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Cuba: una patria y unla nación imaginadas por los esclavos poetas del XIX. Por: Alberto Abreu Arcia El pensamiento historiográfico cubano ha insistido hasta la saciedad en los diferentes modos en que los patricios iluministas del siglo XIX, a través de la literatura, fueron delineando un proyecto de nación acorde a sus perspectivas e intereses de clase y raza. Sin embargo, poco o nada sabemos sobre cómo los esclavos o los mulatos y negros libres, desde su condición de sujetos subalternos, imaginaron a la nación cubana. ¿Cuáles eran sus percepciones sobre la patria, la cubanidad y cómo fueron evolucionando en ellos estas nociones? ![]() Las líneas que siguen intentan explorar este fenómeno a partir de los poemas escritos por un grupo de esclavos como: Néstor Cepeda, Juan Antonio Frías, Mácsimo Hero de Neiba [Ambrosio Echemendía], Manuel Roblejo, Narciso Blanco [José del Carmen Díaz] cuyas voces emergen al panorama literario cubano entre 1850 y 1860. Ellos provienen de las comunidades esclavistas y urbanas de Tierra Adentro, atravesadas por una aguda crisis económica. Sobre las repercusiones sociales de la misma habla este párrafo de la solicitud presentada en 1865 por unos 150 artesanos mulatos de Bayamo para constituir una cofradía con el objetivo de ayudarse mutuamente en caso de enfermedad o muerte: “lamentando la falta de trabajo y los escasos recursos de esta ciudad, cuya situación tipográfica la tiene retraída del movimiento general y progresos que germina en otros pueblos de la Isla, sin comercio y casi sin riquezas, lamentando, repiten, la escasez de obras, ven con dolor sumidos en la indigencia a la mayor parte de los artesanos y su familia”.1 Es decir, estos autores se desenvuelven en un entorno provinciano, en los bordes de los recintos amurallados de nuestra ciudad letrada. Sus textos se dan a conocer a través de tertulias y periódicos como: El Alba (Villa Clara), El Correo (Trinidad), El Fanal (Puerto Príncipe), Camagüey, El Telégrafo (Cienfuegos); y en algunas publicaciones de la capital como El Siglo y La Fraternidad, esta última fundada por Juan Gualberto Gómez y estrechamente ligada al movimiento reivindicativo de negros y mulatos. Lo que no sólo confirma el auge que, durante este período y, a pesar de la crisis económica, vive la imprenta en las localidades del centro y el oriente del país, sino también el rol desempeñado por la misma en la articulación de los nuevos signos e imágenes de la nación a partir de un sujeto nacional múltiple. Por otro lado, como ven, estas problemáticas relacionadas con la construcción de un campo de identidad racial no le fueron ajenas a la gran masa de lectores de la época. Si a estos datos sumamos otros, por demás imprescindibles, como: la formación autodidacta de este grupo de poetas, sus cosmovisiones del mundo y sistemas comunicativos provenientes de la oralidad, el terror físico y psicológico que se deriva de su condición de esclavos, la carencia de un status legal, las restricciones sociales que le impiden acceder a la enseñanza, etc. Entenderemos no sólo las limitaciones de los mismos para ser aceptados por el canon letrado blanco, y los motivos que explican la escasa atención que nuestra historiografía literaria, en sus estudios sobre este período, le ha prestado a estos textos y autores. Algo verdaderamente incompresible para una sociedad que se nutrió del trabajo esclavo y donde el aporte africano al desarrollo de la misma es cardinal. Por ejemplo, entre las percepciones acuñadas por la historiografía sobre la producción literaria de estos años se encuentra la siguiente: es notoria […] la ausencia del tema de la esclavitud, tal vez sólo manifiesto en el poema ‘Cuba’, de Felipe López de Briñas, con un enfoque nada propicio a la condena. Este soslayamiento de una parcela tan cotidiana de la realidad colonial de aquellos momentos __ tan sutil y ocultamente trabajada durante la década anterior__ debido a los sucesos de La Escalera y a las férreas censuras y represiones[…]2 Los poetas esclavos arriba mencionados, de una manera u otra, dan continuidad al complejo proceso, iniciado por Plácido y Manzano en la primera mitad del siglo XIX, de imaginar la nación desde un cuerpo y un lugar de enunciación marginal y racialmente diferenciado. Sus textualidades ponen de manifiesto esa relación tensa que el sujeto negro -inmerso en un contexto colonial- sostiene con el poder y la palabra. Según Jorge Ibarra en su ensayo “Del sentimiento de Patria a la conciencia de nación (1600-1868)”3 los conflictos generados por el sistema esclavista, fueron determinantes en el concepto de patria, muy diferente al del amo, que va perfilando el esclavo (33). Y describe las diferentes prácticas emprendidas, durante los siglos XVII y XVIII, por negros y mulatos para expresar su sentido de pertenencia al territorio insular. “Se trata de la patria imaginada, que como la del blanco de la época, no es todavía por mucho la patria común que sobrevendrá con el correr del tiempo el desideratum de muchos” (25). ¿Qué sabemos del grupo de cinco esclavos