Miguel hernández obra poética






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Gerardo Diego sitúa la búsqueda de la poesía pura en la línea del creacionismo. Se trata ésta de una poesía pura libre, al margen de toda lógica, capaz de generar mundos propios. Así se nos muestra en Manual de espumas, Imagen o en la poesía barroca, virtuosista y difícil de Fábula de Equi y Zeda. Pero Gerardo Diego no se adscribe a una sola tendencia; él mismo declara a propósito de su estilo: “yo no soy responsable de que me atraigan simultáneamente la tradición y el futuro; de que me encante el arte nuevo y me extasíe el antiguo. De que me vuelva loco la retórica clásica y me torne más loco el capricho de volver a hacérmela, nueva, para mi uso particular e intransferible”.

Aunque confesó que nada detestaba más que el “estéril esteticismo” sus obras Poemas puros. Poemillas de la ciudad o El viento y el verso hacen de Dámaso Alonso uno de los pioneros en la búsqueda de la poesía pura, no tanto por la deshumanización como por su transparencia. Sin embargo, Vicente Gaos les niega esa condición de poesía pura.

Cal y Canto será la contribución de Rafael Alberti a esa poesía pura, compuesta en una línea de hermetismo puro, dentro del neogongorismo que muchos de la generación cultivan. Sobre los ángeles representa uno los momentos brillantes de la lírica de la generación y de la trayectoria de su autor. Expresa en ella el sentimiento de angustia interior mediante imágenes surrealistas: Ángel de luz ardiendo, / ¡oh, ven! y con tu espada incendia / los abismos donde yace / mi subterráneo ángel de las nieblas”. Ira, desconcierto, fracaso se resume en la expulsión del Paraíso.

Estas aventuras creativas fueron eso: aventuras, tentativas, búsqueda que intentaba consolidar el enriquecimiento de sus respectivas técnicas poéticas. Pero los poetas del 27 pronto abandonarán esta actitud exquisita y minoritaria. A partir de 1928 se observa cierto cansancio de tanto formalismo. Es entonces cuando lo poetas buscan nuevas formas de expresión a través de la tendencia más humanizada de las vanguardias: el surrealismo.

Vicente Aleixandre es quizá quien mejor represente la oscuridad surrealista, el buceo en el subconsciente. Carlos Bousoño nos dice de él que “hace de la solidaridad amorosa con el cosmos y el hombre el centro de su actividad literaria”. Espadas como labios, Sombra del paraíso, La destrucción o el amor son títulos inmortales de Aleixandre; concretamente, el último de estos poemarios ha sido considerado la mejor aportación lírica al surrealismo español. El poeta nos muestra su deseo de fundirse con la tierra, su comunión pánica con la naturaleza, escondiendo tras ello una concepción fatalista del ser humano. Imprime un sentido doloroso y violento a sus versos.

La voz personal de Luis Cernuda, profundizando en sus sentimientos, se escucha en Un río, un amor (1929), aunque la mejor prueba de ese yo conflictivo y en crisis se encuentra en Los placeres prohibidos. La insatisfacción que impregna sus versos se revela significativamente en La realidad y el deseo.

En consonancia con lo que estamos tratando en este estudio, hablaremos ahora de los aspectos pertinentes de la obra de Federico García Lorca, cuya obra Poeta en Nueva York viene a ser un monumento a la poesía surrealista. El amor, la soledad, la muerte y los conflictos íntimos del poeta se relacionan con la gran urbe deshumanizada. Este clima de angustia y desasosiego, asociados a su homosexualidad, se respiran en una de sus últimas obras publicadas: Sonetos del amor oscuro. Sin embargo, los críticos señalan que esta angustia se encontraba ya en su poesía neopopular. Gerard Brown sintetiza la esencia surrealista que se encuentra en su poesía. Son surrealistas las imágenes frenéticas y torturadoras de la vaciedad, de la frialdad y de la violencia: las flores, las estaciones, los animales, los negros de Harlem aparecen atrapados en el fango y la sangre.

