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LAS NORMAS DE LA LENGUA ESPAÑOLA, PILARES DE LA TRADUCCIÓN Las normas lingüísticas, las dudas de los traductores y los errores más comunes cuando traducen al español «Primero la palabra suelta, sola, isla. Después la unión feliz, como en el amor, de dos palabras. Luego, en fin, el período entero, como un mundo cerrado y abierto a la vez, que contiene ya (en sí y sólo en sí) el infinito»1. Estas palabras de poeta expresan el irrepetible momento en que comienza la escritura, el instante en que una señal del alma permite que nos separemos de nuestro cotidiano vivir, que traspasemos el umbral de nuestro aire, para entregar una experiencia única, individual, sean cuales fueren los temas que tratemos, para imaginar y comunicar nuestro infinito, que es esperanza de otras reescrituras. Escribir para decir siempre con entrañable voluntad de belleza. Si hay un verbo bello en nuestra lengua, ése es el verbo decir, muy usado, pero poco entendido por el estado de desgaste en que se encuentra. Y no hablamos de su conjugación, que damos por sabida, aunque aún se oye algún “dijieron” periodístico y telenovelesco; hablamos de su significado, que se practica poco. Sólo tiene cinco letras para expresar una rigurosa denotación: ‘manifestar con palabras el pensamiento’. Lamentablemente, cuando no se piensa, se dice mal lo que no se piensa. Hablar o escribir sin pensar, sin modular el pensamiento, sin templarlo, es lo mismo que disparar sin tener en cuenta el blanco.Y ahí esta la clave de nuestros males lingüísticos: disparamos palabras, y sálvese quien pueda. Basten estos ejemplos: «Como sea, la cirugía sugiere la existencia de una condición “grave”, dicen los expertos, sobre todo en una persona de casi 80 pesos»2; «Fabricamos sillas para niños de mimbre»3; «Laurita, ¿te pusiste la crema en los pies que te recetó el médico?»4; «Champú estimulante para la caída del cabello. Salud y belleza para el cabello. Actúa desde la raíz, contribuyendo a la recuperación de un cabello sano y vigoroso». Para Goethe, tendemos a poner palabras allí donde faltan las ideas. Si es así, sólo hay silencio y oscuridad. Nuestros tiempos necesitan luz, esos pequeños paraísos de los que tanto hablaba Borges porque en ellos siempre hay un instante de felicidad. Por eso, decir bien es mucho más que decir; es ‘hablar con verdad o explicarse con gracia y facilidad’. Hablar y escribir «”con verdad” significa hacerlo con claridad, con corrección. Los griegos tenían el verbo “aleteúo” y con él ‘decían verdad’; y “aléteia” era para ellos la ‘verdad’. Cada palabra que sale de nuestra boca, cada palabra que escribimos debería tender a la perfección por la verdad. Pero hoy parece que nos cansa llegar a ella y hasta nos oponemos a alcanzarla. Nos fatiga la pereza. Y la verdad es belleza en estado de beatitud. Cuando oímos oraciones como las que leeré enseguida, se nos plantean dos dudas: ¿dónde aprendieron a hablar ciertas personas? Y, sobre todo, ¿en qué piensan cuando hablan? Dijo un periodista: Encontraron muerto a un niño de un año en un canal que había desaparecido pocos días antes. Nosotros agregamos: «Por suerte encontraron el canal, de lo contrario nunca hubieran hallado al niño». El mismo avisado periodista —sin duda, no estaba en el mejor de sus días— pasó a otra noticia y dijo: El funcionario será operado para corregir la malformación cerebral del corazón. ¿Cuántos cerebros tiene el ser humano? Si el corazón tiene un cerebro que adolece de malformación, ¿qué pensamientos saldrán de allí y adónde irán? Inmediatamente en otro bloque, otro periodista entrevista a una política, y esta responde a su pregunta con estas palabras: Me mandó una carta que la tengo por escrito. Quizá se la entregaron escrita con tinta invisible y logró hacerla visible, o, tal vez, la pasó con su letra para corroborar que su contenido era verdadero. Meses después, en el mismo programa, una persona explica: Hay un conflicto estratégico mundial desarrollando. ¡Qué brillante gerundio a modo de coda!, que