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TEMA 4. LA POESÍA ESPAÑOLA DE PRINCIPIOS DE SIGLO. ANTONIO MACHADO Y JUAN RAMÓN JIMÉNEZ A. El Modernismo: características A finales del siglo XIX se manifiestan en Europa una serie de tendencias artísticas y sociales antiburguesas de carácter crítico y renovador. Se intentaba, así, rescatar al arte de las exigencias mercantiles de la burguesía, que lo había hecho alejarse de la búsqueda de la belleza y lo había convertido en vulgar, ramplón y aburrido. En ese ambiente de cambio e innovaciones, surge en Alemania y Francia un movimiento religioso llamado Modernismo. En España, en medio de la crisis política, económica y social del 98, los deseos de renovación artística coincidieron con los anhelos de un cambio socio-político y económico. Por ello, comienza a usarse, en principio como insulto, el término Modernismo contra los que muestran esos deseos e iniciativas. Entendido así, el movimiento es “la forma hispánica de la crisis universal de las letras y del espíritu que [se] inicia hacia 1885…” en todos los aspectos de la vida. Fueron los jóvenes intelectuales de origen pequeño-burgués los más radicales en la crítica y en la adopción de iniciativas contra los presupuestos ideológicos y el gusto artístico de la burguesía, que desembocaron en comportamientos sociales extravagantes, como la bohemia o el dandismo, y que dejaron su huella en el lenguaje. El Modernismo literario hispano es una faceta de ese amplio movimiento de renovación, y tiene su origen en Hispanoamérica. Allí, hacia 1880, escritores como el cubano José Martí, el mexicano Gutiérrez Nájera… propugnan una nueva estética literaria. Se suelen distinguir dos etapas en el modernismo hispanoamericano:
De ahí que no sea el Modernismo un movimiento solo preocupado por la belleza formal y despreocupado del contenido, pues quedarían fuera de él buena parte del Modernismo español y poemas de Rubén Darío de Cantos de vida y esperanza (así, “Lo fatal” o “Salutación del optimista”, de su segunda época). Por lo que respecta a sus influencias, el Modernismo literario es un movimiento que recibe y funde en unas formas propias y en una nueva estética el Parnasianismo (Teófilo Gautier o Leconte de Lisle) y el Simbolismo (Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, Mallarmé) franceses (con su búsqueda de perfección formal, por un lado; y con su amor por los sueños, el misterio y los símbolos, de los segundos); el influjo de algunos escritores españoles antiguos (Berceo, el Arcipreste de Hita, Jorge Manrique y los poetas de Cancionero), del Romanticismo (con Gustavo Adolfo Bécquer en exclusiva) y de autores italianos (Gabriel D’Annunzio), ingleses (Óscar Wilde y los ‘prerrafaelitas’) o norteamericanos (Edgar Allan Poe y Walt Whitman), casi coetáneos. Es, además, un movimiento variado en sus temas: el malestar o la desazón románticas (así, la preocupación por el paso del tiempo, la soledad, la sensación de desarraigo...); el escapismo, en el espacio (‘exotismo’ oriental, por ejemplo) y en el tiempo (el mundo Antiguo, la Edad Media, el siglo XVIII...); el cosmopolitismo, el amor (delicado e imposible; o desenfrenado) y el erotismo, los temas americanos (con el indigenismo y una mitificación del mundo y las culturas precolombinas y, más tarde, un antinorteamericanismo [así, en Cantos de vida y esperanza]), el culturalismo, la reivindicación del mundo hispánico (frente a la pujante influencia norteamericana)… En el aspecto formal, destaca su intento de crear belleza, incluso abusando de recursos expresivos de embellecimiento o evocación en el lector de sensaciones: efectos sonoros (aliteraciones, rimas