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NARRATIVA Y MEDIO AMBIENTEUNA OPCION REALISTA DE APRENDIZAJE COMPLEJOJulián García González es profesor asociado Universidad Nacional de Colombia El autor es doctor en literatura comparada, magíster en literatura francesa, especialista en letras modernas, con trayectoria investigativa y docente en los campos de la literatura, la estética, el medio ambiente, la semiótica, y publicaciones en dichas áreas. Ha traducido textos del inglés y del francés en campos diversos del saber; colabora en publicaciones periódicas del orden regional y nacional. Ha participado en los procesos de diseño, creación y apertura de la especialización en literatura hispanoamericana de la Universidad de Caldas y de la carrera de Gestión Cultural y Comunicativa de la Universidad Nacional, y como docente en programas diversos de la Universidad, tanto de pregrado como de postgrado. Participa como profesor invitado en la Maestría en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira. Invitado como ponente al Congreso de Profesores de Literatura en Alicante, y al doctorado en narrativa de la Universidad de Oviedo en 2003. Actualmente se desempeña como vicedecano de la Facultad de Ciencias y Administración de la Universidad Nacional, en Manizales. Tel: extensión 184 e-mail: julian@nevado.manizales.unal.edu.co La síntesis es un proceso espontáneo. ¿Qué hay del análisis? Este documento quiere poner sobre la mesa la multiplicidad de vectores de aprendizaje que se abren a partir del texto literario, acotado en este caso bajo cuatro parámetros: texto narrativo, de ficción, de autores caldenses y que han obtenido como reconocimiento un premio literario. A lo anterior agrego una quinta perspectiva: el ambiente. Sé que muchas preguntas se originan a partir de cada uno de los cinco aspectos constituyentes de la investigación, pero ese es tema de otro escrito. Por ahora me centraré en esta investigación en cuanto probabilidad didáctica universal, es decir, como opción de trabajo a la vez intensivo y extensivo con estudiantes de cualquier nivel de la educación. El objeto-texto ficcional es generador de abundante información sobre el entorno, que, según nuestra hipótesis, al ser el escenario del enunciado se configura como recipiente de elementos múltiples: utensilios, amueblamiento, equipamiento, paisaje; también dinámicas climáticas, cinéticas, simbólicas, etc.1 Comencemos por lo que podemos denominar el lastre de la palabra escrita: en nuestra cultura fuertemente oral los espacios de la palabra son con frecuencia espacios punitivos, mecanismo de aconductamiento en la escuela: la biblioteca o la sala de lectura son lugar de reclusión para los escolares infractores. Es también persistente la lectura como tarea para tiempos inoportunos: fin de semana, vacaciones. Además de lo anterior, el sistema educativo debe pensar que nuestros niños viven en unas condiciones específicas de poder adquisitivo, imaginarios del ocio, lo libresco y lo audiovisual2. Parece haber una escisión entre la reputación de lo escrito en el ámbito académico y el evidente distanciamiento del sujeto contemporáneo con respecto a la lectura; por ser ésta una realidad cultural la academia sólo tendrá opciones de proponer mecanismos productivos en la medida en que aborde dichas soluciones desde una perspectiva igualmente cultural. Parece que un profesor de ciencias o de cálculo sabe con precisión el marco en que se mueve, pero en el tema que nos ocupa encontramos de entrada asimetrías esenciales en términos de intereses, conocimientos, formación, motivación. Hemos renunciado a la definición de nuestro objeto de estudio por la certeza de que intentarlo significa paralizar cualquier otra discusión de una agenda académica. En este documento me ocupo de la lectura de literatura, expresión acotada por el texto de ficción editado. La ciencia del aprendizaje nos muestra que si bien este proceso se prolonga durante toda la vida, los mayores logros se obtienen cuando se desarrollan habilidades, destrezas y competencias en edades tempranas. Surge en consecuencia el interrogante: ¿cómo hacer lectores a estudiantes que tienen