descargar 73.83 Kb.
|
TEMA 7: LA LITERATURA DEL SIGLO XVII. HISTORIA Y SOCIEDAD. LA PROSA A) HISTORIA Y SOCIEDAD
B) TRANSFORMACIONES HISTÓRICAS DE LOS GÉNEROS LITERARIOS: LA PROSA EN EL SIGLO XVII
A) HISTORIA Y SOCIEDAD
El término Barroco tuvo en su origen un carácter peyorativo1, pero finalmente ha sido, en general, adoptado para definir el conjunto de rasgos propios de la cultura de gran parte del siglo XVII. En el Barroco se produce más bien una continuidad y una evolución de las ideas del Renacimiento que, con el paso del tiempo, acaba por imprimir a la cultura del siglo XVII unos rasgos diferenciadores.
Literariamente, el Barroco es, en muchos aspectos, la continuación de temas y formas renacentistas. El escritor conserva los hallazgos del Renacimiento, pero, sin despreciar a los autores clásicos, se distancia de ellos, siguiendo su apreciación personal. Así surge un espíritu creador que presenta caracteres propios y definidos:
El culteranismo y el conceptismo son las dos tendencias estilísticas dominantes en la literatura barroca española. No se trata de movimientos opuestos, pese a los duros enfrentamientos personales de sus defensores, sino que forman parte de una sensibilidad estética general que persigue la originalidad y pretende admirar al lector. En ambas tendencias se rompe el equilibrio entre forma y contenido (cómo se dice y qué se dice) defendido por la estética renacentista.
Se basa en asociaciones ingeniosas de palabras o ideas. Se tiende a un lenguaje conciso, lleno de contenido. Para ello se juega con los significados de las palabras (los conceptos) y con sus relaciones más insospechadas. Los recursos más utilizados son la antítesis, la paradoja, la condensación conceptual, las hipérboles, los equívocos y disemias2, la combinación de diversas acepciones de un mismo vocablo, etc. Los escritores conceptistas más notables son Francisco de Quevedo y Baltasar Gracián.
Si los escritores conceptistas exprimen las posibilidades de la lengua partiendo de los significados de las palabras, el culteranismo considera, ante todo, la belleza formal. Frente a la concentración conceptista, sobresale en los culteranos la ornamentación exuberante. Aunque los temas puedan ser triviales, se utiliza un estilo esplendoroso que desea llamar la atención sobre el lenguaje mismo. Para ello se emplean numerosos recursos: metáforas audaces (así, el pájaro será “flor de pluma” o “ramillete con alas” y el arroyo “culebra que entre flores se desata”), sinécdoques y metonimias, perífrasis, hipérboles, imágenes brillantes, voces sonoras, procedimientos que buscan la musicalidad del verso (aliteraciones, paronomasias, palabras esdrújulas…)3. La sintaxis se complica con giros procedentes del latín, con violentos hipérbatos, con exagerados encabalgamientos. El vocabulario es original: incorpora numerosos cultismos léxicos de procedencia latina (“émulo, náutico, cándido, cerúleo…”) y selecciona los términos por su colorido y suntuosidad (oro, rubíes, perlas…) Se crea, así, una peculiar lengua poética, característica de Luis de Góngora y sus continuadores.
En los decenios finales del siglo XVI, España inició un periodo de crisis económica y decadencia política y militar, que se consumó en el siglo XVII. Tras el reinado del poderoso Felipe II, el trono español fue ocupado sucesivamente por los llamados Austrias menores: Felipe III, Felipe IV y Carlos II. A principios del siglo XVII, España estaba arruinada y, a mediados de la centuria, había perdido grandes dominios territoriales y su hegemonía en Europa. Una serie de circunstancias confluyó para llegar a esta situación:
B) TRANSFORMACIONES HISTÓRICAS DE LOS GÉNEROS LITERARIOS: LA PROSA EN EL SIGLO XVII Durante el siglo XVII desaparecen buena parte de los géneros narrativos del XVI (libros de caballerías, libros de pastores, diálogos…). Por el contrario, algunos modelos narrativos del XVI tienen notable descendencia en el XVII: la novela picaresca y la novela corta de raíz italianizante, que recibe su impulso definitivo con las Novelas ejemplares cervantinas.
