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Renovación de la lírica (Modernismo y Generación del 98) En la poesía existe un afán de renovación que se viene escuchando desde la segunda mitad del siglo XIX. Blanco García señala que “se comienzan a notar ráfagas de inspiración nueva, vislumbres de un cambio, tendencias simultáneas en los autores a cambiar estilos y gustos”, soplos de aires nuevos que culminarán en el Modernismo y la Generación del 98. El Modernismo. El paso definitivo de la evolución poética lo ha de dar el Modernismo, o si queremos ser más exactos la estética modernista. Esta estética es consolidación de algo ya previamente insinuado, se trata de la evolución de la expresión del sentimiento a la expresión de sensaciones. Hemos hecho uso de forma absolutamente intencional del concepto estética modernista, pues de ella haremos partícipes tanto a poetas adscritos al Modernismo como aquéllos que forman tradicionalmente parte de la nómina del 98. La música, la pintura y, por supuesto, la literatura se hacen eco de la crisis finisecular que se vive a nivel europeo y que se agudiza en España por sus propias circunstancias históricas, no hace falta aludir al desarme moral que supuso “el desastre”. Florece en este ambiente de crisis la poesía como sólo antes lo había hecho, durante una época marcada también con el estigma de la crisis, el Barroco. Lo interesante del modernismo es que en esa eclosión de sensaciones que surge del choque terrible con la realidad, una realidad de la que huyen hacia paraísos lejanos e irreales o hacia las galerías del alma, buscando refugio en el yo más íntimo, se esconde cierta rebeldía, que obliga a la poesía a estar en un continuo estado de superación. Es un movimiento que no surge sin más, sino que conoce las tendencias previas a él así como algunas de las que se están cultivando o creando simultáneamente. Así para determinar en qué consiste su poética podríamos decir que toma del Romanticismo el misterio y la fantasía, la perfección formal y el gusto del “arte por el arte” del parnasianismo y el poder de la sugestión del simbolismo. Si hablamos de Modernismo es inevitable hacer alusión al que fue su precursor y cuyos versos introdujeron este concepto poético en los metros españoles, nos estamos refiriendo a Rubén Darío. Azul sería su primer libro importante, 1888. Todos sabemos que se trata de una obra miscelánea, compuesta por poemas en prosa, ensayos “de color y dibujo”, y dos colecciones de poemas: “El año lírico” y “Medallones”. Otras obras del autor son Prosas Profanas y Cantos de vida y esperanza Modernismo y 98. Tanto Unamuno como Machado pertenecen a la que conocemos como “Generación del 98”. El hecho de que ambos compartan matices de Modernismo nos da pie para hacer una reflexión sobre la problemática distinción entre ésta y el movimiento modernista. Los críticos más tradicionales mantienen la distinción de movimientos que parte del estudio de Pedro Salinas. La línea divisoria entre ambos movimientos ha sido seguida por otros críticos, señalando como característica más importante la actitud de los poetas ante el lenguaje. Otros sostienen que ambos movimientos no son excluyentes. Esta viene a ser la tendencia crítica más actual. Muchos son los que han advertido de la imposibilidad real de tal separación, que se muestran partidarios de incluir a los autores de ambas tendencias en un solo movimiento. Machado y Unamuno: Si bien es cierto que la Generación del 98 es una escuela de prosistas que prefiere la novela o el ensayo hay una voz poética que destaca por encima de todos, alcanzando una popularidad inusitada y consiguiendo una repercusión altamente beneficiosa para la lírica. Nos referimos, por supuesto, a Antonio Machado, conocido como “el poeta del pueblo”. Pero junto a su voz, otra está empezando a recuperarse desde el punto de vista poético, se trata de Miguel de Unamuno, estudiado tradicionalmente como novelista y ensayista. Las claras diferencias entre ambas formas de crear poesía, hace que algunos