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Luis Chamizo Trigueros Luis Florencio Chamizo Trigueros (* Guareña, Badajoz (España); 7 de noviembre de 1894 – † Madrid (Id.); 24 de diciembre de 1945) escritor español en castellano y en la variedad local del bajoextremeño de Guareña. Biografía Nace en el seno de una familia humilde y trabajadora. Su padre Joaquín Chamizo Guerrero, natural de Castuera es tinajero de profesión, y su madre, Asunción Triguero Bravo, natural de Guareña. Recibió los cursos primarios en Guareña, al parecer, por el maestro Don Diego López. Muy joven frecuenta el despacho de su padre y a escondidas escribe sus primeros poemas amorosos. Se traslada a Madrid y para empezar a cursar Bachillerato que finalizará en Sevilla, donde también obtiene el Título de Perito Mercantil. A los 24 años se licencia en Derecho en la Universidad de Murcia, donde termina los estudios empezados en la Universidad Central de Madrid. Durante las vacaciones veraniegas de su bachillerato y primeros años de carrera en Guareña entabla amistad con su paisano , Eugenio Frutos Cortés (Vid. edición de Antonio Viudas Camarasa "Obras completas" de Luis Chamizo(1982). Colabora en el periódico “La Semana” en Don Benito, que dirige Francisco Valdés y en ratos libres, inicia su “aventura” en habla extremeña componiendo versos a los parajes de Valdearenales, sus gentes, y a la tierra que le vio nacer. Admirador de José María Gabriel y Galán asistió a la velada poética e inauguración de la estatua, realizada por Enrique Pérez Comendador, que el pueblo de Cáceres le ofreció el año 1925. En 1921 marcha a Guadalcanal (Sevilla) y conoce a Virtudes Cordo Nogales con quien contrae matrimonio al año siguiente. Tuvieron cinco hijas, Mª Luisa, Mª Victoria, Mª de las Virtudes, Consolación y Mª Asunción. El 7 de abril de 1924 es elegido circunstancialmente, alcalde de Guadalcanal. Y al mes siguiente se le designa académico de la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla (Vid. edición de Antonio Viudas Camarasa (1982)) En 1930 fue homenajeado en Madrid por el estreno de “Las Brujas”, acto que presidió el Premio Nobel de Literatura D. Jacinto Benavente. Terminada la Guerra Civil Española marcha a Madrid e ingresa en el Sindicato de Espectáculos consiguiendo un sueldo del Estado. En la calle madrileña de El Escorial, 15, da clases de declamación totalmente gratis. El 24 de diciembre de 1945, fallece a los 51 años en Madrid. 49 años después del día de su fallecimiento, el 7 de Noviembre de 1994, y gracias al pueblo de Guareña, sus restos son trasladados al Cementerio Municipal para el resto de los siglos, cumpliéndose su deseo en el año del centenario de su nacimiento 1994. Chamizo contactó con el movimiento modernista a través de Salvador Rueda, Francisco Villaespesa, Amado Nervo, Emilio Carrere, etc. Conoció a Federico García Lorca, probablemente a Rafael Alberti y a otros intelectuales y poetas de entonces. Chamizo coetáneo del 27 prefirió quedarse en el camino de la poesía regionalista. En 1921 aparece por primera vez El Miajón de los Castuos, posteriormente escribiría la obra de teatro Las Brujas (1932), y su libro Extremadura. En 1967 se editó en Madrid una antología poética con el nombre de Obra Poética Completa. Bibliografía