poetas integrados por Néstor Cepeda, Juan Antonio Frías, Mácsimo Hero de Neiba [Ambrosio Echemendía], Manuel Roblejo, Narciso Blanco [José del Carmen Díaz]? En el caso de Juan Antonio Frías se conoce que nació en Güines, a los dieciocho años escribió su poema “Al Sol de Cuba”, donde el esclavo declara su amor a Cuba y se define como cubano. Posteriormente, justo el día en que se jura la Constitución de Guáimaro, improvisa un soneto el cual, según atestiguan García Marruz y Vitier, fue recogido por Francisco de Arredondo y Miranda en su colección manuscrita de poesía patriótica cubana, publicada en varios periódicos de Nueva York entre 1868 y 1878. En la quinta edición de su libro Poetas de color Francisco Calcagno nos dice que el dinero de la venta de la tercera edición del mismo fue destinado a la manumisión de José del Carmen Díaz, quien hacia 1879 convertido en liberto, ejercía el oficio de cocinero, y no continuó escribiendo. También Juan Gualberto Gómez desde las páginas de La Fraternidad organizó ese mismo año (1879), una suscripción destinada a conseguir fondos para la libertad de José del Carmen Díaz, colaborador de este periódico. Ambrosio Echemendía y Manuel Roblejo son los otros dos esclavos poetas que logran publicar libros de poesía. En el caso del primero, se trata de un poemario titulado Murmuríos del Táyaba (Trinidad, 1865), mientras el de Roblejo lleva por título Ecos del alma (Puerto Príncipe, 1867). El dinero obtenido a partir de la venta de los mismos estuvo destinado a recaudar fondos para manumitir a sus autores. Posteriormente, durante la Guerra de los Diez Años, Néstor Cepeda, Juan Antonio Frías y Manuel Roblejo se sumaron a las filas insurrectas. Allí, fallece el segundo de ellos en el año de1869, a causa de una enfermedad.4 Mientras Roblejo muere en el campo de batalla, el 1ero de febrero de 1879 en el sitio conocido como Guayabal. Yansert Fraga en su libro Poetas esclavos en Cuba… aporta, entre otros, este juicio que me parece revelador de las relaciones que, a partir de la década del setenta, establecieron algunos de estos esclavos poetas con el movimiento reivindicativo de negros y mulatos. Asevera que varios de ellos se convirtieron: “en estandarte de algunas de las sociedades de instrucción y recreo de la raza de color, que tomaban como referencia la insigne obra de estos bardos en su labor de dignificación del negro, junto a la de reconocidos literatos de esa raza como Plácido o el mismo Manzano”.5 O sea, que la figura del literato negro será uno de los signos que este sector, desde su marginación social, va ofrecer como garantía de su voluntad para integrarse a la nación desde sus cuerpos racialmente diferenciados. Por otra parte, la labor literaria de negros y mulatos será el espacio idóneo para imaginar un proyecto futuro de ciudadanía, mucho más pleno. Bárbara Venegas Arboláez en sus palabras introductorias a Poetas esclavos en Cuba. El trinitario Ambrosio Echemendía describe las prácticas literarias de este grupo y propone la siguiente tesis que me resulta atrayente: “El vínculo con los editores y críticos es la expresión de una nueva relación, donde el autor es esclavo y necesita de intermediarios, generalmente los amos y mecenas de la élite sacarócrata”.6 Y añade: “El texto, para alcanzar su valor como obra, para acceder al horizonte del lector, debe pasar por la negociación, lo cual implica promoción del autor y su obra en las tertulias locales, búsqueda de un benefactor que gestiones una suscripción para costear la edición de la obra, la manumisión del esclavo e impresión y venta”.7 Coincido con Venegas Arboláez cuando plantea que la literatura representa, para estos poetas esclavos, la instancia a través de la cual pueden negociar su condición subalterna. Sin embargo, la aceptación de los códigos culturales dominantes, que es la vía a través de la cual se articula dicha negociación, condiciona el discurso y la textualidad de estos autores. Le permite acceder al poder de enunciar, pero se trata sólo de un poder disyuntivo y fragmentado. Oigamos, por ejemplo, esta presentación que realiza un gacetillero en El Fanal de Puerto Príncipe, del poeta camagüeyano Néstor Cepeda: Dijimos, lectores, que daríamos a conocer algunos de los trabajos poéticos del joven esclavo, que intenta entre nosotros publicar un tomo de sus poesías para adquirir su manumisión; pues vamos a cumplir nuestra oferta, haciéndolo con dos sonetos tomados al acaso, que si es verdad que son obras maestras, revelan quien jamás ha tomado una sola lección de gramática ni de retórica pueda, instruyéndose algo, hacer algo que pueda servir de modelo a algunos de mayores pretensiones literarias.8 Como ven, la dimensión política de esta negociación es sutil. Ya que el esclavo debe someterse a las normas de coherencias que lo instituyen como autor, y que definen lo que es posible, deseable y legítimo para los amos y la élite sacarocrática. El acto de concebir un libro de poemas con la finalidad de ser vendido y que de la efectividad de su venta dependa algo tan preciado como la libertad del autor-esclavo, se inscribe en el