críticos establezcan la dificultad de hablar de una lírica generacional. La vida en silencio de Antonio Machado se resume en unas pocas líneas, unidas a otras tantas ciudades y algunos acontecimientos de sobra conocidos: Sevilla que le ve nacer en 1875; Madrid que lo acoge; Soria donde conoce al amor de su vida, Leonor, con la que contraerá matrimonio en 1909; Baeza, lugar en donde se refugia como viudo inconsolable; Segovia y un bello amor de senectud, Guiomar, y finalmente, Colliure, lugar al que llega exiliado, cansado y enfermo. Allí descansa en la actualidad. Sin esta vida gris, marcada por la tristeza y la melancolía, sombra indeleble de la nostalgia (“estos días azules y este sol de mi infancia”), no se entienden los versos de un hombre “solo, cansado, pensativo y viejo”. No procede en estos momentos detenernos en hacer una referencia detallada a su producción poética, pero si tuviéramos que sintetizarla, nos veríamos obligados a recordar que para Machado la vida (“el vivir”) es conducida por el tiempo, noción de la que deriva toda su poesía: el paso inexorable del tiempo («tempus fugit, irreparabile causa») nos conduce a todos hacia un mismo destino, la muerte. En sus versos nos encontramos con la tarde, el ocaso, las fuentes, la noria, los ríos Manrique, los caminos de Rosalía, el onomatopéyico tic-tac del reloj…. símbolos más que estudiados en su poesía, que apuntan en un mismo sentido: “Dice la monotonía del agua al caer: / un día es como otro día., / hoy es lo mismo que ayer”. Pero vivir es soñar. El sueño no es sino una forma de retornar al pasado, de detener el tiempo. Sin embargo no olvidemos que el sueño no es vida, de ahí su tono agridulce. En sus poemas recorrerá las galerías de sus sueños, pero el vacío que siente lo hace detenerse una y otra vez en el mismo sueño. La presencia de la muerte y del tema noventayochista de España se hace más concreto en Campos de Castilla. Parece que todo la evoca: la monotonía gris, la esterilidad del paisaje castellano y del hombre de Castilla. Este mismo camino de renovación lo comparte la voz del poeta tardío Miguel de Unamuno (su primer libro de versos aparece cuando tiene ya cuarenta y tres años). G. Brown destaca que en sus versos nos encontraremos con la misma fuerza intelectual que en su prosa. Canta la ausencia de Dios y las ansias de eternidad con la intensidad de una retórica desnuda. Para él el movimiento literario encabezado por Rubén Darío es banal, superficial… sin embargo, no podrá sustraerse del todo de la huella modernista. Más que la perfección formal, lo que destaca en su poesía es su humanidad, consecuencia de su angustia existencial, provocada principalmente por el silencio divino. Destacamos de su producción. (Poesías (1907), Rosario de sonetos líricos (1911), Andanzas y visiones españolas (1922) y Rimas desde dentro (1923) Unamuno fue enemigo de la musicalidad, de la sensualidad, por lo que el valor de sus versos se encuentra en su desnudez altamente expresiva. La poesía de principios de siglo. Juan Ramón Jiménez, entre el posmodernismo y las vanguardias. Haremos un enfoque panorámico muy superficial de la trayectoria de este poeta, a quien de ninguna manera podemos silenciar. Se ha considerado a Juan Ramón Jiménez el padre de la poesía moderna y perfeccionador de las tendencias vanguardistas. En realidad, Juan Ramón pertenece a la llamada Generación del 14 y la evolución de su poesía va mucho más allá de toda adscripción generacional o de escuelas y tendencias. Los pilares sobre los que se basa su estética son los siguientes: Belleza: los versos deben ser expresión de lo bello. Inteligencia: como el medio de analizar la realidad, no sólo del mundo exterior sino también del interior. Eternidad: entendida como posesión infinita de la Belleza y la Verdad. La poesía de Juan Ramón responde a una idea de unidad, a una idea de evolución ininterrumpida (“libros no, obra”, afirma el poeta). Sin embargo, es famoso su poema de 1918, en el que él mismo distingue distintas etapas en la concepción de su obra