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La Biblioteca de José María de Pereda por Benito Madariaga de la Campa Cronista Oficial de Santander Correspondiente de la Real Academia de Doctores de Madrid Hasta hace relativamente poco tiempo, no sabíamos nada respecto al contenido de la biblioteca de José María de Pereda, en cuanto a los títulos, número de volúmenes que contenía y donde estaba situada. Al tener el escritor dos casas, una en Polanco y otra en Santander, tenemos que pensar que la mayor parte de ellos estuvieron en Polanco y en menor número en Santander. La biblioteca en este último lugar estaría formada por ejemplares de consulta que siempre hay que tener a mano. Tal es el caso de Diccionarios de español y otros idiomas, sus propias obras, informes geográficos y costumbristas, así como aquellos libros que estuviera leyendo en aquellos momentos. Los que tienen libros en dos casas saben del trasiego que habitualmente se hace de una a otra, dejando en la principal la mayoría. Sabemos que en su estudio en Santander tenía dos armarios de dos cuerpos repletos de libros. Es posible que en ellos estuvieran todas sus obras. En la casa nueva de Polanco había espacio suficiente para albergar una buena biblioteca, como debió de ser la suya. De niño tuvo contados libros en la casa paterna, entre los que figuraban El año cristiano, las Cartas de Santa Teresa y las obras de Fray Luis de Granada y de San Agustín. Ya de muchacho leyó Las tardes de la granja, de la Condesa de Genlis; La Iliada y El Quijote, que llegó a conocer con profundidad y detalle, lo mismo que gran parte de la obra de Quevedo. Las lecturas habituales en su juventud fueron libros de autores románticos y de folletín. En su novela Pedro Sánchez cuenta las que leía el protagonista que eran indudablemente también las suyas: Clarisa Harlowe, El hombre feliz, El Conde de Montecristo, Nuestra Señora de París, etc. y en Madrid, en la posada, le fueron prestadas las novelas que le propusieron sus compañeros de hospedaje: casi todas las obras traducidas de Paul de Kock, Pigault-Lebrun, Dumas y Soulié, algunas de ellas prohibidas por la censura eclesiástica, entre las que ganaba la palma El judío errante. A su muerte, la biblioteca se repartió entre sus hijos, pero la viuda de Pereda, Diodora de la Revilla Huidobro, donó unos miles, calculo que unos dos mil o tres mil, a la Biblioteca Municipal de Santander (1). Supongo que el resto se repartieron entre los hijos y que muchos de ellos quedaron en manos de su hijo menor Vicente, que heredó la afición literaria de su padre. Gracias a mi compañero del Centro de Estudios Montañeses, Francisco Gutiérrez Díaz, he podido tener la relación que se publicó en la prensa y con ellos hacer una cata de los temas principales. Pereda poseía obras generales de consulta, como el Diccionario de la Lengua Castellana, de Caballero, y el de Calígrafos españoles y vocabulario de palabras usadas en Álava, no incluidas en el Diccionario, o el Enciclopédico ilustrado de la Lengua, por Miguel de Toro y Gómez. Igualmente tenía Estudio clásico sobre el análisis de lengua española de Manuel Rodríguez y el Catálogo de los escritores que servían de autoridad en el uso de vocablos y frases de lengua castellana, publicado por la Academia Española. El lenguaje le interesaba especialmente y poseía, incluso, un libro de Nociones de ortografía española. Leyó libros de costumbrismo, novela, poesía, teatro, de temas históricos, de geografía y paisaje, de religión, de viajes, etc., a los que aludiremos, a continuación, por tener un interés especial dentro de su especialidad literaria. También tenía libros curiosos como una Gramática Euskara, Expedición al gran Lago Nahuet-Huapi, Curiosidades físico-astronómicas, por Ramiro Blanco; novelas griegas traducidas por A. R. Ll, el Manual de declamación de Julián