una actitud profundamente refractaria hacia la lectura en general y hacia la literatura en especial?, ¿cómo hacer lectores a estudiantes que tienen una relación fluida y gratificante con la multimedia? Existe una idea persistente en el sentido de que los niños deben leer literatura; pero el problema que enfrentamos con frecuencia nace desde el propio maestro que no tiene criterios claros sobre la literatura. Hay un paradigma inquebrantable: sólo la práctica abundante de la lectura literaria desarrolla en el lector criterios de selección para proponer textos a sus estudiantes; de lo contrario el docente, o bien será tributario de los instructivos programáticos oficiales convirtiéndose en autómata irreflexivo, o bien se aventurará en territorio ignoto donde pondrá en gravísimo riesgo la motivación futura de sus estudiantes por la lectura. Qué queremos que nuestros estudiantes encuentren en la literatura: hay por lo menos tres grandes categorías que pueden traspalarse, claro está, pero que para propósitos metodológicos mantendré separadas: En primer lugar veo al lector espontáneo, el que ‘por gusto’, lo que desde mi perspectiva debería leerse ‘por inercia’, llega al texto. Dicha inercia no debe leerse en un sentido peyorativo pues se trata a mi entender nada más y nada menos que de inercia cultural; es decir, el sujeto se encuentra en un entorno donde las dinámicas lingüísticas lo conducen de manera espontánea a entrar en contacto con el texto literario. Medios pues enriquecidos, favorables, sin duda donde hay disponibilidad y acceso a los libros. La segunda categoría es la de los lectores en el marco escolar, aquéllos para quienes el texto hace parte del fardo de la formación formal, es decir de las obligaciones académicas. No tengo que extenderme aquí en el tipo de relación emocional que vincula a estudiante y texto/tarea: mientras el estudiante no disponga de un ‘medio favorable’ hay muy pocas posibilidades de que su contacto con la literatura fructifique en gusto o afición. Estudiar la literatura es un asunto hipercomplejo que exige un conocimiento técnico que la pasión de la lectura hedonista no da, y esa es la formación teórica o especializada en literatura. Si aceptamos pasar al segundo perfil, entonces la lectura del texto literario pone en marcha un potente motor de sentido donde la distancia entre la expresión y el contenido (Helmslev) se enriquece por las dinámicas de la cultura que subyacen tras la palabra. La consolidación de la Modernidad implicó el repliegue paulatino del reino de las letras a la periferia cultural: la literatura devino actividad ex-céntrica; empero, ese proceso de exclusión significó la activación de potencias subterráneas donde circulaban que escapaban a la oficialidad3. Este trabajo de investigación busca mediante la pesquisa sobre el entorno en que se mueve la narrativa caldense, identificar dinámicas ocultas por las palabras, en sus recursos retóricos, en sus figuraciones situacionales y en los imaginarios que habitan los personajes. La riqueza del texto literario nos obliga entonces a plantear una serie de interrogantes: Qué debe saber del lenguaje un maestro de literatura? Qué debe saber del idioma un maestro de literatura? Qué debe saber del lenguaje de sus estudiantes un maestro de literatura? Qué debe saber de linguística un maestro de literatura? Qué debe saber de teoría de la literatura un maestro de literatura? Qué relación específica con sus colegas de otras áreas debe tener un maestro de literatura? El maestro tendrá que abandonar el supuesto de que tiene un público cautivo. Esto es verdad únicamente en la medida en que los estudiantes deben cumplir su parte contractual con la escuela y asiste a las clases, pero es evidente que ello no implica una vinculación afectiva y efectiva con la lectura o con la literatura. En la medida en que se esbocen respuestas a cada interrogante se crearán condiciones que faciliten el acercamiento de los estudiantes a la lectura literaria. UNO. REFERENCIA DEL TERRITORIO El departamento de Caldas fue creado por la ley 17 de 1.905, del once de Abril; comprendía 42 municipios, en una extensión4 de 14.035 Km2. Como capital