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NOTA DE PRENSA





DEPARTAMENTO DE COMUNICACIÓN



La obra recoge datos de carácter económico, demográfico, educativo, político y social
La Fundación BBVA presenta Estadísticas históricas de España, una obra de referencia internacional


  • ‘Estadísticas históricas de España retrata, registra y descubre la larga, compleja y finalmente exitosa modernización económica y social de la España de los dos últimos siglos

  • En 100 años, la tasa de fecundidad en España ha pasado de 4,7 a 1,2 hijos por mujer

  • Desde el año 1800 a 2000, las tierras de cultivo han pasado de 11,4 a 18,3 millones de hectáreas

  • En 1900, la media semanal de trabajo de la población obrera era de 64,8 horas, y en el año 2000 de 36,1 horas

  • Entre 1954 y 2000, el consumo privado por habitante en pesetas constantes de 1999 se ha multiplicado por 3,88 veces, pasando de 369.443 a 1.434.173 pesetas

  • El PIB ha crecido 40 veces en 150 años (1850-2000), pasando en precios constantes de 2 a 80 billones de pesetas; y el PIB per cápita se ha multiplicado 15 veces en el mismo período, pasando de 137.000 a 2.027.000 pesetas por habitante

  • Entre 1970 y 1996, el porcentaje de la renta recibido por el 10 por ciento de los hogares más ricos descendió del 40,7 al 28,2 por ciento

  • El Índice de Desarrollo Humano (IDH) de España en 1850 era de 0,227 y en 2000 ha sido de 0,913. Respecto a Estados Unidos, estos datos representan pasar del 48,2 de su IDH al 97,2


28.02.06.- La Fundación BBVA presenta Estadísticas históricas de España en los siglos XIX y XX, la colección de estadísticas históricas más importante en lengua española y una de las más originales y rigurosas a nivel mundial. El libro –coordinado por Albert Carreras y Xavier Tafunell, catedrático y profesor titular, respectivamente, de la Universidad Pompeu Fabra– cuenta con la colaboración de 29 destacados especialistas.

La obra, que se presenta en tres volúmenes acompañados de un CD, es un anuario estadístico de dos siglos combinado con detallados estudios que ofrecen visiones panorámicas de los grandes rasgos cuantificables de la historia de España. Se trata de una obra de referencia, meticulosamente preparada, que representa una fuente de incalculable valor para los expertos sobre España y un punto de partida fácilmente accesible y comprensible para aquéllos que desconozcan la historia cuantitativa española.

El grueso de la obra lo forman los cuadros estadísticos de los 17 capítulos: 5.000 columnas de datos que permiten indagar en la renta y la riqueza; el trabajo y las relaciones laborales; el consumo y los precios; la industria, el sector agrario y la pesca; el sistema monetario y financiero; la empresa y la bolsa; la urbanización y la vivienda; la investigación y las patentes; el sector exterior; el sector público y el estado de bienestar; el Gobierno y la Administración; la política y las elecciones; el clima; la población y la salud; la educación, y los transportes y comunicaciones.

La publicación de esta obra, de casi 1.500 páginas, sitúa a España en el selecto grupo de países que cuentan con colecciones de estadísticas históricas de amplio espectro temático y cronológico. Además, las de otros países –Alemania, Australia, Canadá, Italia, Japón, Portugal, Reino Unido, Suiza o Venezuela– son básicamente demográficas y económicas, mientras que las que ahora se presentan recogen también aspectos educativos, políticos y sociales.
La temperatura ha subido un grado en los últimos 25 años

En los últimos años ha aumentado enormemente el interés científico y de la opinión pública por el cambio climático, a medida que se ha ido tomando conciencia del fenómeno del calentamiento global. El Intergovernmental Panel on Climate Change ha dado a conocer las mediciones de las temperaturas medias en múltiples puntos de la superficie terrestre desde 1860 hasta la actualidad (además de aportar una estimación sobre las temperaturas medias en el último milenio). España, en línea con la comunidad internacional, aporta las observaciones de las temperaturas desde esa misma fecha. El gráfico 1 sintetiza las temperaturas medias anuales de los datos mensuales de numerosas estaciones metereológicas. La serie que contemplamos, al igual que las series más detalladas de las que se nutre, pone de manifiesto una tendencia al calentamiento a lo largo del siglo XX, y muy especialmente, en los últimos lustros.
Gráfico 1



Fuente: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
Según las mediciones disponibles, la temperatura media en el territorio peninsular ha tendido a subir desde el mínimo alcanzado en 1885-1889 en cerca de dos grados. La mitad de este aumento –un grado– se concentra en el último cuarto de siglo. Se están volviendo a alcanzar los máximos conocidos de 1854-1858. Las precipitaciones, en cambio, muestran una notable estabilidad en el largo plazo.