territorio de la oferta y la demanda, de un mercado incipiente de bienes culturales, el cual condiciona y limita la autoridad del sujeto literario. El autor del libro es el receptor de un encargo del cual depende su manumisión. No resulta accidental, entonces, que en el caso Murmuríos del Táyaba, Ambrosio Echemendía __como muestra de gratitud__ incluya: “alrededor de seis poemas dedicados a su señor o a sus protectores; además de otros donde les canta a los hijos o a los natales de su dueño”.9 Práctica que ya habíamos presenciado en Plácido y Manzano. Lo que explica la presencia en el libro de Echemendía de varias autoridades discursivas, así como su discurso intensamente heterogéneo, donde la materialidad del cuerpo, la mala escritura y la ciudadanía abyecta son instancias que se cruzan. Fenómeno perfectamente comprensible en una textualidad que configura a partir de la continua interacción de la literatura con otras instancias antiestéticas como la esclavitud y la aspiración de ciudadanía. Lo llamativo de esta negociación es que, al arbitrarse dentro del espacio de la literatura, conlleva a la aceptación y asimilación, por parte del esclavo, de los paradigmas escriturales hegemónicos, los cuales fetichizan la palabra escrita o impresa y son ajenos a su sistema comunicativo de origen (predominantemente oral). En consecuencia, el espacio virtual de la literatura, a través de este proceso de blanqueamiento escritural, normaliza relaciones que en la realidad social, política y económica que vive la Isla están muy lejos de ser armónicas. En su poema “A Cuba”, Ambrosio Echemendía se refiera a ella como: “querida patria”, “Cuba hermosa”; también la llama: “Patria feliz”, “idolatrada Cuba”. Lo paradójico de este hecho está en que para su enunciación el sujeto de lírico se posiciona en un espacio de exclusión, en los bordes de esa patria a la que le canta. Que aunque al Parnaso mi cantar no cuadre, Ayes de un hijo son para una madre. En los versos que acabo de citar resulta significativo cómo el “mal canto” del esclavo poeta __proscripto del parnaso__ se transfiguran en los ayes de un hijo para la madre (patria). Recordemos que fueron, precisamente, los parnasos la institución a través de la cual los letrados latinoamericanos se constituyeron en “autoconciencia” de la nación, y la literatura pasó a ser el eje articulador de los discursos fundacionales de la identidad tanto nacional como latinoamericana. A través de los parnasos se fue delineando un paradigma de nación blanca y masculina. Fuera de esa nación representada quedaron aquellos sujetos cuya diferencia complejizaba y socavaba la construcción de un sujeto nacional homogéneo. Estos versos Echemendía problematiza esta exclusión y subraya el rol político desempeñado por la crítica literaria en este proceso de marginación, que no sólo opera hacia el interior de la institución literatura, sino también de la sociedad y de la nación cubana. Por otra parte, estas voces negras revelan un sentido de pertenencia y amor a la patria que se me antoja imprescindible para comprender cómo se desarrolla y evoluciona, situacionalmente, una conciencia colectiva criolla negra, donde Cuba es la patria; y donde el sujeto literario, para más señas esclavo, se define a sí mismo como cubano. Independientemente del espacio marginal que, sin dudas, ocupa dentro de ese proyecto de comunidad imaginada y en un sistema de dominación, para ellos autoalienante. Así lo corroboran estos versos tomado del soneto de Néstor Cepeda titulado “Al huracán”. : Lumbre feliz de próspera bonanza, Do, como el sol naciente, al cielo suba El astro nombre de mi patria Cuba. La misma problemática se constata en “Al sol de Cuba”, escrito por Juan Antonio Frías, cuando nos dice: Admite los obsequios de un cubano, Oye la voz de un infeliz cautivo! A pesar de los reiterados intentos por excluir a negros y mulatos del cuerpo de la nación, estos textos atestiguan la existencia de una conciencia criolla negra que, desde su propia marginalidad, se autodefine cubana. La misma, según puede verificarse en estos poemas, está muy distante de ser una conciencia pasiva a la hora de imaginar a la nación cubana desde la literatura. 1 Citado por Jorge Ibarra en Patria, etnia y nación, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007, p.34. 2 Perfil histórico de las letras cubanas desde los orígenes hasta 1898. Instituto de Literatura y lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1983, p.245. 3 Jorge Ibarra: “Del sentimiento de Patria a la conciencia de nación (1600-1868)”, en Patria, etnia y nación, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007. 4 Cfr. Saulo A. Fernández Núñez, Un poeta esclavo en Puerto Príncipe, ed. cit. 5 Ob. cit., pp. 40-41. 6 Bárbara Venegas Arboláez: “Prólogo. El poeta esclavo en la función de autor” en Yansert Fraga León: Poetas esclavos en Cuba. El trinitario Ambrosio Echemendía, Ediciones Luminarias, Sancti Spíritus, Cuba, 2008, pp.XII-XIII. 7 Ibíd. 8 Citado por Fina García Marruz y Cintio Vitier: Flor oculta de poesía cubana, ed. cit. pp.202-203. 9 Yansert Fraga León: ob. cit., p.61. |