internas...) y valores sensoriales (colores, sensualidad...), junto con términos musicales, pictóricos, arquitectónicos…; un renovador manejo del idioma (con preferencia por los esdrújulos, los cultismos y neologismos, los adjetivos ornamentales...); la utilización de numerosas sinestesias (verso azul, sol sonoro, tranquilidad violeta...); el uso de símbolos; el enriquecimiento, modernización y variación de la métrica tradicional para conseguir un ritmo más sonoro (uso de alejandrinos; de dodecasílabos y eneasílabos, propios de la poesía francesa; de pies acentuales [latinos]; las innovaciones de estrofas clásicas, como el soneto [que se compondrá en alejandrinos, con serventesios en vez de cuartetos, con trece versos...]...). Rubén Darío, con su figura emblemática, llega a su esplendor esta corriente en los últimos años del siglo, publica Azul (1888) y Prosas profanas (1896). La vigencia del Modernismo llegará hasta 1915 [Rubén muere en 1916]), aunque su influencia sea perceptible en las letras españolas bastante más tarde. En España, el Modernismo tiene sus antecedentes en la obra de Salvador Rueda (1857-1933) y vive su esplendor un poco más tarde que en Hispanoamérica, pues cuajará definitivamente tras el segundo viaje a España de Rubén Darío (1899). Presenta, por su parte, diferencias respecto de este: es menos exótico en los temas y menos exagerado en el uso de recursos poéticos; tiene predilección por lo popular (así, Cante Hondo de Manuel Machado), por lo simbolista y el magisterio de Bécquer; y se centra en el intimismo (característica esencial de los primeros modernistas españoles, con el Juan Ramón Jiménez de Arias tristes [1903] ―tras su recargamiento en Almas de violeta y Ninfeas [1900]― y el Antonio Machado de Soledades, galerías y otros poemas [1907] a la cabeza), una sonoridad tenue y alardes formales menos atrevidos que los de Rubén Darío. También destaca en ellos el gusto por la introspección, la melancolía, los jardines solitarios, las estaciones del año, los interiores en sombra... Junto a los dos citados, destacan, como figuras más representativas del Modernismo español, el poeta Manuel Machado (1874-1947; el hermano mayor de Antonio, que lo introdujo en los círculos poéticos del momento; sus características más acusadas fueron la ironía y el distanciamiento, entre serio y burlón, entre ligero y grave. Obras: Alma [1900], El mal poema [1909], Cante hondo [1912], Ars moriendi [1921]...) y Ramón María del Valle-Inclán (prosista [las Sonatas] y dramaturgo, sobre todo), así como el dramaturgo Eduardo Marquina y el poeta Francisco Villaespesa (1877-1936; imitado por Juan Ramón Jiménez hacia 1900 y que vivió en Latinoamérica la bohemia propia de la época. Obras: Flores de almendro [1899], El alto de los bohemios [1902], Tristae rerum [1906], etc.). A pesar de ellos, los autores españoles que se inician en el Modernismo tras las huellas de Rubén Darío no ofrecen una nómina tan importante como la Hispanoamericana de entre 1890 y 1910. Entre 1902 y 1904 se publican varios libros modernistas españoles (Alma, de Manuel Machado; Soledades, de Antonio Machado; Arias Tristes y Jardines lejanos, de Juan Ramón Jiménez; y La paz del sendero, de Ramón Pérez de Ayala), que muestran aprecio por el intimismo, una sonoridad tenue y alardes formales menos atrevidos que los de Rubén Darío. También destaca en ellos su tendencia a la introspección, su intensa melancolía y la preferencia por el uso de una escenografía determinada (jardines solitarios, paisajes elementales, estaciones del año, interiores en sombra...). A partir de entonces, la poesía española abandona el prosaísmo de la segunda mitad del siglo XIX (con la