Poeta, catedrático y ensayista español nacido en Oviedo en 1922






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títuloPoeta, catedrático y ensayista español nacido en Oviedo en 1922
fecha de publicación26.06.2016
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ÁNGEL GONZÁLEZ

Poeta, catedrático y ensayista español nacido en Oviedo en 1922.
Su poesía, llena de contrastes, discurre entre lo efímero y lo eterno, características que llevan al lector a divagar y soñar en los temas del amor y de la vida.
Fue maestro nacional, licenciado en Derecho por la Universidad de Oviedo y periodista por la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid. Enseñó Literatura Española Contemporánea en la
Universidad de Alburquerque, U.S.A., habiendo sido profesor visitante en las de Nuevo México, Utah, Maryland y Texas.
Miembro de la Real Academia Española, fue galardonado, entre otros, con el Premio Antonio Machado en 1962, el Premio Príncipe de Asturias en 1985, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1996 y el Primer Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada en el año 2004.
De su obra se destacan los títulos: "Áspero mundo" 1955 , "Sin esperanza, con convencimiento"
1961, "Grado elemental" 1961, "Tratado de urbanismo" 1967, "Breves acotaciones para una
biografía" 1971, "Prosemas o menos" 1983, "Deixis de un fantasma" 1992 y su último libro,
"Otoño y otras luces" 2001.
Falleció en Madrid el 12 de enero de 2008.


A MANO AMADA

A mano amada,
cuando la noche impone su costumbre de insomnio
y convierte
cada minuto en el aniversario
de todos los sucesos de una vida;

allí,
en la esquina más  negra del desamparo, donde
el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras,

los recuerdos me asaltan.

Unos empuñan tu mirada verde,
                                                                   otros
apoyan en mi espalda
el alma blanca de un lejano sueño,
y con voz inaudible,
con implacables labios silenciosos,
¡el olvido o la vida!,
                                          me reclaman.

Reconozco los rostros.
                                                No hurto el cuerpo.

Cierro los ojos para ver
y siento
que me apuñalan fría,
justamente,
con ese hierro viejo:
                                            la memoria.
CANCIÓN DE AMIGA

Nadie recuerda un invierno tan frío como éste.

Las calles de la ciudad son láminas de hielo.
Las ramas de los árboles están envueltas en fundas de hielo.
Las estrellas tan altas son destellos de hielo.

Helado está también mi corazón,
pero no fue en invierno.
Mi amiga,
mi dulce amiga,
aquella que me amaba,
me dice que ha dejado de quererme.

No recuerdo un invierno tan frío como éste.
CAPITAL DE PROVINCIA

Ciudad de sucias tejas soleadas:
casi eres realidad, apenas nido
sólo un rumor, un humo desprendido,
de las praderas verdes y asombradas.
Luego hay hombres de vidas apretadas
a tu destino semiderruido
y muchachas que crecen entre el ruido
cual si estuvieran entre amor sembradas.
A casi todas miro tiernamente,
y los viejos alegran tus afueras
con sus traviesas cabelleras blancas.
Yo estoy contento y, cariñosamente,
caballo gris me gustaría que fueras
para darte palmadas en las ancas.
CARTA SIN DESPEDIDA

A veces,     
mi egoísmo
me llena de maldad,
y te odio casi
hasta hacerme daño
a mí mismo:
son los celos, la envidia,
el asco
al hombre, mi semejante
aborrecible, como yo
corrompido y sin
remedio,
mi querido
hermano y parigual en la
desgracia.

A veces -o mejor dicho:
casi nunca-,
te odio tanto que te veo
distinta.
Ni en corazón ni en alma
te pareces
a la que amaba sólo
hace un instante,
y hasta tu cuerpo cambia
y es más bello
-quizá por imposible
y por lejano-.
Pero el odio también me
modifica
a mí mismo,
y cuando quiero darme
cuenta
soy otro
que no odia, que ama
a esa desconocida cuyo
nombre es el tuyo,
que lleva tu apellido,
y tiene,
igual que tú,
el cabello largo.
Cuando sonríes,
yo te reconozco,
identifico tu perfil
primero,
y vuelvo a verte,
al fin,
tal como eras, como
sigues
siendo,
como serás ya siempre,
mientras te ame.

 



¿CÓMO SERÉ...

¿Cómo seré o
cuando no sea yo?
Cuando el tiempo
haya modificado mi estructura,
y mi cuerpo sea otro,
otra mi sangre,
otros mis ojos y otros mis cabellos.
Pensaré en ti, tal vez.
Seguramente,
mis sucesivos cuerpos
-prolongándome, vivo, hacia la muerte-
se pasarán de mano en mano
de corazón a corazón,
de carne a carne,
el elemento misterioso
que determina mi tristeza
cuando te vas,
que me impulsa a buscarte ciegamente,
que me lleva a tu lado
sin remedio:
lo que la gente llama amor, en suma.

Y los ojos
-qué importa que no sean estos ojos-
te seguirán a donde vayas, fieles.

DANAE

La tarde muere envuelta en su tristeza.
Paisaje tierno para soñadoras
miradas de mujer, exploradoras
de su melancolía en la belleza.

Danae apoya en sus manos la cabeza.
El ambiente que el sol último dora
es una leve, dulce y turbadora
caricia que la oprime con pereza.

Un pajarillo gris, desde una vana
rama, canta a la tarde lenta y rosa.
Oro de sol entra por la ventana

y Danae, indiferente y ojerosa,
siente el alma transida de desgana
y se deja, pensando en otra cosa.



