La bailarina de los pies desnudos






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Rubén Dario

 POEMAS

**************************

 

 

LA BAILARINA DE LOS PIES DESNUDOS

 

Iba en un paso rítmico y felino

a avances dulces, ágiles o rudos,

con algo de animal y de divino,

la bailarina de los pies desnudos.

 

Su falda era la falda de las rosas,

en sus pechos había dos escudos...

Constelada de casos y de cosas....

La bailarina de los pies desnudos.

 

Bajaban mil deleites de los senos

hacia la perla hundida del ombligo,

e iniciaban propósitos obscenos

azúcares de fresa y miel de higo.

 

A un lado de la silla gestatoria

estabas mis bufones y mis mudos...

¡Y era toda Selene y Anactoria

la bailarina de los pies desnudos!

 

 

 

PEGASO

 

Cuando iba yo a montar ese caballo rudo

y tembloroso, dije: "La vida es pura y bella".

Entre sus cejas vivas vi brillar una estrella.

El cielo estaba azul, y yo estaba desnudo.

 

Sobre mi frente Apolo hizo brillar su escudo,

y de Belerofonte logré seguir la huella.

Toda cima es ilustre si Pegaso la sella,

y yo, fuerte, he subido donde Pegaso pudo.

Yo soy el caballero de la humana energía

yo soy el que presenta su cabeza triunfante

coronada con el laurel del Rey del día;

 

domador del corcel de cascos de diamante,

voy en un gran volar, con la aurora por guía,

¡adelante en el vasto azur, siempre adelante!
+no es azul

 

 

 

A COLÓN (1892)

 

¡Desgraciado Almirante! Tu pobre América,

tu india virgen y hermosa de sangre cálida,

la perla de tus sueños, es una histérica

de convulsivos nervios y frente pálida.

 

Un desastroso espíritu posee tu tierra;

donde la tribu unida blandió sus mazas,

hoy se enciende entre hermanos perpetua guerra,

se hieren y destrozan las mismas razas.

 

Al ídolo de piedra reemplaza ahora

el ídolo de carne que se entroniza,

y cada día alumbra la blanca aurora

en los campos fraternos sangre y ceniza.

 

Desdeñando a los reyes nos dimos leyes

al son de los cañones y los clarines,

y hoy al favor siniestro de negros beyes

fraternizan los Judas con los Caínes.

 

Bebiendo la esparcida savia francesa

con nuestra boca indígena semiespañola

día a día cantamos la Marsellesa

para acabar danzando la Carmañola.

 

Las ambiciones pérfidas no tienen diques,

soñadas libertades yacen deshechas:

¡Eso no hicieron nunca nuestros Caciques,

a quienes las montañas daban las flechas!

 

Ellos eran soberbios, leales y francos,

ceñidas las cabezas de raras plumas;

¡ojalá hubieran sido los hombres blancos

como los Atahualpas y Moctezumas!

 

Cuando en vientres de América cayó semilla

de la raza de hierro que fue de España,

mezcló su fuerza heroica la gran Castilla

con la fuerza del indio de la montaña.

 

¡Plugiera a Dios las aguas antes intactas

no reflejaran nunca las blancas velas;

ni vieran las estrellas estupefactas

arribar a la orilla tus carabelas!

 

Libres como las águilas, vieran los montes

pasar los aborígenes por los boscajes,

persiguiendo los pumas y los bisontes

con el dardo certero de sus carcajes.

 

Que más valiera el jefe rudo y bizarro

que el soldado que en fango sus glorias finca,

que ha hecho gemir al Zipa bajo su carro

o temblar las heladas momias del Inca.

 

La cruz que nos llevaste padece mengua;

y tras encanalladas revoluciones,

la canalla escritora mancha la lengua

que escribieron Cervantes y Calderones.

 

Cristo va por las calles flaco y enclenque,

Barrabás tiene esclavos y charreteras,

y las tierras del Chibcha, Cuzco y Palenque

han visto engalonadas a las panteras.

 

Duelos, espantos, guerras, fiebre constante

en nuestra senda ha puesto la suerte triste:

¡Cristóforo Colombo, pobre almirante,

ruega a Dios por el mundo que descubriste!!

 

 

 

A FRANCIA

 

¡Los bárbaros, Francia! ¡Los bárbaros, cara Lutecia!

Bajo áurea rotonda reposa tu gran paladín.

Del cíclope al golpe ¿qué pueden las risas de Grecia?

¿Qué pueden las Gracias, si Herakles agita su crin?

 

En las locas faunalias no sientes el viento que arrecia,

el viento que arrecia del lado del férreo Berlín,

y allí, bajo el templo que tu alma pagana desprecia,

tu vate, hecho polvo, no puede sonar su clarín.