excepción de Bécquer y de Rosalía de Castro). Con todo, los autores españoles que se inician en el Modernismo tras las huellas de Rubén Darío (Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, el prosista y dramaturgo Valle-Inclán) no ofrecen una nómina tan importante como la Hispanoamericana de entre 1890 y 1910. Y así, junto a los mencionados, los dos autores más destacables son: * Manuel Machado (1874-1947), hermano mayor de Antonio (que lo introdujo en los círculos poéticos españoles del momento); sus características poéticas más acusadas fueron la ironía y el distanciamiento, entre serio y burlón, entre ligero y grave. Obras: Alma (1900), El mal poema (1909), Cante hondo (1912), Ars moriendi (1921)...; y * Francisco Villaespesa (1877-1936), autor simbolista imitado por Juan Ramón Jiménez hacia 1900 y que vivió en Latinoamérica bastante tiempo una bohemia literaria muy propia del movimiento. Obras: Flores de almendro (1899), El alto de los bohemios (1902), Tristae rerum (1906), etc. Hacia 1914-16, aparece una serie de poetas posmodernistas que funcionan como epígonos del movimiento: Enrique de Mesa (1878-1929), que combina rasgos modernistas con elementos cercanos al 98 (Cancionero castellano, de 1911); el bohemio Emilio Carrere (1880-1947), que trataba temas de los bajos fondos madrileños (Del amor, del dolor y del misterio [1916]); y el canario Tomás Morales (1885-1921), muerto tempranamente y que cantó al océano su “Oda al Atlántico”. Junto a los anteriores, surgen algunos poetas en la órbita del Novecentismo (o Generación del 14) que refrenan lo sentimental, poetizan con el intelecto, defienden un relativo clasicismo y tienden hacia la desnudez o la pureza poética (aunque, más tarde, se acerquen a la vanguardia o rehumanicen su poesía). Es el caso de Ramón de Basterra (1888-1928), que conjuga el amor por la Roma clásica con el que sentía por su tierra vasca (Los labios del monte, 1924); de Fernando Villalón (1881-1930), ganadero taurino muy querido por los del 27, que aportaría un aire popular (Andalucía la baja [1926], Romances del 800 [1929]); y León Felipe (1884-1968), el más importante: defensor de la poesía rehumanizada, fue farmacéutico, actor, viajero...; su primer libro, Versos y oraciones del caminante (1920, ampliado en 1929), usaba el verso libre, paralelismos bíblicos, un léxico coloquial y una carga religiosa y humana; con la guerra, su poesía se hace intensa y encendida, dando paso a un tono insultante y dolorido en su exilio mexicano. (Obras principales: El payaso de las bofetadas [1938], El hacha [1939], Español del éxodo y del llanto [1939], El poeta prometeico [1942], Antología rota [1957] ―la más conocida en España durante años, y resumen de su obra―...). ANTONIO MACHADO (1875-1939)
Fue Machado un hombre “bueno” “de sobria y honda sensibilidad” que “rehuyó siempre los honores”. Además, supo ser consecuente con sus convicciones e ideas. Su evolución ideológica es la contraria a la del 98: era liberal progresista por tradición familiar y formación, pero sus ideas se radicalizaron, sobre todo ante las desigualdades socio-económicas andaluzas y la pujanza de los movimientos obreros.
Para Machado “la poesía es la palabra esencial en el tiempo”, ‘el diálogo de un hombre con su época’. Inicialmente, fue un modernista influenciado por el Romanticismo tardío y el Simbolismo francés ―que conoció en París (1899 y 1902)―; pero depuró su expresión y la hizo sobria, densa y personal (1907). Tras Campos de Castilla (1912), busca alejarse del subjetivismo burgués (ir del yo al nosotros), que tardaría en conseguir (hasta su ‘Poesía de guerra’ [1936-39]) y le alejaría de la lírica poco a poco.