La experiencia surrealista de los poetas del 27 no llegará más allá del 36, año en el que la gran tragedia nacional divide al siglo en dos mitades y marca una nueva etapa para estos poetas, algunos muertos o en la cárcel, otros rumbo al exilio. Pero la poesía de estos años merece una atención específica, por lo que interrumpiremos aquí el recorrido por sus distintas etapas, dejando esta última para el apartado denominado “La poesía marcada por la guerra”. Debemos terminar reflexionando, a partir de esta trayectoria poética que someramente hemos recorrido, cuál sería la poética que subyace a esta generación. En todos ellos podemos observar la síntesis a la que aludía Gerardo Diego, tradición y vanguardia. También hay que hablar de las influencias de Góngora y de Juan Ramón Jiménez, así como de la pluralidad de lenguajes, sin renunciar a las formas clásicas. De este mosaico de influencias y características se deriva la potenciación tanto de una poesía hermética como de una poesía neopopular, que perfeccionaba y reelaboraba las formas tradicionales. En la poética de la Generación del 27 intervienen a partes iguales tanto la inspiración como la inteligencia. El verso libre, un verso liberado de la métrica y la rima, largo, muy largo, es el más utilizado por estos poetas. La metáfora, es la figura retórica por excelencia, puesto que les permite crear nuevos mundos. Los temas también serán renovados. Objetos antes rechazados por la poesía, tienen ahora cabida en ella: un portero de fútbol o un telegrama. Entre esos temas descubrimos la ciudad, que si en principio se considera símbolo del progreso, poco a poco se torna en un lugar hostil: “La aurora de Nueva Cork tiene / cuatro columnas de cieno / y un huracán de negras palomas / que chapotean en las aguas podridas. / La aurora de Nueva York gime / por las inmensas escaleras / buscando entre las aristas / nardos de angustia dibujada” La naturaleza aparece bajo un prisma diferente. Excepto para Aleixandre, que nos muestra una naturaleza virgen y salvaje, para el resto de los poetas los paisajes serán contemplados desde las ventanas de la ciudad. Es en “El contemplado” donde Salinas convierte la naturaleza en filosofía, diálogo con el mar, las nubes, la luz… El amor también se descubre entre los versos de estos poetas. El poeta del amor de la Generación no es otro que Salinas, el tú omnipresente en su obra, “La voz a ti debida”, no es sino el anhelo de ese sentimiento. El amor también aparece en Cernuda y en Aleixandre.

En la poética del 27 se aúnan vanguardia y tradición. “Una generación tan innovadora no necesita negar a sus antepasados remotos o próximos para afirmarse” nos dice Guillén. “La idea de que la literatura clásica española constituía para ellos una preciosa heredad fue asumida por los escritores de la Generación del 27”, afirma Francisco J. Díez de Revenga. Estos autores llevarán a cabo un exhaustivo proceso de recuperación de los clásicos áureos. Son muchos los homenajes que estos poetas rinden a nuestros clásicos a través de las distintas revistas que dirigían o en las que colaboraban. Incluso en las cartas que escriben reconocen el magisterio de algunos de los escritores del Siglo de Oro. Hay que decir inmediatamente que también se descubren influencias más cercanas como la que ejerce Gustavo Adolfo Bécquer. Luís Cernuda titula una de sus obras, precisamente, Donde habite el olvido. Muy justificadamente Alberti llamó a su propia generación “la vanguardia de la tradición”. En este sentido se entiende el neopopularismo de alguno de sus poetas, como ocurre con Lorca y su Romancero gitano. En sus versos se reconoce el tono de los romances, pero se proyecta todo un universo simbólico que va más allá del pintoresco mundo gitano y se sumerge en aspectos más profundos.

Con pocas excepciones, los poetas de esta generación empiezan su carrera con un talante entusiasta y de jubilosa euforia poética, que más tarde se degrada, abruptamente en algunos casos, de un modo más gradual en otros, cayendo en sombrías preocupaciones acerca de la condición humana. Sin duda ello se debió, más que al factor de la madurez, a la crisis universal de la frágil euforia originada por el final de la guerra que debía acabar con todas las guerras (sabemos que eso no ocurrió en España).
La poesía de la guerra. Los que se fueron.

