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Indios foráneos en Cuba a principios del siglo XIX: historia de un suceso en el contexto de la movilidad poblacional y la geoestrategia del imperio españolANTONIO SANTAMARÍA GARCÍA y SIGFRIDO VÁZQUEZ Cuando llegó a Cuba en 1799 el capitán general marqués Salvador de Muro y Salazar, mejor conocido como capitán general marqués Someruelos,1 tuvo que enfrentarse a un problema que parecía olvidado desde el siglo XVI: partidas de indios que amenazaban la seguridad de los campos. Para atajar el terror que causaban contó con rastreadores guachinangos, término que también podía designar a aborígenes americanos en la isla. Se había considerado que la población autóctona había desaparecido de Cuba poco después de la conquista española; cuando en 1774 se realizó su primer padrón ningún indígena fue registrado.2 Pese a lo que decía el censo, múltiples evidencias indican que en el siglo XIX había en Cuba una población de origen indio reconocible. Diversas fuentes y estudios se refieren a dicha población, a veces sin matices, a veces diferenciando entre descendientes de sus aborígenes e individuos que habían llegado de otras partes por distintos motivos. Estos últimos fueron los protagonistas de los hechos a que se enfrentó Someruelos, sin duda circunstanciales, pero de ningún modo únicos o infrecuentes, al menos en sus causas.3 El habitual movimiento de gente entre tierras unidas por la misma Corona es el contexto y el proceso más general en que se inscribe la recepción en la Gran Antilla de aquellos hombres que en la década de 1800 aterrorizaban sus campos. La isla era una capitanía general del Virreinato de Nueva España y de su capital recibía una asignación anual (situado) para sostenerse; además fue jurisdicción de la Audiencia de Santo Domingo hasta que en 1800 ésta se trasladó a Puerto Príncipe. Con el tiempo Cuba logró cada vez más autonomía, sobre todo desde 1765, cuando se iniciaron reformas en su administración antes que en el resto de Hispanoamérica, pero hasta la independencia de México fue parte del virreinato novohispano. Además, Cuba se reconocía como una posición estratégica, pues en el puerto de La Habana se reunía la Flota de Indias antes de retornar a Europa, y por su ubicación en un espacio como el antillano, en el que había colonias de otros países en continuo conflicto con España, su defensa fue siempre una prioridad en la política metropolitana.4 A principios del siglo XIX la situación en Cuba era complicada. La rebelión negra iniciada en Haití en 1791 lograba su independencia de Francia y en sociedades esclavistas como las antillanas es fácil imaginar el impacto que esto tuvo. Además las continuas guerras en el Caribe arreciaron desde la década de 1760, tras la Revolución Francesa, cuando los británicos conseguían tomar La Habana en 1762. Como consecuencia, Someruelos fue nombrado capitán general ante la amenaza de un nuevo ataque inglés. Aun cuando el ataque no se consumó, en la isla se tomaron las debidas precauciones, y un requisito considerado tradicionalmente necesario frente a peligros externos era mantener el orden en su territorio, de modo que posibles invasores o piratas no pudiesen hallar aliados en él.5 Los indios rebeldes del norte de Nueva España fueron el resultado de una política de deportación a Cuba y fueron éstos los que después de que habían logrado huir estaban asolando sus campos en la década de 1800. Desde años antes llegaban a la isla masivamente esclavos africanos, mano de obra imprescindible para el fuerte crecimiento que experimentaba su oferta azucarera. Esto también había provocado el aumento del número de los africanos fugados, quienes se dedicaban al bandolerismo al carecer de otro medio de vida y por la persecución a que se les sometía.6 El temor de Someruelos era que un problema agravase el otro, como al final ocurrió. Los indígenas prófugos habían sido presos por su condición de guerreros, y podían unirse a las partidas de cimarrones negros que actuaban en el territorio, adiestrarlas y liderarlas.7 La necesidad de mantener en Cuba condiciones que