Bibliografía básica para elaborar el wiki






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La nobleza (“bellatores”: dedicados a la guerra, caza, juegos…) Es una de las fuerzas políticas y militares de mayor relieve en el mundo medieval. La aristocracia se incrusta en los mecanismos del estado. En el reinado de Isabel y Fernando la aristocracia pierde las prerrogativas incompatibles con la monarquía autoritaria, conservando su prestigio político-social y su poder económico.

  • La monarquía, cuyo poder corre el riesgo de perderse, de manera inversa al de la aristocracia. El papel cultural de la monarquía es trascendental en torno a la corte real que nace la escuela de traductores de Toledo. El relieve cultural de Alfonso X y su pasión por el saber es ampliamente conocido.

  • La iglesia (Clero) (“oratores”: dedicados a la oración y la cultura monástica.) Al poder de las armas, la economía y la religión, la clerecía medieval unía el de la cultura. Las peregrinaciones a Santiago son a un tiempo un fenómeno religioso, cultural y económico y a través de ellas entran en España nuevas formas de vida y también nuevas corrientes artísticas y literarias. De la iglesia nace la universidad. Su presencia en la literatura se hace patente en el protagonismo de los clérigos como autores, personajes y temas de la creación artística y literaria.

  • El pueblo llano o “laboratores”: campesinos y artesanos dedicados a trabajar con sus manos. Las canciones y romances parecen tener raíces populares, pero hasta finales del siglo XV estas manifestaciones eran desdeñadas y fue en la corte de los Reyes Católicos cuando la moda culta logró fijarlas por escrito.


    Existen, además, minorías étnicas y culturales que también dejaron su huella en la cultura medieval. Los mozárabes (cristianos que viven en Al-Andalus sin abandonar su fe: las jarchas); los mudéjares (musulmanes que permanecen en sus tierras cuando son reconquistadas por los cristianos: textos aljamiados); los francos y otros extranjeros: su influjo cultural fue inmenso y no parece casual que el primer texto dramático castellano sea, probablemente, obra de un gascón asentado en Toledo; los judíos. Es difícil resumir la aportación hebrea a la literatura romance: los primeros poemas románicos conservados están escritos por hebreos andalusíes; algunos de los colaboradores de Alfonso X eran judíos; hubo autores bilingües, como Sem Tob de Carrión y es un hecho el papel destacadísimo de los conversos en la cultura y el arte del siglo XV (Cartagena, Juan Alfonso de Baena...)
    La visión teocéntrica del universo refuerza una concepción inmovilista de la sociedad. Las relaciones humanas están prefijadas porque se presume que son las deseadas por Dios. Modificar esa situación sería un acto de rebeldía terreno y un atentado contra el orden cósmico. Cada cual pertenece a uno u otro por nacimiento y sus fronteras no pueden traspasarse sino con carácter excepcional. En estos casos se justificaría como la manifestación de la Providencia o como restauración de un buen uso antiguo, alterado por la perversidad del hombre.
    Se podría representar esta sociedad como un triángulo invertido en el que el pueblo estaría en el vértice inferior y los dos superiores corresponderían a la nobleza y el clero cuyo poder sería llamado “temporal” para este mundo y “espiritual” para el del más allá. Los dos poderes dominantes no se oponen, se complementan: El rey lo era por la “gracia de Dios”, gracia que le dispensaba la Iglesia de modo que todo aquel que se rebelase contra el rey lo hacía contra Dios (pecaba). A cambio la Iglesia recibía privilegios. La presión mediática que recibía el pueblo para que no se rebelara contra ninguno de aquellos poderes era inmensa y le vino en forma literaria a pesar de ser iletrados.