Aunque escribió prosa de interés a medida que su capacidad poética se apagaba (Los Complementarios ―un cuaderno de apuntes―, ensayos diversos, su inacabado discurso de entrada a la Academia [una historia de la poesía desde el siglo XIX hasta las vanguardias] o el Juan de Mairena, conjunto de textos atribuidos a un profesor de Gimnasia de Instituto que empezó en 1934 y en los que trataba medio en serio de muy diversas cuestiones) e, incluso, teatro en colaboración con su hermano Manuel (Don Juan de Mañara [1927] ―sobre el mito de don Juan― y La Lola se va a los puertos [1929] ―su mayor éxito: una cantaora que ama a un guitarrista y no a los dos señoritos que la cortejan―), lo más importante de su dedicación se volcó en la poesía. La evolución de esta puede seguirse a través de sus libros:
La obra machadiana se inicia con Soledades (1903), 42 poemas casi todos breves de un modernismo intimista, contenido y preocupado por mirar ‘hacia dentro’. Aquí trata ya la nostalgia por el amor y el tiempo perdidos, la atención a los sueños, el “gusto por lo irreal”, los parques solitarios, el lento verano, las tardes lentas, las palabras sencillas y puras…, aunque mezclados con cierta exageración, desencantada y hastiada del yo-personaje creado. De ahí que el autor muy pronto intentara mejorarlo.
Es obra de entre 1903 y 1907, período de decantación de lo modernista hacia el intimismo (aunque use aún alejandrinos y dodecasílabos, serventesios, cuartetos, pareados… ―con preferencia por la silva-romance o la copla―, buena parte de su léxico o sus imágenes ―en buena medida, simbolistas [la tarde, la noria, el agua…]―). En ella, corrige y suprime algunos textos de Soledades (1903), además de añadir algunos nuevos, en los que presenta una breve visión del paisaje soriano junto con la visión introspectiva de las galerías del alma. Sin embargo, gran parte del contenido del primer libro permanece: los “universales" como el tiempo, la muerte, Dios; los recuerdos de su infancia, evocaciones de paisaje [que transmiten sus sentimientos, pensamientos, preocupaciones…]… “y un amor más soñado que vivido”, que muestran, finalmente, la soledad, la melancolía, la angustia y frustración del poeta.
Entre 1907 y 1912 escribe poemas castellanos y muestra su preocupación por España (cercana a la juvenil noventayochista, si bien que tardía en Machado). Se publica el libro (aumentado en ediciones sucesivas de sus Poesías completas) poco antes de la muerte de Leonor, su joven esposa. Presenta temas diversos:
En los añadidos al libro se pueden, además, encontrar:
Muestra aquí Machado sus preocupaciones folclóricas y filosóficas, y que su impulso poético creador parece haberse frenado. Es un libro breve y heterogéneo, en el que algunos poemas recuerdan la poesía de Campos de Castilla; otros hablan del campo andaluz, siendo sintomático que cuando rememora Soria ‘remonte el vuelo lírico’-; otros son breves, presentan intuiciones o reflexiones; hay, además, composiciones intimistas, poemas dedicados a amigos… Lo más interesante de la obra son los nuevos “Proverbios y cantares”; en ellos presenta reflexiones muy diversas: paradójicas, oscuras, triviales, profundas…
A partir de 1934, Machado se dedica más a la prosa, pues no consigue concretar su poética “objetivista”. A pesar de ello, va ampliando secciones de sus Poesías completas (1928, 1933, 1936) con diversos poemas (entre los que destacan las “Canciones a Guiomar” (Pilar Valderrama), ‘su nuevo amor tardío’. Cuando estalla la Guerra Civil se convierte en poeta de la España republicana. Crea, así, sus “Poesías de guerra”, una veintena de composiciones, entre las que sobresalen poemas breves ―como el dedicado a la defensa de Madrid―, coplas, romances, canciones, sonetos ―como “La muerte del niño herido” ― o el tríptico “El crimen fue en Granada” ―elegía dedicada al asesinato de Lorca―. Cuando murió, se le encontró en el bolsillo de la chaqueta un verso: "Estos días azules y este sol de la infancia", que parece apuntar un nuevo vuelo poético.