se designó a la ciudad de Manizales, fundada en 1849 por un grupo de colonos antioqueños5 liderados por Marcelino Palacios; ese pequeño departamento tenía tres ciudades de dimensión equivalente, lo que favoreció intereses locales dispersos, oposición que llevó en 1966 a la tripartición del departamento6: el hoy denominado Eje Cafetero. Hoy Caldas tiene una superficie de 7888 Km2 (0.64% del país). Su territorio comprende tierras andinas escarpadas repartidas en las cordilleras central y occidental; al occidente se encuentran tierras planas y onduladas del valle medio del río Magdalena; en las zonas subandinas de las cadenas montañosas se ubica el 70% de la población, y el 86% de los suelos presentan algún índice de erosión. La vida del ser humano está marcada por el entorno en que se encuentra inmerso: las características geográficas, morfológicas, climáticas, la florifauna, configuran su imago mundi. La articulación entre los individuos y su entorno tiene mucho que ver con el uso de la tierra; la relación varía en función de la feracidad o avaricia de la tierra, según ofrezca productos vegetales, pecuarios o minerales. Además, el uso de la tierra tiene implicaciones de orden lingüístico, vestimentario, culinario: por el tipo de cosa que se percibe en el ambiente, los animales que se crían, los procesos alrededor de los cultivos, las frutas y sus ciclos, todo ello se expresa en palabras y dichas palabras permean el mundo lingüístico, o sólo el de la vida cotidiana sino el discurso axiológico y el estético. Caldas ha estado marcado por la tradición agrícola poco tecnificada, y su imagen en el concierto nacional se ha construido alrededor de la producción y procesamiento (que en estas tierras recibe el elocuente nombre de beneficio) del café. DOS. POETIZACION DEL TERRUÑO. El territorio en cuanto composición poética ya aparece desplegado en toda su intensidad emotiva en una tradicional canción regional. Escrita por el maestro Luis Carlos González, este bambuco con música del maestro Fabio Ospina, nos pone de lleno en la retórica del terruño: Por los caminos caldenses llegaron las esperanzas De caucanos y vallunos de tolimenses y paisas Que grabaron en Colombia a golpes de tiple y hacha, una mariposa verde que le sirviera de mapa (bis)7 Caldas resultó ser un eje de tránsito donde convergieron dos regiones muy sólidas desde la colonia como lo fueron Antioquia por el norte y Cauca por el sur. Las fundaciones más antiguas en territorio caldense son Anserma, 1539, Marmato 1540, Supia 1540, La Dorada 1803, Aguadas 1808.8 Pero durante siglos permanecen como poco más que poblados dispersos en la cordillera. El gran empuje lo toman cuando hacia la segunda mitad del siglo XIX los antioqueños deciden crear asentamientos para los hombres que se dedican a la explotación minera en el noroccidente del departamento; por ello surgen pueblos prósperos como Aguadas y Salamina. La forja de esa ruta se da por el volcamiento de comerciantes y aventureros que se desplazaron hacia el sur siguiendo la ruta de, Arma, Aguadas, Pácora, Salamina, Aranzazu, Neira, Pueblo Rico y Manizales9. La canción aludida es muestra clara de la hipervaloración del terruño que quiere mostrarse como un pivote de la prosperidad de sus departamentos vecinos; destaca igualmente la recurrencia a imágenes medioambientales para establecer símiles de creatividad, coraje, y uno que otro tinte épico. En la historia del ser humano los relatos10, es decir unidades discursivas homogéneas (marcadas por una cohesión interna), surgen en sincronía con los mitos, lo que equivale a decir que tienen un origen que se remonta más atrás de la invención de la escritura. Los relatos han desempeñado un papel fundamental en la definición y constitución de las culturas por ser al tiempo producto y origen de significados: todo sujeto siente como real lo que en su universo cultural se tiene por real; de ahí que el entramado cultural que allí se origina tenga para el individuo un sentido de pertenencia cultural, de seguridad material y, sobre todo, psíquica. Y si nos referimos a la literatura como forma del arte, “las obras de arte tienen por función realizar, en el