EL NOVIAJO I Tocan las campanas, la gente s'alegra. Unos güenos mozos, cantando flamenco, jacen gorgoritos en una taberna. Tocan las campanas, tocan dando güertas, qu'asín tocan siempre los días de fiesta. Hay riñas de gallos en la resolana de las corraletas, y en el artozano, junt'a los ceviles, unos zagalones se juegan las perras. Los viejos s'apíñan, s'apiñan las viejas jaciendo la bulra de la gente nueva. S'arriscan las mozas, y van peripuestas luciendo los guapos pañuelos de sëa; goliendo a manzanas, goliendo a camuesas. Van en carrefilas, jaciendo pinitos, camino e la iglesia... Y yo, qu'era malo, más malo qu'un vendo, me voy detrás d'ellas. Me voy detrás d'ellas sin ver a los gallos que riñen los mozos en las corraletas; sin tomá las once, sin jugá las perras. Me voy tras las mozas porque va con ellas la que yo dinguelo, la que me dinguela con sus ojos tristes de miras mu tristes, con sus ojos tristes de miras mu negras. Yo, qu'era tan malo, me voy pa l'iglesia sin tomá las once, sin jugá las perras, sin dir a las riñas de las corraletas. ¡Qué jormá te pones! —me icen los viejos—. ¡Que güeno que eres! —me icen las viejas—. ¡Chacho! ¿qué t'ha dao? —me icen los mozos dende la taberna. M'ha dao la vía, la vía qu'es güeña cuando se trebaja por una querencia; cuando por un argo que llevamos drento se sufre y se pena; cuando, de röillas, drento de la iglesia, rezando, lloramos sin danos vergüenza. La quiero y me quiere, espero y espera jasta que yo junte pa dale las donas, jasta qu'ella s'haga'l ajuá con la hijuela. Tocan las campanas la gente s'alegra. Mi novia va a misa: yo voy detrás d'ella; y allí, mesmamente delante del Cristo, jincao en la tierra, rezando las cosas qu'a mí m'enseñaron cuand'iba a la escuela, una vos me ice: ¡sé güeno y trebaja! y otra vos me ice: ¡trebaja y espera! II ¡Qué güeña y qué santa! ¡Qué santa y qué güeña!... Con lo que me quiere, ni siquiá me mira drento de la iglesia. Por eso me icen qu'a mí me disprecia, porque no me mira drento de l'iglesia. ¡Juy, qué cacho e brutos! ¡Juy, qué mal que piensan! Si mesmitamente lo qu'a mí m'alegra es que no se istraiga, es que no m'atienda, pa qu'asín la Vigen mus dé de seguía lo qu'ella la píe ca ves que la reza. III Cariños mu jondos son dambos cariños; querencias mu jondas son dambas querencias. Cuando con la jacha descuajo en la jesa, las ramas se runden, la jacha se mella, y yo, que soy juerte, me queo sin juerzas... Cuando yo la vide po la ves primera, prencipió la cosa de nuestro noviajo con nuestros quereles y nuestras querencias. Yo sé qu'el cariño d'ella no se runde, ni el mío se mella, que semos más duros que los arcornoques y más que los jierros de las jerramientas. |Qué juerza más grande llevamos por drento! ¡qué juerza, qué juerza! Cuando con el burro salgo mu templano camino e la jesa, siempre me la encuentro barriendo la puerta; y siempre me ice: —¡Anda con Dios, hombre!— y siempre la igo: —¡Quéate con Él, Petra!— y le doy al burro pa qu'ande más listo, y ella barre, barre, mucho más depriesa... Y si, ya mu lejos, güervo la caëza, me mira y se ríe con esa risina que tanto m'alegra… ¡Qué trabajaora! ¡Qué guapa y que güena! ¡Si páece mintira que tanto me quiera! Tocan las campanas, locan dando güertas... Unos güenos mozos, cantando flamenco, jacen gorgoritos en una taberna. Hay riñas de gallos en la resolana de las corraletas; y en el artozano, junt'a los ceviles, unos zagalones se juegan las perras... ¡Juy, qué cacho e brutos! ¡Juy, qué mal que piensan creyendo que asina son las diversiones de la gente nueva! Y