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Literatura. El romanticismo
Se conoce con el término de romanticismo al movimiento cultural e ideológico que se produjo en la cultura occidental a finales del siglo XVIII y que perdura hasta mediados del siglo XIX. Este movimiento que es resultado de la profunda crisis social e ideológica de un mundo en acelerado cambio se opone de forma más o menos explícita, a los principios característicos de la Ilustración. Los orígenes del Romanticismo hay que buscarlos ya en el siglo XVIII, sobre todo en la filosofía y la cultura alemana. Se produce allí el movimiento Sturm und Drang (Tempestad y Pasión), que propugna la creación literaria al margen de las reglas clásicas y revaloriza la expresión artística de los sentimientos y las vivencias. Esta sensibilidad prerromántica se manifiesta también pronto en Inglaterra y, con mayor o menor intensidad, se extiende por toda Europa. A pesar de los elementos comunes que se producen en las literaturas del continente, estamos ante una corriente literaria que no es unívoca ni uniforme. Cada país desarrollará su propio romanticismo nacional. Aunque es cierto que continente se producen dos tendencias claras dentro del movimiento:
En un contexto de enfrentamiento político entre los liberales, herederos de las Cortes de Cádiz, y los conservadores, defensores del Absolutismo, se desarrolla el romanticismo en España. Los románticos europeos ya habían descubierto que los ideales que ellos defendían se reflejaban en la historia y en el arte antiguo español: el Romancero, el Quijote, las leyendas medievales, los templos y monasterios, los tópicos y los mitos. España se convirtió en el país romántico por excelencia. A pesar de todo, el romanticismo como movimiento renovador entra tardíamente en España y su triunfo y apogeo cortos.
Aunque ya en algunos autores ilustrados del XVIII se atisban rasgos que anuncian un cambio de sensibilidad y una mayor atención a los aspectos sentimentales, la conmoción que supone la Guerra de la Independencia trae consigo a su término, con la implantación del absolutismo, la dispersión de los intelectuales y el derrumbe de la obra ilustrada dieciochesca. La falta de libertad de expresión y la rígida censura hacen que la cultura española del momento sea raquítica. En ese momento se produce en las letras españolas la primera controversia a propósito de la literatura romántica que se desarrollaba en Europa, en particular en Alemania. En Cádiz, Johan Nicolás Böhl de Faber, cónsul alemán en España, haciéndose eco del interés de los románticos alemanes por Calderón, defiende el teatro barroco español frente al neoclásico y las teorías de los hermanos Schlegel sobre el romanticismo (1814-20) en polémicos artículos publicados en prensa. Un ilustrado liberal, José Joaquín de Mora, sale en defensa de la estética neoclásica y se entabla una polémica que dura varios años y que no tiene repercusiones en el desarrollo de una literatura romántica en España.
La restauración absolutista vuelve a dispersar en el exilio a buena parte de la intelectualidad española. Los emigrados desarrollan una notable actividad, sobre todo en Londres, y entran en contacto con el Romanticismo. Entre los exiliados se encuentran muchos de los autores que luego serán centrales en la literatura romántica española (Ángel de Saavedra, Espronceda, Martínez de la Rosa…), junto a antiguos ilustrados que abrazan ahora el liberalismo y también el Romanticismo: José María Blanco White, Alcalá Galiano, José Joaquín de Mora…) Cuando, tras el fin del reinado de Fernando VII, vuelven los emigrados, brota con cierta pujanza el Romanticismo en la literatura española. El apogeo romántico coincide con el estreno de la obra del Duque de Rivas, Don Álvaro o la fuerza del sino en 1835. En el año anterior ya se habían publicado obras de corte romántico como El moro expósito, del mismo autor o La conjuración de Venecia de Martínez de la Rosa. A partir de este momento, el Romanticismo español como estética dominante apenas dura quince años. En 1844 se estrena Don Juan Tenorio de José Zorrilla y en 1849 la publicación de La Gaviota, de Fernán Caballero marca el final de la etapa romántica propiamente dicha. Los años 30 y 40 son, pues, los años del apogeo de esta literatura. A ello contribuye un medio social urbano que propicia el desarrollo de la burguesía y, por tanto, de un público lector que acoge con interés las nuevas formas literarias. El Romanticismo español, sin embargo, adopta las formas del europeo, pero carece de su fuerza y hondura. Los escritores románticos españoles se integran rápidamente en el sistema. La figura de escritor romántico bohemio y “maldito” no se dará en España hasta bastante más tarde.