    Opuestos pero complementarios

    CLERO NOBLEZA

    Recibe privilegios Rey por “la gracia de Dios”



    Presionado para que no se rebele
    PUEBLO


    En la baja Edad Media, el desarrollo del comercio rompe con la economía de subsistencia, la vida se traslada a las ciudades y los mercados surgiendo así un nuevo grupo social que goza de poder y riqueza: la burguesía. Colectivos como los comerciantes enriquecidos empiezan a disfrutar de privilegios que “no les corresponden” y su poder y fuerza crece o decrece en función de su habilidad, inteligencia o suerte, lo que iba en contra de la inmovilidad determinista. Sin embargo, la burguesía no lograría desmontar el sistema estamental hasta el siglo XVIII.
    En lo que respecta a Castilla, con las fronteras consolidadas a finales del siglo XIII, y especialmente tras la subida al trono de Pedro I (1350-1369), son constantes en este reino los conflictos dinásticos, las disensiones civiles, las luchas entre las facciones nobiliarias y entre éstas y el favorito del rey, los enfrentamientos entre las familias más influyentes de la nobleza y el propio monarca. Tal situación se prolonga hasta finales del siglo XV, cuando, tras el matrimonio de los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla (1474-1504) y Fernando II (1479-1516) de Aragón, los monarcas doblegan a la nobleza e imponen su autoridad.
    Durante el reinado de Isabel I de Castilla (1474-1504) y Fernando II (1479-1516) de Aragón, además de la unión de las dos coronas, tienen lugar acontecimientos fundamentales (ver tabla I). En política interior, aunque los nobles ven respetados y confirmados sus privilegios estamentales y dominios señoriales, los reyes imponen su autoridad sobre la nobleza levantisca, que a partir de entonces quedará sometida a la Corona. La autoridad real se ve reforzada con la consolidación de un ejército profesional permanente, una administración centralizada y un cuerpo de orden público denominado la Santa Hermandad. En cuestiones religiosas, los monarcas adoptan una actitud intransigente presidida por la idea de alcanzar la unidad religiosa. Las consecuencias más conocidas de esta política fueron los intentos de obligar a los musulmanes a renunciar a su religión, lengua y costumbres; el establecimiento de la Inquisición en 1478 y la expulsión de los judíos en 1492.

    1.c. Religión
    La importancia de la religión en la vida medieval es innegable. Bousoño caracteriza toda la Edad Media por su “visión del mundo señorial-teocéntrico”. Lo religioso es, para el hombre del Medievo, una compleja vivencia en que a menudo se funde lo sagrado y lo profano, y un conjunto de hábitos y costumbres, rutinas intocables aunque no siempre comprendidas. Sorprende la manera en la que se mezclan y confunden el rigor de la penitencia y la manga ancha ante muchos comportamientos tenidos por inmorales.
    Una gran parte de la literatura medieval es predominantemente clerical. Estos autores proyectan a sus creaciones literarias la problemática literaria del momento y la circunstancia histórica en la que viven. También la utilizarán en función de sus propios intereses (para adoctrinar). Los criterios estéticos (doctrinas religiosas, artísticas y científicas) son tomados de la Biblia. Dios es para el hombre medieval una categoría social. Todas las disciplinas artísticas y científicas son sus siervas (“ancillae theologiae”). El latín es la lengua oficial hasta el siglo XIII y se seguirá usando como lengua litúrgica y de cultura en épocas posteriores.
    Un rasgo fundamental que caracteriza la Edad Media en la Península es la coexistencia de tres religiones diferentes: la cristiana, la judía y la musulmana. Durante siglos, las comunidades islámica y cristiana convivieron y cada una siguió conservando su lengua, su religión, sus hábitos y cultura. El influjo del árabe sobre las lenguas y las literaturas hispánicas, y sobre la cultura europea en general, fue importantísimo. La filosofía, la medicina, el saber científico de los griegos y los árabes, las colecciones de cuentos y proverbios orientales, ciertos modelos estróficos y otros muchos elementos literarios fueron asimilados e incorporados a la cultura española, y conocidos en Occidente, gracias a los árabes. En cuanto a la convivencia pacífica de judíos y cristianos duró hasta finales del siglo XIV. En 1492, los Reyes Católicos ordenaron la expulsión de los judíos que se negaron a recibir el bautismo.