En 100 años, la tasa de fecundidad ha pasado de 4,7 a 1,2 hijos por mujer

Desde el punto de vista de la demografía, la obra de la Fundación BBVA ofrece una amplia panorámica sobre el proceso de modernización de la población española, consistente en la transición de un régimen demográfico antiguo –caracterizado por tasas muy elevadas de natalidad y mortalidad– a un régimen moderno en el cual ambas tasas vitales tienen niveles muy bajos. En ambos estados, la tasa de natalidad no es muy superior a la de mortalidad, con lo que el crecimiento vegetativo de la población es reducido, e incluso puede llegar a ser nulo o negativo.

Gráfico 2.



Fuente: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
El proceso de transición de un estado a otro ha tenido en España, como en todos los países occidentales, una duración muy larga, secular. Lo que ha distinguido a España ha sido la tardanza: la modernización demográfica se inició en los últimos años del siglo XIX, con muchas décadas de retraso respecto a las naciones más avanzadas. En todo caso, desde entonces los progresos en la lucha contra la muerte fueron casi continuados: la gripe de 1918 e incluso la Guerra Civil sólo detuvieron momentáneamente la caída tendencial de la tasa de mortalidad; desde la década de 1960 se ha estabilizado e, incluso, ha repuntado ligeramente en los últimos años como consecuencia del progresivo envejecimiento de la población.

En cuanto a la tasa de natalidad, España no se ha apartado en líneas generales del patrón común de la transición demográfica, según el cual la natalidad se ajusta con retraso al descenso de la mortalidad. Si hubiera que destacar algún comportamiento particular, éste sería que la natalidad siguió con celeridad el movimiento de la mortalidad; lo cual implicó que España, a diferencia de la mayoría de países, no experimentó un gran crecimiento demográfico en las primeras etapas del proceso de modernización; cuando lo conoció fue, como todo el mundo occidental, en los años 1950 y 1960 (el baby boom de la segunda postguerra mundial, en el contexto de la llamada edad dorada). Con la llegada de la actual democracia, y el fin de los años dorados de crecimiento, se produjo una pronunciadísima caída de la tasa de natalidad que ha representado la última y definitiva etapa del proceso de transición demográfica.

España no ha experimentado, en definitiva, ninguna explosión demográfica. La transición demográfica comenzó con retraso, ha sido bastante lenta (un siglo) y ha acabado abruptamente, dejando la tasa de crecimiento vegetativo a niveles internacionalmente muy bajos.

Otros aspectos a destacar, que resumen la evolución demográfica registrada en el último siglo, son los siguientes. En primer lugar, la esperanza de vida al nacer se situaba todavía por debajo de 30 años en la década de 1880; ascendió a 50 años en vísperas de la Guerra Civil, a 70 en 1960 y ha llegado a 78 años al finalizar el siglo XX. Un segundo indicador de transición y modernización demográficas es el índice sintético de la fecundidad: la generación de mujeres nacidas en los años 1870 tuvo 4,7 hijos por mujer; la generación de mujeres nacidas en los años 1920 redujo su descendencia a 2,5 hijos, y la de mujeres nacidas en la década de 1960 a 1,2 hijos. Otro indicador de cambio demográfico, muy directamente relacionado con las variaciones a largo plazo de la renta per capita, es la estatura media de la población: la estatura de los reclutas ha pasado de 162,6 centímetros para los nacidos en 1875 a 175,1 para los nacidos en 1980.
El capital humano

La España del siglo XIX se caracteriza por unos bajísimos niveles de formación de capital humano, lo que lastró gravemente su desarrollo económico y tuvo mucho que ver con la situación de atraso económico relativo en que se mantuvo el país hasta la segunda mitad del siglo XX. En el gráfico se observa que, a mediados del siglo XIX, la población no escolarizada –lo que venía a ser equivalente a analfabeta– representaba una gran mayoría de la población (en torno al 75 por ciento).

