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PROLOGO ADVERTENECIA Este es un libro de ciencia ficción, incluso lo de ciencia podría sobrar en justicia. Lo recalco porque siempre habrá algún ingenuo o algún alucinado que tome por ciertas las fantasías y elucubraciones que en él aparecen. Pero también es un libro de política ficción, que puede encuadrarse hasta cierto punto dentro del género de la anticipación futurista. Por cuestiones, de un cierto sentimentalismo de índole familiar he decidido que mi personaje en el tiempo actual sea vasco, y aunque no lo sea de la cuerda de la amplia corriente nacionalista que prevalece en la actualidad en la sociedad vasca de nuestros días, no deja de ser un vasco de pura cepa con pedigrí certificado y homologado. En ese sentido y a pesar de esta advertencia, casi tengo la certeza de que algún miembro del pnv o mas de un simpatizante de la extrema derecha abertzale, mas aun si se trata de algún vizcaíno, no quedará del todo convencido, y pensará que con este prólogo- advertencia trato únicamente de despistar al personal y marear la perdiz; y es qué, claro está, el anticristo o Jesucristo vuelto a la tierra (todo depende del punto de vista que se adopte) no puede ser de otro lugar que de Bilbao, y aunque ello pueda decepcionar a algunos alaveses, al ir en contra de lo que afirma el popular chascarrillo, al menos les queda el consuelo de que, a fin de cuentas, al ser Jesucristo, la Gran Bestia del Apocalipsis, el Ángel Exterminador, el futuro emperador del planeta o lo que sea, vasco, todo queda en casa y a mayor gloria y honra de la milenaria estirpe euskalduna. El que mi protagonista pertenezca a la raza mas antigua de Europa, del mismo modo que el chamán del clan del Lobo Gris, Cuchillo de Hielo, perteneciera al mas antiguo linaje humano del mítico continente de Prolivonia en el planeta Pale, les haría pensar a mis furibundos nacionalistas que todo es demasiado bello, demasiado perfecto, como para ser mentira. Pero desengáñense, tanto nacionalistas exacerbados como ingenuos creyentes en el fenómeno ovni y seguidores de algunas corrientes de la nueva era: Jesús Manuel Ugarte Bengoechea es tan solo un personaje de ficción... al menos que yo tenga noticia de ello. Y quien no me crea, piense que un personaje como el “héroe” de mi novela presenta contradicciones demasiado extremas en su personalidad como para ser un personaje real. Es muy difícil concebir a alguien tan corrompido por el poder y por las consecuencias de sus actos criminales, y que sea capaz al mismo tiempo de albergar determinados sentimientos de tierno afecto y lealtad como los que el profesa por la chica de la historia. Incluso, y por el otro lado, el de su maldad exacerbada y su vesania destructora, aunque dispusiera de un poder tan omnímodo como la fantasía del autor le otorga, dudo que existiera alguien en la realidad que pudiera llegar tan lejos en tomar una determinación tan terrible como la que él toma y ser capaz de llevarla a cabo hasta el final, hasta sus últimas consecuencias. Por último me gustaría también indicar que el representar el Tetragrámaton o Nombre de Dios, o de Yahveh, o como ustedes quieran, con un signo de exclamación, puntos suspensivos y un signo de interrogación no se debe a que intente ocultarles nada, se trata simplemente de que no tengo la mas mínima idea de cómo pronunciarían aquel Nombre los antiguos hebreos, cuando sobrevivían con el pillaje en los desiertos al este del Jordán… o sus hermanos gemelos, los mercabitas del planeta Pale. Pero no adelanto más, solamente quedan sobre aviso. Con la esperanza de que no se lo tomen muy en serio, les dejo con mi relato: Enrique García Caballero Guadalajara, Castilla. Septiembre de 2009 ARIADNA Y CUCHILLO DE HIELO ( PESADILLA ) I BILBAO Tengo más recuerdos que si tuviera mil años. Spleen. Charles Baudelaire. Jesús Manuel Ugarte Bengoechea era un hombre normal, al menos en apariencia. Tendría alrededor de cuarenta años, no era ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, ni fuerte ni enclenque. Como la gente del norte, era de piel blanca, tenía el pelo castaño oscuro ligeramente ondulado y los ojos marrones enmarcados en unas gafas de montura metálica. Físicamente, lo único reseñable en él, por otro lado nada que llamara excesivamente la atención, era una leve cojera en la pierna izquierda que le había quedado como secuela de un accidente sufrido en la infancia, al caer de un caballo en una finca que unos primos suyos tenían en el norte de Castilla, en Santander. Solía