sentido más auténtico de la palabra, lo que en el sueño sólo eran apariencias y en el mito significación”11; es en dicha potenciación en que se inscribe el espíritu del presente trabajo: rescatar el sentido más auténtico de la palabra, allí donde aparece cargada de significación. La obra literaria se impregna de la territorialidad del sujeto que la escribe; es testimonio de excepción en las relaciones del hombre con el ambiente al dar indicios claros sobre su visión del mundo, que tiene la solidez de las construcciones imaginarias12 pues al desbordar lo entornal real apunta hacia lo deseado, lo temido, lo ignoto. Nuestra postura es la de considerar el hombre como eco-inscrito: decir hombre es decir naturaleza, hombre en coordenadas espaciotemporales que definen su cultura. Ser equivale a estar en la naturaleza y transformarla. Es la inagotable capacidad de crear nuevos “mundos instituidos de significado en tanto horizontes simbólicos definidores de formas de vidas socioculturales”13, y el lenguaje es el vehículo para referir todo aquello. La literatura, narrativa para este caso, es un vehículo de la mayor potencia simbólica pues “A diferencia de la información, el relato no se preocupa de transmitir lo puro en sí del acontecimiento, lo incorpora a la vida misma del que lo cuenta para comunicarlo como su propia experiencia al que lo escucha”14, y es por ello que puede constituirse en un fiel testimonio de las profundidades psíquicas de un individuo en su relación con la realidad, relación medida por el recurso al ensueño, al arte15. Comenzamos a vislumbrar entonces que lejos de ser un producto escindido de la vida real, el texto literario se constituye a partir de elementos fuertes que vinculan al escritor con su entorno, y desde que decidimos aceptar ese vínculo como un imperativo al que ningún sujeto escapa, estaremos constituyendo una visión literaria de índole entornal, eco-lógica en último término: “La visión ecológica nos permite ver la auto-determinación y la eco-determinación de la obra a muchos escalones. De este modo, debemos ecologizar al autor de una obra en su cultura hic et nunc, y ver que ésta es coorganizadora y, por tanto, coautora de la obra. Sin que el autor deje de ser el autor.”16 Es telúrica la escritura donde el entorno es registrado en una relación intensa con la situación contada y los personajes; ello significa entonces una figuración transparente en la que las características del entorno son presentadas de manera coincidente con la realidad eco-socio-sistémica de Caldas. Así denominamos la escritura cuya acción se sitúa explícitamente en el medioambiente caldense; ello implica una conformación ambiental donde los actores importantes son la topografía de montaña, la economía del café, las músicas andinas. Montañera, de Arturo Suárez, es una novela de mediana envergadura, ubicada de lleno en el paisaje del norte caldense. Aquí no podemos perder el horizonte histórico pues si bien es cierto que había una riqueza palpable por la explotación del oro en las minas de Marmato, la novela no lo menciona; y por otro lado, el café aún no es protagonista económico y cultural del departamento. La novela cuenta la historia de un amor desgraciado, inscrito en los vaivenes del destino instigados por la lucha de un héroe que posee el amor de una campesina, a pesar de la oposición de la madre de ésta y de la presencia de un rival. La novela se abre con el encuentro furtivo, de una pureza obligada por la época, en medio del bosque17 “Noche serena. Los campos están empapados en claro de luna, llegan ecos inciertos entre las alas ululantes del viento. Llora una fontana bajo brezos enmarañados y floridos. La luna riela altísima y derrama sus lágrimas de lumbre, desde un cielo profundamente puro y profundamente azul, sobre los inmensos agros dormidos en la vaguedad silenciosa de la hora...” Esta novela constituye un extraordinario inventario de la cultura caldense de comienzos del siglo XX, cultura muy estable hasta casi finales del siglo18. El vuelo lírico de la naturaleza, los usos de la tierra, el conocimiento de la naturaleza y las formas axiológicas de la cultura están puestos en evidencia