Bajo esta denominación genérica se incluyen una serie de obras que, en la estela del Lazarillo de Tormes, se publican, casi en su totalidad, en el siglo XVII. Aunque estos libros tienen notables diferencias entre sí y cada autor introduce muchas variantes, puede hablarse de novela picaresca para denominar una serie de relatos que aparecen en unos pocos años y comparten muchas características. La publicación en 1599 de la primera parte del Guzmán de Alfarache, junto al que luego se editará frecuentemente el Lazarillo hace que ambas obras fijen el modelo picaresco con una serie de rasgos:
En cuanto al estilo, las novelas picarescas se caracterizan por:
En cuando al protagonista, el pícaro, cabe destacar que la característica principal del pícaro es el afán de medro y promoción social que guía sus acciones. Ello sólo es posible en el contexto social concreto como es el de la España de la época. El modo libre y vagabundo de vivir del pícaro sólo es posible en el mundo urbano en el que se mueve que permite el anonimato y el ocultamiento. Literariamente, el personaje del pícaro era una figura revolucionaria. Hasta entonces, en las obras literarias los personajes de baja condición social únicamente eran personajes literarios como motivo de burla, se movían en el terreno de lo cómico. En el Lazarillo y en el Guzmán, en cambio, sus plebeyos protagonistas son diseñados con profunda simpatía novelística como personajes no estereotipados, sino portadores de una vida real. Sin embargo, la generalidad de sus continuadores retomarán al pícaro bajo conceptos literarios tradicionales: será de nuevo un personaje cómico o burlado. La picaresca es, por tanto, una novela urbana que retrata la grave situación social de las ciudades españolas del XVII. Los autores de las novelas picarescas toman postura ante el problema de la abundancia de miserables, desocupados y vagabundos. Todas las novelas relatan el fracaso del pícaro en sus deseos de ascensión social. En algunos casos, los autores parecen denunciar con ello la cerrada estructura social que no permite la supervivencia digna de los desheredados. En otros casos, el autor apoya con su obra esa sociedad cerrada y castiga al pícaro en su ilegítimo intento de escapar a su condición social.
Numerosas y variadas son las narraciones picarescas publicadas en el siglo XVII. Entre otras, merecen destacarse el Guzmán de Alfarache (1599-1604) de Mateo Alemán, El guitón4 Onofre (1604) de Gregorio González, El Buscón de Quevedo, La pícara Justina, probablemente de Francisco López de Úbeda, La hija de Celestina (1612) de Salas Barbadillo, el Marcos de Obregón (1616) de Vicente Espinel, La desordenada codicia de los bienes ajenos (1619) de Carlos García, el Lazarillo de Manzanares (1620) de Juan Cortés de Tolosa, La vida de don Gregorio Guadaña (1644) del judío Antonio Enríquez Gómez, el anónimo Estebanillo González (1646), etcétera.
Dividida en dos partes, se publicó la primera en 1599 y la segunda en 1604. Su autor, Mateo Alemán (1547-1615?), sevillano de ascendencia judía, llevó una vida complicada, estuvo varias veces en la cárcel, emigró finalmente a México en 1608 con su amante y allí debió de morir. Al igual que le sucedió a Cervantes, entre la primera y la segunda parte del Guzmán, se publicó una continuación apócrifa, firmada por Mateo Luján de Sayavedra (seudónimo del abogado valenciano Juan Martí). Mateo Alemán, como Cervantes, aprovechó la segunda parte para ajustar cuentas literarias con el apócrifo. La importancia de la novela es muy grande, no sólo como modelo del género picaresco, sino también para el desarrollo de la novela como género. De hecho, fue leída durante los siglos XVII y XVIII en Francia e Inglaterra. El argumento de la obra sigue punto por punto el modelo picaresco: Guzmanillo deja constancia de sus orígenes infames (un mercader tramposo y afeminado y una mujer adúltera) y comienza su vida de pícaro. Llega a ser un consumado ladrón, se arrepiente y vuelve a reincidir en diversas ocasiones en una sucesión de estafas, fraudes y trampas, para terminar condenado a galeras. Allí de nuevo se arrepiente y dice que escribe su vida como ejemplo de lo que no debe hacerse. En este final se encuentra la clave de la novela y ha dado lugar a explicaciones contrapuestas. Si el pícaro es sincero, estaríamos ante una novela moral; pero si el pícaro sólo pretende buscar excusas, como es habitual en los protagonistas picarescos, el Guzmán expondría un discurso conflictivo, fruto del origen y problemática conversos del autor. Estaríamos ante alguien que ha perdido la fe en todo valor humano y social. La complejidad y riqueza de la novela de Alemán hace que haya sido interpretada no sólo como obra contrarreformista o novela agriamente desengañada, sino también dentro de la literatura reformadora de los arbitristas. Mateo Alemán habría abordado en el Guzmán el grave problema de la mendicidad proponiendo la secularización de la asistencia a los mendigos (es decir, que se ocupe de ellos el Estado, no la Iglesia), pero además defendería una ética puritana del trabajo, mediante la cual el pobre se haría acreedor a los bienes que en justicia le correspondían.
