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La condesa Pardo Bazán, en los primeros capítulos de su ensayo titulado La cuestión palpitante (1882-1883), traza una semblanza rápida de las tesis de Zola y encuentra en ellas dos reparos fundamentales: en primer lugar, su fondo determinista, que significa una dependencia de la voluntad similar a la que antes definieron los escolásticos: "Sólo que quien en el naturalismo la inclina y subyuga no es Dios, sino la materia y sus fuerzas y energías." Esta deficiencia lleva a la autora hasta la crítica del aspecto central de la teoría de Zola: su aplicación del método experimental, que en La cuestión palpitante es denominado "la ciencia mal digerida por Zola", y en cuya aplicación está "el vicio capital de la estética naturalista: someter el pensamiento y la pasión a las mismas leyes que determinan la caída de la piedra." El segundo defecto esencial de la teoría de Zola reside en el utilitarismo asignado a la novela "llamada a regular la marcha de la sociedad, a ilustrar al criminalista, al sociólogo, al moralista, al gobernante." En conclusión, "yerra el naturalismo en éste fin útil y secundario a que trata de enderezar las fuerzas artísticas de nuestro siglo, y este error y el sentido determinista y fatalista de su programa, con los límites que él mismo se impone, son las ligaduras que una fórmula más amplia ha de romper." Y, cuál es esa fórmula que supera los defectos de la estética naturalista? Las palabras de Emilia Pardo Bazán pueden darnos una respuesta: "Si es real cuanto tiene existencia verdadera y efectiva, el realismo en el arte nos ofgrece una teoría más ancha, completa y perfecta que el naturalismo. Comprende y abarca lo natural y lo espiritual, el cuerpo y el alma, y concilia y reduce a unidad la oposición del naturalismo y del idealismo racional. En el realismo cabe todo, menos las exageraciones y desvaríos de dos escuelas extremas, y por precisa consecuencia, exclusivas." Resumiendo el pensamiento de la condesa Pardo Bazán nos quedamos con la defensa del realismo tradicional sobre la nueva estética naturalista, y ésto lo encontramos en una autora a la que se consideraba la mejor defensora del "naturalismo a la francesa" en España. Su opinión va a coincidir con la de los otros autores considerados naturalistas. Para Galdós, lo esencial del Naturalismo estaba ya presente en la literatura española desde tiempos remotos: "El llamado naturalismo nos era familiar a los españoles en el reino de la novela, pues los maestros de este arte lo practicaron con toda la libertad del mundo, y de ellos tomaron enseñanza los noveladores ingleses y franceses. Nuestros contemporáneos ciertamente no lo habían olvidado cuando vieron traspasar la frontera el estandarte naturalista, que no significaba más que la repatriación de una vieja idea." Esta es también la posición que adopta Leopoldo Alas, uno de los autores que, en su momento, mejor supo comprender la teoría de Zola. "Clarín" advierte, además, que los prejuicios antinaturalistas responden frecuentemente al desconocimiento del objeto de discusión: "Aquí se sabe generalmente del naturalismo por lo que quieren decir los corresponsales de los períodicos en París, ajenos a la literatura casi siempre (...) Lo que aquí repiten un día y otro día muchos apreciables revisteros, que desprecian el naturalismo sin conocer ni sus obras ni sus doctrinas, no es más que eco de otro eco contrahecho." Pero los tres autores de los que hemos hablado, que conocen perfectamente la teoría naturalista y sus obras, intentan buscar el equilibrio y llegan a la conclusión de que la misión del novelista consiste, como dice Leopoldo Alas, en "reflejar la vida toda, sin abstracciones; no levantando un plano de la realidad, sino pintando su imagen como la pinta la superficie de un lago tranquilo." Los temas en la novela realista y naturalista. Junto a los asuntos específicos que individualizarán las diferentes novelas, la narrativa de la segunda mitad del siglo XIX presenta algunos núcleos temáticos reiterados, entre los que destacan los que siguen. El amor y sus problemas La temática amorosa suela adoptar en el Realismo y Naturalismo unas manifestaciones más concretas. El amor imposible, móvil novelesco tradicional, llega a situaciones extremas que provocan tensiones argumentales inéditas. Es el caso del amor entre hermanos, descubierto cuando ya es difícil oponerse a los hechos consumados, como sucede en La madre naturaleza, de Emilia Pardo Bazán. Otra situación extrema bastante común es la del vínculo amoroso en el que entra a