en Montañera. Abunda la novela en la topografía caldense, en la geografía regional –incluyendo el norte del Valle del Cauca sentido como último tramo del llamado Gran Caldas- en fitonimia y en lo que denominamos el perfil cultural: vestimenta, gastronomía, hábitos sociales, usos lingüísticos. En la novela de José Naranjo Gómez La Tinta y la Sangre19 nos encontramos ante una figura típica de las violencias sociales propias de los países : “Los dominios de Nolasco Vanegas se sucedían casi sin interrupción a lo largo de varios kilómetros […] Cultivos de café, sementeras de cereales. Algunos muy bien cuidados, otros en abandono casi total, rastrojeras agresivas en progresivo desarrollo.”(p. 9) es un hombre dedicado a explotar la tierra y los congéneres para beneficio propio “...dueños de pequeñas parcelas y fincas menores habíanlas cedido por intereses de usura y mezquinos préstamos urgidos; y, sobre todo, por obra de astucia y de artera maniobra de quien cada día se iba convirtiendo en amo, que no señor, de tierras agregadas o segregadas” Atmósfera harto distinta de la referida en la novela de Arturo Suárez en que, si bien es cierto que hay cierta coincidencia en las maniobras de los poderosos para obtener lo que buscan, en La Tinta y la Sangre, “el panorama era de desolación y tristeza”: ranchos a medio parar, covachas infectas, “huérfanas de horizontes”, acompaña a los “niños semidesnudos y hambrientos” (p.10)20. No es, empero, sólo el entorno el que se presenta en este registro negativo; hay un paralelo entre la imagen del espacio y los personajes que en él se mueven: “ancianos y niños enfermos a la puerta de las chozas o a la vera de los caminos y ‘deshechos’ eran como prolongación de la tierra y el barro de las laderas leprosas y de los caminos cenagosos” (p.10) Así como enfático fue Suárez en la feracidad y pureza del entorno en su novela, Naranjo Gómez echa mano de denominaciones fuertes de la patología médica para ilustrar la mísera condición de los seres humanos sometidos: leprosas, estaciones de la anemia y del paludismo, tuberculosis, desnutrición, enfermedad conforman el abanico descriptivo. Sólo los cómplices o protegidos del cacique viven en casas “bien situadas […] sobre altas vertientes y altiplanos; y era allá el contraste con el plácido paisaje, la rica y difusa luz de las alturas, el aire puro, la amable ondulación de las tierras, cruzadas por caminos y senderos, copa de vino feliz, si no hubiera sido habitada en mala hora por la mano de la codicia y la sombría garra de la violencia”(p. 10). El gamonal es oriundo de El Poblado nacido en una casa de aspecto ruin, “las paredes envejecidas y sucias, los tristes muebles venidos a menos, los taciturnos rincones, los rotos del techo y del tablado […] la cama apenas aseada...”(p. 16). Con ocasión de la muerte de su hermana, Nolasco “Miró ala precaria luz la alcoba estrecha, pobre, las grietas en las paredes de esa casa de la miseria, casi ya deshabitada pro su hermana, tan distinta de ‘La Cecilia’, amplia, clara, soleada, en campo abierto y poblado.” (p. 20) El espacio se configura en clara analogía con el poder y por ello se recurre al paralelo contrastivo: en Sotiela, “En el amplio corredor de la casa mayor de la finca, que servía a la vez de sala de recibo, depósito de bustos de café, racimos de plátanos, tercios de leña e improvisado ‘despacho’, Nolasco Vanegas hacía los pagos los viernes en la tarde.”(p. 26) En esta novela ya se menciona repetidamente el robo del café, que con el correr del tiempo se convirtió en un verdadero azote para los cultivadores, al punto de que se optó por la venta en cereza, es decir inmediatamente después de la recolección, sin tratamiento alguno. Uno de los aspectos que configuran identidad regional tiene que ver con determinadas especificidades en la relación con el entorno, tales como los usos culinarios y medicinales, o los oficios de tradición. Así el escritor pacoreño Alirio Marín Gaviria en el relato Las Lavanderas21 nos introduce a un espacio que ahora sólo existe en algunos poblados de la región: el lavadero público. El riachuelo de Manantiales descendía “abundante cristalino y sonoro...uniendo al fin sus aguas con la quebrada o río de Pácora.”