    2. La Literatura medieval

    2.1. Concepto y delimitación
    No es fácil definir el concepto de literatura medieval. La evolución semántica que ha sufrido el término „literatura“ desde la Antigüedad hasta nuestros días es ya reveladora de esa dificultad. En latín se usaba con el significado de instrucción, saber relacionado con el arte de escribir y leer, pero también gramática, alfabeto, erudición, etc. En esta dirección, el término „literatura“ se usaría hasta el siglo XVIII para designar la ciencia , en general, o la cultura del hombre de letras, en particular. Es a finales del siglo XVIII, con el desarrollo de la ciencia experimental y un movimiento de valoración de géneros literarios en prosa, cuando el término „literatura“ sufre un cambio semántico y pasa a designar exclusivamente las Bellas Artes, en oposición a las Ciencias Experimentales. Se convierte en una designación genérica que abarca todas las manifestaciones del arte de escribir y que, al mismo tiempo, engloba aspectos teóricos (retórica, gramática y poética).
    Dada la dificultad para delimitar de forma unívoca e incontrovertible el concepto de literatura, el manual básico de la asignatura, HLE, propone renunciar a dar una definición de “literatura medieval” y optar por una descripción a nivel fenomenológico. Así, el manual presenta la obra literaria medieval como obra humana, como reflejo de una sociedad, como vehículo ideológico, como obra de arte y como lenguaje polisémico.


    • Como obra humana. Uno de los rasgos característicos de la literatura medieval es la anonimia. Aun en los casos en que se cree conocer el nombre del autor, lo único que se sabe es a qué estamento pertenecía. Si el estudio biográfico de la literatura está inspirado en el principio de que a un determinado temperamento le corresponde una determinada obra, por lo que sería importante indagar en la vida del autor, en el caso de la literatura medieval no nos sirve de mucho.

    • Como reflejo de una sociedad. La literatura refleja las costumbres, ambientes, modos de pensar etc. de la sociedad en la que emerge. A su vez, la obra, también influye en la sociedad, suscita reacciones en ella que a veces derivan en la creación de nuevas obras literarias.

    • Como vehículo ideológico. La literatura siempre ha tenido carácter propagandístico, con mayor o menor intensidad. En el Medievo la Iglesia y la caballería utilizaron la creación literaria al servicio de sus propios intereses.

    • Como obra de arte. La literatura es un arte que emplea como instrumento la palabra, tanto oral como escrita. Aunque hoy en día la „literatura oral“ no es frecuente, los modos de difusión literaria más habituales en la Edad media eran la lectura en público y la música. Por otra parte, en la literatura medieval es particularmente difícil establecer la frontera entre lo que es literario y lo que no lo es. Los manuales incluyen obras que hoy no se catalogarían como literarias (por ejemplo, obras jurídicas o históricas). Sin embargo, obras como la de Alfonso X tenían una clara voluntad artística. Además, las lagunas que presenta este periodo propició que los historiadores de la literatura adoptaran una actitud laxista. Por último, la literatura medieval tenía dos finalidades, el deleite y el aprovechamiento, y este último tiene en gran parte de las obras más peso que el otro.

    • Como lenguaje polisémico. Toda obra literaria está abierta a un pluralismo de lecturas e interpretaciones, lo que le confiere una fuerte dosis de ambigüedad y la propiedad de ser inagotable.


    La poética medieval se puede caracterizar desde dos perspectivas complementarias: por un lado, en relación con la idea de literatura que tenía el hombre medieval, por otro, desde una pespectiva más diacrónica, teniendo en cuenta determinadas orientaciones metodológicas actuales.