formar parte un clérigo. Aunque el problema puede resolverse sin excesivos traumas (como sucede en Pepita Jiménez, de Valera), lo más frecuente es que el desenlace sea mucho más desdichado (La Regenta, de Leopoldo Alas). La pareja problemática será otra situación que provoque abundante materia argumental. Los problemas de la pareja pueden deberse a la diferencia de edad (La Regenta) o a insalvables disparidades sociales (Tormento, de Galdós). A veces el conflicto adquiere tintes más sutiles, como la confrontación ideológica que impide el matrimonio de Pepe Rey y Rosario en Doña Perfecta de Galdós, o el abismo psicológico y vital que separa a Fortunata de su marido, Maximiliano Rubín, en Fortunata y Jacinta, también de Galdós. Matrimonio y adulterio Si las dificultades amorosas surgen dentro del matrimonio nos vamos a encontrar con un argumento privilegiado en la novela de la segunda mitad del s. XIX: el adulterio. El desenlace fatal de la situación adúltera es el más frecuente (La Regenta, por ejemplo), pero en alguna novela puede llegar a un estado cercano a la caricatura, como sucede en Lo prohibido, de Galdós, donde José María Bueno se enamora sucesivamente de sus tres primas, movido exclusivamente por el estímulo de que estén casadas. Desde luego, este núcleo temático viene respaldado por la condena social que en el momento tiene la relación extramarital de uno de los cónyuges, sobre todo si se trata de la mujer. No debemos olvidar que ésta, cuando abandona el hogar, puede ser conducida de nuevo a él por la fuerza pública. Si la mujer es la sorprendida en adulterio, el castigo que algunos códigos penales (por ejemplo el francés) llegan a prever es la pena de muerte. Por el contrario, el hombre no corre estos riesgos. Ante esta situación "real" no debe sorprendernos que el protagonista literario de estos hechos sea, en las cuatro esquinas de Europa, siempre la mujer (Madame Bovary, del francés Flaubert; Ana Karenina, del ruso Tolstoi; Effi Briest, del alemán Theodor Fontane; La Regenta, del español Leopoldo Alas). El hombre involucrado en los argumentos de adulterio presenta una situación muy diferente a la de la mujer: si es soltero, se caracterizará con los tintes del tradicional don Juan, aunque privado ya de la aureola gloriosa que tuvo en la literatura anterior; si se trata del marido infiel, su comportamiento aparece como el de un libertino moralmente condenable, pero digno de disculpa en cuanto es esclavo de sus tendencias naturales. Dualismo religioso e ideológico Uno de los grandes motivos de la novela realista y naturalista es el enfrentamiento entre distintas concepciones del mundo, que da un enfoque dualista a la vida. Uno de los dualismos que más éxito tuvo fue el religioso que, apartir de la Revolución de 1868, se muestra en la novela a través de la confrontación entre clericalismo y anticlericalismo. La defensa o el ataque a la religión nop se va a centrar en el propio sentimiento religioso, sino en la sociedad que lo experimenta y, sobre todo, en el clero que lo representa oficialmente. Las posturas religiosas son, casi en términos absolutos, manifestación de la ideología de los autores: progresistas y anticlericales contra conservadores y clericales. Por otra parte, la visión política del mensaje literario se desbordará también a partir de 1868, y los autores dejarán entrever en sus novelas su peculiar ideología política. Como expresión de este núcleo temático, van a aparecer argumentos referidos al mundo administrativo (La de Bringas, de Galdós), al caciquismo de provincias (La Regenta) o al problema de los cesantes, consecuencia de la mecánica política de turnos de partido en el poder (cada cambio de gobierno implicaba el cese de los funcionarios administrativos ligados al partido anterior), que es el asunto central de una novela como Miau, de Galdós. El dualismo ideológico va a reflejarse en los escenarios escogidos para que se desarrollen los argumentos. Nos vamos a encontrar, de nuevo (recordad el Renacimiento y el Barroco, por ejemplo), con el enfrentamiento entre el campo y la ciudad. Los novelistas de ideología conservadora (Pereda, Alarcón, Palacio Valdés, etc...) tenderán a una idealización de la vida rural, que será el escenario de las "buenas acciones", el paisaje "positivo", mientras que la ciudad, el mundo urbano, será el escenario "negativo". Por el contrario, los representantes de la ideología liberal (Galdós, Clarín, Blasco Ibáñez, etc...) suelen preferir la ambientación urbana o muestran el lado negativo de la sociedad campestre (como ocurre también en Valera). |