Los estudios lingüÍsticos en méxico






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LOS ESTUDIOS LINGÜÍSTICOS EN MÉXICO

Beatriz GARZA CUARÓN

El Colegio de México

Hablar de la lingüística en México, exige hacer referencia a ciertos he­chos históricos que han sido decisivos para el desarrollo del país. No se puede entender la evolución y el estado actual de los estudios lingüísti­cos en México si no se toma en cuenta el contexto social y político que los ha definido. Por otra parte, el objeto de este trabajo no sólo es dar un panorama general de la lingüística en México sino tratar de entender, además, la situación actual y el mayor o menor desarro­llo de unas áreas respecto de otras. En especial trataré de explicar aquí por qué en México se han mantenido desvinculados los estudios sobre lenguas indígenas de los estudios relacionados con la lingüística hispánica, a pesar de la coexistencia multisecular del español y las lenguas indígenas.

Resulta obligatorio empezar por hacer referencia a la conquista española, que dio origen a la separación aún hoy tajante entre los estudios dedicados a las lenguas indígenas y los dedicados al español -el romance castellano con rasgos andaluces- trasladado a esta región de América. Debemos recordar que en el siglo XVI en Mesoamérica, es decir, en las zonas que hoy ocupan México y Guatemala, florecían o habían florecido a lo largo de tres mil años muchas de las cultu­ras más avanzadas y refinadas de todo el continente americano, como la teotihuacana, la maya, la zapoteca, la mixteca, la tolteca y la que en el momento de la llegada de los españoles dominaba a casi todas las demás: la mexica. Los españoles se enfrentaron con gran- des diferencias lingüísticas y con niveles culturales muy altos, aunque radicalmente diferentes a los suyos. La diversidad lingüística y el en­frentamiento con culturas desarrolladas llevó a la Corona española a ensayar distintas políticas lingüísticas y educativas durante los tres siglos de la Colonia. Surgió en primer lugar la necesidad apremiante de describir las lenguas habladas mayoritariamente, con objeto de es­tablecer una comunicación básica con los sometidos. Esta tarea les correspondió a los frailes misioneros, cuya meta era cristianizar a los indios. Como dice Gonzalo Aguirre Beltrán, gran conocedor de la his­toria del uso y del desuso de las lenguas vernáculas, "conquistadores y misioneros son términos de una misma ecuación en manos de la corona española para alcanzar los propósitos de la dominación ecuménica".1

Para describir las lenguas, a los misioneros les fue preciso adentrarse en la fonética y la fonología, la morfología, la sintaxis y el léxico, para lo cual tomaron siempre como modelo la Gramática castellana (1492) de Nebrija, de clara y transparente estructura latina y su Diccionario LaUn-Castellan.o (1495). Tengamos en cuenta también, en otro or­den de ideas, que en Antonio de Nebrija se cristaliza y difunde una idea propia de la época de Isabel y Fernando, con el naciente Estado español, de que el poderío político de un pueblo está estrechamente unido a la imposición de su lengua. Del muy conocido prólogo de la Gramática Castellana de Nebrija el párrafo inicial muchas veces citado dice: "... siempre la lengua fue compañera del imperio; e de tal manera lo siguió, que juntamente començaron, crecieron e flore­cieron, e después junta fue la caída de entrembos”.2 Sin embargo, esta política abruptamente impositiva, aunque a fin de cuentas fue la que se impuso, no se aplicó literalmente en un principio en el caso de México, y de Hispanoamérica en general.

Como he dicho, a la llegada de los conquistadores eran los nahuas, mexicas o aztecas la nación que en Mesoamérica podríamos calificar hoy como imperialista. Hago notar que los mexicas, tan ajenos a las políticas lingüísticas del renacimiento europeo, habían aplicado ellos mismos algo similar a la conquista lingüística propuesta por Nebrija. En los albores del siglo xv los aztecas dominaban a la mayoría de los pueblos, de Mesoamérica, todos ellos muy diferenciados lingüísticamente, como explica en su trabajo publicado aquí Leonardo Manrique.3 Durante el siglo XV el náhuatl, como lengua del imperio mexica fue usado en toda la zona conquistada primero como lingua franca. Después, conforme la conquista guerrera dejaba paso a la co­lonización azteca que imponía nuevas formas de sujeción, el náhuatl se empezó a imponer como lengua oficial en todo el imperio y fue adquiriendo prestigio como lengua de poder y de cultura.4