Los escritos de carácter didáctico son muy numerosos en el siglo XVII y con ellos alcanza en algunos momentos la prosa barroca altas cimas, como ocurre con los casos de Quevedo y Baltasar Gracián. Con Baltasar Gracián llega a su cenit la principal tendencia estilística del Barroco español, llamado conceptismo. El estilo de Gracián es voluntariamente difícil, accesible sólo para iniciados, para un lector que debe esforzarse por descifrar el concepto.
La vida de Gracián transcurrió íntegramente en los territorios de la corona de Aragón, donde fue profesor en diversos centros de su orden religiosa. Muy significativa es su estancia en Huesca, donde cuenta con la protección y amistad del mecenas5 oscense Juan de Lastanosa, quien costeó la publicación de sus obras. Su actividad de escritor le acarreó numerosos problemas dentro de la Compañía de Jesús, lo que le llevó a intentar abandonar la orden, aunque murió antes. Toda su vida transcurrió entre libros e inmerso en círculos intelectuales. No sufrió ni penurias, ni deudas ni escándalos. Su obra es la del típico intelectual, fruto de lecturas profundas y largas meditaciones y conversaciones.
Todos los libros de Gracián están escritos en prosa y tienen una intención didáctica y moral:
La prosa de Gracián es muy densa y concentrada. Está construida a partir de oraciones breves, en las que dominan las antítesis y el juego de palabras. El pensamiento se condensa en fórmulas epigramáticas7, en incisivos aforismos. Las palabras suelen contener diversos significados, tanto en sí mismas como en relación con los otros vocablos de la frase. Es también significativa la abundancia de figuras retóricas relacionadas con la omisión de palabras: elipsis, laconismo8, etcétera. El estilo de Gracián es una acabada muestra de la estética conceptista. El lenguaje es, en definitiva, la herramienta básica de las reflexiones gracianescas, a la vez que el objeto central de su meditación. La lengua escrita recibe la atención constante de Gracián hasta construir una auténtica poética de la escritura, como puede advertirse en la Agudeza y, sobre todo en El Criticón.
El pensamiento de Gracián es hondamente pesimista y muy barroco. El mundo, según Gracián, es engañoso, el hombre es un ser débil, miserable y, a menudo, malicioso. Buena parte de sus escritos tienen como finalidad proporcionar al lector recursos y habilidades para esquivar las trampas de sus semejantes. Es importante saber disimular, saber crear expectativas sobre el propio valer. Se trata, en definitiva, de dominar para no ser dominado. Lo importante es que los demás dependan de uno. Toda esta filosofía de la vida es inseparable de la conciencia de Gracián de la decadencia hispánica, que extiende un velo de amargura sobre los intelectuales de la época y también, desde luego, sobre el escritor aragonés cuya obra tuvo enorme trascendencia en los escritores y pensadores europeos.
Francisco de Quevedo Y Villegas nació en Madrid en 1580, en el seno de una familia de la pequeña nobleza que servía en la Corte. Estudió en Madrid en el Colegio Imperial de los jesuitas y luego en las Universidades de Alcalá y Valladolid. Desde muy temprano dio muestras de su talento como escritor, aunque su crianza en la Corte y sus relaciones le llevaron por el camino de la política y la diplomacia. En 1613 viaja a Italia, acompañando al duque de Osuna. Allí participará en diversas intrigas. De vuelta a España, la caída en desgracia del duque de Osuna le supone unos meses de encierro en Uclés (Cuenca) y un periodo de destierro en Villanueva de los Infantes (Ciudad Real). Con la subida al trono de Felipe IV y el ascenso al poder de Olivares vuelve a Madrid y apoya las ideas reformistas del conde-duque. No tarda en enemistarse con el valido, contra el que escribe sátiras. Tras un breve y fracasado matrimonio, pasa buena parte del final de su vida en prisión en San Marcos de León, adonde es conducido por orden de Olivares en 1639. Con la caída del valido es liberado, ya muy enfermo, en 1643. Murió en Villanueva de los Infantes en 1645. La personalidad de Quevedo refleja bien la vida convulsa de la España del Barroco. Así, no fue ajeno a la general obsesión española del XVII por alcanzar títulos de nobleza y siempre aspiró a una condición nobiliaria más elevada. Estos pruritos de nobleza no fueron obstáculo para que realizara a veces duras críticas a los aristócratas, particularmente a los advenedizos9. Y es que Quevedo era esencialmente contradictorio en todos los campos de su vida. Era muy estimado en los medios cortesanos por su ingenio y agudeza, y sus escritos jocosos, sus chistes y sus procacidades lo hicieron muy famoso en los medios populares. Era, sin embargo, un hombre introvertido, de mal genio y agrio carácter. Intentó conciliar en su vida los ideales estoicos y los cristianos, fue un gran conocedor de los autores clásicos y un ferviente admirador del pensamiento humanista, cuyo optimismo ya no concordaba con los tiempos. De ahí el desengaño de Quevedo, su visión pesimista y desesperanzada del mundo y del ser humano y sus continuas reflexiones sobre la muerte.