(p. 91) Al terminar de lavar las prendas, las extienden en el prado “pero los pájaros que abundan como los azulejos, afrecheros, mirlas, sinsontes, chamones, se paseaban y se cagaban, arrancando a ellas (las lavanderas) expresiones como “Malditos pájaros, a cagasen a otra parte carajo!”.(p. 95) En el zoológico las aves (colocadas allí en un no lugar) son fuente de admiración como, en la urbe o en la lámina impresa, mas en su entorno natural pueden ser trastorno laboral que obliga a repetir la tarea del lavado. El lavadero público constituye una forma de la articulación ecoantroposocial donde se utilizan los recursos del entorno: el río ofrece un insumo gratuito, cosa hoy impensable desde lo económico, o impracticable desde lo social. Aquí la suciedad que resulta del lavado no ha sido velada por las redes de desagüe como en las urbes y, como vemos el mismo entorno mantiene en vilo esa limpieza pues mientras el agua limpia, los pájaros son una amenaza de suciedad. Aquí también encontramos formulaciones retóricas para enunciar el medio ambiente: “Las lavanderas hablaban fuerte, pues el arroyo bajaba bailando entre piedra y piedra y sus voces hacían coro con el ritmo de la cascada.” (p. 96), imagen que aparece casi como justificación de las relaciones humanas: “Por eso los ricos de aquellos tiempos prefirieron que la ropa fuera lavada allí, donde el canto del arroyo, los aromas de las plantas, el revoloteo de las aves, la frescura del aire y las voces infantiles ayudaban a purificar las prendas que ellos llevaron puestas cuanto fueron y no fueron con sus prójimos”(p. 97). Pasamos pues de la imagen de pájaros que se pueden cagar en la ropa recién lavada a imágenes de aves que revolotean, arroyo que canta, aroma de plantas, voces que purifican y se conforma así un todo armónico hombre-entorno. Hay pues tres niveles claramente diferenciados en la imagen del medio ambiente. Por un lado, la vivencia de las lavanderas para quienes el río y el prado con instrumentos de trabajo, los pájaros un estorbo potencial, es decir, concebido en una relación simbiótica; por otro lado, la visión de los ricos del pueblo, es decir, los sujetos urbanos (pues como tal se consideran ellos mismos), se diferencia en que pueden tener una visión cuasi idílica de la naturaleza y realizar una especie de asociación mítica entre el proceso de limpieza de sus prendas y el medio ambiente en que ello se realiza, donde se da a la vez unión con los demás humanos a los que se parecen, pero que simultáneamente atestigua su carácter diferente22. Por último la visión del narrador que se delata por el empleo retórico al recurrir a epítetos, verbos, adverbios que modulan el distanciamiento propio de la construcción poética. Del mismo autor “El herrero”23 desarrolla la ciencia y la sapiencia de estos artesanos, tan importantes en el desarrollo de toda la región aún después de la llegada del automóvil. Además del quehacer con el hierro, el herrero tiene un conocimiento profundo del entorno ecosocial y por ende de los efectos medicinales de sustancias diversas: “Antes de pone la herradura debía fijarse si el semoviente estaba espiado o con el casco lastimado para resanarlo echándole veterina, así evitar el hormiguillo, un hongo que se agazapaba dentro del casco. Si tenía postema, ampolla o llaga, se decía que tenía bubón, por lo tanto le aplicaba veterina caliente con petróleo por medio de una pluma. Al casco también le daba mal de la tierra que era otro hongo que se eliminaba untando estiércol de cristiano.