Es interesante observar cómo los aztecas -como todo pueblo im­perialista-manifestaban cierto desprecio por aquellos que hablaran una lengua que no fuera el náhuatl, El significado despectivo de los nombres con que los aztecas designaron a algunas lenguas de sus tributarios muestran claramente esta actitud de superioridad: chontal quiere decir en náhuatl, "extranjero", popolaca, "incomprensible"; to­tonaca, "rústico", y para dar un ejemplo más fuerte, chichimeca, "hijo de perra".

Dados estos antecedentes lingüísticos prehispánicos, podemos com­prender mejor que cuando los conquistadores españoles a su llegada encontraron el náhuatl extendido por todo el imperio,5 vieran en ese proceso, hegemónico una solución relativamente fácil de adoptar para resolver el problema de la diversidad lingüística que caracterizaba a Mesoamérica y, finalmente, llegar a imponer la lengua castellana. A esto contribuyó el hecho de que en otras partes de Mesoamérica hu­biera otras dos lenguas que también funcionaban como lenguas fran­cas: el maya en la península de Yucatán y el tarasco en el reino de Michoacán. Ante esta situación, los conquistadores decidieron en un principio emplear el náhuatl como idioma dominante y hegemónico, para organizar con facilidad la administración civil y religiosa, a través de una lengua que era conocida por la mayor parte de los nuevos súbditos, aunque no fuera la propia.

Desde 1550, Carlos 1 quiso 'terminar con la política de cristianización en la lengua materna indígena en un decreto dirigido a todos los frailes, en el que cuestionaba que incluso "el más perfecto lenguaje de los indios" fuera adecuado para explicar las escrituras. Silvio Zavala, gran historiador de estos ternas, señala que aunque Carlos 1 tuvo constantes opositores entre los frailes, intentó emprender una cierta campaña para que se castellanizara no sólo a la aristocracia indígena, como se había hecho hasta entonces, sino que a partir de ese momento debería haber escuelas que enseñaran en español a todos los indios.6 Con Felipe II, Felipe III y Felipe IV la política osciló entre propiciar la evangelización en lenguas indígenas y usar el castellano. Finalmente, en la Ilustración, bajo Carlos III y Carlos IV, se emitieron cédulas reales para prohibir el uso de las lenguas vernáculas. En 1770 Carlos III ordenó a los

Virreyes del Perú, Nueva España y Nuevo Reyno de Granada, a los Presi­dentes, Audiencias, Gobernadores y demás Ministros, Jueces y Justicias de los mismos Distritos y de las Islas Philipinas y demás adyacentes; [ ... } que desde luego se pongan en práctica y observen los medios que van expresados y ha propuesto el mencionado Muy Reverendo Arzobispo de México, para que de una vez se llegue a conseguir el que se extingan los diferentes idiomas de que se usa en los mismos Dominios, y sólo se hable el Castellano, como está mandado por repetidas leyes, Reales Cédulas y Ordenes expedidas en el asunto.7

Sin embargo, sobre todo en el siglo XVI, los misioneros españoles desobedecieron las leyes venidas de la península ibérica, porque creían que su misión no tenía por qué consistir en castellanizar a los indios, sino sólo en convertirlos al cristianismo. Los frailes, al observar el éxito de su evangelización en las lenguas vernáculas, se percataron de que éstas eran tanto o más efectivas que el latín o el castellano para adentrar a los indígenas en las cosas de la fe cristiana. Además, la cristianización resultaba más fácil al no tener que imponer además de una nueva religión, una lengua extraña.

