Introducción a la Literatura Inglesa
Jorge Luis Borges
Índice
Prólogo . 4
Época anglosajona . 5
El siglo XIV .. 11
El teatro . 17
El siglo XVII 25
El siglo XVIII 32
El movimiento romántico . 38
El siglo XIX. La prosa . 45
El siglo XIX. La poesía . 54
Fines del siglo XIX .. 62
Nuestro siglo . 70
Breve bibliografía . 81
Introducción a la literatura inglesa fue publicado originalmente en 1965
Diseño de cubierta: Alianza Editorial sobre un diseño de Rafael Celda Ilustración: El Bosco, El jardín de las delicias (detalle) Museo del Prado, Madrid
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© Emecé Editores, S. A., 1997
© María Kodáma, 1995
© Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1999
Calle Juan Ignacio Lúea de Tena, 15; 28027 Madrid; teléf.91 3938888
ISBN: 84-206-3823-4
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Printed in Spain
Prólogo
Cifrar la historia de una de las literaturas más ricas en la forzosa brevedad de este libro es una empresa de antemano imposible. Tres soluciones imperfectas se presentaban. Una, prescindir de los nombres propios y ensayar un esquema propio de su evolución; otra, acumular de modo exhaustivo apellidos y fechas, desde el siglo VIII hasta el nuestro; la última, buscar obras o autores representativos de cada época. Optamos por ésta. Novalis escribió que cada inglés es una isla; este carácter insular ha hecho más difícil nuestra labor, ya que la literatura británica, a diferencia de la francesa, consta, ante todo, de individuos y no de escuelas. Fácil será encontrar omisiones en las siguientes páginas. No significan necesariamente desdén, olvido o ignorancia.
Nuestro propósito esencial ha sido interesar al lector y estimular su curiosidad para un estudio más profundo.
En la bibliografía indicamos las fuentes más accesibles.
J.L.B.-M.E.V.
Buenos Aires, 19 de abril de 1965
Época anglosajona
De las literaturas vernáculas que, al margen de la literatura en lengua latina, se produjeron en Europa durante la Edad Media, la de Inglaterra es la más antigua. Mejor dicho, no quedan de otras textos que puedan atribuirse a fines del siglo VII de nuestra era o a principios del VIII.
Las Islas Británicas eran una colonia de Roma, la más desamparada y septentrional de su vasto imperio. La población era de origen celta; a mediados del siglo V, los británicos profesaban la fe de Cristo y, en las ciudades, hablaban en latín. Ocurrió entonces la desintegración del poderío romano. El año 449, según la cronología fijada por Beda el Venerable, las legiones abandonaron la isla. Al norte de la muralla de Adriano, que corresponde aproximadamente a los límites de Inglaterra y de Escocia, los pictos, celtas que no había sojuzgado el imperio, invadían y asolaban el país. En las costas del oeste y del sur, la isla estaba expuesta a las depredaciones y saqueos de piratas germánicos, cuyas barcas zarpaban de Dinamarca, de los Países Bajos y de la desembocadura del Rhin. Vortigern, rey o jefe británico, pensó que los germanos podían defenderlo de los celtas y, según la costumbre de la época, buscó el auxilio de mercenarios. Los primeros fueron Hengist y Horsa, que venían de Jutlandia; los siguieron otros germanos, los sajones, los frisios y los anglos, que darían su nombre a Inglaterra (Englaland, England, Tierra de Anglos).
Los mercenarios derrotaron a los pictos, pero se aliaron a los piratas y, antes de un siglo, habían conquistado el país, donde fundaron pequeños reinos independientes. Los britanos que no habían sido pasados a cuchillo o reducidos a esclavitud buscaron amparo en las serranías de Gales, donde aún perduran sus descendientes, o en aquella región de Francia que, desde entonces, lleva el nombre de Bretaña. Las iglesias fueron saqueadas e incendiadas; es curioso observar que los germanos no se establecieron en las ciudades, demasiado complejas para su mente o cuyos fantasmas temían.
Decir que los invasores eran germanos es decir que pertenecían a aquella estirpe que Tácito describió en el primer siglo de nuestra era y que, sin alcanzar o desear unidad política, compartía costumbres, mitologías, tradiciones y lenguajes afines. Hombres del Mar del Norte o del Báltico, los anglosajones hablaban un idioma intermedio entre las lenguas germánicas occidentales —el alto alemán antiguo, digamos— y los diversos dialectos escandinavos. Como el alemán o el noruego, el anglosajón o inglés antiguo (ambas palabras son sinónimas), poseía tres géneros gramaticales y los sustantivos y adjetivos se declinaban. Abundaban las palabras compuestas, hecho que influyó en su poesía.