es ¡claro!, por eso, ¡qué coñio!, me icen qu'ella me disprecia, porque no me mira drento de la iglesia con sus ojos negros de mirás mu tristes, con sus ojos tristes de mirás mu negras. LA EXPERENCIA Ven p'acá, hija mía, que yo soy ya vieja y ya di ese paso que tú das agora, y viví esa vida que llamamos güeña, y estrujé mis ojos pa sécame el llanto, que a juerza de llanto m'entró la experencia. Mi Juan mesmameníe paece un chiquillo, y tú eres mu nueva, y sus queréis mucho, y tenéis ajorros, y estáis mu solitos dambos en la tierra... ¡y este pícaro mundo es tan güeno con los que así empiezan...! Con cosinas durces sus va engatusando, sus tapa los ojos, sus jace promesas, y aluego se ríe, dispués que sus ceba y sus eja solos erramando jieles por el sumiero de vuestra concencia. ¡Hija de mi arma, si páece mentira que ya estéis casados dambos po la Iglesia; si a mí me paece que sois dos muñecos entavía, Teresa, pa dirse con tiento pa gastá los cuartos, p'atendé a los gorpes de las desigencias, pa jacé, jormales, el troncón rebusto d'una nueva casta que dé castas nuevas; unos chirivines que páescan d'azogue, qu'estruj'en, qu'arañen, que muerdan la teta, que lloren con genio, qu'estrocen, que chillen, que jagan pucheros al jacegle fiestas... ¡Míala cómo jimpla la recandongona cuando se le palra de cosinas tiernas! Éjate de mimos Y delicaëzas; ¡sí ya estáis casaos dambos, po la Iglesia! Ascucha, hija mía, y no t'encapríches con tu comenencia, que la vida es corta, mu corta y mu güeña pa los que vivimos de nuestro trebajo y estamos contentos con nuestra probeza. Hay que ver y cómo refalan los días, y pasan los años, y s'hace una vieja, rebuscando siempre lo desconocío, siempre suspirando por cosinas nuevas. Primero la noche d'estar dambos solos con nuestras querencias, y endispués los hijos, y endispués los nietos, y endispués el pago de nuestra concencia. Mi Juan es un santo; tié sus cosiquillas como tié cuarquiera; pero le tiés ley y tiés mucha labia y sabrás llevagle por güeña verea; porque miá tú, hija, aquí pa nusotras, töitos los hombres son como si jueran unos muñequitos d'esos bailarines qu'un jilillo jace danzar, en la feria: nusotras los vemos, mus encaprichamos y mercamos uno, a tontas y a ciegas, sin que mus endilguen los revendeores de los chismecitos, qu'enganchan la cuerda. Y es claro, qu'aluego, ¡que si quiés, morena! qu'icen que no bailan, que no se menean, que t'andas espacio pa dir a enterate, y que ya se jueron los tíos de la feria... y anda, ponte moños, ¡búscale el risorte de la bailaera! Tamién las mujeres semos corno semos, mu dás a los lujos de las vestimentas, desajeraoras y amigas de chismes y de requilorios y de cuchufletas. Tú, hija mía, precura seguir las lecciones que da la experencia que yo te iré iciendo lo qu'has de jacete pa que vos resulte la vida mu güena. Amos a ver, mïa: esta mesma noche, asín qu'arrematen los mozos la fiesta, sus diréis pal cuarto; pus bien... |Ay qué contra, y qué mimosina t'has güerto, Teresa!; ¡si ya estáis casaos dambos, po la Iglesia! EL PORQUÉ DE LA COSA Miá, Celipe, ¡qué gusto!, tres manojos d'espigas rapañás en un instante, dende misa mayor al meyodía, tres manojos lo mesmo que tres jaces. Y ná más. Tú trebaja que yo barro p'alantre y presto jorraremos pa la suerte los cuatro mil rïales. Y na más. Que rechiflen y reguñan, cabilando burrás los jolgazanes, iciendo que los probes mueren jartos de trebajo