Aunque la situación fue mejorando en los decenios posteriores, en la última década del siglo XIX y en la primera del XX tuvo lugar un retroceso. En la parte final de la Restauración, durante la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República se lograron progresos continuados, pero no espectaculares. Además, hasta la Guerra Civil, la inversión en educación no consistía en otra cosa que en proporcionar a la población los estudios más básicos: como puede advertirse en el gráfico 3 la curva de la serie ‘sin estudios’ es la inversa de la curva de la serie ‘con estudios primarios’.
Gráfico 3




Fuente: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
La Guerra Civil y el franquismo significaron una ruptura con la dinámica precedente, produciéndose una regresión e incrementándose las desigualdades educativas.

La reducción del analfabetismo –y la simultánea mejora del nivel de estudios de la población española– no ha sido un proceso continuo. Se interrumpió durante la Restauración y dio un doloroso paso atrás durante el primer franquismo. Únicamente las generaciones nacidas a partir de 1980 han obtenido un 100 por ciento de escolarización, entendiendo por tal la permanencia en la escuela de todos los niños al menos entre los 5 y los 15 años.
Desde el año 1800 al 2000 las tierras de cultivo han pasado de 11,4 a 18,3 millones de hectáreas

A diferencia de la industria y del sector servicios, el sector agrario ha crecido relativamente poco. La agricultura se ha modernizado profundamente, como lo prueba que un número de ocupados en el sector actualmente cinco veces inferior al existente un siglo y medio atrás produzcan cerca de cinco veces más bienes que entonces. Sin embargo, el producto agrario se ha expandido con lentitud a lo largo de los siglos XIX y XX, esencialmente a causa de la baja elasticidad de la demanda. A medida que los españoles, al igual que los europeos a los que ha podido abastecer la agricultura española, han ido aumentando sus niveles de renta han consumido cantidades crecientes de productos no agrarios y sólo marginalmente han incrementado su consumo de productos agrarios (al inclinarse por alimentos superiores y de mayor calidad).

En el gráfico 4, las series correspondientes a los cultivos tradicionales evidencian el débil impulso expansivo. La serie del mosto –materia prima de los productos vitícolas – exhibe un claro estancamiento en el largo plazo. Casi lo mismo cabe decir de las series de producción del trigo y el aceite –los otros dos cultivos de la trilogía mediterránea clásica –, pues la tendencia ascendente es muy suave.

La serie de la producción de naranjas representa a los cultivos arbustivos que, aun siendo también propios de la agricultura mediterránea, han significado una agricultura más capitalizada, productiva y moderna que la de los sectores tradicionales. El gráfico pone de relieve que la agricultura de los cítricos y demás frutos conoció una gran expansión en el último cuarto del siglo XIX y el primero del XX. Pero, posteriormente parece haber entrado en la misma dinámica de estancamiento productivo que los sectores agrarios que le precedieron.

El maíz y la remolacha azucarera son dos cultivos representativos de la agricultura de regadío. Su expansión ha venido determinada por la extensión de las tierras regadas. Habiendo tenido lugar ésta básicamente tras la Guerra Civil, se explica que haya sido en este período cuando se haya acrecentado más la producción. El estancamiento final obedece más bien a la Política Agrícola Comunitaria (PAC). Debe señalarse que en el caso del cultivo de la planta azucarera hubo una primera época de esplendor, que transcurrió entre los últimos años del siglo XIX y 1936, debida a la “nacionalización” de la producción consiguiente a la pérdida de las colonias de las Antillas (Cuba).

En una perspectiva más que secular, la producción agraria ha crecido muy poco. Incluso los productos históricamente más dinámicos, hace años que han alcanzado su techo productivo. No obstante, la producción total agraria (agricultura, ganadería y ), por poner un ejemplo, pasó de 71.000 millones de pesetas en 1950 a 3,9 billones de pesetas en 1990, sólo cuarenta años después.

Un dato distinto a la producción, revelador de las magnitudes de la expansión agrícola, es el de la superficie de la tierra agrícola. Del año 1800 a 2000 las tierras de cultivo han aumentado de 11,45 a 18,30 millones de hectáreas. El máximo registrado se alcanzó en 1931: 21,96 millones.

Gráfico 4


Fuente: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA

La economía española se industrializa

En los siglos XIX y XX la economía española se ha industrializado, lo que significa que el sector industrial ha crecido más deprisa que los demás sectores productivos en un contexto de renta nacional creciente.