vestir discretamente y podía pasar fácilmente desapercibido en cualquier lugar. Era lo que podríamos llamar un tipo estándar. Tan es así que a menudo la gente solía confundirle con algún conocido o un familiar. No era extraño que al llegar a algún establecimiento el dependiente le dijera algo como: -Lo siento, aun no tenemos aquello que había pedido. -Pero, si yo no he pedido nada. -Respondía resignado Jesús Manuel. -Disculpe caballero, le había confundido con otra persona Tampoco era raro que le pararan por la calle para preguntarle por algún familiar ignoto, algún supuesto amigo o para darle el pésame por la muerte de extraños a quienes no conocía. "Esto me pasa por ser demasiado normal", bromeaba para sus adentros nuestro protagonista. Jesús Manuel era de Bilbao, nacido y criado en Bilbao en una vieja familia vizcaína de cierta prosapia. Algunos de sus antepasados habían ganado bastante dinero en la industria naviera y el comercio con Inglaterra, pero la rama a la que él pertenecía era la rama "pobre" de la familia, lo que le encuadraba en una plena normalidad de clase media. Y en efecto, Jesús Manuel Ugarte no era ni rico ni pobre; era funcionario de la Diputación Foral de Vizcaya con un cómodo trabajo de 8 a 2 de lunes a viernes en una oficina. Ese status de vulgar chupatintas en la administración pública le convertía de hecho en una perfecta mediocridad entre sus hermanos, entre los que se encontraban un médico, un abogado, una lingüista y un conocido líder de la “izquierda” abertzale, Koldo Ugarte Bengoetxea, Luisín para la familia. Todos ellos, incluso el político que tampoco había terminado sus estudios pero que al menos era un conocido personaje público, le miraban un poco por encima del hombro. Él que había empezado tres carreras y no había terminado ninguna parecía haber terminado acomodándose a una existencia rutinaria y gris, como las brumosas mañanas invernales en la ría. Jesús Manuel no estaba casado, y aunque nunca se le había conocido una pareja estable ni tampoco fuera mal parecido, no podía decirse de él que fuera precisamente un conquistador; una timidez paralizante y un mundo interior un tanto peculiar le habían convertido en un ser solitario y adusto, una especie de lobo estepario postmoderno, un tanto pelma y aburrido. Y es en ese mundo interior, opacado por ese barniz anodino de normalidad absoluta, donde bullía la singularidad atormentada de nuestro héroe, un mundo incomunicable lleno de extrañas fantasías, de una pasión dolorosa y de una hiriente soledad nunca comunicada. Las excepcionalidades interiores de Jesús Manuel eran diversas y de distinta naturaleza. Por ejemplo era capaz de recordar escenas de su infancia hasta la tempranísima edad de tres o cuatro meses, anécdotas de cuando aun no sabía hablar o aprendía a caminar. El llamaba a aquellas memorias remotas, recuerdos de recuerdos. Así, recordaba que con doce años, recordaba nítidamente, haber recordado con cinco, algo que le sucedió en la cuna. Y aquellos recuerdos de recuerdos se le antojaban como jalones de una senda perdida, que podría llevarle, de recuperar la pista inicial, hasta el misterio insondable de sus orígenes. Había también sueños peculiares, sueños que le acosaban y le perseguían desde la infancia, algunos de ellos en forma de visiones en el duermevela que le hacían ver personajes y lugares que a veces terminaba encontrando en la vigilia; y otros, sueños fantásticos como estampas de otros mundos y otras épocas, sueños con una extraña carga de violencia y morbidez. Jesús Manuel era también, en gran medida, un romántico a la antigua usanza. Aunque sin caer en la cursilería, tenía algo de un caballero de otros tiempos. A su manera estaba casi siempre enamorado, y casi siempre de una misma mujer, una mujer en realidad inexistente, o para ser mas explícitos, una prototípica mujer ideal, a la manera de la bien amada de Thomas Hardy, a la que soñaba con poder colmar de atenciones, bromas, piropos galantes y tiernos y apasionados alardes amatorios; una bien amada que encarnaba sucesivamente en personas reales que luego abandonaba, dejando convertidas a sus antiguas portadoras en seres prosaicos y vulgares, indignos de la menor atención, desposeídos de su antigua magia y de ese halo casi místico e ideal, que podía convertir lo mismo a una ejecutiva con traje y zapatos de tacón o a una uniformada cajera de supermercado, en una singular especie de dulcinea de nuestro tiempo. Hacía ya un tiempo, no mucho de cualquier modo, que Jesús Manuel no estaba enamorado. Su