y de jambre: ¡ellos sí que revientan de su rabia lo mesmito qu'estrumpe un triquitraque! ¿Pero qué refunfuñas entre dientes? ¿Qué congojas te anúan el gagnate que ni me palras, ni siquiá, Celipe, te güerves pa mírame? D'un periquete voy a ve'l puchero y atrancar el postigo de la calle, pa dispués que me siente en tus roïllas, que no mus coja naide, icirte yo las cortas ocurrencias de mis cortos arcances. ¡Ajajá! Celipillo, tú tiés argo, tú no pués engañame, o el amo te miró con mala cara, o bajó el manijero los jornales; pero tú tienes argo, Celipillo, argo que yo no pueo devinate por más que me caliento la mollera rebuscando el porqué de tus pesares. Pero dame la cara, ¡por Dios, hombre!; dam'un beso y abrázame, y dame un estrujón juerte, mu juerte, pa ve si al estrujame quié reventá de gorpe la vejiga de jieles qu'avinagra tu caraite. ¿Es que gorvemos otra ves, Celipe, a las mesmas junciones d'andenantes, porqu'eres ergulloso y no te gusta que tu mujé trebaje? ¿Es qu'aún no juyó de tu caletre el resquemor que tiés que m'asolane por dir a rebuscar a los rastrojos las espigas de trigo? ¡Qué diantre! Pos si es asín, t'amuelas, Celipillo, que n'hay más qu'aguantase. Descurre una miajina tan siquiera pensando en esa cosa que tú sabes. ¡Ay, Celipillo, Celipillo tonto, que pal mes de los Santos semos padres, qu'hay que jorrar, ¡receontra!, pa la suerte los cuatro mil rïales, qu'el corazón me ice qu'es un macho lo que yo voy a dalte. Un macho mu jorzúo, con agallas, con genio, con reaños, con coraje; más vivo que los vientos, más listo que los frailes, más duro que las piedras, más güeno que los ángeles, qu'ha de saber podar como su agüelo y ha de saber segar como su padre. Y será campusino mu castúo, y será labraor, ¡qué duda cabe!, pa labrar esta suerte que mercamos con la yunta qu'habemos de mercale. Páece que ya no gruñes, Celipillo, páece que ya t'atreves a mirame, y me jaces cosquillas con las barbas de tanto como quieres arrimate... ¡Mi feuchillo! Si tú eres mu candongo, dame un beso y abrázame; pero a vel, cudiaito y no m'estrujes, que ya me tiés breá de cardenales, y de fijo que vía las estrellas si mu juerte llegaras a estrujame. Amos a ver, prencipia... ¡No seas burro!... ¡Miá que chillo!... Prencipia cuanto antes. —Yo te voy a fundir en una urnia, cacho e cielo dorao de la tarde; yo te voy a fundir en una urnia pa que no te dé'l aire. —Güeno, las manos quietas, Celipillo; amos a sé jormales. —Yo te voy a comer esa boquina una ves que t'arrimes pa besame, y endispués de comía m'entapono pa que no me s'escape. —Miá, Celipe, si sigues burreando, esta noche m'acuesto con mi madre. —Porqu'eres tú lo mesmo de preciosa que la Vigen del Carmen. —Pos si tanto le gusto, venga, dime, ¿por qué refunfuñabas andenantes? ¿Por qué no me mirabas? ¿Qué ajogos agriaban lu caraite? —Mis ajogos, mujé, no son pa dichos, que no puen esplicase manque yo m'embuchara más palraos que tós los sacamuelas chalratanes. Mis ajogos se cuajan aquí drento con negros cuajarones de mi sangre que m'enturbian los ojos y me jieren lo mismo que si jueran dos puñales. Y tú te tiés la curpa, ya lo ije. Y tó por nuestro mozo, ya lo sabes. Tú te vas a espurgá las rastrojeras, y en tres días ajuntas cuatro jaces, y contenta me vienes y me ices que tú barres p'alantre. Yo, que soy segaor, sé bien de cierto que mu pocas espigas se mus caen, y yo dúo si espurgas los rastrojos o las cargas que