Romea, etc. Los temas americanistas le sedujeron y en este sentido poseía un libro de poemas sobre Cristóbal Colón, de José Joaquín Casas; una antología de poetas americanos, las conferencias leídas en el Ateneo de Barcelona con motivo del centenario del descubrimiento de América y la colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas posesiones españolas de Ultramar. En una carta a Francisco Sosa (19-II-1899) le confesó que sabía casi de memoria los libros de W.H. Prescott y no menos los de Solis, Bernal Díaz y otros historiadores de Indias. Igualmente le interesó la Guerra Hispano- americana y las operaciones por mar en las Antillas, cuyo desenlace le apesadumbró e indignó. La lectura de obras costumbristas, aunque fueran de autores menos conocidos o de relativa importancia, fue habitual en él. Un ejemplo son: Cuadros populares, por Emilio Vilanova, Fiestas populares en Granada de F. Afán de Ribera, las Costumbres populares de la Sierra de Albarracín, de Manuel Polo y Peyrolóm; Cosas de la vida, cuentos y novelas cortas de Eduardo Bustillo; Croquis humanos. Cuentecillos y bocetos de costumbres por E. Bertrán Rubio, Tipos y caracteres por Manuel Fernández Juncos, autor igualmente de Costumbres y tradiciones; La forastera, novela de costumbres de Juan Gallardo Lobato, Pinceladas. Cuadros de costumbres de la zona oriental de Asturias, por Antonio Fernández Martínez; El ciego de Buenavista (romancero satírico de tipos y malas costumbres, por Eduardo Bustillo, etc. Pereda no necesitó inspirarse en autores costumbristas foráneos ya que tenía en su tierra natal suficiente material, pero algunas novelas, aunque fueran de autores secundarios, le interesaban, ya que tenía dificultades para encontrar argumentos originales para las suyas, de casi idéntica temática. En su biblioteca tenía, por ejemplo, Novelas menores de Antonio Valbuena; La huelga, novelita vulgar de Sebastián Gomila y Quintín Trastienda de este mismo autor; La prima Juana, por José de Elola; Eugenia, del mismo autor; En la costa, de Teodoro Baró, La cadena, por Manuel Amor Mellán, El doctor Navascués, de Fray Pedro Fabo, las novelas del Marqués de Figueroa, Historias crueles de Luis Ruiz Contreras. Pereda estuvo limitado en los argumentos de sus novelas por razones políticas, religiosas y porque no se atrevió a tratar temas sociales que estaban fuera del costumbrismo local que era su fuerte y le parecía, además, muy arriesgado salirse de ese campo. No se concibe que tratara argumentos en los que aparecieran el tema amoroso y menos los religiosos, los problemas de las huelgas o el trabajo en las minas. En el teatro las representaciones pasaban por la censura y había una Junta de teatros a la que precisamente perteneció Pereda al menos en 1892. Pérez Galdós se quejaba en el prólogo de la publicación de su obra teatral Alma y vida al veto que se ponía en las provincias a determinadas obras y cómo se pedían los libretos para examinarlos. La falta de libertad de las compañías repercutía en el desarrollo del teatro y ponía Galdós de ejemplo las campañas efectuadas durante las representaciones de Juan José y de Electra. El pasado tradicionalista y vinculación con la clase de la alta burguesía le hacía a Pereda defender esa posición y le impedía salir de su conservadurismo. Vemos como en algunos cuadros se disculpa al final o suprime lo que le parecía demasiado avanzado. Pese a ello, no se libró de numerosas polémicas en las novelas por elegir personajes que sus contemporáneos santanderinos identificaron sin dificultades. Cuando ya con fama de novelista intenta hacer una novela cortesana y de tesis, La Montálvez, el resultado le sirvió de escarmiento y para aprender que los temas arriesgados le perjudicaban, aparte de temer las opiniones de la crítica, como así sucedió en este caso. Su producción literaria tenía que ser, pues, católica, conservadora