la zarina, el zarevitch enfermo, las princesas Olga, Tatiana, María y Anastasia y cinco sirvientes fueron fusilados, sus cadáveres asaeteados con las bayonetas y horriblemente mutilados. Los cadáveres fueron conducidos a un bosque cercano e incinerados o quemados con ácido sulfúrico. Esa horrible masacre fue personalmente ordenada por el comisario Sverdlovd, descrito por el agente británico Bruce Lockhart como «un judío tan moreno que diríase casi negro» (25). El pelotón de ejecución, mandado por Jakob Jurowsky, se componía de doce hombres, de los que sólo dos eran rusos, uno letón, y los otros judíos. En la pared de la habitación donde el zar y su familia fueron ejecutados fueron hallados tres signos cabalísticos, inscritos de arriba abajo y de derecha a izquierda. Los símbolos consisten en la letra "L" repetida tres veces en escritura hebrea, samaritana y griega. Según la escritora norteamericana O'Grady, esa inscripción simbolizaba pasividad, significando que los asesinatos no provenían de la voluntad del ejecutor o ejecutores, sino que él o ellos actuaron en obediencia de una orden superior (26). Cuatro días antes, el gran duque Miguel y su secretaria inglesa fueron fusilados en Perm, a trescientos kilómetros al Noroeste de Ekaterinburg. Los duques Sergio Mihailovitch, Igor, Constantino e Iván Constantinovitch. parientes cercanos del zar, fueron también fusilados en Ekaterinburg. El príncipe Pablo y la gran duquesa Isabel, con su séquito de diecisiete personas, fueron rociados con ácido sulfúrico y arrojados a un pozo seco, donde murieron al cabo de tres días de indecibles sufrimientos (27). La supervisión de esa serie de asesinatos estuvo a cargo de los bolcheviques Golschekin, Voikov y Sarafov. Golschekin, alias Philip, era un judío que estuvo relacionado con Lenin desde 1911. Voikov era igualmente judío; la procedencia racial de Sarafov es desconocida (28). Que el Gobierno británico, por acción y por omisión favoreció objetivamente el triunfo bolchevique está fuera de toda duda razonable. Más insidioso fue aún el caso de la «contrarrevolución» organizada en Moscú por el capitán O'Reilly, agente del Intelligence Service. O'Reilly, un aventurero que se llamaba en realidad Rosenblum y procedía de un ghetto lituano, estuvo asociado con el banquero Alexander Weinstein, un judío de Kiev, y se sabe que trabajó como agente especial para los japoneses durante la guerra de 1904-05 entre el Mikado y Rusia. En 1917, aparece como agente secreto británico (29) y es enviado a Rusia. Su misión oficial: organizar la contrarrevolución, devolviendo a Rusia al lado de la Entente, pues los comunistas se disponen a concluir una paz separada con Alemania y Austria-Hungría. Su misión real: se ignora. La misión que cumplió: provocar prematuramente el alzamiento de los rusos anticomunistas, que fueron aplastados. Luego, O'Reilly huyó (igual que su correligionario Adler Kerensky, el introductor y solapador de la Revolución) sin que haya podido demostrarse que la omnipotente G. P. U. hiciera nada por impedirle la huida. Ese aventurero escribió sus Memorias, que fueron publicadas por su esposa, la ex actriz sudamericana Pepita Bobadilla, que las prologó y epilogó (30). Según Mrs. O'Reilly, todos los complots organizados por su marido fracasaron; siempre los rusos blancos que se fiaron de él fueron, finalmente, traicionados por alguien. Según el cónsul general de los Estados Unidos, Mr. Poole, O'Reilly, Rosenblum era un «agent provocateur». Esto lo confirman Bruce Luckhart y el mismo «capitán» Hill, durante muchos años colaborador de O'Reilly. Este provocador que tan eficientemente trabajó por los bolcheviques no era, tampoco, unaparia de la Tierra, ni un esclavo sin pan. Antes de la Revolución, trabajó en San Petersburgo como agente de cambio y Bolsa (31). LAS REVELACIONES DE MRS. WILLIAMS Y H. GWYNNE Mrs. Ariadna Williams, viuda del Dr. Harold Williams, durante muchos años corresponsal del Manchester Guardian en Rusia, publicó las Memorias de su marido, bajo el titulo From Liberty to Brest-Litovsk, en 1919. Un año más tarde, el editor del Morning Post londinense. H. A. Gwynne recopiló los artículos del periódico, relacionados con la cuestión rusa (32). Según Mrs. Williams: «La nueva clase que rápidamente cristalizó en derredor de los bolcheviques, se componía especialmente de individuos perfectamente ajenos al pueblo ruso... Abundaban los lituanos y letones, y también los caucasianos y asiáticos, pero la vasta mayoría