pillas por delante. Y esto ya no pue ser: ésta es la jonra qu'al muchacho tenemos que dejagle más limpia que la cara de la Virgen, más branca que la fló de los jarales, y al que quiera manchala me lo jundo manque sea su madre. Y no jimples, que son feguraciones y no jué mi decir pa molestase, que bien pudo segar en esa suerte por argún casual un prencipiante. Y asín y tó no quiero qu'arrebusques las migajas qu'algunos se le caen, siquiera mientras lleves ahí metío nuestro mozo, porqu'eso es enseñale dende chico a doblar el espinazo y a viví de las sobras de los grandes; y asín saldrá sin juerzas, sin agallas, sin bríos, sin coraje pa pescar el jocino y dir al corte pa llevase a los hombres por delante. Ya no güerves a di pa los rastrojos. Ya no juntas más jaces, qu'el muchacho no viene pa escurrajas y me lo pués torcer con agachate. Porque, mira, mujé, con esas cosas, ¿sabes tú lo que jaces?, pos le plantas el jierro de los probes que no lo borra naide. LA NACENCIA Bruñó los recios nubarrones pardos la lus del sol que s'agachó en un cerro, y las artas cogollas de los árboles d'un coló de naranja se tiñeron. A bocanás el aire nos traía los ruíos d'allá lejos y el toque d'oración de las campanas de l'iglesia del pueblo. Íbamos dambos juntos, en la burra, por el camino nuevo; mi mujé, mu malita, suspirando y gimiendo. Bandás de gorrïatos montesinos volaban, chirrïando, por el cielo, y volaban pal sol, qu'en los canchales daba relumbres d'espejuelos. Los grillos y las ranas cantaban a lo lejos, y cantaban tamién los colorines sobre las jaras y los brezos; y, roändo, roändo, de las sierras llegaba el dolondón de los cencerros. ¡Qué tarde más bonita! |Qu'anochecer más güeno! ¡Qué tarde más alegre si juéramos contentos!... —No pué ser más —me ijo—, vaite, vaite con la burra pal pueblo, y güérvete de prisa con l'agüela, la comadre o el méico. Y bajó de la burra poco a poco, s'arrellanó en el suelo, juntó las manos y miró p'arriba, pa los bruñíos nubarrones recios. ¡Dirme, dejagla sola, dejagla yo a ella sola com'un perro, en metá de la jesa, una legua del pueblo... eso no! De la rama d'arriba d'un guapero, con sus ojos reondos me miraba un mochuelo; un mochuelo con ojos vedriaos como los ojos de los muertos... ¡No tengo juerzas pa dejagla sola; pero yo de qué sirvo si me queo! La burra, que roía los tomillos floridos del lindero, careaba las moscas con el rabo; y dejaba el careo, levantaba el jocico, me miraba y seguía royendo. ¡Qué pensará la burra si es que tienen las burras pensamientos! Me jui junt'a mi Juana, me jinqué de röillas en el suelo, jice po recordá las oraciones que m'enseñaron cuando nuevo. No tenía pacencia p'hacé memoria de los rezos... ¡Quién podrá socorregla si me voy! ¡Quién va po la comadre si me queo! Aturdío del tó gorví los ojos pa los ojos reondos del mochuelo; y aquellos ojos verdes, tan grandes, tan abiertos, qu'otras veces a mí me dieron risa, hora me daban mieo. ¡Qué mirarán tan fijos los ojos del mochuelo? No cantaban las ranas, los grillos no cantaban a lo lejos, las bocanás del aire s'aplacaron, s'asomaron la luna y el lucero, no llegaba, roando, de las sierras el dolondón de los cencerros… ¡Daba tanta quietú, mucha congoja! ¡Daba yo no sé qué tanto silencio…! M'arrimé más pa ella: l'abrasaba el aliento, le temblaban las manos, tiritaba su cuerpo... y a la lus de la luna eran sus ojos más grandes y más negros. Yo sentí que los míos