Quevedo escribió en multitud de géneros. Escribió abundantes poemas de altísima calidad, una comedia, una docena de entremeses y numerosas obras en prosa. Su actividad como autor teatral es poco significativa en una época donde destacan importantísimos dramaturgos. No obstante, sus entremeses tienen un cierto interés por los motivos originales que introduce en un género tan estereotipado y porque, pese al carácter ligero del entremés y su limitado número de asuntos, deja Quevedo en ellos huella de sus principales preocupaciones. Es, además, interesante notar que ciertas características del entremés pueden rastrearse luego en sus otras obras. No son fácilmente clasificables sus muchos escritos en prosa. Aparte de una novela picaresca, el resto de sus libros son muy diversos y suelen agruparse atendiendo al contenido de cada uno de ellos: filosófico, moral, político, satírico, humorístico. El grupo más extenso de escritos en prosa es el de carácter político. Las más destacables son Política de Dios, gobierno de Cristo y tiranía de Satanás, donde frente a las ideas de Maquiavelo, defiende una política de inspiración cristiana y la Vida de Marco Bruto. Gran difusión tuvieron sus obras festivas, muchas, perdidas. Muchas de ellas tratan temas obscenos o chocarreros. Muy interesantes son las Cartas del caballero de la Tenaza, La vida de corte o El chitón10 de las tarabillas11. Tienen particular interés las obras que parodian autores e ideas literarias, en especial a Góngora y el culteranismo: Aguja de marear cultos o La culta latiniparla. Su obra ascética más destacada es La cuna y la sepultura, acabada exposición del desengaño barroco. Destacan, no obstante, las obras de carácter satírico-moral: los Sueños; La hora de todos y la Fortuna con seso. Los Sueños son cinco narraciones en las que satiriza diversos tipos y profesiones con intención moral y desolado pesimismo. La hora de todos es quizá la obra maestra de la prosa didáctica de Quevedo, continúa la sátira de figuras con el artificio literario de que la diosa Fortuna haga que durante una hora todos se muestren como realmente son.
La vida del Buscón llamado don Pablos se imprimió por primera vez en 1626. Tuvo un éxito fulminante y se reeditó varias veces en vida de Quevedo. Con el Buscón, Quevedo probó suerte con el género de la novela picaresca. Parte en su creación del Lazarillo y del Guzmán, pero modifica a su antojo los patrones genéricos de sus modelos y acaba escribiendo un texto muy original. Del Lazarillo toma la estructura general de la obra, sin digresiones moralizantes al estilo del Guzmán de Alfarache, coincide también en la forma epistolar y en rasgos como el linaje vil del protagonista , su afán de ascenso social, el hambre como móvil de las acciones y la dialéctica entre apariencia y realidad. Pablos , el protagonista, cuenta episodios de su vida, pero no explica un caso ni aclara la curiosidad de nadie. Por ello, estructuralmente los sucesos narrados no van unidos entre sí con la finalidad de explicar algo, sino que son una serie de escenas o cuadros en los que Quevedo despliega toda su maestría de escritor. En este sentido, la obra es un retroceso en el camino hacia la novela realista: no hay estructura orgánica que justifique funcionalmente la presencia de los diversos episodios de la obra. Tampoco puede apreciarse una evolución en el diseño del personaje al modo en que advertíamos en Lázaro de Tormes. Siempre es el mismo personaje que ya tenemos trazado en las primeras páginas de la obra. Igual ocurre con el resto de los personajes: son tipos cuyas características explota Quevedo para conseguir efectos humorísticos. De ahí que muchos terminen siendo estilizadísimas caricaturas. La finalidad de la obra es primordialmente estética. Se trata de atraer en todo momento la atención hacia el lenguaje, de revelar en lo posible la máxima agudeza. No obstante, es bastante verosímil que Quevedo esté satirizando con el Buscón el anhelo de ascenso social y el deseo de ser noble tan frecuente entre los españoles de la época. Pablos, hijo de un ladrón y de una bruja, confiesa este deseo desde el arranque mismo de la novela, pero sus pretensiones resultan infructuosas. Cuando Pablos intenta justificarse, el autor pone en su boca palabras que muestran su bajeza y falsedad o es ridiculizado por un noble. Así el protagonista es siempre castigado cuando trata de hacerse rico o de pasar por noble. Quevedo refleja en esta obra su abierta oposición a la movilidad social y, en consecuencia, la defensa de la rígida sociedad estamental en la que cada uno debe permanecer dentro de los límites de su condición social de origen. La novela incluye también una crítica contra los conversos, ya que se insiste en la condición de cristiano nuevo de Pablos. Por tanto, el Buscón es básicamente un alarde literario en el que Quevedo despliega sus finísimas dotes de estilo, a la vez que es también una obra que nos permite descubrir la mentalidad conservadora del autor y su defensa de los privilegios nobiliarios.