    Concepción de la literatura en la Edad Media
    Las teorías literarias formuladas por los griegos y romanos se convirtieron en norma y modelo para los autores medievales de creaciones cultas (la literatura popular, de tradición oral, seguiría otras leyes y códigos). La Edad Media adaptó los tratados de La Poética, la Retórica y la Gramática en función de los tres grandes géneros medievales o „artes de la palabra“:


    • Ars poetriae, el “arte de la poesía”, que elevaba determinados contenidos históricos sociales o psicológicos a la categoría literaria.

    • Ars dictaminis, el “arte de escribir cartas”, de gran utilidad para las relaciones políticas y diplomática.

    • Ars praedicandi, el “arte de predicar”, que formaba parte de la instrucción de los clérigos.


    Cada uno de estos géneros tenía sus propias normas, de modo que la teoría literaria medieval se caracteriza por su formulación normativa y preceptiva, pero tenían también un común denominador: la búsqueda del deleite y el aprovechamiento.
    Concepción contemporánea de la literatura medieval
    Al intentar determinar la literalidad de las obras medievales nos encontramos con problemas inherentes a los mismos textos que hacen imprescindible recurrir a disciplinas auxiliares provenientes de la Filología. Por otro lado, no hay que olvidar que, al igual que la literatura es una expresión de un pueblo, también la crítica textual refleja el modo de pensar y los intereses de la sociedad en los que surge. Así, la crítica literaria del siglo XIX, que buscaba el origen de las nacionalidades en la Edad Media, según los postulados románticos, dio un interés prioritario al tema de los orígenes de la literatura medieval.
    Otras orientaciones metodológicas posteriores han intentado determinar la literalidad de los textos medievales desde una perspectiva puramente estética (crítica interna) y se han acercado a los textos teniendo en cuenta la poética y la retórica clásica. En contraposición a la crítica literaria del siglo XIX surgió una corriente inmanentista que sostenía la atemporalidad de la obra literaria y defendía que la obra artística sólo es perceptible desde una óptica estética.
    Los autores del manual básico HLE defienden el acercamiento a la poética medieval desde ambas orientaciones, historicista e inmanentista: „Habida cuenta de la complejidad de los textos medievales y el pluralismo interdisciplinar al que remiten, la metodología que intente trazar las líneas básicas de la poética medieval ha de ser lo más integradora posible“. (pag. 42). La „Escuela de Constanza“, que unifica estas dos direcciones hasta entonces en conflicto, puede ser útil para tipificar algunos géneros literarios medievales. Esta orientación metodológica puede ser complementada con otras corrientes como las „Tipologías de fuentes de la Edad Media Occidental“, dirigidas por L. Genicot, y la escuela estilística española (Dámaso Alonso, Amado Alonso, Carlos Bousoño) o las de algunos hispanistas germánicos (Vossler, Hatzfeld).

    2.2. Oralidad y escritura
    Como señala Carmen Marimón Llorca en su estudio "Oralidad, textualidad y medios de transmisión", según el conocido esquema de Román Jakobson sobre los elementos de la comunicación y las funciones del lenguaje, el canal o contacto es el medio de transmisión por el que transcurre el mensaje que hablante y oyente intercambian. Mientras la Lingüística y la Teoría Literaria se ocuparon únicamente por cuestiones que afectan a aspectos estructurales y organizativos del sistema lingüístico y de sus manifestaciones poéticas, las particularidades del canal no constituyeron un tema de preocupación para estas disciplinas más allá de la consideración de las diferencias entre el lenguaje oral y la escritura. Sin embargo, en la Edad Media se vivió un proceso de cambio de magnitud (el que lleva de los medios orales a los medios escritos de comunicación) que resultó inevitable y configuró una nueva forma, pues es preciso tener en cuenta que desde la generalización de la imprenta, la escritura y, en particular, el libro, fueron el medio a través del cual se difundieron la inmensa mayoría de las obras pertenecientes a los géneros lírico, narrativo, didáctico-ensayístico y, en general, casi cualquier manifestación cultural humana al menos en el Occidente europeo; el lector, pues, tras la universalización de la escritura, pero, especialmente, desde la expansión de la imprenta, recibe un discurso autónomo que debe leer de forma individual.