Se produjo nuevamente la influencia alemana (Heinrich Heine) y se reivindicó la poesía como forma popular y de expresión intimista que busca superar el Romanticismo retórico y trivial a través de la condensación y simplificación formales, como medio de sugerir con la palabra, la imagen y el símbolo las ideas que rozan lo inefable. Sólo dos autores mantuvieron durante la segunda mitad del siglo XIX el subjetivismo característico de los románticos: Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro.
La literatura es una vía utilizada por el romántico para transformar la sociedad y plasmar sus ideales y actitudes ante la vida. Son escritores comprometidos que intervienen activamente en la política y los conflictos sociales, a la vez que se dedican al periodismo como un medio de llegar a la masa. Todas las características de la ideología y de la nueva actitud romántica se traducen en temas literarios que se repiten a través de todos los géneros. Se clasifican en varios apartados: 1) Temas históricos: La historia nacional o regional se convierte en una de las principales fuentes de inspiración. La Edad Media con sus castillos, catedrales y monasterios; el mundo árabe y su exotismo y los personajes literarios creados principalmente en el Barroco, como don Juan o don Quijote, aparecerán con frecuencia en la obra romántica. De ahí el apogeo de la novela histórica, los romances y leyendas o el costumbrismo. 2) Los sentimientos: El individualismo y egocentrismo románticos se traducen en una literatura plagada de emociones y sentimientos subjetivos: a) El amor: Un fenómeno romántico por excelencia que adquiere dos formas: el amor sentimental, envuelto en una actitud de ensueño y melancolía y el amor pasional, que rompe las fronteras y convencionalismos sociales, reclama la libertad del corazón y da lugar, a veces, al desengaño y la frustración. b) La mujer: Forma parte de ese sentimiento amoroso e igualmente adquiere dos papeles: el ángel de amor, dulce e inocente, hermosa y víctima: doña Inés, en Don Juan Tenorio, por ejemplo; o bien, la mujer perversa, vengativa y destructora: Zoraida, en Los amantes de Teruel. c) La vida: El hombre, en su búsqueda de un sueño inalcanzable, no logra adaptarse a una forma de vida cotidiana y ésta aparece como un problema irresoluble que conduce a la angustia vital. Ese desprecio conduce a aventuras peligrosas, sueños heroicos o incluso a desear la muerte como única libertad. d) La rebeldía ante el mundo: El descontento romántico aparece en multitud de obras. Las ansias de libertad no encuentran cauce, las grandes ilusiones desembocan en el desengaño y todo ello se traduce en una rebeldía política que conlleva el exilio o en una rebeldía social que conduce al retiro ascético o a la evocación de tiempos pasados y en ocasiones, al suicidio literario. 3) Los conflictos sociales: El artista se hace eco de los conflictos sociales y políticos del siglo, de las desigualdades y frustraciones, de la conciencia nacionalista y regionalista, de las teorías del humanitarismo social. Presenta personajes marginados, pero libres: bandoleros, piratas, mendigos y víctimas, en general, de una sociedad clasista y opresora. 4) La Naturaleza: Se ha dicho que los románticos descubrieron el paisaje. La Naturaleza cobra especial importancia y se adapta a los estados de ánimo del poeta o del personaje, mostrándose melancólica, tétrica o turbulenta, según los casos. A la angustia y la obsesión por la muerte responde el gusto por la noche o los paisajes sepulcrales. La soledad del romántico encuentra marco adecuado en yermos desolados, paisajes recónditos o jardines abandonados. En fin, resulta explicable la preferencia por una literatura “en libertad”: bosques intrincados, ásperas sierras, etc. |