(p. 116) Las peladuras se curaban con zumo de penca de sábila machacada. “Si la bestia estaba muy verrugosa, sobre todo en las verijas y en el pecho, le untaba un ungüento hecho de fruta de aguacate machacado, cebo o gordana y veterina” (p. 119). Así pues, el entorno se enriquece en cuanto proveedor de sustancias medicinales. En Sin Títulos, tras ser atacado por el tigre, Fermín “pasó tres meses acostado con el pecho cubierto de emplastos a base de yerbamora.”24, y en el mismo relato se indica que “la sangre es un remedio especial para el asma de mi hija” refiriéndose al efecto benéfico de la sangre del armadillo. El cuerpo de nuestro trabajo nos pone ante una gran categoría, de los textos ubicados en entornos que dejan de ser rurales, campesinos, de paisajes abiertos, apegados a la tierra: son ellos el mar, la ciudad, los espacios reducidos del hotel o la prisión. Las ciudades colombianas están inmersas en las dinámicas de violencia que se han desencadenado en los últimos veinte años con fenómenos como la delincuencia organizada, el terrorismo, la miseria extrema, el narcotráfico, etc y ello impacta de manera evidente las escrituras recientes de la región. La ciudad es hostil, tiene un aspecto intimidante y representa una constante amenaza para el morador. Los bajos fondos de Cali son escenario de El ojo que no duerme25 donde un grupo de muchachos hacen malabares en una motocicleta como espectáculo para inquietantes personajes, con la alusión a una novia muerta en el atentado a un avión ordenado por el cartel de la droga. El protagonista de Con el Alma en la Boca26 debe matar a un hombre en un aeropuerto de “Medallo”; este nuevo sujeto urbano (frecuentemente con raíces rurales muy recientes, exiliado por la violencia del campo y sumido en la violencia urbana) siente profundo desprecio por los que caerán bajo sus balas: “… no me importa; no debe importarme, no existen para mí así como yo no existo para ellos.” (p. 41). “La plaza polvorienta y soleada del puerto” sobre el río Magdalena donde pasa su vejez El Capitán Martirio27 es el escenario para este espécimen nacional de los productos de la violencia: un jovencito que presencia la masacre de toda su familia y que a su vez se convierte en asesino. Luego de sus trágicas hazañas, el Capitán Martirio se transforma en vendedor de pescado “Sobre una rústica mesa ofrecía el bagre, el barbado, la sarta de bocachicos y los huevos de caimán de río” (p. 54). En La Mía es Venus28 la acción se sitúa en Bogotá: el 20 de Julio, la carrera décima. En la noche urbana el bus es ”monstruo comegente”, que engulle a los viajeros al tiempo que “arrojaba por detrás sus detritus con premura”, y esos detritus son los pasajeros que han llegado, no a su destino sino a su parada , “sombras gastadas ya, deglutidas por el día y triturados por el viaje.” (p.123-124). La urbe tiene sus propias dinámicas “de noche y en el sur de Bogotá donde siempre es bueno llevar plata para el atraco o sino (sic) lo chuzan a uno por irresponsable” (p. 124) La ciudad de New York protagoniza junto a Tony Fowers el último diario del escritor que paulatinamente deriva hacia la miseria no sólo productiva sino económica, en medio de sus excesos de consumo de sexo y cocaína. Abundan los viajes a Los Angeles, e inclusive, en diferentes niveles de la narración hay desplazamientos a Colombia, incluyendo Bogotá y Gorgona, pero también a España y a Italia. El narrador se las ingenia para bosquejar un conocimientos de dichos espacios a través de la mención a costumbres, comidas o condiciones climáticas o florifaunísticas de uno y otro lugar. Del mismo Octavio Escobar, El Album de Mónica Pond pone de relieve un narrador familiarizado con España, y sobre todo Madrid. Los dos textos mencionados son, por su reducida extensión (alrededor de un centenar de páginas), apenas un asomo de lo que en su momento desarrollara Eduardo García Aguilar en su Viaje Triunfal, donde sencillamente pone a su protagonista a recorrer el mundo entero dejando a La Enea (pobrísimo ocultamiento del Manizales real) como espacio inicial y terminal del periplo. Todas las grandes capitales del mundo y muchos otros lugares verán pasar al protagonista de esta novela. Los protagonistas de El Zorro y el olor del Jazmín, y de A la Hora del Té Aparecen los Fantasmas, ambas de Nestor Gustavo Díaz o bien viven en alguna gran capital del extranjero, o han viajado allí en algún momento, lo que les sirve de referencia permanente como el lugar valorizado, allí donde se establecen los parámetros culturales, artísticos, la axiología de la vida, lo cual a su vez sirve en dos sentidos: como prueba de la alcurnia de quienes practican dichos lugares, y como referencia de contraste con la vulgaridad de lo que los rodea aquí. |