descargar 8.35 Kb.
|
Sobre la figura de Adelino Gómez Latorre y el libro publicado por el Centro de Estudios del Jiloca, por Francisco Lázaro Polo DT Alguien dijo que, cuando uno es joven, va de incendiario por la vida; pero que, cuando se vuelve viejo, se convierte en bombero. Algo de eso ocurre en Adelino Gómez Latorre, un escritor de Caminreal cuya vida transcurre en los tres primeros cuartos del siglo XX y que pasó de cultivar una literatura revolucionaria, comprometida socialmente por estar siempre de parte de los pobres, a componer estampas costumbristas, protagonizadas por baturros graciosos que no parecían conocer problemas derivados de carencias materiales e intelectivas. Hoy, hay mucha gente que conoce las producciones artísticas de Adelino Gómez Latorre, pero no todas, sino las escritas entre los años que van de la década de los cuarenta hasta de los setenta, en la que el escritor muere. Famosas son sus Estampas baturras y sus Nuevas estampas baturras; nombradas son su Solera de Aragón y sus Aires del Jiloca, por cierto, libros a fecha de hoy inencontrables. Leídas estas obras, inolvidables resultan sus diálogos ingeniosos, salpicados de vulgarismos lingüísticos, proferidos por los baturros que las pueblan. Contempladas en su representación, plausibles resultan la bondad y la nobleza de los labriegos castizos que habitan esta tierra aragonesa, tan virtuosos ellos por saberse herederos de aquella turba de rústicos simples que rendía culto a Bato y que protagonizaba las escenas baturras de los escritores costumbristas decimonónicos. Menos conocido que el Adelino anterior es el de preguerra, autor de novelas como El crimen social o ¡¡Sarcasmo!!, libros raros que el Centro de Estudios del Jiloca acaba de reeditar. En ambos casos se trata de obras cuyo motivo principal no es otro que el de la novelización de condiciones depauperadas de la realidad cotidiana, algo perfectamente explicable por haber sido escritas por un joven veinteañero, como era entonces Adelino, aficionado a la literatura, impregnado hasta la médula de ideas socialistas de las de entonces, que habían calado en lo más profundo de un republicano ferviente, apasionado lector de novelistas franceses, seguidores todos ellos del socialismo utópico. Lo dice el refrán: el que a los veinte años no ha sido comunista no tiene corazón. De ahí que las primeras novelas de Adelino sean tan maniqueas y que sus personajes sean buenos o malos; explotadores o explotados. Y de ahí que el autor tome siempre partido por los pobres y los débiles, por los hombres y mujeres eternamente condicionados por la pobreza. Culpables de esta visión son tanto la abundante literatura revolucionaria que el caminrealero lee, sin asimilar del todo - ¿cuántas horas de insomnio en compañía de Eugenio Sue, de Víctor Hugo, del valenciano, de ascendientes turolenses, Vicente Blasco Ibáñez?-, como su experiencia vital, adquirida sobre todo con la amarga contemplación de injusticias sufridas por jornaleros explotados. Es así como nace el Adelino menos conocido, el primer Adelino, el social, republicano y socialista; el Adelino juvenil y jacobino, tan diferente al Adelino complaciente, costumbrista-baturrista de posguerra, también valioso, que no tuvo otro remedio que serlo, y que nadie se le reprocha, para sobrevivir. Solo los muertos y los imbéciles son los únicos que no cambian nunca de opinión. Pero lo cierto es que antes que conformista y bombero, obligado por el franquismo, Adelino Gómez Latorre fue revolucionario e incendiario. Lo fue cuando presidió la Juventud Republicana de Caminreal, su pueblo natal, algo que lo marcaría de forma indeleble, arrastrándole a su militancia en la corriente de la literatura comprometida. Ni más ni menos que lo que se llevaba en aquel tiempo de convulsión social que vivía España en los años previos a la Guerra Civil. En esa filosofía se inscribe El crimen social y ¡¡Sarcasmo!!, literatura que tiene como cometido principal acabar con el orden burgués y reivindicar los derechos de los obreros y campesinos; literatura que ofrece una visión crítica del sistema político dominante; una visión demoledora que se complace en todos aquellos aspectos que conducen hacia la degradación de la persona o que son dolorosamente injustos. Frente al esteticismo formalista de la vanguardia de los años veinte, Adelino piensa que lo que de verdad importa en ese momento es afrontar el hambre de los pobres. Aunque de dudosa calidad literaria, estos relatos nos ofrecen estampas valiosas, curiosos documentos de época. De contenidos demasiado elementales, tampoco hay que olvidar que, en muchas ocasiones, en la misma agua se bañaron escritores como Pedro Mata, Eduardo Zamacois o Joaquín Belda… Por otro lado, ¿cuánto nos recuerda el despreciable personaje de Pedro Luis Jarrapellejos, surgido de la mente del extremeño Felipe Trigo, al señorito Fernando de ¡¡Sarcasmo!!? Bienvenidas sean, por tanto, las obras sociales del primer Adelino. Aunque sean pecados de juventud que su padre quemó en la hoguera, como el cura y el barbero hicieron con los libros de caballería de Alonso Quijano. Pero en el caso de Adelino, para que no terminará fusilado en las tapias de un cementerio, a la sombra de un apenado ciprés. * Profesor de Lengua y Literatura |