La valoración de Machado ha pasado por diversas etapas. Primero gozó del respeto de los autores del 27. Durante la posguerra, los poetas (con Dámaso Alonso y Blas de Otero a la cabeza) vuelven sus ojos hacia él y lo convierten en modelo de poesía, humanidad y espíritu cívico –y símbolo de la España republicana derrotada –. Más tarde, en los sesenta y setenta su influjo se oscureció por revalorización de autores como Juan Ramón Jiménez o Cernuda, por ejemplo. A pesar de ello, la poesía de Machado representa una de las más altas cimas de la poesía española del siglo XX. JUAN RAMÓN JIMÉNEZ (1881-1958)
Nació en Moguer (Huelva) en 1881. Su entrega a la poesía es temprana. En 1900 se traslada a Madrid ‘para luchar por el Modernismo’. Tras la muerte de su padre, hubo de ser internado en un sanatorio mental en Francia (1901). Su depresión no cesa y en 1905 se traslada a Moguer, en donde permanece durante seis años. En 1911 vuelve a Madrid, instado por numerosos amigos. En 1916 se casa en Nueva York con Zenobia Camprubí Aymar, traductora de Rabindranath Tagore. Viven en Madrid hasta que, al comenzar la guerra civil, abandonan España y residen en varios países americanos. En 1951 se instala en Puerto Rico, ciudad en la que muere en 1958. En 1956 se le concede el premio Nobel y fallece su esposa. Sus restos reposan hoy en Moguer.
Juan Ramón fue un poeta fecundo que escribió poesía de continuo a lo largo de su vida. Tiene, pues, una amplia trayectoria poética y numerosos libros, que sometió a un continuo proceso de revisión. Se acepta como clasificación de su obra la que él presentó en los últimos años de su vida: 1º.- Poesía sensitiva, en la que se incluye toda la que escribió hasta 1915. 2º.- Poesía intelectual, desde su Diario de un poeta recién casado hasta 1936. 3º.- Poesía suficiente o verdadera, la creada entre 1936 y el fin de su creación.
Entre 1908 y 1913 Juan Ramón compone Elegías, La soledad sonora, Poemas mágicos y dolientes…, en los que muestra un Modernismo recargado más intimista y menos ornamental que el de Rubén; su verso más frecuente es el alejandrino. La crítica, y el propio poeta, consideran este período el peor de Juan Ramón Jiménez (A esta época corresponde su memorable Platero y yo [1914], suma de auténticos poemas en prosa).
Siguen libros como Eternidades (1918), Piedra y cielo (1919), Poesías (1923), Belleza (1923)…, en los que continúa su proceso de interiorización y depuración. Esta etapa se corona con La estación total. (1946; y de 1923-1936), en el que el poeta intenta abolir el tiempo y poseer la belleza, la realidad, el propio ser.
En Dios deseado y deseante muestra un extraño misticismo, un anhelo metafísico de eternidad, que le lleva al contacto o a la posesión de un dios que identifica con la Naturaleza, la Belleza o la propia conciencia creadora. El dominio del verso libre y un lenguaje depurado, profundo, difícil, dan fe de la tensión creadora propia del autor.
Resulta ejemplar, muy representativa, la trayectoria poética de Juan Ramón Jiménez. En el siglo XX español, es la encarnación de la búsqueda solitaria de Belleza y Absoluto. Por ello, sirvió de faro para los poetas puros y para los componentes del grupo poético del 27. En la posguerra, su obra y su estética fueron olvidadas. Posteriormente, sin embargo, los “novísimos” ― que intentaron renovar el lenguaje poético ―, vuelven a prestarle atención y estima. Es por todo ello que Juan Ramón Jiménez ocupa un lugar privilegiado junto a los grandes líricos de nuestra literatura. |