La Guerra Civil, como declara Jorge Guillén, separa a los poetas del 27. Este terrible hecho histórico no puede pasar sin dejar huella en la literatura, en general, y en particular en la poesía. Lorca ha muerto. Salinas, Guillén, Cernuda y Alberti marchan a exilio. En Salinas, la lucha entre su fe en la vida y los signos de angustia que la rodean cristaliza en dos libros El contemplado (1946), en el que trata de recuperar la visión optimista a través de los paisajes del Caribe y Todo más claro (1949), en el que destaca la autenticidad y las sombrías reflexiones que expone sobre la civilización moderna. Guillén, el eterno cantor de la poesía pura, se rinde ante las miserias y los horrores de los momentos vividos. Frente a Cántico, aquel poemario en el que afirmaba que “el mundo está bien hecho”, ahora en Clamor afirma: “Este mundo del hombre está mal hecho”. En esta segunda obra parece ceder bajo el peso de la angustia que abrumaba a la mayor parte de sus contemporáneos, deja de cantar y emite un terrible grito de dolor y de repulsa ante la crueldad y la confusión. El sufrimiento y la inseguridad que eran una continua amenaza en su concepción perfecta del mundo, ahora, como consecuencia de la Guerra Civil y la 2ª Guerra Mundial lo invaden todo.

También la guerra y el exilio marcarán la poesía de Alberti. A partir de 1930, fecha en la que ingresa en el partido comunista, su labor poética se ve desplazada por la política. Trabajó incansablemente por la causa durante la República y la Guerra Civil. Durante estos años escribió poesía propagandística, de menor calidad, producto de las circunstancias. Se trataba de poemas para ser leídos en el frente. Ya en el exilio su producción poética es extensa y desigual en cuanto a calidad literaria. Paulatinamente recuperará las formas clásicas, como muestra en A la pintura, uno de sus mejores poemarios, donde se percibe la gran sensibilidad que también posee como pintor.

La Guerra Civil transformó violentamente la realidad de Cernuda. Aunque durante esos años quiso ponerse al servicio de la causa republicana, no pasó de ser un observador, casi siempre desde el extranjero. En el exilio Cernuda se dejó ganar por un pesimismo del que no supo reponerse: la muerte, la nostalgia, la pérdida de la juventud se evocan en Las nubes, Con las horas contadas y Desolación de la quimera. No ha encontrado el paraíso, ni a Dios, no ha perdonado a sus enemigos, ni la hipocresía de la sociedad burguesa y sus convenciones, no quiere ningún trato con “esa España obscena y deprimente / en la que regentea hoy la canalla”. Fuera de España nuestros poetas, bañados en nostalgia, cantan la realidad de un país dividido por el dolor y a la ausencia.
Los que se quedaron.

Cuando la brillante generación de poetas que acabamos de estudiar fue dispersada por la guerra, ya habían escrito sus mejores poemarios. ¿Qué ocurre con la poesía en nuestro país? Los años inmediatamente posteriores a la guerra fueron tan sombríos como los del conflicto. La vida intelectual se rehizo con lentitud. La censura de obras extranjeras era estricta. Se produjo, por tanto, una brusca interrupción de la continuidad literaria durante la década de los cuarenta. Un ambiente tenso, hostil hizo que esta literatura fuera vacilante, de forma que no se empezará a recuperar hasta la década de los cincuenta. Sin embargo, en el caso de la poesía, disfrutó de cierta fecundidad. Es difícil señalar unas características generales para la lírica de estos años, aunque sí que destacaremos dos generalmente aceptadas:

La rehumanización. En realidad, el término resulta algo equívoco debido a que presupone una anterior deshumanización, lo cual, según hemos dicho más arriba, no es del todo cierto. El concepto de “rehumanización” apunta a que hay que desterrar la idea de que el poeta es un ser especial, privilegiado. Los poetas son seres humanos que pueden y deban cantar las experiencias de los ciudadanos corrientes. Esta idea derivó en la poesía que se hacía eco de la protesta social de los años cincuenta.