 

Suspende, Bizancio, tu fiesta mortal y divina,

¡oh Roma, suspende la fiesta divina y mortal!

Hay algo que viene como una invasión aquilina

 

que aguarda temblando la curva del Arco Triunfal.

¡Tannhauser! resuena la marcha marcial y argentina,

y vese a lo lejos la gloria de un casco imperial.

 

 

YO SOY AQUEL (1904)

 

Yo soy aquel que ayer no más decía

el verso azul y la canción profana,

en cuya noche un ruiseñor había

que era alondra de luz por la mañana.

El dueño fui de mi jardín de sueño

lleno de rosas y de cisnes vagos;

el dueño de las tórtolas, el dueño

de góndolas y liras en los lagos;

 

y muy siglo diez y ocho y muy antiguo

y muy moderno; audaz, cosmopolita;

con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,

y una sed de ilusiones infinita.

 

Yo supe de dolor desde mi infancia,

mi juventud...¿fue juventud la mía?

Sus rosas aún me dejan la fragancia...

una fragancia de melancolía...

 

Potro sin freno se lanzó mi instinto,

mi juventud montó potro sin freno;

iba embriagada y con puñal al cinto;

si no cayó, fue porque Dios es bueno.

 

En mi jardín se vio una estatua bella;

se juzgó mármol y era carne viva;

un alma joven habitaba en ella,

sentimental, sensible, sensitiva.

 

Y tímida ante el mundo, de manera

que encerrada en silencio no salía

sino cuando en la dulce primavera

era la hora de la melancolía...

 

Hora de ocaso y de discreto beso:

hora crespuscular y de retiro:

hora de madrigal y de embeleso,

de "te adoro", de "¡ay!" y de suspiro.

 

Y entonces era en la dulzaina un juego

de misteriosas gamas cristalinas,

un renovar de notas del Pan griego

y un desgranar de músicas latinas,

 

con aire tal y con ardor tan vivo,

que a la estatua nacían de repente

en el muslo viril patas de chivo

y dos cuernos de sátiro en la frente.

 

Como la Galatea gongorina

me encantó la marquesa verleniana,

y así juntaba a la pasión divina

una sensual hiperestesia humana;

 

todo ansia, todo ardor, sensación pura

y vigor natural; y sin falsía,

y sin comedia y sin literatura...

si hay un alma sincera, ésa es la mía.

 

La torre de marfil tentó mi anhelo;

quise encerrarme dentro de mí mismo,

y tuve hambre de espacio y sed de cielo

desde las sombras de mi propio abismo.

 

Como la esponja que la sal satura

con el jugo del mar, fue el dulce y tierno

corazón mío, henchido de amargura

por el mundo, la carne y el infierno.

 

Más, por gracia de Dios, en mi conciencia

el Bien supo elegir la mejor parte;

y si hubo áspera hiel en mi existencia,

melificó toda acritud el Arte

 

Mi intelecto libré de pensar bajo,

bañó el agua castalia el alma mía,

peregrinó mi corazón y trajo

de la sagrada selva la armonía.

¡Oh, la selva sagrada! ¡Oh, la profunda

emanación del corazón divino

de la sagrada selva! ¡Oh, la fecunda

fuente cuya virtud vence al destino!

 

Bosque ideal que lo real complica,

allí el cuerpo arde y vive y Psíquis vuela;

mientras abajo el sátiro fornica,

ebria de azul deslíe Filomela

 

perla de ensueño y música amorosa,

en la cúpula en flor del laurel verde,

Hipsipila sutil liba en la rosa,

y la boca del fauno el pezón muerde.

 

Allí va el dios en celo tras la hembra,

y la caña de Pan se alza del lodo;

la eterna vida sus semillas siembra,

y brota la armonía del gran Todo.

 

El alma que entra allí debe ir desnuda,

temblando de deseo y fiebre santa,

sobre cardo heridor y espina aguda:

así sueña, así vibra y así canta.

 

Vida, luz y verdad, tal triple llama

produce la interior llama infinita:

el Arte puro como Cristo exclama:

¡Ego sum lux et veritas et vita!

 

Y la vida es misterio, la luz ciega

y la verdad inaccesible asombra;

la adusta perfección jamás se entrega,

y el secreto ideal duerme en la sombra.

 

Por eso, ser sincero es ser potente:

de desnuda que está brilla la estrella;

el agua dice el alma de la fuente

es la voz de cristal que fluye de ella.

 

Tal fue mi intento, hacer del alma pura

mía, una estrella, una fuente sonora,

con el horror de la literatura

y loco de crespúsculo y de aurora.

 

Del crepúsculo azul que da la pauta

que los celestes éxtasis inspira,

bruma y tono menor -¡toda la flauta!,

y Aurora, hija del Sol -¡toda la lira!