las reformas procuraban fomentar para facilitar su defensa y progreso económico pesó menos que otros criterios, como el caso de la deportación a ella de indios mexicanos. No obstante, no hubo intención de perjudicar tales objetivos; los motivos fueron más simples, habituales y relacionados con el contexto histórico. Era frecuente mandar penados a la isla para trabajar en sus defensas o cuando su población demandaba mano de obra, que escaseaba internamente a principios del siglo XIX. Dichos motivos respondieron también a la consideración de que esos indios ocasionarían en Cuba menos inconvenientes que en México. Además, no se podía prever que éstos se fugarían y practicarían el pillaje, y que si se presentaban inconvenientes, el gobierno insular los resolvería. Redunda todo ello, por tanto, en la necesidad de analizar tales sucesos en su contexto y de hallar en él explicación a sus causas, pues son ilustrativos de la mecánica normal de funcionamiento de un entramado territorial-administrativo imperial, donde era preciso conciliar los intereses y problemas de sus distintas partes y respetar una jerarquía de poder y de prioridades en la toma de decisiones. La historiografía se ha ocupado poco de los aborígenes de Cuba después de su conquista, debido a su veloz consunción y a la presencia en ella de otros amerindios. Hay algunas excepciones; son básicamente estudios de lingüística y tradiciones populares y el llamado pensamiento syboneista, que buscó fundamentos de la cubanidad en las raíces autóctonas y se inició hacia 1850 con los escritos de Fornarís.8 Sin embargo, cuando desde la década de 1920 proliferaron los ensayos que trataron de reconstruir los antecedentes de la nación cubana y determinar los depositarios de sus valores, los aportes africano y español, sobre todo el del período de la migración en masa (1880-1930), pesaron más en los "padres intelectuales de la patria," para minimizarlo en el primer caso y potenciarlo en el segundo.9 De hecho, Alejandro de la Fuente dice que el interés por indagar en los ancestros aborígenes de la población insular sólo volvió a primer plano durante el gobierno de Fulgencio Batista. Dicho interés estaba asociado a la investigación de su estirpe, pues se creía que era descendiente de indios, y no generó una literatura muy relevante, aunque sí es significativo que lo dicho al respecto fue que su ascendencia era araucana-chilena o mexicana, no caribeña.10 La llegada masiva a Cuba de africanos y españoles es la razón por la cual los indígenas de Cuba hayan sido menos estudiados. 11 La historiografía señala que éstos estaban virtualmente extinguidos en 1542; quedaban 2.000 de los 80.000-100.000 que había en 1492.12 Pese a la prevención que ameritan unas cifras de época pre-estadística, nadie discute el calibre de ese colapso poblacional, aunque sí se ha indicado que enmascara otro hecho distinto: la desaparición del aborigen como factor económico (mano de obra) una vez que las Leyes Nuevas de 1542 abolieron la encomienda.13 Los estudios lingüísticos y sobre tradiciones populares ofrecen una visión matizada de los mismos hechos. Éstos muestran evidencias de transculturación de un calado que no se explica si proceden sólo del lapso en que los europeos convivieron con una cuantiosa población india en las Antillas y denuncian la presencia de un grupo de individuos, que debió ser bastante amplio, pese a no estar registrado oficialmente como autóctono, para permitir un intercambio lingüístico-cultural más duradero.14 Las investigaciones genéticas y antropológicas corroboran esa tesis. Eugenio Fernández Méndez cree que el problema es que se han confundido asimilación cultural y extinción biológica, y Juan C. Martínez Cruzado prueba que gran parte de los habitantes de Puerto Rico tiene ADN mitocondrial indígena, y que sin duda ocurre igual en otras islas. En dicha isla hay también referencias de comunidades aborígenes hasta el siglo XIX, y en el municipio cubano de Manuel Tamames, provincia de Guantánamo, se halló en la década de 1980 a 1.000 descendientes de nativos americanos.15 El colapso demográfico de los indios