El gráfico 5 compara la evolución del índice de la producción industrial, en el eje horizontal, con la evolución del precio relativo de los productos industriales (frente al conjunto de los bienes y servicios medidos en PIB), ambos en logaritmos. Es decir, un índice de cantidades contra un índice de precios relativos. Cada punto en el gráfico está representado por el año al que corresponde. Sobresalen tres grandes rasgos:

  1. De 1850 a 1935, el crecimiento de la producción industrial se produjo con precios relativos industriales estables.

  2. De 1950 al año 2000, la producción industrial crece más, y lo hace con precios relativos en continua reducción. Ello es indicio de que la industria transfiere capacidad adquisitiva al resto de los sectores.

  3. Durante los años 1936-1951, los precios relativos de la industria fueron reprimidos, resultando inferiores a los que se hubiera podido esperar, lo que provocó graves distorsiones en la asignación de recursos.


Gráfico 5


Precios relativos de la industria frente a la producción industrial, 1850-2000




Fuente: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
El enorme crecimiento del producto industrial del último siglo y medio se obtuvo a precios relativos constantes hasta la Guerra Civil y a precios relativos decrecientes después de 1950. La autarquía constituye una excepción a estas tendencias.

La aportación de la industria manufacturera al PIB condensa su importancia. En 1850 contribuía tan sólo al 13,61 por ciento del PIB; alcanzó su punto más alto en 1960, con el 30,93 por ciento, y, a continuación, inició un suave descenso hasta situarse en el año 2000 en el 21,67 por ciento del PIB.

En cuanto a la energía, tiene interés subrayar que el precio del petróleo deflactado por el deflactor del PIB nunca ha sido tan bajo como en 1998. Los actuales niveles reales, en cambio, se pueden volver a comparar con los vigentes durante las últimas crisis (entre 1975 y 1985).
Se multiplica el uso del cemento

Las tres primeras décadas del siglo XX, y muy particularmente los años comprendidos entre 1914 y 1930, fueron de un gran dinamismo en el sector constructor e inmobiliario. La tasa de urbanización de la población española dio un salto adelante, y ello arrastró lógicamente la actividad de edificación de viviendas. Esto, a su vez, empujó al alza la cuantía global de las hipotecas. Las obras públicas también atravesaron una coyuntura boyante en el período de la Dictadura de Primo de Rivera. Estos factores, en su conjunto, aumentaron notablemente el consumo de cemento.

La Gran Depresión internacional iniciada en 1929 y, sobre todo, la Guerra Civil, golpearon muy duramente al sector: todos los indicadores reflejan una contracción muy aguda. Durante la posguerra, siguieron distintos caminos tras un fuerte movimiento de recuperación inicial. Los primeros años de posguerra, durísimos en muchos órdenes de la vida económica y social, fueron prósperos para el mundo inmobiliario. La producción de cemento también creció sin descanso, pero esto fue debido a las obras públicas y no a la construcción residencial.

Lo más sobresaliente del gráfico radica en el aparente divorcio entre la actividad inmobiliaria y la constructora. La trayectoria de las series relativas a la venta de fincas y a la contratación de hipotecas ha sido fuertemente alcista (con la salvedad, en el segundo caso, de la interrupción de los años 1970, originada por la crisis económica). En cambio, la trayectoria de las series de construcción de viviendas y utilización de cemento ha estado dominada por la evolución cíclica y no exhibe una tendencia claramente ascendente. En todo caso, la utilización de cemento se ha acrecentado con gran vigor, pasando de 16 kilogramos por habitante en 1901, a 90 en 1950, a 633 en 1974 y a 1.028 en 2001; es decir, la utilización de cemento per capita se ha multiplicado a lo largo del siglo XX por un factor 64, equivalente a una tasa media anual del 4,2 por ciento.

El gráfico 6 refleja los orígenes históricos de la actividad constructora e inmobiliaria en España. Ésta ha crecido con enorme brío en el último medio siglo, mientras que aquélla ha sufrido importantes fluctuaciones.