hemos dado en llamar «gerundio del sentimiento», pero, lamentablemente, desempeña una función que no le corresponde: la del adjetivo. Se cumple aquí aquel proverbio inglés: “La mitad de nuestras equivocaciones nacen de que cuando debemos pensar, sentimos, y cuando debemos sentir, pensamos”. ¿Será esta la tragicomedia de nuestros días? La televisión nos regala cotidianamente expresiones como estas: Un hombre fue acusado de abusar sexualmente de una mujer mientras corría. Y dijimos eufemísticamente la palabra «expresiones» porque si el contenido es absurdo, caótico, incomprensible, no pueden comunicar nada. También escuchamos oraciones curiosas que nos permiten afirmar que hablamos más literariamente de lo que pensamos: Es un ataque casi quirúrgico (por ‘certero’). La Internet ofrece textos como el siguiente: Israel ha bombardeado un cuartel de Hezbolá en el que supuestamente se escondía el líder de la milicia libanesa. Sin embargo, el grupo armado ha desmentido que ninguno de sus dirigentes haya resultado herido5. Con la locución conjuntiva adversativa sin embargo, el periodista quería comunicar que el grupo libanés no había tenido heridos, pero escribió lo contrario al introducir el pronombre indefinido ninguno. Otra tendencia muy actual es la de personificar objetos: Aparecieron bolsas negras, muy conocidas como «bolsas de residuos». ... pensamos que era importante representar a la contaminación como algo que es generado por la agricultura y la industria y algo que puede afectar a la salud de los seres humanos y de las cosechas6. Las empresas necesitan no solo tener a la calidad, a las entregas o al «nix» de productos bajo control, sino que necesitan mejorar en todos esos aspectos7. No hace mucho, recibimos un llamado telefónico. Una señorita muy amable trató de vendernos parcelas en un cementerio privado. En cuanto escuchamos con paciencia y educación los nombres de todos los cementerios —el tema nunca es reconfortante—, le contestamos que ya habíamos tomado nuestros recaudos, que ya teníamos protegida nuestra muerte. La señorita, un tanto desilusionada, insistió y nos preguntó si nuestros familiares estarían interesados en comprar una parcela, pues había una promoción para no despreciar. Le dijimos que momentáneamente problemas de índole económica limitaban nuestros deseos y los de nuestros parientes. Ya sin argumentos, la señorita dijo: —Alicia, si usted me necesita, no dude en llamarme. Cortamos y empezamos a analizar vocablo por vocablo. Nuestra profesión ampara estas extravagancias diarias. Les pregunto a ustedes: ¿cómo deberemos interpretar este mensaje? Desde el punto de vista gramatical, la oración es impecable, pero las palabras empleadas no son las más pulidas, por lo menos, en la superficie. Alguien podría pensar —saludable ejercicio en extinción— que esa proposición subordinada condicional —«si usted me necesita»— conlleva una carga semántica mortuoria. «Si muero, no moriré del todo», decía Salvador Dalí, porque sabía bien que su obra era él mismo y seguiría dando testimonio de su paso por este mundo, y nosotros, pensando en las palabras de aquella señorita, podemos completar, a modo de parodia, la cita daliniana: «Si morimos, no moriremos del todo y tendremos tiempo de llamarla y de comprarle una parcela». Ya no elegimos las palabras; no sabemos hacerlo porque no reflexionamos sobre ellas. Los mensajes electrónicos sorprenden por su excesiva economía verbal: Curso de Ñandú; Curso de Perros Detectores de Narcóticos; Curso de Alcaparras; Aprenda plantas medicinales para uso personal y profesional. Esta es una prueba más de nuestro desinterés en la trascendencia de lo que comunicamos. Una sociedad ligera, liviana, superficial, frívola, trivial incentiva la indiferencia ante los significados: «Además, se deberá postergar la introducción de alimentos alergénicos en la dieta del bebé. Por ejemplo, no se le debe dar leche de vaca entera antes de los 12 meses, huevo antes de los dos años o pescados antes de los tres», culmina Benarroch8. Más vale correr sin ver que caminar