de las Antillas mayores trató de paliarse llevando a ellas otros indígenas de zonas cercanas desde 1504, cuando Isabel I envió a La Española una patente que permitía capturar "flecheros" o "caníbales" de islas vecinas. La real cédula de 15 de junio de 1510 prohibió esos apresamientos en Cuba, Puerto Rico y Trinidad, no así en las Lucayas (Bahamas), y otra disposición de 3 de junio de 1512 autorizó la traída de nativos de Margarita, Trinidad, Aruba, Bonaire y Cumaná a Santo Domingo y Cuba.16 Múltiples referencias testimonian la presencia temprana en Cuba de lucayos y otros indígenas foráneos, por ejemplo la historia clásica de Pedro J. Guiteras o el estudio de Luis R. Choy, que documenta sus influencias lingüísticas. Según Bartolomé de las Casas, la introducción en la Gran Antilla de esos lucayos y de indios trinitenses, margariteños y cubaguenses se inició en 1516. También llegaron a ella migraciones voluntarias de nativos bahameños y quisqueyanos huidos de La Española y forzadas de Guanajas.17 Francisco Hernández de Córdoba obtuvo licencia del gobernador Diego Velázquez para organizar una expedición a dicha isla de la bahía hondureña, aunque finalmente decidió explorar nuevas tierras, y el 8 de febrero de 1517 avistó oficialmente por primera vez el litoral de Yucatán.18 Tras la expedición de Hernández de Córdoba, comenzó a ser habitual también llevar a Cuba nativos del continente americano, como prueba la real cédula de 22 de diciembre de 1521, que denegaba la petición para introducir yucatecos y que fue derogada en 1522, o las quejas que recibió en 1525 y 1526 el gobernador insular, Gonzalo Guzmán, de Hernán Cortés desde México, y de Diego López de Salcedo desde Honduras, y que lograron que ese tráfico fuese de nuevo prohibido. Pero en tales fechas, fruto de dicho movimiento de población y de otros referidos, era patente la presencia en la Gran Antilla de numerosos indios no autóctonos, según muestra la real cédula de 9 de noviembre de 1526, la cual ordenaba censar a la población aborigen, ya fuese nativa o foránea.19 Pese a lo dicho, después de 1525 siguieron llegando a Cuba indios de Yucatán y Pánuco (costa de los actuales estados mexicanos de Veracruz y Tamaulipas). El gobernador panuqueño, Diego de Guzmán, facilitó en 1527 el envío, a ella y a otras Antillas, de nativos como esclavos. El obispo mexicano, Juan de Zumárraga, denunció al rey el 27 de agosto de 1527 por haber mandado a las islas 9.000 o 10.000 personas. Santiago de Cuba solicitó en 1538 introducir aborígenes de Santa Marta, Hibuera, Río de las Palmas, Tierra Firme, Yucatán y Pánuco y se tiene constancia de que se hizo, aunque no se autorizó. En 1534 el gobernador Manuel de Rojas reiteró la petición.20 El problema se agravó con el tiempo, lo que hizo que Las Casas, siendo ya obispo de Chiapas, y Antonio de Valdivia, prelado de Nicaragua, denunciaran al rey en 1524 la venta de indios yucatecos en Cuba, y que Lorenzo de Bienvenida le informase del asunto en febrero de 1548.21 A mediados del siglo XVI sólo quedaban en Cuba unos cientos de indios autóctonos. Según Carlos Eguía, tras luchar contra los españoles entre 1525 y 1535, aceptaron vivir en sumisión pero libres y recibieron tierras en los aledaños habaneros. Allí se fundó Guanabacoa en 1554 y se reunió a los pocos supervivientes y a los mestizos, mientras a los yucatecos llevados a la isla, "reducidos a policía" en 1575, se les confinó en otras partes, por ejemplo, en el barrio de La Habana que recibió el significativo nombre de Campeche en 1564, compuesto de miserables chozas y conucos. En 1770 aún conservaba esa denominación, como muestra la documentación sobre la división de la urbe que realizó entonces el gobernador Antonio M. de Bucareli.22 En 1570 el obispo Juan del Castillo contabilizó en la Gran Antilla 297 indígenas casados que habitaban siete pueblos. Por su parte, las ordenanzas habaneras de 1574, vigentes hasta el siglo XIX, especificaban que no se les vendiese vino por el mal efecto que les causaba y que se conservasen para ello sitios de labranza y crianza.23 Otro territorio del que llegaron indios a