Algunos de los rasgos enunciados en el análisis del Buscón valen para la prosa de Quevedo en general: agudeza lingüística, tendencia constante a la exageración, caricaturización hiperbólica de los personajes, etc. Muchas de las características conceptistas son también representativas del estilo de Quevedo: contrastes, paradojas, hipérboles, equívocos y dilogías, polisemias, paronomasias, elipsis, juegos verbales… Quevedo resulta ser la síntesis de toda una veta de la tradición oral con la tradición culta del Humanismo. La lengua castellana en sus manos es fuente inagotable de hallazgos verbales sorprendentes que tienen siempre la abierta intención de lograr la admiración del lector. Su esteticismo extremo es indisociable de su ideología. Su profundo pesimismo, su honda desesperanza y amargura en un mundo que no tiene remedio hallan como válvula de escape la carcajada, el sarcasmo y la pirotecnia verbal de la más alta calidad. Probablemente de esta actitud procede el distanciamiento con el que presenta a los personajes, sin asomo de compasión o ternura, incluso con una cierta crueldad e indiferencia. Retóricamente, esto se manifiesta en los procesos de deshumanización a los que el escritor somete a los personajes, cosificándolos o animalizándolos, complaciéndose en los aspectos escatológicos, repugnantes o macabros. 1 peyorativo: que indica una idea desfavorable. 2Recordamos estas figuras: Antítesis: Contraste entre palabras o expresiones de sentidos opuestos (vida/ muerte; placer/dolor, etc.) Paradoja: Unión de conceptos sólo aparentemente contradictorios (Vivo sin vivir en mí) Condensación conceptual: No es exactamente una figura literaria. Se trata de una acumulación de conceptos que aumenta la complejidad del texto Hipérbole: Exageración Equívoco: Consiste en hacer uso del valor polisémico de algunas palabras: se repite el significante (o cuerpo fónico de la palabra) pero en cada aparición el significado es distinto. (Por ejemplo, usar la palabra presa con diversos significados en un poema). Disemia: Circunstancia de tener una palabra, con la misma forma, dos significados distintos. Polisemia. Sinónimo. 3 Recordamos estas figuras: Metáfora: Sustitución de un término por otro con el que guarda una relación de semejanza. (Tus labios son fresas). Sinécdoque: Nombrar la parte por el todo o al revés. (En la ciudad vivían veinte mil almas). Metonimia: Sustitución de un término por otro con el que mantiene una relación de proximidad (causa-efecto, continente-contenido, etc.) Perífrasis: Se llama también circunloquio. Consiste en designar de forma indirecta un concepto a través de sus características. (La tierra que descubrió Colón por América) Aliteraciones: Repetición de sonidos o grupos de sonidos semejantes. Paronomasias: Se colocan próximas palabras de significante muy parecido, pero de significado diferente (hombre/hambre) Hipérbaton: Gran alteración del orden habitual de las palabras. 4 guitón: holgazán, vago. 5 mecenas: persona que patrocina las artes o las letras. 6 aforismo: sentencia breve y doctrinal que se propone como regla en alguna ciencia o arte. 7 epigramática: relacionado con los epigramas: pensamientos de cualquier género, expresados con brevedad y agudeza. 8 laconismo: brevedad de la expresión. 9 advenedizo: dicho de una persona: que, siendo de origen humilde y habiendo reunido cierta fortuna, pretende figurar entre gentes de más alta condición social 10 chitón: interjección coloquial para imponer silencio. 11 tarabillas: personas que hablan mucho, sin orden ni concierto. |