serenamente para mirar. Lo que importa es hablar, vanamente, pero hablar. El individualismo exacerbado de nuestros tiempos es también motivo cabal de tantas ausencias. ¡Cómo expresar el alma sin buscar primero en ella el universo, nuestro universo de cada instante, para entregarlo ordenado, es decir, sin fisuras! ¡Cómo traducirnos coherentemente para ayudar a traducir a los que nos escuchan y esperan de nosotros la felicidad de la oración sencilla, pero casi perfecta para entendernos, simplemente, para entendernos! Siempre alguien repite: «No hay tiempo».Y esto, que no es poesía, debería serlo porque, según los griegos, poesía es creación en estado de armonía intelectual. Cuando hablamos o escribimos, creamos, aunque no nos demos cuenta, aun cuando decimos para vender un producto: Emprolija tu nariz, chau pelos... Depilador eléctrico de nariz y oído. Totalmente seguro e indoloro, no más vello asomándose. Entre el necesario neologismo emprolijar —existen los verbos pulir y adecentar, pero no se adecuan a todos los contextos—, con que comienza el texto, y el gerundio galicado asomándose, que lo cierra, se engarza el mensaje. El verbo emprolijar está bien formado, y el Diccionario académico lo corrobora: el prefijo en- toma la forma em- ante ante b o p y frecuentemente forma verbos y adjetivos parasintéticos, es decir, vocablos en que intervienen la composición y la derivación (em- / prolijo / -ar). El redactor de este aviso primero sólo habla de la nariz y agrega una interjección coloquial chau (‘adiós’) —registrada también con la grafía chao (del italiano, ciao) en el Diccionario académico—, sin signos de exclamación y sin la coma canónica que anuncia la presencia del vocativo pelos (¡chau!, pelos); después de este sustantivo, coloca puntos suspensivos que no cumplen su misión gráfica de denotar que la oración está incompleta, pues que otra cosa sino pelos podrá arrancar la maquinita; luego se refiere al depilador, sustantivo verbal no registrado, pero bien formado (verbo depilar y sufijo –or que denota ‘agente’); además de la nariz, nombra el oído y coloca un punto y seguido que quiebra el mensaje: Totalmente seguro e indoloro, no más vello asomándose. Escrito así, parece que los adjetivos seguro e indoloro se refirieran al sustantivo vello y no al sustantivo depilador. Debió decir: Depilador eléctrico de nariz y oído, totalmente seguro e indoloro. La coma después del vocablo oído es necesaria para evitar la ambigüedad; sin ella, el totalmente seguro e indoloro sería ahora el oído. Aquí, un punto y mayúscula: No más vello asomándose. El gerundio galicado asomándose, también llamado anglicado o adjetivado, debe evitarse y reemplazarse con una proposición subordinada adjetiva: No más vello que se asoma. Decir esto nos parece afectado y hasta personificado, aunque sea correcto. Hay que quitar la hojarasca y buscar las palabras. Esa búsqueda es la más difícil, pero la que demuestra nuestra competencia léxica. Por ejemplo: No más vello visible. Hay famosos gerundios galicados; el más célebre aparece en este texto: Biblioteca virtual: Sitio en Internet u otra vía virtual, que posee una sección especializada conteniendo un número considerable de libros virtuales o productos editoriales afines, ordenados para la lectura9. ¿Será el tiempo del gerundio? Para algunos: dialogando, negociando, acercando, entendiendo, aceptando, renunciando, avanzando, mintiendo, pactando, trepando, progresando… Para otros: despertando, respirando, creciendo, aprendiendo, comprendiendo, trabajando, votando, gozando, sufriendo, enseñando, publicando, ayudando, cooperando, amando, cuidando, sembrando, compartiendo, legando, durmiendo, muriendo... Manos a la obra, valor y al toro, andando que es gerundio... Si pudiéramos decir con el poeta10 «hago de todo amor, y en amor vivo» al emprender cada uno de los silenciosos diálogos con las palabras. Si pudiéramos tomar conciencia de que hay que amar sin condiciones y vivir desde nuestros adentros este don de poder decir que se nos ha dado, otros serían los resultados. Las