lírica: “Vino, primero, pura / vestida de inocencia; / y la amé como un niño. Luego se fue vistiendo / de no sé qué ropajes; / y la fui odiando sin saberlo. / Llegó a ser reina / fastuosa de tesoros… / ¡ Qué iracunda de y el y sin sentido! /…Mas se fue desnudando / Y yo le sonreía. / Se quedó con la túnica / de su inocencia antigua. / Creí de nuevo en ella. / Y se quitó la túnica, / y apareció desnuda toda… / ¡Oh pasión de mi vida, poesía / desnuda, mía para siempre!” Según la concepción de la evolución lírica del poeta, distinguimos tres etapas en su producción: época sensitiva (“Almas de violeta” y “Ninfeas”; “Rimas”, “Jardines lejanos”, “Pastorales”, “Baladas de primavera” (1907), “Elejías” (1908), “La soledad sonora” (1908), “Poemas mágicos y dolientes” (1909), “Sonetos espirituales “ y “ Estío”, obras que ponen fina esta etapa. época intelectual, desde 1916 a 1936: “Diario de un poeta recién casado” (rompe con la poesía modernista, buscando una poesía libre, purificada y directa), “Eternidades”, “Piedra y cielo”, “Poesía”, “Belleza” y “La estación total” que escribió entre 1923 y 1936, pero que no publicó hasta 1946. Su título refleja la que es la obsesión del poeta, abolir el tiempo. etapa suficiente, desde 1936 hasta 1958. El 22 de agosto de 1936 salió de España camino del exilio en América. Proseguirá fuera de su tierra la depuración poética, encerrado en sí mismo. A estos años corresponden dos grandes libros: “En el otro costado”, 1936-1942 y “Dios deseado y deseante”, 1948-1949. Sus últimos años quedaron marcados por la concesión del Premio Nobel el 25 de octubre de 1956 y por la muerte de su esposa tres días después. Murió en Puerto Rico en 1958. Hoy descansa en Moguer. Las vanguardias literarias. Los felices años 20 tan sólo supusieron una pausa ficticia en un mundo convulsionado por los acontecimientos históricos. En esta situación agitada y conflictiva tiene lugar la renovación estética a través de una oleada de movimientos que se expanden a todos los terrenos del arte. Los jóvenes artistas responden a esta situación, se sienten perdidos en un mundo que les desconcierta y, a través de los diversos movimientos de vanguardia, se alejan de la realidad hacia otra absolutamente distinta. Más que hablar de corrientes vanguardistas españolas, debemos hablar de voces poéticas que en un momento determinado de su trayectoria, cultivan alguno de los “ismos”. En los primeros años de desarrollo de las vanguardias en nuestras letras debemos destacar a Ramón Gómez de la Serna, cuya actitud vital y provocadora lo llevó a dar conferencias sobre un elefante o a celebrar un banquete en un quirófano. Sin pertenecer a ningún movimiento en particular, perteneció a todos. Su propósito principal fue renovar la realidad a través de la literatura para lo cual se sirvió de la observación directa de la realidad pero desde ángulos insólitos (pluriperspectivismo) y de la exaltación de los valores joviales de la vida. Así lo muestra en sus Greguerías, definidas por el propio autor como metáforas más humor. España no volverá la espalda a lo que está sucediendo en Europa, de manera que ecos de las corrientes vanguardistas llegarán a nuestras letras, siendo quizá el ultraísmo y el creacionismo los que se desarrollarán con plenitud, movimientos adscritos al ámbito hispano. Al tratar de fijar la repercusión de estas corrientes surgen inevitablemente las voces de poetas de la Generación del 27. El futurismo llegará a través de la revista “Prometeo”, en la que su propio fundador, Ramón Gómez de la Serna, tradujo el famoso manifiesto de Marinetti. En realidad no creó escuela, pero sí podemos encontrar algunos poemas de la Generación del 27 que poseen un carácter futurista, como el “Underwood girls” de Pedro Salinas o la “Oda al billete de tranvía”, de Alberti. El surrealismo goza en España de mejor acogida que en otros países. Todos los poetas del 27 poseen en sus poemas una clara inclinación surrealista. Su gran difusor en España fue Juan Larrea cuya obra fue traducida por Gerardo Diego. No