última pasión por una compañera de trabajo llamada Edurne se había extinguido dolorosamente hacía unos meses, a partir de una agria y estúpida discusión sobre política. El caso era que a nuestro romántico vizcaíno le chocaba el que una hija de emigrantes extremeños fuera una independentista radical y le reprochara su falta de compromiso con la patria vasca a él, un autóctono de pura cepa nacido en Bilbao, descendiente de aborígenes auténticos, pero a quien el nacionalismo, el vasco, el español o el de los esquimales de Groenlandia, le parecía una tontería y un disparate, no más que una estúpida y vana excusa para que la gente discutiera, se tirara los trastos a la cabeza y terminara matándose en guerras absurdas. Siempre pensó que no se podía juzgar a nadie por su raza, su nacionalidad, su clase social, sus inclinaciones sexuales ni ningún tipo de seña distintiva de grupo, ni nada por el estilo. Pensaba en la gente como individuos aislados tomados de uno en uno y en ese sentido, encontraba gente muy interesante, una especie de rara avis cuya amistad era bueno cultivar y conservar, gente mas o menos tratable aunque de trato carente de interés, la especie mas abundante, y gente a la que simplemente había que dar la espalda lo mas cortésmente que se pudiera para evitarse problemas, una especie de cajón de sastre donde entraban las malas personas, la gente violenta, los manipuladores y embusteros, los fanáticos religiosos o políticos, y majaderos de diversa especie y condición. Como se ve el perfil perfecto de un misántropo desengañado de la sociedad. Pues bien, sucedió que una mañana Jesús Manuel le contó a Edurne una ocurrencia de las suyas sobre el lendakari Ibarreche, un chiste un tanto inane, como muchos de esos que en otras ocasiones habían despertado la sonrisa de su compañera de trabajo. Edurne, inopinadamente, le respondió de forma desabrida, y ante un segundo comentario de Jesús tratando de arreglar la posible metedura de pata, le replicó furiosa llamándole entre otras lindezas reaccionario, fascista y españolazo, y conminándole a que la dejara en paz y no le hiciera perder el tiempo con sus tonterías pues tenía mucho trabajo atrasado. Apesadumbrado y desconcertado, nuestro amigo comentó el caso con Idoia, otra compañera, de mayor edad cercana a la jubilación y confidente perfecta. - No entiendo a esa mujer, bueno, generalizo, no os entiendo a las mujeres. A veces sois un auténtico jeroglífico. -¡Ja, ja! ¿Qué te creías que le gustabas? - Le respondió la amiga- No le interesas en lo mas mínimo. Hace lo mismo con todos. No es más que una coqueta presumida que se cree muy guapa y muy simpática. Lo único que le pasa es que le han dado de su propia medicina. Ayer se enteró que su pareja le andaba poniendo los cuernos con su mejor amiga, y ya ves, la ha pagado contigo. Por cierto ¿a que no sabías que a tus espaldas te llama ratón de biblioteca, sabiondo y alter ego de Superman? Aquel comentario de Idoia terminó por sumir a Jesús Manuel en un negro y proceloso mar tempestuoso, en que el frágil y abandonado esquife de su sensatez y autodominio pareció a punto de naufragar. Pero logró reponerse, y al cabo la superficie del mar de sus pensamientos y emociones pareció calmarse bajo un extraño cielo plomizo de nubes altas y grises, con el chillido de gaviotas agoreras como única compañía. Tras algunas noches de insomnio acosado por las ideas mas descabelladas, un muro de helada cortesía en el trato y un abismo, primero de resentimiento y amargura y luego de absoluta indiferencia, le separaron ya para siempre de la chica. Edurne terminó convertida en una especie de espectro, una imagen de cera animada, separada su imagen y su recuerdo reciente y vívido, de los sentimientos que un día provocaran en él. En cuanto a tener que soportar sus presencia tuvo suerte cuando cambiaron de departamento a su destituida Dulcinea, lo que le hizo mas llevadero todo el proceso de desintoxicación emocional. Pasado lo peor, con una frialdad final que a él mismo no dejaba de sorprenderle cada vez que ello le ocurría, archivó aquellos recuerdos en una especie de álbum particular de flores secas y volvió a un interregno de pensamientos abstractos e intereses de diversa índole antes de la aparición final de una nueva bienamada, esta vez la definitiva aunque igual de inalcanzable que las anteriores, que de forma inesperada no iba a tardar mucho en irrumpir en su vida. Como hemos visto, sus ideas políticas, aunque en menor grado y según en los ambientes en que se moviera, también