chorreaban lagrimones de fuego. Uno cayó roando, y, prendió d'un pelo, en metá de su frente se queó reluciendo. ¡Qué bonita y qué güeña, quién pudiera ser méico! Señó: tú que lo sabes lo mucho que la quiero. Tú que sabes qu'estamos bien casaos, Señó, tú qu'eres güeno; tú que jaces que broten las simientes qu'echamos en el suelo; tú que jaces que granen las espigas, cuando llega su tiempo; tú que jaces que paran las ovejas, sin comadres ni méicos... ¿por qué, Señó, se va morí mi Juana, con lo que yo la quiero, siendo yo tan honrao y siendo tú tan güeno?... ¡Ay! qué noche más larga de tanto sufrimiento: ¡qué cosas pasarían que decilas no pueo! Jizo Dios un milagro; ¡no podía por menos! II Toíto lleno de tierra le levanté del suelo; le miré mu despacio, mu despacio, con una miaja de respeto. Era un hijo, ¡mi hijo!, hijo de dambos, hijo nuestro... Ella me le pedía con los brazos abiertos. ¡Qué bonita qu'estaba llorando y sonriendo! Venía clareando; s'oían a lo lejos las risotás de los pastores y el dolondón de los cencerros. Besé a la madre y le quité mi hijo; salí con él corriendo, y en un regacho d'agua clara le lavé tó su cuerpo. Me sentí más honrao, más cristiano, más güeno, bautizando a mi hijo como el cura bautiza los muchachos en el pueblo. Tié que ser campusino, tié que ser de los nuestros, que por algo nació baj'una encina del caminito nuevo. Icen que la nacencia es una cosa que miran los señores en el pueblo: pos pa mí que mi hijo la tié mejor que ellos, que Dios jizo en presona con mi Juana de comadre y de méico. Asina que nació besó la tierra, que, agraecía, se pegó a su cuerpo; y jue la mesma luna quien le pagó aquel beso... ¡Qué saben d'estas cosas los señores aquellos! Dos salimos del chozo; tres golvimos al pueblo. Jizo Dios un milagro en el camino: ¡no podía por menos! EL CHIRIVEJE Pimpollo, rey de tu madre, miagirrinina de la gloria mesma que cayó de los cielos desprendía del botón reluciente d'una estrella: no me jagas pucherinos cuando yo te jaga fiestas; ponme los ojillos tunos, relámbiate con la lengua, jame'l angó, muchachete, que voy a dalte la teta. Míala, túmbate a la larga, chachino, chuperretea jasta qu'el cholro del pezón rebose los bujerinos de tus tragaeras. Asín, con genio, mu juerte, manque t'aplastes las narices mientras y endispués, de muchacho, te se note que las tiés porrillúas y retuertas, qu'a esos que tienen la narís picúa, sus madres ajuyéronle las tetas. Lucero, pan y condío, espiguina de carne de mis eras, suerbe p'adrento remetiendo juncia, larga chupones atizando yesca pa que aluego, cuando mozo, naide te moje la oreja. Rempuja tú con genio, chiriveje, chupa jondo y bochinchea, chiquenino de tu casa, muñequino jormao de miel y cera que derritió'l aliento de tu padre, que yo cuajé con sangre de mis venas, que Dios jizo al igual que semos dambos pa que tos devinaran tu nacencia: remete'l jociquino bien p'adrento, rempuja con töa tu juerza, que asín el chipitón saldrá seguío con dos gorpes tan sólo qu'arremetas. Descudia tú, preciosino, no te acagaces y aprieta, manque te ringuen tus narices guapas y te se pongan retuertas, que por estas señales se conocen los muchachos castúos de tu tierra, los hijos de las madres que son madres tan äina que Dios las jace jembras; porque aquí, pa nusotros, tos sabemos, com'una cosa mu cierta, qu'a esos que tienen la narís picúa, sus madres ajuyéronle las tetas. ![]() EL DESCONCIERTO |