fallas de lengua que expusimos denuncian la limitación de algunas personas para expresar mensajes con propiedad y confirman la necesidad de que existan normas orientadoras. Sabemos, por las experiencias de cada día, que hoy no es usual hablar y escribir bien; los que creen hacerlo abusan de errores, sobre todo, morfosintácticos y lexicosemánticos. Decir «normas» y usar «correcto» son, para muchos, resabios arcaizantes y dieciochescos que no tienen cabida en este siglo XXI tan liberal y abierto a lo psicogénico, tan obstinado en la acumulación material, tan obsesionado por las máscaras y por los estiramientos, tan desapasionado de lo que comunica. En muchos casos, las palabras son espejo del inconformismo social, de esa hostilidad a lo estatuido en el orden ético, político, educativo, estético y hasta físico. La sociedad vacila, duda, teme; sufre engaños y mutilaciones, padece la esclavitud de las modas, pero también sabe luchar por lo que quiere y muchas veces lo logra. Ese estado inestable se refleja en la inconcreción de sus mensajes, en la incongruencia de sus estructuras lingüísticas, en la pérdida de vínculos afectivos con el significado de las palabras, en el imperio de la palabra piedra sobre la palabra llama, como lo corrobora este ejemplo periodístico: «Nunca vi un arroyo que se prendió fuego». La palabra es espíritu que se brinda generoso y reclama hoy un lugar en la vida de los hombres y, sobre todo, en la de los que trabajamos en su grata compañía. Ingresemos, pues, en el ámbito de las normas que tanto nos ayudan a ordenar esos pequeños caos. Lo normativo es lo que sirve de norma, y ésta es la regla a que debemos ajustarnos para escribir y para hablar bien. Normativa es el conjunto de criterios lingüísticos que regulan el uso considerado correcto. La norma culta es la variante que se considera preferible. Decir que no debemos colocar coma entre sujeto y predicado es lo normal porque sirve de norma o regla, porque establece algo conforme a la norma. Desde el punto de vista etimológico, la palabra norma, que proviene del latín y se usó por primera vez en 1616, significa ‘escuadra de carpintero’ (nos referimos a la escuadra que usan los artífices para arreglar y ajustar los maderos, las piedras, etcétera), también ‘regla, ley, norma’, ‘precepto, pauta, patrón, modelo’. Cuando aclaramos el sintagma ‘escuadra de carpintero’, usamos dos verbos importantes: arreglar y ajustar. Podríamos decir, entonces, que nosotros debemos usarlas para arreglar y ajustar nuestras oraciones. De norma procede enorme11, ‘que sale de la norma’. Nuestros errores son, pues, enormes. También de norma proceden anormal, normar y normativo. Hablaremos en primer término de la norma lingüística, luego de la pragmática y, por último, de la académica. La norma lingüística, ínsita en la lengua, histórica, permite que los hablantes del español nos comuniquemos habitualmente unos con otros; es —según Eugenio Coseriu— la que seguimos necesariamente para ser miembros de una comunidad lingüística12, porque es la norma ejemplar, la «realización “colectiva” del sistema»13. La norma pragmática, que nace del hablar concreto, conlleva la creatividad de cada persona, su ser individual y, por ende, su libertad; es creación y repetición. De acuerdo con Coseriu, «la originalidad expresiva del individuo que no conoce o no obedece la norma puede ser tomada como modelo por otro individuo, puede ser imitada y volverse, por consiguiente, norma»14. Dentro de la norma pragmática, distinguimos usos normales y anormales; por ejemplo, el plural de «análisis» es «los análisis» o «buenos análisis» (uso normal) y no, *analis o *análises (usos anormales). Cada comunidad tiene sus normas, que responden al entorno sociocultural. Hay, pues, una norma culta argentina, boliviana, chilena, colombiana, mejicana, peruana, venezolana, uruguaya, etcétera, pero un solo español. Y dentro de una misma comunidad lingüística, hay otras normas (lenguaje familiar, popular, elevado, vulgar, lengua literaria, etcétera) que se diferencian por el