Gráfico 6

Fuente: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
Otros aspectos a destacar en este ámbito son la urbanización de la población y la evolución del parque de viviendas. En los últimos dos siglos, la población casi se ha cuadruplicado, pero la población de los municipios de menos de dos mil habitantes ha pasado de cinco a tres millones. En cuanto al parque de viviendas, en las tres primeras décadas del siglo XX creció con relativa lentitud: a una tasa anual media del 1,1 por ciento (stock de viviendas en núcleos urbanos). La Guerra Civil y el primer franquismo paralizaron la construcción residencial: el parque se incrementó a un ritmo del 0,8 por ciento anual. En el período 1950-1981, que abarca y corresponde en su casi totalidad a la época de las grandes migraciones internas y del desarrollismo, el parque residencial aumentó al 2,8 por ciento anual. Finalmente, en las dos últimas décadas del siglo (1981-2001), la expansión se ha situado a medio camino entre la del primer tercio del siglo y la de la época dorada del tercer cuarto del mismo: 1,7 por ciento anual. En lo que respecta al uso del stock de viviendas, un hecho muy llamativo es la importancia que han cobrado las viviendas principales no ocupadas: en 1950 ascendían a tan sólo 328.800 (5,5 por ciento del total), mientras que en 2001 se elevan a 6.552.700 (31,5 por ciento del total).

Transportes y comunicaciones

El ferrocarril revolucionó el sistema de transportes y comunicaciones a partir de la década de 1860. Por rapidez, por comodidad y por su bajo precio era imbatible para los sistemas de transporte tradicionales, a los que arrebató la mayor parte del tráfico de pasajeros y mercancías a media y larga distancia. A finales del sigo XIX y principios del XX, el volumen de viajeros transportados por ferrocarril era inmensamente superior al de los viajeros transportados por buque, pese a que este medio de transporte acogía a los españoles que emigraban al extranjero, a Ultramar, y regresaban a la patria.

Desde la I Guerra Mundial, el ferrocarril ha dado muestras de su incapacidad por atraer mayores volúmenes de viajeros, a medida que aumentaba la demanda de otros servicios de transporte. En gran parte, los incrementos de la demanda han sido de corta distancia y se han circunscrito a las zonas urbanas. Los transportes públicos urbanos –tranvía, trolebús, metro y autobús– atendieron esa demanda, tan pujante, desde fines del siglo XIX hasta mediados del XX, convirtiéndose en los medios de transportes más solicitados. En 1910 transportaron a más de 100 millones de personas. Una década más tarde la cifra sobrepasó los 300 millones. Un decenio después alcanzó los 700 millones, triplicándose esa cifra en los años 1950. A continuación, el automóvil se ha convertido en el medio de transporte más utilizado.

Finalmente, el medio de transporte más moderno –el aéreo– ha emergido con gran fuerza en las últimas décadas. Su despegue fue espectacular en los veinte años comprendidos entre mediados de los años1940 y 1960, aunque hay que tomar en consideración que partía de niveles ínfimos. Desde entonces, su crecimiento ha tenido mucho menos brío pero ha sido más intenso y continuado que el de cualquier otro sistema de transporte salvo, con toda probabilidad, el automóvil. En 1996, el transporte aéreo movilizó a más de 100 millones de viajeros.
Gráfico 7

Fuente: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
Los modos de transporte de viajeros van cambiando. El gráfico 7 muestra la emergencia y estancamiento del transporte ferroviario, del transporte marítimo y del transporte urbano. El transporte aéreo aún está en plena expansión.

Entre los datos relativos a la evolución del parque de los distintos modos de transporte, sobresalen los referentes al parque automovilístico. En el año 1900 en España se matricularon 3 automóviles. En 1955 fueron 68 millares, alcanzándose en 1973 un máximo de 719 millares, que no sería definitivamente superado hasta 1986. En los años finales del siglo XX la matriculación de vehículos casi alcanzó la barrera de 2 millones.

La obra contiene también numerosos datos acerca de las comunicaciones. Por lo que respecta a la telefonía se destaca que, pese a ser hoy en día un servicio universal, no hace tanto que sólo disfrutaba de él el 10 por ciento de la población. La barrera se superó en 1968. La del 1 por ciento había sido superada en 1931. Y la del 1 por mil en 1908.
Apertura económica

El grado de apertura comercial –definido como el valor de las importaciones y las exportaciones dividido por el valor del PIB–- suele reflejar de manera elocuente las menores o mayores posibilidades de progreso económico. El potencial de crecimiento de la economía española, como el de la inmensa mayoría de economías, ha dependido de su grado de exposición a la competencia exterior y de la importancia que han tenido los mercados internacionales para sus sectores productivos. Cuanto más abierta sea la economía, mayor tenderá a ser su crecimiento.
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