y con la moraleja de que el malo nunca gana y que la salida del ambiente familiar y tradicional para aventurarse en el mundo foráneo y peligroso traía siempre la desgracia. Cuando habla de los liberales es para culparles de todos los males. En su biblioteca tenía Los liberales sin máscara, de Valentín Gómez y La regeneración... liberal, por un católico español. Su antiliberalismo está dentro de unos esquemas mentales de los que no se sale nunca y tan constantes y repetidos como los hábitos diarios de su vida. Pérez Galdós, liberal en todo, tuvo que quejarse en una de sus cartas de esa manía y le llega a decir que si el liberalismo había destruido el edificio moral y lo construido durante siglos por el absolutismo y la unidad católica del país, como opinaba Pereda, es que "el tal edificio no valía gran cosa". Y le añade: "Estoy cansado de oírle a V. (hablar mal ?) de los liberales. Según V. todos son unos pillos. Raro, rarísimo es aquel a quien V. concede un poco talento. Todos son y fueron tontos, ridículos. ¿Pues cómo tal caterva de idiotas ha podido (destruir ?) una cosa tan secular, una cosa tan santa, tan grande como la nacionalidad española, cuidadosamente formada por el absolutismo y la unidad católica?" (2). No se ha profundizado suficientemente sobre la influencia en la obra de Pereda del teatro que vio y leyó mucho, igual que las zarzuelas, monólogos, juguetes y sainetes cómicos, lo que no impidió que conociera bien a los clásicos. En la relación de libros suyos entregados a la Biblioteca Municipal figuran, entre otros, las Obras de Lope de Vega, ed. de la Real Academia Española; el Teatro escogido de Pedro Calderón de la Barca, varios de su amigo Sinesio Delgado y diferentes dramas de Valentín Gómez; obras de José Zorrilla, Manuel Tamaño y Baus, de Arturo Campión, Joaquín Estévanez, etc. A Leopoldo Alas le escribió protestando del ruidoso triunfo en Madrid del drama en verso La Pasionaria (1883), obra mediocre del militar vallisoletano Leopoldo Cano y Masas. Siguiendo el repaso de algunas de sus obras, de las que damos un muestreo de las publicadas en la prensa donadas a la Biblioteca Municipal, tenemos las siguientes de poesía: Rimas de Laura Bintos, Cantabras (1900) de Luis Barreda, Coplas alegres de Eustaquio Cabezón, Romamcero de la guerra de África, del que tenía la primera y segunda edición; Poesía popular por Demófilo (Antonio Machado Álvarez). Le interesó mucho las obras que iban apareciendo de Galdós, Pardo Bazán, Valera, Palacio Valdés y sus contemporáneos. Le importaron, igualmente, Siluetas con retratos y autógrafos de diversos escritores, escrito por Urbano González Serrano. De Luis González Obregón tuvo varios libros sobre Méjico, uno de ellos con noticias de los novelistas mejicanos del siglo XIX. El tema religioso no le fue ajeno. Y entre algunos de los libros que poseía figuran: La Santa Biblia, La Madre de Dios de Begoña, por Arístides de Artiñano; Crónica del II, III y IV Congreso Católico Español, El misticismo en la poesía, de Juan Domínguez Berrueta; La divinidad de Jesucristo ante las escuelas racionalistas, por Francisco Caminero, La religión de los antiguos tagalos, por Ventura Fernández López, La conversión de Francisco Coppé (Traducción de Álvaro L. Núñez), Las sepulturas de los hombres ilustres en los cementerios de Madrid, de Manuel Mesonero Romanos, Observaciones que el capítulo XIII del opúsculo del señor Cardenal Sancha, Arzobispo de Toledo ha inspirado a un ciudadano español y Discurso sagrado en honor de María por Eliseo González. Por supuesto recibió los Discursos leídos en la Academia Española y en la de la Historia de algunos académicos. De trabajos de Literatura tenía el estudio crítico que le hizo de su obra Augusto Tharvo-Hidalgo y Díaz; La novela contemporánea en España, por Augusto Gómez García, La literatura española en