vocabulario, las formas gramaticales o la pronunciación15. Por ejemplo, en Puerto Rico y la República Dominicana, el adverbio ahora denota ‘en este momento’, como en la Argentina; en cambio, su diminutivo ahorita, ‘dentro de un rato’. Para puertorriqueños y dominicanos, esta diferencia de uso corresponde a su norma local, y ya está registrada en el Diccionario académico y en el Diccionario Panhispánico de Dudas. Respecto del léxico, la palabra inglesa stress se adaptó gráficamente como estrés en todo el ámbito hispanoamericano —pertenece a la norma culta general—, y de esa españolización, derivan el verbo estresar y el adjetivo estresante. Las tres voces están registradas en el Diccionario académico. La norma académica, prescriptiva, estudia la norma pragmática y la acredita, es decir, admite su validez al confirmar la difusión de su uso. Del cómo se dice al cómo se debe decir el camino es largo, y el proceso, lento. La norma pragmática, anterior a la norma académica, no se transforma inmediatamente en esta; a veces, eso no sucede nunca. Depende —repetimos— de la difusión de su empleo, de su aprobación social. Además, el nacimiento de la norma académica debe basarse en los datos que aportan las investigaciones lingüísticas y sociolingüísticas (diferentes niveles de lengua: culto, medio, popular)16. Dice Ofelia Kovacci: «La realidad es que la Academia lleva a cabo una labor propia de disciplinas científicas como la lexicografía y la filología: observa y estudia los usos y sus peculiaridades vigentes en el transcurso del tiempo, y los recoge en léxicos y diccionarios como contribución al conocimiento de la lengua; no «autoriza» vocablos ni los «prohíbe»: sólo los registra»17. La norma académica, al señalar cómo debe decirse y cómo no debe decirse, distingue lo correcto de lo incorrecto, es decir, realiza una valoración. Por ejemplo, el adjetivo desapercibido con la denotación de ‘inadvertido’. Tanto en la escritura como en la oralidad, hace muchísimo tiempo que se usa como predicativo en el sintagma pasar desapercibido por «pasar inadvertido»: El infarto de miocardio puede llegar a pasar desapercibido en la mujer porque los signos de alerta de este trastorno son distintos a los del hombre18. La profusión de su empleo en España y en América permitió que la institución española y el resto de las Academias lo incorporaran en el Diccionario Panhispánico de Dudas con la denotación de ‘no ser notado o percibido’. En el mismo ejemplo, aparece el sintagma distintos a ya consagrado por el uso junto a distintos de. Uso y tradición lingüísticos son los pilares que sostienen lo que denominamos correcto, canónico o conforme a las reglas. Estas no nacen del capricho académico, no las imponen las Academias; nacen de nuestras bocas y de nuestros escritos, es decir, de las necesidades que sentimos en el acto de la comunicación. Dentro de la norma académica, distinguiremos la norma gráfica, la morfosintáctica y la lexicosemántica: • Gráfica (del griego, ‘lo escrito’). Comprende todo lo que se relaciona con los signos de puntuación y con los signos auxiliares de puntuación; el uso de la tilde (acento escrito); de las mayúsculas, de las minúsculas, y de las letras en general (uso de b y de v, de h, de c y de s, por ejemplo). • Morfosintáctica (morfología [del griego, ‘estudio de las formas de las palabras’]; sintaxis [del griego, ‘con orden, coordinación’]: parte de la Gramática, que enseña a coordinar y a unir las palabras para formar las oraciones y expresar conceptos, y que tiene en cuenta sus funciones). Por ejemplo, son correctas las expresiones dice que vendrá, cuentas por pagar, por eso lo digo, e incorrectas, *dijo de que vendrá, *cuentas a pagar, *es por eso que lo digo. La norma morfosintáctica comprende: a) la construcción de estructuras sintácticas (oraciones, proposiciones, frases); b) el orden de las palabras en la oración; c) el paradigma verbal; d) el uso del gerundio; e) el uso del sustantivo y del adjetivo (género y número); f) el régimen preposicional; g) la concordancia; h) los casos de