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Traducción y Contemplación: Escucha de la Palabra y transmisión de la Salvación. Francisco R. de Pascual, ocso. Abadía de Viaceli. IVoy a comenzar leyéndoles un poema bellísimo1, me parece, y a la vez simplicísimo, que creo describe la vocación y tarea del traductor monástico en su Scriptorium. El gozo y la alegría del saber y del “cazar” las palabras (primero en la mente y luego fijándolas en el manuscrito) ocupaba muchas horas de la vida de los monjes celtas de Iona y Kells. I and Pangur Bán, my cat, ‘Tis a like task we are at; Hunting mice is his delight, Hunting words I sit all night. Better far than praise of men ‘Tis to sit with book and pen; Pangur bears me no ill will, He tooplies his simple skill. ‘Tis a merry thing to see At our tasks how glad are we, When at home we sit and find Entertainment to our mind. Oftentimes a mouse will stray In the hero Pangur’s way; Oftentimes my kee thought set Takes a meaning in its net. ‘Gainst the wall he sets his eye Full and fierce and sharp and sly; ‘Gainst the wall of knowledge I All my little wisdorn try. When a mouse darts from its den, O how glad is Pangur then! O what gladness do I prove When I solve the doubts I love! So in peace our tasks we ply, Pangur Bán, my cat, and I; In our arts we find our bliss, I have mine and he has his. Practice every day has made Pangur perfect in bis trade; I get wisdom day and night Turnuig darknes into light.2 Lo que queda en toda traducción es la palabra misma, como en todo acontecer queda el tiempo mismo, un tiempo que no comienza ni acaba, el tiempo que no tiene ni fecha final ni metas. La palabra del traductor es cada vez menos su memoria, y cada vez más, sólo su propia experiencia. El misterio de la palabra encontrada no radica –como insinúa una conocida sentencia del Talmud- en la memoria, sino en una cultura de la búsqueda. El traductor se deja llevar por la ola del instante, olvidando opciones del pasado, y planteándose cada descubrimiento de su pluma como una victoria, sin vértigo ni miedo. Los monjes, generalmente, cuando traducen lo han hecho y lo hacen en el silencio y en la soledad de su celda, y conciben su escritura, su tarea, como un modo de “ser” y de “estar” en el mundo, sin desvincular nunca esta tarea de la otra que da sentido a sus vidas, la contemplación. Este es el primer aserto de mi exposición. Conviene entender, por otra parte, que los caminos hacia la contemplación son muy variados, y que muchos contemplativos por esos caminos se han adentrado en profundos espacios de conocimiento e intelectualidad, lo cual, a su vez, les ha supuesto el interés por aprender lenguas y traducir textos. Antes y ahora los monjes aprenden a “leer” (lectio) en las sagradas Escrituras, especialmente en los Salmos. Era el libro de iniciación en la cultura escrita y en la paideia cristiana. Psalteratus en latín medieval significaba el litteratus, el que había aprendido a leer el primer libro, el Salterio. La traducción de la Biblia a las lenguas periféricas del Imperio constituyó el cauce de propagación del cristianismo, siendo los salmos, junto con los evangelios, el primero traducido a muchas de las lenguas europeas y más tarde el primer libro impreso en Europa y en el Nuevo Mundo. Se trataba ya del más copiado y miniado en los códices medievales de Occidente y del mundo bizantino. De la versión griega de los Setenta, así como de las versiones antiguas que de ésta derivan, es el libro del que mayor número de manuscritos se ha conservado, por lo que posee el triste privilegio de no disponer todavía de una edición crítica. El contacto con la Biblia imprimirá carácter a los monjes de todos los tiempos. Hará de ellos unos buscadores de profesión, perseguidores de los vestigios de verdad más nimios. La mejor traducción es según Walter Benjamin3, la que, escrita en caracteres invisibles, discurre de antemano entre las líneas del texto; el mejor traductor es el que sabe leer entre líneas y descifrar aquella primera traducción: Todos los grandes escritos en un cierto grado y las Escrituras sagradas en uno sumo conservan entre líneas su traducción virtual. La versión interlineal del texto sagrado es la imagen primigenia o el ideal de toda traducción. Aquí Benjamin está recogiendo la tradición mística judía que leía entre líneas y entre las letras de una línea, para tratar de descubrir las setenta caras y los cuarenta y nueve niveles de significación encerrados en la escritura del texto inspirado. La tradición medieval cristiana reconoce también la polisemia de los textos sagrados y trataba de reducirla a cuatro sentidos principales: literal, alegórico, moral y anagógico o místico. A través de estos sentidos “traducían” la Biblia. Para ellos, traducir es mediar no sólo entre lenguas extrañas entre sí, sino entre niveles de lenguaje cercanos y extraños a la vez: el arcaico y moderno, elevado y llano, de himno y de lamentación y profano y sagrado. |
![]() | ![]() | «actúa por medio del amor» (Ga 5,6). Por último, la doctrina católica sostiene que, otra característica de la fe es que está en continuo... | |
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