 

Pasó una piedra que lanzó una honda;

pasó una flecha que aguzó un violento.

La piedra de la honda fue a la onda,

y la flecha del odio fuese al viento.

 

La virtud está en ser tranquilo y fuerte;

con el fuego interior todo se abrasa;

se triunfa del rencor y de la muerte,

y hacia Belén... ¡la caravana pasa!

 

 

 

ELEGIA PAGANA

 

¿Sabéis? La rusa, la soberbia y blanca rusa

que danzó en Buenos Aires, feliz como una musa

enamorada, y sonrió mucho, y partió luego

a dar sol a sus rosas al Paraguay de fuego.

 

La rusa más hermosa de las rusas viajeras,

manzana matutina, flor de las primaveras,

diamante de los popes y perla de los zares;

la rusa que tenía su ramo de azahares

fresco para la fiesta nupcial, Mima, no existe...

Que Menalcas, llorando, rompa la flauta triste;

que en desagravio a Venus se maten mis palomas;

rómpase el vaso alegre y los frascos de aromas;

y vierta el dulce Véspero su elegía nocturna,

su elegía de oro dolorosa, en la urna

en que descansa aquella gentil carne divina.

 

No descansa. En el lago de la muerte patina

la regia rusa, brillan sus patines de plata

al halago lunar. Mágica serenata

hacer sonar un ruiseñor en lo invisible,

y Mima es ya princesa de un imperio imposible.

 

La llamaron las voces de un coro de rusalcas;

partió, y echó en olvido la flauta de Menalcas,

los azahares y las tórtolas sonoras.

¿Recuerdas aquel día, amante que la lloras,

en que gozosa y orgullosa fue mi rima

encadenada al libro con un guante de Mima?

 

Propiciatoriamente, yo invocaba a Himeneo...

Aún veo el libro todo blanco y oro. Aún veo

una noche a la eslava que tú adoraste ciego,

digna de amor latino, como de culto griego,

pues la petersburguesa, parisiense y latina

tuvo todas las gracias, y además, la argentina.

 

Como la Diana de Falguière, ella ha partido,

virgen a lanzar flechas al bosque del olvido.

Como la Diana de Falguiére, blanca y pura

a cazar imposibles entre la selva obscura.

 

 

 

 

 

 

METEMPSICOSIS

 

Yo fui un soldado que durmió en el lecho

de Cleopatra la reina. Su blancura

y su mirada astral y omnipotente.

Eso fue todo.

 

¡Oh, mirada! ¡Oh, blancura! y ¡oh, aquel lecho

en que estaba radiante la blancura!

¡Oh, la rosa marmórea omnipotente!

Eso fue todo.

 

Y crujió su espinazo por mi brazo;

y yo, liberto, hice olvidar a Antonio

(¡oh, el lecho y la mirada y la blancura)

Eso fue todo.

 

Yo, Rufo Galo, fui soldado, y sangre

tuve de Galia, y la imperial becerra

me dio un minuto audaz de su capricho.

Eso fue todo.

 

¿Por qué en aquel espasmo las tenazas

de mis dedos de bronce no apretaron

el cuello de la blanca reina en broma?

Eso fue todo.

 

Yo fui llevado a Egipto. La cadena

tuve al pescuezo. Fui comido un día

por los perros. Mi nombre, Rufo Galo.

Eso fue todo.

 

 

 

LETANÍAS DE NUESTRO SEÑOR, DON QUIJOTE

 

Rey de los hidalgos, señor de los tristes,

que de fuerza alientas y de ensueños vistes,

coronado de áureo yelmo de ilusión;

que nadie ha podido vencer todavía,

por la adarga al brazo, toda fantasía,

y la lanza en ristre, toda corazón.

 

Noble peregrino de los peregrinos,

que santificaste todos los caminos

con el paso augusto de tu heroicidad,

contra las certezas, contra las conciencia

y contra las leyes y contra las ciencias,

contra la mentira, contra la verdad...

 

Caballero errante de los caballeros,

barón de varones, príncipe de fieros,

par entre los pares, maestro ¡salud!

¡Salud, porque juzgo que hoy muy poca tienes

entre los aplausos o entre los desdenes,

y entre las coronas y los parabienes

y las tonterías de la multitud!

 

¡Tú, para quien pocas fueron las victorias

antiguas, y para quien clásicas glorias

serían apenas de ley y razón,

soportas elogios, memorias, discursos,

resistes certámenes, tarjetas, concursos

y teniendo a Orfeo, tienes a orfeón!

 

Escucha, divino Rolando del sueño,

a un enamorado de tu Clavileño,

y cuyo Pegaso relincha hacia tí;

escucha los versos de estas letanías.
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