MIENTRAS TÚ EXISTAS

Mientras tú existas,
mientras mi mirada
te busque más allá de las colinas,
mientras nada
me llene el corazón,
si no es tu imagen, y haya
una remota posibilidad de que estés viva
en algún sitio, iluminada
por una luz cualquiera...
                                              Mientras
yo presienta que eres y te llamas
así, con ese nombre tuyo
tan pequeño,
seguiré como ahora, amada
mía,
transido de distancia,
bajo ese amor que crece y no se muere,
bajo ese amor que sigue y nunca acaba.

MUERTE EN EL OLVIDO

Yo sé que existo
porque tu me imaginas.
Soy alto porque tu me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.
Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
-oscuro, torpe, malo- el que la habita...

PORVENIR

Te llaman porvenir
porque no vienes nunca.
Te llaman: porvenir,
y esperan que tú llegues
como un animal manso
a comer en su mano.
Pero tú permaneces
más allá de las horas,
agazapado no se sabe dónde.

!Mañana!  Y mañana será otro día tranquilo
un día como hoy, jueves o martes,
cualquier cosa y no eso
que esperamos aún, todavía, siempre.

ROSA DE ESCÁNDALO

Cuando el hombre se extinga,
cuando la estirpe humana al fin se acabe,
todo lo que ha creado
comenzará a agitarse,
a ser de nuevo,
a comportarse libremente
-como
los niños que se quedan
solos en casa
cuando sus padres salen por la noche.

Héctor conseguirá humillar a Aquiles,
Luzbel volverá a ser lo que era antes,
fornicará Susana con los viejos,
avanzará un gran monte hacia Mahoma.

Cuando el hombre se acabe
-cualquier día-,
un crepitar de polvo y de papeles
proclamará al silencio
la frágil realidad de sus mentiras.


TRIBUNA: BERNARDO MARÍN

El último Ángel González

BERNARDO MARÍN - Madrid - 12/01/2008
"Somos una sucesión de hombres, que aparecen y desaparecen a lo largo de la vida", dijo Ángel González en una de sus últimas apariciones públicas. Siendo así, yo no conocí al autor de la mayoría de sus libros de poesía. Pero sí a su heredero, al último Ángel. Un señor con aspecto de caballero del XIX y mentalidad del XXI que no se daba ninguna importancia, pese a ser probablemente el mejor poeta vivo en español.

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Ángel hablaba muy bajito, con acento asturiano. En cierta forma hablaba como escribía, sin la menor pedantería ni solemnidad. Con frases sencillas, pero muy ingeniosas, como si las llevara pensando muchos años. Parecía siempre feliz, la vida le había dejado heridas pero no resentimiento. Le gustaba ver el fútbol, y seguía a los equipos de su tierra, el Oviedo y el Sporting, aunque en los últimos años no le dieran muchas alegrías. Ejercía de asturiano y a la vez detestaba todo nacionalismo. Quizá por eso no le gustaba mucho ver los partidos de la selección. "Tanta bandera junta me asusta", dijo un día.

Pese a su mala salud no renunció al tabaco. Ni a un buen whisky en el Kontiki, su bar de la esquina, en la plaza de San Juan de la Cruz, una extensión social de su propia casa. Allí almorzaba muchos días, allí una camarera brasileña le regañaba como a un niño malo para que terminara el plato. "Está muy flaco, Don Ángel". Y él, obediente, comía.

No tuvo hijos. Y aparte de su mujer, Susi, apenas tenía parientes. Sin embargo estaba siempre acompañado por una entusiasta familia postiza, la de sus amigos: Benjamín Prado, Almudena Grandes, Luis García Montero, Caballero Bonald, Joaquín Sabina , Javier Rioyo y Juan Cruz, entre otros.

Yo mismo tuve la suerte de ejercer a tiempo parcial de nieto adoptivo de Ángel. En el verano más tórrido que se recuerda en Madrid le acompañé a un centro comercial a comprar un cacharro de aire acondicionado portátil. La dependienta era particularmente torpe, se equivocaba todo el rato. De un trámite que podía haber resuelto en un minuto hizo un problema que tardó en resolver un cuarto de hora. Exasperado, miraba a Ángel buscando complicidad para mi cabreo. Pero él agradeció el pésimo servicio con muchísima amabilidad y una gran sonrisa. Ese día confirmé mis sospechas: este tipo, además de un gran poeta es muy buena persona.

Hace dos meses tuve que trasvasar toda la información que guardaba en su viejo ordenador Mac a otro nuevo que había comprado; una labor que ¡ay! quedó inacabada. Recuerdo su expresión divertida y asombrada cuando vio el minúsculo pendrive en el que había guardado todos los documentos de la computadora antigua. "¡Aquí cabe mi trabajo de 20 años!", dijo.

La última vez que lo visité, poco antes de Navidades, fue para conectar su ordenador a Internet. Me pidió que le incluyera en su carpeta de favoritos la página web de este periódico, la de algunos medios asturianos, la de la Real Academia y el blog de un amigo, entre otras. Luego, quiso que le ayudara a buscar noticias sobre el nombramiento, unos días antes, de él y de Juan José Millás como doctores honoris causa en la Universidad de Oviedo. Estaba ya muy mal de salud pero parecía haber disfrutado enormemente de ese homenaje. Y consultaba la información sobre el acto con el mismo placer con el que un niño repasa las fotos de su veraneo.

Seguía leyendo -y releyendo a Proust- y escribiendo: El País Semanal publicó hace apenas dos meses un poema suyo inédito. Su obra tiene un fondo triste pero él siempre encontró un asidero de esperanza para mantener la sonrisa. Me alegro de que el buen humor y el interés por muchas cosas le hayan acompañado hasta el último día.

Bernardo Marín es periodista de ELPAÍS.com


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