se componía de judíos procedentes de los más diversos países. Esa gente hablaba muy mal el ruso. La nación cuyo sorprendente control acababan de obtener era extraña para ellos, y se comportaban, en consecuencia, como extranjeros en país conquistado». Mr. Gwynne facilita diversas estadísticas e innumerables detalles reveladores. Por ejemplo, cita los nombres, reales y adoptados, de los 48 primeros personajes en el escalafón jerárquico soviético, 42 de ellos son judíos. Otros 2 son rusos casados con judías, Vorochilov y Kollontai. Dos más son medio judíos, Lenin y Tchitcherine. Completan la lista Goukovsky y el letón Peters. La lista en cuestión coincide con la inscrita en la sección HL del rapport del Servicio Secreto americano, ya mencionada al comienzo del presente capítulo. Aparte de los nombres citados en dicho rapport, Mr. Gwynne añade los de Goussiev (Drapkin), Gorev (Goldman), Volodarsky (Cohen). Zervditch (Fonstein), Radek (Sobelssohn), Litvinoff (Meyer, Wallach, etc.) Kamensky (Hoffmann), Naout (Ginzburg), Igoev (Goldman), Vladimirov (Feldnian), Bounskov (Foundamentsky), Manuilsky y la Lebedteva (Simson), todos judíos, más Vorochilov, Kollontai y Goukovsky, rusos, y el chekista letón Peters. A propósito de Lenin, Mr. Gwynne reproduce una noticia publicada por el Jewish Chronicle, órgano del judaísmo británico, en la que, a parte de mencionarse la ascendencia del «Papa» soviético - judía por parte materna - y su matrimonio con la Kruppskaya, de bien acomodada familia judeoalemana, se dice que Lenin formó parte de círculos de estudios judíos cuando residió en Suiza, en 1897, y que su profesor era un rabino (33). TESTIMONIOS DE PARTE CONTRARIA Ninguno de los testimonios más arriba aludidos puede, ni aún con la mayor fantasía ni la más flagrante mala fe, ser tachado de «nazi», «fascista» o «antisemita» (palabra deliberadamente equívoca, escogida para denigrar sistemáticamente a los que exponen las actividades subversivas y revolucionarias del judaísmo político). Ni el Estado Mayor del Ejército americano, ni la C.I.A., ni el «Deuxiéme Bureau» francés, ni Mr. Winston Churchill, ni el Departamento de Estado norteamericano pueden, seriamente, ser tildados de antisemitas. Por otra parte, las personalidades e instituciones aludidas presentan las mayores garantías en cuanto a la seriedad de sus informaciones; tales personas y tales organismos no podían no estar bien informadas, y lo mismo cabe decir de Mr. Oudendyke, representante oficial del Gobierno británico en Petrogrado, del embajador americano Francis, de los miembros de las comisiones Simmons, Sisson y Overman, de periodistas de renombre como Monsieur Coty, Mr. Marsden, Reed, Wilson... No podía estar mal informado Lloyd George, todo un Premier británico filosemita y antiguo abogado de los sionistas de Inglaterra... De todos los testimonios citados hasta ahora se deduce claramente que la Revolución soviética no fue obra de rusos explotados por la autocracia zarista, sino de judíos internacionalistas por mediación de sus hombres de mano, correligionarios suyos en abrumadora proporción. Pero esto no lo han dicho solamente los gentiles; los propios judíos lo han reconocido en muchas ocasiones. Así por ejemplo, el más importante de los semanarios judeoamericanos, The American Hebrew publicó, el 10 de septiembre de 1920, está auténtica confesión de parte: «La Revolución bolchevique en Rusia fue obra de cerebros judíos, de la insatisfacción judía, de la planificación judía, cuyo objetivo es crear un orden nuevo en el mundo. Lo que de tan excelente manera fue realizado en Rusia, gracias a cerebros judíos y a causa de la insatisfacción judía y mediante la planificación judía será también, a través de las mismas fuerzas mentales y físicas judías, una realidad en todo el mundo». Por su parte, el Jewish Chronicle londinense escribió el 4 de abril de 1919: «Hay mucho de bueno en el bolchevismo, no sólo porque muchos judíos son bolcheviques, sino porque los ideales del comunismo y los del judaísmo son consonantes en lo esencial.» Alfred Nossig, uno de los más celebrados líderes espirituales del judaísmo declaró, en 1925: «El socialismo y el código mosaico no están en oposición... nosotros tenemos un interés vital en la victoria final del socialismo en el mundo, no solamente por motivos tácticos y ocasionales, sino sobre todo porque el marxismo y la doctrina mosaica son prácticamente idénticos... » (34). |
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