contribuían a ahondar ese abismo que le separaba de los demás. Sus propios padres y hermanos, adscritos a la ideología nacionalista imperante en buena parte de la sociedad vasca, le miraban con cierta perplejidad, como si hubiesen acogido en su nido familiar a un ave extraña y exótica de plumaje extravagante que nada tenía que ver con ellos. Católicos conservadores o ateos recalcitrantes, de ideas sociales mas o menos avanzadas, el nexo común entre primos y hermanos parecía ser una común ideología nacionalista y un despreciativo desdén por los “españoles”, un espíritu de clan que les hacía sentirse parte de un pueblo elegido, de una raza superior, mas inteligente, mas trabajadora, mas noble y honrada, mas igualitaria, y por supuesto mas progresista y avanzada. Jesús Manuel recordaba con una mezcla de sarcasmo y amargura como unas navidades, en una gran comilona familiar con hermanos, cuñadas, sobrinos y algún amigo de la familia, un tanto achispado a los postres, se atrevió a porfiar con todos que la prosperidad del país vasco no era sino el resultado de factores meramente geográficos por la cercanía a la mas desarrollada Europa, y de una serie de ventajas fiscales injustas que hundían sus raíces en la privilegiada posición del país dentro del reino de Castilla, como parte del núcleo originario de este reino, y que hacía que el empresariado vasco, al cabo, jugara con ventaja con respecto al del resto del conjunto de España. -Y tú que vas a saber, sino has estudiado nada.- Repuso Maite, la lingüista.- Irritada por la pedante verborrea del hermano. - Al menos no escribo mis apellidos con faltas de ortografía.- Replicó este. En el revuelo montado a continuación Jesús llegó incluso a temer por su integridad física. - Si no fuera por la ama…- Amenazó veladamente Luisín. - ¡Qué escándalo, qué vergüenza! Un español en la familia- clamaba la tía Gertrudis. Aquella comida familiar terminó como el rosario de la aurora y nuestro intrépido paladín de la igualdad y la justicia fiscal pasó una buena temporada sin volver a saber de los suyos. Y el caso es que, además, Jesús Manuel tampoco podía considerarse un “españolista” propiamente dicho. En realidad no era nada, si acaso algo así como un anarquista desencantado y escéptico, alguien que no se hacía ilusiones sobre la naturaleza humana y a quien solo preocupaba verdaderamente que la escabechina que el ser humano está llevando a cabo sobre el resto de las especies animales y su entorno terminara con dar al traste con todo. Pero incluso en esto tampoco era un ecologista al uso. Su idea de la vida y de la naturaleza era mas bien la de un festín orgiástico en el cual se daban todas las posibilidades, una especie de extraña merienda universal en que la presa y el cazador se fundían en una sola cosa; una danza caleidoscópica en que se mezclaban la crueldad y la ternura, la brutalidad, lo sórdido y lo exquisito; y en esa concepción de la naturaleza el adjetivo artificial referido a la civilización y cultura humanas no era mas que una engañosa falacia, por mas que la tremenda avidez humana amenazara acabar con su fuente de alimentación; no, en realidad esa avidez humana era la propia e irreprimible ansia de la vida misma que siempre quiere mas. Únicamente, pensaba, había que encauzarla de alguna manera para que todo no terminara implosionando de forma catastrófica en medio de una terrible y masiva gran extinción. Por supuesto Jesús Manuel era un ecologista carnívoro sin problemas de conciencia. Incluso había pensado que si la ley lo permitiera, su última voluntad sería que llevaran su cuerpo desnudo al monte para que lo devoraran lobos y buitres, dos especies animales por los que sentía especial predilección, en el caso de los primeros por el sentimiento de lealtad de la manada y en el segundo por lo majestuoso del vuelo de aquellas vilipendiadas y escarnecidas aves. De este modo, su carne y su sangre serían la carne y la sangre de la manada con la que cazaría, haría el amor y aullaría a la luna, o la carne y la sangre de los buitres, con los que planearía en tardes sin fin sobre insondables abismos de luz. Como se ve, una forma de pensar un tanto peculiar. Jesús Manuel era también un ávido lector y pensador que tenía un arsenal de teorías sobre casi todo, teorías que por su tendencia innata a ir contracorriente, y a pesar de sus esfuerzos denodados por atenerse a un estricto rigor intelectual, rayaban a menudo la heterodoxia o se sumergían de pleno en ella. Estaba convencido, por ejemplo, que la incipiente crisis