Cuba, finalmente, fue Florida. Éstos contaban con la ventaja de la proximidad y de sus conocimientos de navegación para trasladarse a la isla, y desde 1588 hay constancia de su presencia en ella por contratos que firmaron con españoles residentes en La Habana. Parece que estos indios migraron en reducido número voluntariamente y no se sabe si se afincaron en la Gran Antilla. Es posible, no obstante, que en décadas anteriores hubiesen arribado otros grupos de nativos floridanos de forma compulsiva.24 En 1608 se censaba como indios a un 6,5 por ciento de los habitantes de Cuba. En la región caribeña eran más numerosos e igualmente se les agrupó. En Santiago suponían un 12 por ciento de la población; se consideraba a Baracoa "pueblo de indígenas, aunque españoles," y había muchos de ellos viviendo en Puerto Príncipe, Sancti Spíritus, Trinidad o Bayamo, normalmente en arrabales y en bohíos taínos. Y de todos se decía que estaban "'muy españoleados," mestizados, aculturados. También se señalaba que eran su mayoría "advenedizos de Nueva España," mientras "los naturales eran los menos."25 Se dedicaban a la labranza, alfarería y vigilancia costera (velas), como ocurría en el caso de los guanabacoenses y santiaguinos, lo que da fe de su dominio de la navegación, e integraban habitualmente las partidas rancheadoras, término que originalmente se dio a sus perseguidores durante la conquista.26 En 1631 aún eran considerados aborígenes los habitantes de Guanabacoa, los cuales vivían en pobres condiciones por la explotación a que les sometían los vecinos de La Habana, y en 1648 el camagüeyano barrio de Triana alojaba todavía a cuarenta, aunque muy mezclados con los europeos.27 El censo de 1684 registraba en la región de Santiago los pueblos indios de Jiguaní, Santa Ana, Guanarubí, Los Quemados, Cautillo y Sao. En 1716 sólo quedaba el primero.28 Miguel de Urrea proponía al Consejo de Indias en 1689—alegando la falta de mano de obra y el alto precio de los esclavos—traer 1.000 indígenas del continente y repartirlos entre los propietarios agrícolas. De dicha zona se sabe, además, que la situación de los aborígenes se había ido deteriorando por el despojo de sus tierras y el trato de esclavos que recibían de los vecinos.29 La evidencia indica que a finales del siglo XVII seguían llegando a Cuba indios de otras partes de América. Se sabe, por ejemplo, que un número no especificado de ellos había arribado desde Florida y se ocupaban en trabajos portuarios, la labranza y el servicio doméstico, pues el obispo escribió cartas al rey en 1681 y 1689 referidas a su catequización.30 Respecto a los aborígenes autóctonos, las fuentes disponibles indican que a mediados del siglo XVIII ya no quedaban "puros" sino su descendencia muy mezclada. En su visita eclesiástica a Guanabacoa de 1757, Pedro Morell de Santa Cruz escribía que "en lo antiguo era pueblo de indios: extinguiéronse con el tiempo y subrogáronse otras gentes de distintos colores." De Jiguaní decía: Era uno de los [pueblos] que había en tiempo de los indios, y por tal se ha tenido después, aunque raro es el que ha quedado de color de esta nación, porque a la reserva de una familia que lo conserva, todas las demás son mestizas, y dos, o tres blancas, que se han avecindado en él. Finalmente de El Caney, al noreste de Santiago, indicaba: [Es] uno de los que en el gentilismo había en la isla. Siempre ha sido tenido como de naturales, para el goce de sus privilegios, sin embargo de ser pocos los que conservan el color de su antigua prosapia. Los más de ellos son mestizos. Unos y otros llegan a quinientos.31 Esos pueblos preservaron su singularidad hasta el siglo XIX. En 1789 Jiguaní y El Caney reunían "los pocos indios que han quedado" en Cuba, pues en Guanabacoa apenas hay "una u otra rama que…conservan en lo favorable las calidades de naturales." De los primeros se sabe que en 1793 lograron la devolución de "sus tierras usurpadas," y que cuando en 1807 se vacunó a los cubanos contra la viruela, se puso especial atención en incluir a "los indios" que los habitaban.32 Entre el indio Rodrigo Martín que en el poema épico |