el siglo XIX, por el P. Francisco Blanco García, Rassegna de la litteratura straniera (spagnuola) de G.A. Tesarco, del que tenía dos ejemplares; Commmunicationes faites au Congrés International sur les langues romanes tenu pour le premiere fois a Bordeaux le 5 aout 1895, etc. Hay libros que no figuran en esta relación de donaciones y que leyó Pereda. Conocía los principales autores franceses y las traducciones de escritores ingleses y norteamericanos. De la América latina le dice en carta a J.F. Mera, hijo del autor de Cumandá: "Yo he leído mucho y en muchos estilos y con muy diversos fines sobre las Cordilleras y los ríos y los salvajes de todas las Américas descubiertas y por descubrir, pero en unos casos por causa de más y en otras por causa de menos, rara vez me han llegado al alma aquellas cosas" (3). Los temas del campo y la ganadería quizá los utilizó más como consulta que por que le interesaran, a no ser para aconsejar a sus paisanos de Polanco. Tal es el caso del libro de Higiene rural por P. García del Moral y una Cartilla agrícola y pecuaria de Aurelio López Vidaur, ingeniero agrónomo, catedrático de Agricultura en el Instituto de Santander. Igualmente tendremos que aludir a las obras que no leyó por parecerle impías y prohibidas por la Iglesia católica. De todas formas no eran temas de su devoción por ser de filosofía. Son las que aparecen en De tal palo, tal astilla y que figuraban en la biblioteca de los Peñarrubia: Comte, Spencer y a Kant. En una de sus discusiones epistolares le había escrito Pérez Galdós: "Imagine V. por un momento que todas las obras que están en el Índice no las hubieran escrito, ¡qué vacío y soledad tan grande en la literatura contemporánea!" (4). Pereda estuvo siempre convencido de que el evolucionismo darwinista, aparte de ser un tema para él prohibido, era falso en su valor científico. Todavía en 1900 escribe "La lima de los deseos (Apuntes de mi cartera)" donde cuenta el declinar de la vida y repasa las edades del hombre y alude negativamente a "los sabios que han dado en engreírse con su ilustre progenie de gorilas y chimpancés". Ya en Tipos trashumantes había ridiculizado en "Un sabio" al que presenta como masón, evolucionista y krausista, tipo costumbrista en cierto modo inspirado en el naturalista y contemporáneo suyo Augusto González de Linares. A modo de resumen podemos decir que la biblioteca de Pereda fue muy numerosa y que gran parte de los libros que compró o le donaron fueron en gran parte leídos o, al menos, ojeados. Otros los conservó por contener alusiones a su obra o a su persona, como el citado de Augusto Tharvo-Hidalgo. Esta relación que acompañamos no es completa ni demostrativa de sus preferencias, ya que debió de tener también libros de Arte y de viajes con ilustraciones y buena encuadernación, de los que no quiso la familia desprenderse. Igualmente recibió muchos dedicados de sus compañeros escritores, y otros con un abanico muy amplio de temas de ciencias, historia y literatura, sobre todo del Siglo de Oro. Autores como Cervantes y Quevedo los conocía a fondo. En los citados Apuntes, sus amigos dejaron este testimonio: "En Letras antiguas y modernas tenía Pereda unas aficiones, y hasta una erudición, de lo más especiales y desordenadas, que contrastaban mucho con los gustos de su época. Por una parte, dominaba suficientemente ciertas cosas, como la Literatura española del Siglo de Oro, cuyo espíritu había penetrado en lo más hondo de su alma a la vez que el clasicismo ingénito de su madre, y de otro lado, quizás por lo mismo, ignoraba y hasta repelía las retóricas modernas más famosas y manoseadas, singularmente si alardeaban mucho de novedad o abusaban del análisis o la disertación" (5). Es de suponer que tenía también colecciones de revistas, algunas dedicadas a la mujer. Sus contemporáneos han referido la cultura que poseía