    La tipografía convirtió al libro en un instrumento portable y de uso personal, haciendo posible una lectura individual y silenciosa —hasta entonces prácticamente desconocida— que reforzó sin duda el individualismo y la privacidad, marcando así una de las diferencias fundamentales entre el mundo medieval y el Renacimiento: Se exigirá ahora la originalidad y la regularización ortográfica, la precisión y la estructuración narrativa lineal y climática, hasta entonces desconocida. A través del largo periodo que va desde la Antigüedad clásica hasta la Edad Media, se fue produciendo un lento pero imparable proceso de desplazamiento de lo que se ha venido a llamar el eje acústico-momentáneo de la comunicación al eje visivo-estable. El paso del mundo de la simultaneidad —el auditivo— al de la sucesión —el visual— marcó el principio y el fin de una época que, si bien venía preparándose por la progresiva extensión de la escritura, sólo la invención y generalización de la imprenta convirtió en salto irreversible para la historia de la humanidad. Ese cambio de eje alterará definitivamente conceptos como el de fiabilidad, conocimiento y sabiduría, hasta entonces íntimamente ligados a la corporeidad y las capacidades del individuo —memoria, gesto, voz— y los hará ahora depender de algo externo al cuerpo y al pensamiento, como son los caracteres de la escritura fijados en un manuscrito o un libro.
    Aunque la memoria fue sin duda el medio que el mundo medieval eligió para reconocerse constantemente a sí mismo y a sus formas de expresión, conforme vaya avanzando la textualidad los autores letrados se irán afirmando progresivamente en el uso de la escritura, al tiempo que rechazan la memoria como depósito del conocimiento o como medio fiable de transmisión, pues conforme la escritura va ganando terreno y la amplitud de los conocimientos es mayor, la capacidad de la memoria para retener todos los conocimientos se pondrá cada vez más en duda y, en consecuencia, lo que está escrito recibirá cada vez una mayor valoración. Así, en el Libro de Alexandre: “fijos de altos condes nacieron más de ciento,/ fueron pora servirle todos de buen taliento, — en escripto yaz’esto sepades, no vos miento—“. O en Gonzalo de Berceo: “Año e medio sovo en la ermitañía,/dizlo la escriptura, ca yo no lo sabía”.
    Ni escritura ni medio escrito son, durante la Edad Media, sinónimos de inmutabilidad, sino de mero vehículo de transmisión, de registro, de sustituto de la memoria. En consecuencia, y a pesar de la afirmación de la escritura, la actitud de los productores hacia sus textos estará más acorde con el vehículo vocal y el auditorio colectivo que les espera que con la escritura concebida como fijación definitiva. El contenido del manuscrito se ofrecía a los receptores como un objeto modificable, como los mensajes efímeros y fungibles que emite la voz. Es esta la actitud que se desprende del siguiente texto extraído del Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita: “Qualquier omne que l’oya, si bien trobar sopiere,/puede más añedir e emendar, si quisiere;/ ande de mano en mano a quiquier que l’pidiere:/ como pella a las dueñas, tómelo quien podiere”.
    El manuscrito es, pues, sólo voz concretada; es un medio flexible, una prolongación del discurso oral y, como tal, circula unido a las voces y a las manos que lo perpetúan y propagan. El mensaje que durante la Edad Media se transmite a través de un manuscrito no se puede concebir al margen del soporte humano, como tampoco es posible desligarlo de su medio material.
    A partir del siglo XIV resulta cada vez más evidente el cambio de actitud hacia el hecho de la escritura y, por lo tanto, hacia la importancia del libro como medio de comunicación y soporte final del discurso.
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