En todas las literaturas, la poesía es anterior a la prosa. El verso anglosajón desconocía la rima y no constaba de un número determinado de sílabas; en cada línea el acento caía sobre tres palabras que empezaban con el mismo sonido, artificio conocido con el nombre de aliteración. Damos un ejemplo:
wael spere windan on tha wikingas .[1]
Ya que los temas de la épica eran siempre los mismos y ya que las palabras necesarias no siempre aliteraban, los poetas debieron recurrir a palabras compuestas. Con el tiempo se descubrió que tales perífrasis podían ser metáforas, y así se dijo camino de la ballena o camino del cisne por «el mar» y encuentro de lanzas o encuentro de ira por «la batalla».
Los historiadores de la literatura suelen dividir la poesía de los anglosajones en pagana y cristiana. Esta división no es del todo falsa. Algún poema anglosajón alude a las Valquirias; otros cantan la hazaña de Judith o los Hechos de los Apóstoles. Las piezas de tema cristiano admiten rasgos épicos, es decir, propios del paganismo, así, en el justamente famoso Sueño o Visión de la Cruz, Jesucristo es «el joven guerrero, que es Dios Todopoderoso»; en otro lugar, los israelitas que atraviesan el Mar Rojo reciben el inesperado nombre de vikings. Más clara nos parece otra división. Un primer grupo correspondería a aquellos poemas que, si bien compuestos en Inglaterra, pertenecen a la común estirpe germánica. No hay que olvidar, por lo demás, que los misioneros borraron en todas partes, salvo en las regiones escandinavas, las huellas de la antigua mitología. Un segundo grupo, que podríamos denominar insular, es el de las llamadas elegías; ahí están la nostalgia, la soledad y la pasión del mar, que son típicas de Inglaterra.
El primer grupo, naturalmente, es el más antiguo. Lo representan el fragmento de Finnsburh y la larga Gesta de Beowulf, que consta de unos tres mil doscientos versos. El fragmento de Finnsburh narra la historia de sesenta guerreros daneses, recibidos y luego traicioneramente atacados por un rey de los frisios. Dice el anónimo poeta: «Nunca oí que se comportaran mejor en la batalla de hombres, sesenta varones de la victoria.» Según las conjeturas más recientes, la Gesta de Beowulf correspondería a un plan más ambicioso. Uno o dos versos de Virgilio intercalados en el vasto poema han sugerido que su autor, un clérigo de Nortumbria, concibió el extraño proyecto de una Eneida germánica. Esta hipótesis explicaría los excesos retóricos y la intrincada sintaxis de Beowulf, tan ajenos al lenguaje común. El argumento, sin duda tradicional, es muy simple: Beowulf, príncipe de la tribu de los geatas, viene de Suecia a Dinamarca, donde da muerte a un ogro, Grendel, y luego a la madre del ogro, que viven en el fondo de una ciénaga. Cincuenta años después, el héroe, ya rey de su país, mata a un dragón que cuida un tesoro y muere en el combate. Lo entierran; doce guerreros cabalgan alrededor de su túmulo, deploran su muerte, repiten su elegía y celebran su nombre. Ambos poemas, quizá los más antiguos de la literatura germánica, fueron compuestos a principios del siglo VIII. Los personajes, como se ve, son escandinavos.
El tono directo, a veces casi oral, del fragmento de Finnsburh reaparece a fines del siglo X en la épica balada de Maldon, que conmemora una derrota de milicianos sajones por las fuerzas de Olaf, rey de Noruega. Un emisario de éste exige tributo; el jefe sajón le responde que lo pagarán, no con oro, sino con sus espadas. La balada abunda en detalles circunstanciales; de un muchacho que había salido de cacería se dice que al ver enfrentarse los adversarios, dejó que su querido halcón volara hacia el bosque y entró en esa batalla. Sorprende y conmueve el epíteto «querido» en esa poesía, en general tan dura y tan reservada.
El segundo grupo, cuya fecha probable es el siglo IX, es el que integran las llamadas elegías anglosajonas. No lamentan la muerte de un individuo; cantan tristezas personales o el esplendor de tiempos que fueron. Una, que ha sido titulada La ruina, deplora las caídas murallas de la ciudad de Bath; el primer verso dice: «Prodigiosa es la piedra de este muro, destrozado por el destino». Otra, El vagabundo, narra las andanzas de un hombre cuyo señor ha muerto: «Debe remover con sus manos (remar) el mar frío de escarcha, recorrer los caminos del desierto. El destino ha sido cumplido». Una tercera, El navegante, empieza declarando: «Puedo decir una canción verdadera sobre mí mismo, contar mis viajes». Describe las asperezas y tempestades del Mar del Norte: «Nevó, la escarcha ató la tierra, el granizo cayó sobre las costas, la más fría de las simientes». Ha dicho que el mar es terrible; luego nos habla de su hechizo. Quien lo ama, dice, «no tiene ánimo para el arpa, ni para los regalos de anillos, ni para el goce de la mujer; sólo desea las altas corrientes saladas». Es exactamente el tema que Kipling trataría, unos once siglos después, en su Harp Song of the Dand Women. Otra, El lamento de Deor, enumera una serie de desventuras; cada estrofa termina con este melancólico verso: «Estas cosas pasaron; también esto habrá de concluir».