La aceptación de la temporalidad, sustituye a la búsqueda poética de eternidad. El hombre no puede evadirse de la realidad histórica que le envuelve. Por ello entre estos poetas es determinante la influencia de Machado. Los jóvenes poetas no rechazarán la obra de la generación inmediatamente anterior. Se veneraba el recuerdo de Lorca y Miguel Hernández y las obras de posguerra de los exiliados se leían cuando podían conseguirse. Algunas de las voces de la generación siguen escuchándose, pero más que guiar, siguen la trayectoria del género, entre ellas las de Gerardo Diego, Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre.

Como ocurre en todos los manuales de Literatura, nosotros también dedicamos nuestra atención a la aparición de la obra titulada Hijos de la ira, de Dámaso Alonso. Publicada en 1944, recuperó la expresión auténtica de la palabra rigurosa, “un libro de protesta escrito cuando en España nadie protestaba”, así lo definió el propio autor. “Escribí “Hijos de la ira” lleno de asco ante la estéril injusticia del mundo”. Escribe unos poemas existenciales que alojan la protesta social y que pretenden llegar a todos los lectores. “Aquí no habrá reposo que rime con labios rojos. Ni si hay alma habrá su poso de calma. No. Aquí ojos rima con espanto y alma rima con Dios”.

Hijos de la ira es un libro de poesía desarraigada, que ha ejercido una gran influencia en las generaciones posteriores. Son poemas que surgen como un torrente de furor, asco, desesperación, que se expresaba en versos largos y desordenados, con un léxico violento, invadido por la podredumbre. Esta obra supuso un grito poético en un ambiente poéticamente tranquilo, que inició esa división que Dámaso Alonso hizo entre “poesía arraigada” y “poesía desarraigada”.
La llamada generación del 36.

Hubo una hipotética “Generación del 36”, compuesta por poetas jóvenes, que publican en torno a este año: Idelfonso Manuel Gil, Luís Rosales, German Bleiberg, Gabriel Celaya, Panero…el más significativo de todos fue Miguel Hernández. La poesía de estos autores se caracteriza por la rehumanización o el neorromanticismo (influencias clásicas y garcilasistas), puesto que es significativo que en el año 36 se celebrara el centenario del nacimiento de Bécquer y el cuarto centenario de la muerte de Garcilaso de la Vega. Además este año es importante también porque publican muchos de los autores incluidos en ella: Abril de Luis Rosales, El rayo que no cesa de Miguel Hernández, Cantos de ofrecimiento de Juan Panero y Cantos de primavera de Luis Felipe Vivanco. Estos autores coincidieron en Madrid y tenían como maestros a los autores del 27.

Tras la guerra, los encontramos escindidos, divididos entre dos concepciones temáticas: unos poetas se refugian en la religión y aparece Dios como tema poético (Panero, Rosales, Vivanco), otros maldicen su indiferencia y su silencio (Celaya, Crémer y Otero que dirigirán la poesía hacia la corriente social de la próxima década).

La denominada “generación del 36” está compuesta por una serie de hombres que se vieron obligados a tomar partido y que no pudieron vivir la guerra sin escindir su conciencia. Si la promoción anterior (la del 27) se vio separada por la guerra y sus miembros andaban dispersos por el mundo, los de ésta quedaron en su mayor parte en España: «corresponde a los que aquí permanecieron el honor y el dolor de mantener contra viento y marea la continuidad cultural española, de servir de puente entre las generaciones anteriores y las siguientes a la guerra... Son, también, los juzgados con pasión mayor y, a veces, vilipendiados en nombre de una pasión política y de una falta de información y conocimientos que encuentran más fácil negar desconociendo que admitir a regañadientes. Son los que, tras la guerra de 1936, restauraron la vida intelectual de España, la mantuvieron en conexión con Europa y cuidaron de mantener su tono y su altura».
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