De esta inteligente política evangelizadora-y lingüística adoptada por los misioneros españoles se deriva la enorme riqueza de la pro­ducción lingüística de la Colonia. Los franciscanos en menos de medio siglo a partir de su llegada, hacia 1570, escribieron más de ochenta libros sobre las lenguas indígenas, entre gramáticas, vocabularios, catecismos, traducciones de las escrituras, etc…8 A fines del siglo XVI, .según Robert Ricard, había 108, obras escritas sobre las lenguas indígenas de México,9 Por otra parte, la situación privilegiada y he­gemónica del náhuatl permite entender por qué existen gramáticas, y vocabularios y documentos extraordinariamente valiosos sobre esa lengua. Destaco sólo a manera de ejemplo, la primera de estas obras conocida, la de Andrés de Olmos, su Arte o Gramática de la lengua náhuatl o mexicana completada y firmada en 1547, aunque publicada mucho tiempo después,10 así como la obra de Alonso de Molina, Vocabulario en lengua mexicana y castellana de 1555 y 1571, que sigue siendo de consulta obligatoria, y su Arte de la lengua mexicana, y las obras del jesuita Horacio Carochi, especialmente el Arte de la lengua mexicana de 1645 (recientemente reeditada en 1983 por Miguel León Portilla), que introduce importantes innovaciones ortográficas para describir el sistema fonológico del náhuatl.11

Destaco también de los primeros años de la Colonia, el Arte de la lengua de Michoacán de 1558, del franciscano tolosano fray Maturino Gilberti, y de 1559 su Vocabulario en lengua de Michoacán,12 para subrayar cómo los misioneros se apresuraron en describir lo que les era imprescindible para la colonización del amplio territorio mesoa­mericano. En este caso, el tarasco, que en el reino de Michoacán, no conquistado por los aztecas, desempeñaba el papel de lingua franca, como ya lo hemos señalado. Aparte de los franciscanos, otras órdenes religiosas -como los dominicos en Oaxaca, por ejemplo- adoptaron de los franciscanos el mismo tipo de estudios y de métodos lingüísticos, tomando como modelo la Gramática de Nebrija adaptada a las nuevas necesidades de describir otras lenguas, como el zapoteco y el mixteco. Del zapoteco hay que destacar en el siglo XVI, las obras de Juan de Córdoba, Arte de la lengua zapoteca y Vocabulario en lengua zapoteca, ambas publicadas en 1578, y para el mixteco, el Arte en lengua mixteca, 1593, de Antonio de los Reyes.13

Durante los siglos XVII y XVIII los misioneros continuaron en muchos casos ejerciendo su magisterio en las lenguas vernáculas y escribiendo valiosas gramáticas, vocabularios, sermonarios, confesionarios, que constituyen una de las fuentes básicas para el conocimiento histórico de las lenguas indígenas de México.14 En el siglo XVIII predominó la descripción de las lenguas del norte de México, pero continuaron haciéndose estudios sobre las lenguas mayoritarias, como el náhuatl y el maya. Con el paso del tiempo, a pesar de la voluntad misionera de continuar utilizando las lenguas indígenas, en la práctica se fue impo­niendo cada vez más el español. Sin embargo, es importante resaltar, por significativo, que tres siglos después de la conquista, alrededor de 1810, al iniciarse en México la guerra de independencia, y a pesar de la gravísima catástrofe demográfica que sufrió la población indígena en el primer siglo de la Colonia, los hablantes de lenguas indígenas todavía eran más numerosos que los que empleaban el castellano.15

No se puede decir que durante la Colonia haya habido en México otro tipo de lingüística fuera de la descriptiva y de la aplicada a la enseñanza en lenguas autóctonas que hemos mencionado. En cam­bio, aunque el español novohispano estaba en formación, hasta donde yo sé no hay muchas noticias de la época sobre sus características. Sería necesario -creo- emprender una investigación en este sentido. Por otra parte, hay hechos que no son significativos, aunque pudie­ran parecerlo, en relación con algunas obras lingüísticas publicadas en México. Por ejemplo, aunque es interesante, no es significativo que Mateo Alemán publicara en México, en 1609, su Ortografía cas­tellana, puesto que la obra había sido escrita en España y a su autor no le interesó hacer ninguna observación sobre el lenguaje, ni sobre los usos distintos de México.16 La publicación en México se debió sim­plemente a que Mateo Alemán tuvo que viajar aquí por razones de su empleo en la administración colonial. En las universidades y en otros medios culturales las actividades transcurrían como en la península ibérica. En la Universidad de México fundada en 1553, y filial de la Universidad de Salamanca, se impartían las carreras tradiciona­les de la época y se enseñaban las lenguas clásicas, especialmente el latín. Las únicas aportaciones que también pueden considerarse obras de carácter lingüístico, cercanas a la sociolingüística o a la etnolingüística, son algunas de las Crónicas de la conquista del siglo XVI, de personajes como fray Andrés de Olmos (su Tratado de antigüedades mexicanas) y la de fray Bernardino de Sahagún (Historia general de las cosas de la Nueva España y el admirable texto náhuatl del Códice Florentino), Y para el siglo XVII, las de Fernando Alvarado Tezozómoc, y de Chímalpaín que concibieron sus trabajos como et­nográficos a la vez que lingüísticos.17 Por otra parte, la Cartilla para alfabetizar, de fray Pedro de Gante puede verse como una obra de lingüística aplicada original y novedosa para su época, como bien lo ha señalado Gloria Bravo Ahuja.18