económica mundial no se debía a los malos usos de los bancos y a la corrupción en las elites financieras mundiales, pues la corrupción era siempre un fenómeno inherente a toda organización social humana y algo con lo que siempre había que contar, sino que se debía mas bien al efecto de la informática y la robótica sobre el sistema productivo que, de forma soterrada iba socavando las bases sobre el que aquel se sustentaba al irse eliminando de forma progresiva y continua los sueldos de multitud de obreros no especializados que dejaban de ser potenciales consumidores. No se arredraba ante nada, y como decía que no tenía ninguna reputación profesional que defender, hasta se había adentrado en el campo de la física, retomando la antigua idea del éter y postulando que las partículas elementales que constituían la materia estaban en realidad constituidas por la misma sustancia que el medio en que se desenvolvían, siendo en realidad acotaciones espaciales en que la densidad, afectando ello a la polaridad de la partícula, era superior o inferior con respecto a la densidad uniforme del medio. Luego estaba la Orden y todo lo relacionado con ella. La Orden que tenía un nombre mas extenso pero a la que llamaremos simplemente así para no dar más pistas, era una peculiar organización de índole podríamos decir esotérica, por definirla de alguna manera. Que no era una organización al uso y que tras ella había, indudablemente, gente seria y formal, estaba en el hecho de que no se anunciaba en revistas pseudo esotéricas, ni en internet, ni en ningún otro lugar, y en que no hacia proselitismo abierto ni de ninguna clase. La primera persona que le habló de la Orden fue un cordobés afincado en Portugalete, un hombre unos veintitantos años mayor que él cuando él apenas tenía diez y nueve. Vicente Cortés era un hombre casado pero sin hijos que trabajaba como administrativo en el puerto de Bilbao. Su aspecto externo nada tenía de especial que pudiera llamar la atención; era un hombre de estatura media, más bien bajo, rechoncho, calvo, de rostro atezado con una gran papada y una mirada miope oculta tras unas gruesas lentes con montura de carey. Su voz atiplada y chillona aun conservaba el acento andaluz que denotaba su origen. Jesús Manuel lo conoció a través de un amigo soltero que poseía una fantástica colección de discos de vinilo y una novia de toda la vida con la que nunca se casaría. El coleccionista de discos tenía una amplio piso en el casco viejo de la ciudad donde se reunía una revoltosa pandilla a la que nuestro héroe se había unido tras los pasos de una chica a la que andaba siguiendo, a la que nunca logró conquistar y que solo fue motivo de alguna pelea a puñetazos y trifulcas juveniles con un antiguo compañero de escuela. Un tercero en discordia terminó llevándose a la chica y de aquel asunto solo quedó la relación de Jesús Manuel con Vicente Cortés, compañero de trabajo del solterón excéntrico en cuya casa se reunía la pandilla, y que los presentó en un encuentro casual en una librería de viejo. Vicente Cortés era un hombre muy culto. Tenía una extensa biblioteca reunida pacientemente a lo largo de años, compuesta por libros de todo tipo en español y en varios idiomas, libros de filosofía y poesía en latín y griego, novelas clásicas entre las que se encontraban las obras de Stendhal o Tolstoi, literatura de divulgación científica, y sobre todo libros de ocultismo y cábala, libros de teosofía en alemán e inglés, y de magia ceremonial como los rituales de la Golden Dawn editados por Israel Regardie o las obras de Aleister Crowley. Tampoco faltaban algunas obras menores, "de evasión" como las definía, como era la colección completa de las novelas de Castaneda a las que definía como un "pastiche extravagante con algunas citas interesantes plagiadas con el mayor descaro". Y como remate de aquella extensa y completa colección, sus dos joyas mas preciadas, un par de incunables del siglo XVI, uno escrito en lengua enoquiana y el otro en una lengua completamente desconocida, y del que Jesús Manuel posteriormente nunca pudo encontrar referencia alguna, libros de un valor incalculable que solo Dios o el diablo sabrían como habían llegado a manos del sabio cordobés. Vicente Cortés parece que vio "algo especial" en nuestro joven vizcaíno, de modo que decidió tomarlo bajo su tutela y adoptarlo como discípulo. La relación en principio era magnífica pero Jesús Manuel no tardó en percatarse que tras la amable solicitud de su |
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