con conocimientos de latín, inglés que traducía, y de francés que hablaba bastante bien. De los autores extranjeros que leyó hay que citar, entre otros, a Dickens, Manzoni, Maeterlinck, Edgard Alan Poe, Ibsen y Zola. La Comisión de la Biblioteca Municipal de Santander formada por Antonio del Campo Burgaleta, Buenaventura Rodríguez Parets, Federico Vial, Isidro Mateo González, Alberto Gutiérrez Vélez, Enrique Menéndez Pelayo, Roberto Basáñez y Julián Fresnedo de la Calzada enviaron una carta de agradecimiento a la viuda de Pereda, publicada el 29 de noviembre de 1907 en los diarios La Atalaya y El Cantábrico, por la generosa donación de los libros de la biblioteca de su marido. En ella se decía: "De los libros de Pereda nació, a no dudar, más que de otra fuente alguna, esa como renovación literaria a que hemos aludido; usted señora, viene hoy a fecundar en cierto modo aquel feliz impulso y a ayudar de manera eficacísima nuestro intento, enviando a estos estantes una muy valiosa parte, así en calidad como en número, de la librería del inmortal escritor, alto y noble pensamiento, digno de quien supo, mejor que la misma gloria, encantar y hacer venturosa la vida del maestro Pereda". Cuando había concluido este artículo, he leído muy gratamente el interesante artículo del profesor Enrique Miralles García, de la Universidad de Barcelona, publicado en el Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo de 2006 (6). Así como yo describo una parte de los libros que tenía Pereda, Miralles ha entresacado de la obra del escritor de Polanco algunos de los libros que cita de costumbrismo, narrativa, teatro y de temas religiosos y filosóficos. Este artículo se complementa con el mío y nos proporciona también una relación de las lecturas de este escritor. Cita en el mencionado artículo a los costumbristas Trueba, Mesonero Romanos y Antonio Flores. En teatro nos recuerda Miralles que Pereda vio en París Le capitaine Henriot y las obras de autores, como Ventura de la Vega, Bretón de los Herreros, López de Ayala, Hartzenbusch, etc. (7), así como numerosas zarzuelas que recensionó en La Abeja Montañesa cuando hacía la reseña de los espectáculos representados en Santander. En la Biblioteca Municipal de esta ciudad se conservan los volúmenes escritos a mano por Federico de Vial con la relación de los que vio Pereda y escribió en La Abeja. En noviembre de 1877 le escribía a Menéndez Pelayo con este encargo de compra de libros: "Los libros que quería encargarte son Las Escenas de la vida en París y de provincias (creo que también las escribió) de Balzac, y alguna otra obra notable, en mi género, de otros autores, como E. Conscience; pero no en novelas, sino en cuadros" (8). Entre las lecturas que menciona Miralles, ocupan un apartado importante los referentes a la narrativa con títulos de autores como Fernández y González, Navarro Villoslada, Fernán Caballero, Auguals de Izco, Diego Luque y Juan de Ariza. Por supuesto, fue Pereda, como confirma Miralles, buen lector de Víctor Hugo y de Alejandro Dumas y de otros autores, algunos de escasa importancia, traducidos en su mayoría del francés. De los autores extranjeros famosos enumera en "Manías" a Walter Scott, Corneille, Poe, Byron, etc. Merece una atención especial La vida de Jesús, de Renán, que Miralles da por cierto que leyó Pereda. Fue esta una obra que, aunque prohibida por la censura eclesiástica, se leyó mucho por la mayoría de los escritores y del público culto por la repercusión que tuvo en su tiempo. "Clarín" fue uno de los que sintió mayor interés por esta obra que le produjo un gran impacto en sus creencias religiosas. El apartado 6 del artículo que comentamos, le dedica Miralles a considerar la antipatía que sentía Pereda por los periodistas, sobre todo por aquellos dedicados a escribir las crónicas de sociedad. Santander, septiembre de 2006 |