En un sentido moderno, el trabajo lingüístico en México no co­mienza sino hasta muy entrado el siglo XIX. Con la independencia que empieza en 1810 y se consuma en 1821 surgen nuevos enfoques en la política lingüística, en una época en que se acentúan el mesti­zaje biológico y el cultural. Los gobiernos independientes concentran sus esfuerzos en crear una unidad social y política nacionales. Para lograrlo resultaba fundamental propiciar el surgimiento de una cul­tura nacional que ayudara a unificar el país todavía inestable, surcado por problemas económicos e inquietudes sociales. La educación para todos era uno de los ideales; otro, llevar el progreso a todo el país, incluido el campo, pero sin destacar, ni tomar en cuenta las necesida­des particulares de los indios, excepto cuando surgían levantamientos de protesta. Moisés González Navarro señala que sólo cuando los indios sacudían violentamente la pasividad de su situación, los go­biernos del México independiente se acordaron de ellos".19 Puesto que esta política la elaboraron básicamente los criollos, la educación para todos sólo se concibió en español y la unión cultural se dio sobre la base de la cultura española y de la europea en general.

Hay que tener en cuenta, por otra parte, que en los primeros cin­cuenta años de vida independiente los esfuerzos de los gobiernos li­berales se anularon en gran medida por las constantes luchas civiles entre grupos y partidos opuestos y por las guerras que tuvieron que sostener contra las potencias imperialistas extranjeras: la guerra con los Estados Unidos en 1847, y quince años después, la guerra contra Napoleón III y Maximiliano, debido a la invasión francesa.

Así pues, en la primera mitad del siglo XIX, decreció notablemente el interés por el estudio de las lenguas indígenas. Sólo tengo noticia r de la obra digna de tomarse en cuenta de fray Manuel Crisóstomo Nájera, De lingua othomitorum dissertatio, de 1835, que compara el otomí con el chino, escrita con la finalidad de corregir las fal­sas ideas que había en Europa sobre nuestras lenguas. Nájera, que también escribió una gramática del tarasco, estuvo desterrado en los Estados Unidos donde tuvo contacto con sociedades científicas. Según Ignacio Guzmán Betancurt hay que considerar a Nájera como el pri­mer lingüista mexicano que estudió las lenguas indígenas, no por ne­cesidades prácticas como los misioneros de la Colonia, sino por interés científico20

En cambio, para el erudito investigador Wigberto Jiménez Moreno es Francisco Pimentel el primer lingüista mexicano del siglo XIX digno de ese nombre.21 Pimentel intentó sistematizar el conocimiento de to­das las lenguas indígenas de México. Pienso que se puede afirmar con bastante seguridad que es sólo a partir de la obra de Pimentel cuando empieza a desarrollarse una lingüística de carácter más científico para las lenguas mesoamericanas. A pesar de sus contribuciones, a Pimen­tel casi no se le toma en cuenta en los estudios lingüísticos en México, probablemente debido a la marginación que sufrió a raíz de haber co­laborado con el imperio de Maximiliano. Conocedor de la tipología y el comparatismo lingüístico de la Europa del siglo XIX, Pimentel se reconoce deudor del precursor Lorenzo Hervas y Panduro, de Guillermo de Humboldt, de Friedrich Schlegel, de Ernest Rénan, de Grimm entre otros. Su
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