ambigüedad; etcétera. • Lexicosemántica (léxico [del griego, 'lenguaje, palabra']; semántica [del griego, 'significado']): estudio del significado de los signos lingüísticos y de sus combinaciones. Trata cuestiones relacionadas con: a) el enriquecimiento del léxico; b) los fenómenos de sinonimia, antonimia, paronimia (homónimos, homógrafos, homófonos). c) la incorporación de barbarismos (incorrecciones que consisten en pronunciar o en escribir mal las palabras, o en emplear vocablos impropios) y de cultismos19. • Fónica (del griego, ‘lo referido al sonido’). Comprende la pronunciación y la acentuación prosódica (acento no escrito). En este plano, se registra, por ejemplo, que es correcto doctor y no *dotor; intervalo y no *intérvalo; síndrome y no *sindrome; laparoscopia y no *laparoscopía; rinoplastia y no *rinoplastía; libido y no *líbido; hayamos y no *háyamos, vayamos y no *váyamos, etcétera. El incumplimiento de estas normas origina algunos errores en escritos provenientes de distintos ámbitos profesionales y, por ende, en las traducciones. Errores comunes en las traducciones • GRÁFICOS:
• MORFOSINTÁCTICOS:
anoche por un periodista);
• LEXICOSEMÁNTICOS
abstract (por ‘resumen’) boiserie (por ‘enmaderamiento, maderamiento, revestimiento mural de madera’) box (por ‘caja’) hand out (por ‘cuadernillo, fotocopia, folleto’) handicap (‘obstáculo, desventaja’; ‘ventaja que da o recibe del campo un jugador de golf’) paper (por ‘ponencia’) ranking (por ‘jerarquía, rango, clasificación por grados, graduación, clasificación de mayor a menor’) rating (en lugar de «audiencia media» o de «evaluación del número de oyentes o de televidentes») record (por ‘marca’, ‘resultado máximo’): registrada con tilde y en redonda en el DRAE (récord)
Algunos traductores desconocen el significado de la palabra sintaxis (‘con orden’) y separan inconscientemente el concepto de escritura del concepto de sintaxis. De acuerdo con su etimología, cuando hablamos de sintaxis, hablamos de orden, y el orden implica que las palabras se relacionen correctamente en la oración. Al decir correctamente, nos referimos a que cumplan su misión comunicadora. El simple acto de escribir no siempre satisface el de comunicar, y viceversa, el deseo de comunicar no siempre satisface las reglas de la escritura, como lo muestra este texto: Lignne Form acelera el metabolismo quemando gorduras en el nivel de la barriga, cuadriles, piernas, senos y cintura. Además de mejorar el funcionamiento del intestino, desintoxicar el organismo, mejorar la digestión hace usted adelgazar y equilibradamente durmiendo dieta frustrante! Usted no necesita matarse haciendo ejercicios en academias o hacer aquellas dietas que te dejan todavía con más hambre o cuando usted para de hacer la dieta vuelve a engordar dos veces más. Tal vez, alguien nos diga que ésta es una traducción automática. Puede ser, pero una vez impresa, ¿no hubo nadie capaz de adaptarla a las reglas de nuestra lengua? No podemos imaginar que una persona confíe en la idoneidad lingüística de una máquina que traduce de esta manera un manual con instrucciones para saber usar un televisor: A menos que TV tenga muchas relaciones con una antena central, una antena buena al aire libre es recomendado para la más mejor ejecución. Pero cuando usted esté localizado en un área de señal fuerte y libre desde interferencias y condiciones de imagen, puede ser suficiente con una antena en casa. Las traducciones automáticas también deben corregirse. Los textos leídos lo corroboran. Escribir es el resultado de una acción conjunta: lo que pensamos debe expresarse de acuerdo con la sintaxis española y con la normativa del español. El traductor debe saber, por ejemplo, que existen dos formas de ordenar las palabras en español:
El primer orden responde a la estructura SUJETO + PREDICADO, y dentro del predicado: VERBO + O. D. + O. I. + CIRCUNSTANCIAS o VERBO + CIRCUNSTANCIAS + PREDICATIVO, etcétera. El Club de Roma escandalizó al mundo hace veinte años con un primer informe sobre Los límites del crecimiento40. |