El siglo XIV
Los acontecimientos históricos de igual importancia modificaron y acabaron por desintegrar el inglés antiguo. A partir del siglo VIII, vikings daneses y noruegos hostigaron las costas de Inglaterra y se fijaron en el norte y el centro; el año 1066, los normandos, gente de estirpe escandinava pero de cultura francesa, conquistaron todo el país. Los clérigos hablaban latín; la corte, francés; el anglosajón, dividido en cuatro dialectos y lleno de palabras danesas, quedó relegado a las clases bajas. Durante dos siglos, no hubo literatura; después de 1300 resurgió. El idioma ya no era el mismo; los vocablos comunes, como ahora, eran en general germánicos; los que correspondían a la cultura, latinos o franceses. Ocurrió entonces un curioso fenómeno. El anglosajón había desaparecido, pero su música quedaba en el aire. Hombres que no hubieran podido descifrar la Gesta de Beowulf compusieron largos poemas en verso aliterado.
El más famoso se titula La visión de Guillermo acerca de Pedro el Labrador. Consta de más de seis mil líneas. Imposible referir su argumento, ya que se trata de diversas historias que se funden unas en otras como las imágenes de un calidoscopio. Al principio vemos «una bella pradera llena de gente» (a fair field full of folk); en un extremo hay una prisión subterránea, que es el infierno; en el otro, una torre, que es el cielo. Pedro el Labrador propone a los otros una peregrinación a un nuevo santuario, el de la Verdad. Gradualmente el buscador se confunde con el objeto de su búsqueda. La lucha con el demonio se presenta bajo la forma medieval de un torneo. Pedro llega cabalgando en un asno; uno de los espectadores pregunta: «¿Es éste Cristo el Caballero, a quien mataron los judíos, o Pedro el Labrador? ¿Quién lo pintó de rojo?» Bruscamente la visión se deshace; el Demonio, Satán y Belcebú, que son personajes distintos, defienden con su artillería el infierno contra el asedio de Jesús. Satán, en el Paraíso perdido usará los mismos medios. El Demonio se niega a entregar las almas condenadas para la eternidad; una misteriosa mujer arguye que si él tomó la forma de una serpiente para engañar a Eva, Dios bien puede tomar la forma de un hombre. También se dice que si Dios tomó forma humana lo hizo para conocer de un modo íntimo los pecados y miserias de la humanidad. El poema ha sido atribuido a William Langland, que, bajo el apodo de «Long Will» (Guillermo el Largo), figura en el texto.
En Sir Gawain y el Caballero Verde se da la paradójica unión de una métrica sajona y de un tema celta. La historia pertenece a lo que se llamó en la Edad Media la matiére de Bretagne, es decir, al ciclo del rey Arturo y su Tabla Redonda. En la víspera de Navidad, un gigante verde, montado en un gigantesco caballo verde, se presenta ante el rey y sus caballeros con un hacha en la mano y pide que le corten la cabeza, a condición de que, al cabo de un año y un día, su decapitador lo busque en la desconocida y lejana Capilla Verde, para ser sometido a idéntica prueba. Nadie quiere aceptar el desafío; Arturo, para salvar su honor, está a punto de tomar el hacha, cuando la arrebata el joven Gawain y corta la cabeza. El gigante la recoge y se va, la cabeza repite que dentro de un año y un día esperará a Gawain. El año pasa; el poeta describe las estaciones, la nieve y los racimos. Gawain emprende el largo y azaroso camino, va dejando atrás montañas y páramos. Encuentra la capilla; lo reciben y hospedan un hombre anciano y su mujer, más hermosa que la reina Ginebra. Tres veces sale de cacería el anciano; tres veces la mujer tienta a Gawain, que se resiste, pero que acepta de ella un cinto verde recamado en oro. El día de Navidad, el hacha cae sobre Gawain, pero el pesado hierro apenas deja una marca en su nuca. Tal es el premio de su castidad; la marca, la pena que sufre por haber aceptado el cinto verde. El poema, cuyo autor es desconocido, consta de más de dos mil versos aliterados y une los ideales caballerescos con la invención grotesca y fantástica.
Llegamos ahora a GEOFFREY CHAUCER (1340-1400), llamado por muchos el padre de la poesía inglesa. Esto no es del todo inexacto, aunque lo precedieron los poetas de la época sajona. Éstos y el idioma que usaron habían sido olvidados; en cambio, los grandes versos de Chaucer no difieren esencialmente de los de Milton o de Yeats. Shakespeare los leyó; Wordsworth los tradujo al inglés moderno. Chaucer fue paje, soldado, cortesano, diputado, miembro de lo que hoy llamaríamos Servicio Secreto, diplomático en los Países Bajos y en Italia y, finalmente, vista de aduana. El francés, el latín y, con ciertas reservas, el italiano le eran familiares. En su obra figura un tratado sobre el uso del astrolabio, dedicado a uno de sus hijos, y una versión del |