obstante será un surrealismo con características propias: se centra en la faceta humana más que en la técnica experimental. rebosa pesimismo y es la angustia lo que humaniza su poesía, presenta un estado de “poesía impura”, con un grado de compromiso variable. El surrealismo de Lorca en “Poeta en Nueva York” nace del sentimiento de angustia y opresión ante la gran ciudad deshumanizada. Alberti en “ Sobre los ángeles” muestra también su angustia interior ante un mundo sin sentido. Hablábamos antes del ultraísmo y del creacionismo. Pues bien: el ultraísmo es una corriente literaria que surge a finales de los años 20 como una corriente renovadora del Modernismo y que afecta casi de forma exclusiva a la poesía. Es dentro de esta corriente donde encontramos publicaciones de todos los poeta de la época en distintas revistas literarias: Gerardo Diego, Lorca, Alberti, Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén… Los temas subjetivos fueron desplazados por los temas y motivos de la vida moderna, se utilizó el verso libre, se buscó la velocidad expresiva y se revalorizó la imagen. El movimiento desapareció al mismo tiempo que la revista “Ultra” en 1922. “No pudiendo dominar un ritmo nuevo, eludió todo ritmo y fue a abandonarse en las más plebeyas coplerías”, nos dice Dámaso Alonso. En cuanto al creacionismo, diremos que se identifica en no pocos estudios con el ultraísmo. Sin embargo lo que los diferencia es la intención. El poeta chileno Vicente Huidobro y el francés Pierre Reverdy fueron sus máximos impulsores. En la lírica creacionista se advierte la desintegración de la realidad, la mezcla de motivos poéticos tradicionales junto con elementos propios de la técnica, imágenes basadas en asociaciones dispares, humorismo, burla antisolemne… El principal representante español del creacionismo es Gerardo Diego. Sin entrar en otras consideraciones clasificatorias o de adscripción generacional, diremos que los componentes de este grupo poético son Pedro Salinas, Jorge Guillén, García Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, Gerardo Diego y Dámaso Alonso. Los primeros pasos de estos poetas revelan la admiración que sentían por Juan Ramón, de ahí la importancia que le dan a conseguir una poesía pura. Ésta viene a ser una apología de la inteligencia frente al sentimentalismo, una búsqueda absoluta de la belleza, mediante la depuración del lenguaje y el uso de la metáfora como instrumento privilegiado. Esta época abarcaría los inicios de los poetas, aproximadamente desde 1922 a 1928. “Poesía pura es todo lo que permanece en el poema después de haber eliminado de él todo lo que no es poesía”, afirma Guillén. Para Pedro Salinas, lo más característico es su “conceptismo interior”, es decir una “agudeza y arte de ingenio” que se muestra en originalísimas paradojas mediante la cuales se ahonda en la realidad. Sin embargo, su lenguaje poético es en apariencia sencillo. Sus primeras obras (Presagios, Seguro azar y Fábula y signo) se inscriben en el ámbito de la poesía pura y en ellas aparecen temas de raíz futurista (la máquina de escribir, el radiador de la calefacción o las bombillas). Tras estas obras publica sus dos obras maestras, La voz a ti debida y Razón de amor. Para Jorge Guillén la poesía pura supondrá una eterna búsqueda. Y su lenguaje, de “dureza diamantina, desprovisto de halagos” renuncia a la musicalidad fácil y a otros recursos que podrían tocar directamente la sensibilidad del lector. Las dos obras más representativas y celebradas de Guillén son Cántico y Clamor, dos poemarios que suponen la contraposición de dos sentimientos poéticos opuestos. Cántico es un poemario que canta a la perfección, a lo maravilloso que esconde el mundo, mientras que Clamor testimonia el mal y el caos, es decir, las injusticias, las torturas, la miseria, la opresión, las guerras, el terror atómico... en esta obra se halla presente también, cómo no, la dramática situación española, que pasa por momentos muy duros. |
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