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Martín Rodríguez, Vapor Vox, Bahía Blanca (Argentina), 2007 Gabo, una de las cosas que más me gustan de este proyecto-contrabando, es la palabra encomienda, aquí ya casi no se usa. Armar la encomienda y hacer el envío; recibirla del correo o de manos, esta vez, de una amiga tuya que ha venido a Madrid para quedarse. Una carta breve, dulce de leche, fotocopias de una plaquette chilena (me re-gustó, pero Chile no se me da bien), un par de poemarios tuyos, el libro Vapor de Martín Rodríguez. Es cierto que éste yo te lo pedí, pero mi impaciencia no lo desordena dentro de tu lista, pues tarde o temprano me lo hubieras enviado. Martín Rodríguez es un autor preferido. Es más, me atrevería a decir que es un autor importante, no sé en qué orden ni mucho menos en qué canon, pero sí que sé que en poesía – género mayor cuyo nombre aparece escrito en minúsculas. Para otro día dejo anotado aquí que el Premio Nobel de poesía, que no existe, sobrepasa con mucho el prestigio y el alcance del más concreto y existente Premio Nobel de Literatura. La Literatura no tiene que ver con la poesía; a veces las confunden, no obstante. Antes de nada: Martín Rodríguez dice en la primera página que Vapor completa a agua negra (Siesta, Buenos Aires, 1999) y natatorio (Siesta, Bs As, 2001). Los tres poemarios suman, según dice, una “trilogía del agua”, escrita antes del año 2001 – año crucial argentino, supongo. Yo añadiría, sin que quizás proceda, a tales tres estados del agua el río denso de Paniagua (Gog y Magog, Bs As, 2005), que es, sin que tampoco importe, uno de mis poemarios preferidos ever. Y ya sigo la cuenta y cito otros suyos que leí, Maternidad Sardá (Vox, Bahía Blanca, 2005) y Lampiño (Siesta, Bs As, 2004), y no leí, El conejo (Del Diego, Bs As, 2001). Obras completas de Martín Rodríguez / Vapor: la cola del anfibio que vive en ellas. Ellas, niñas del poema. Niñas, niños, gallos, ranas. Establezco una hipótesis: el sistema poético de Martín Vapor es un sistema de agua, hidráulico – por tanto, hidropónico e hídrico – de cabezas anfibias, se entiende. Lo que se toca dentro del agua del poema de Martín queda pringado, queda hilado sin raíz, con humedad, queda empapado. Como mutan los renacuajos, como la evaporación, como el caldo de gallina; hay un paso caliginoso y caliente de todas las palabras en la olla. Subconjuntos que se cuecen y recuecen: LOS ROCÍOS, LAS ENVOLTURAS PEGAJOSAS (placentas, matrices), LAS SOPAS, LOS BAUTISMOS (La familia), LA FAMILIA (la enfermedad), LA ENFERMEDAD (viruelas, sarampiones), LA VIOLACIÓN (La familia), LA MATERNIDAD (sus hospitales), la INFANCIA (niñas, niños), los DIENTES (La infancia), LOS RÍOS, LOS ABUELOS (La familia), LOS LÍQUDOS ESPESOS (sangre, vino, leche), LAS PIELES, LOS PELOS. No por encima, sino entre el caldo primigenio, molecular y cálido, crecen cuatro personajes no colectivos, a cada cuál más denso, más superhéroe poético de una escritura increíble: EL GALLO, EL HUEVO, EL ALBINO, LA LAMPARITA. No sé cómo ordenar ni a estos entes duros ni a todas esas charcas erótico-tanáticas, cepas de contagio, que han derivado de la hipótesis de derivar, de sub-conjuntar sin más. Diré lo que un poema, que el agua que dice, el poema, los mezcla y los separa, los, digamos, apalabra: […] las mezclas de palabras recién hechas todavía impronunciables «el agua las separa por primera vez»1 Entonces, por un lado la poesía (el agua) de Martín Rodríguez inunda o divide subconjuntos; por otro lado, los subconjuntos no hacen más que proliferar como huevos de rana y contagiarse abortos y preñeces, nuevas separaciones y nuevas desecaciones. No sé si me explico. No me explico, es más, trato de no hacerlo, trato de no ordenar los conjuntos ni entender. Trato de leer muy rápido (aunque muchas veces) a Martín Rodríguez. Si me preguntas por qué, Gabo, no sé, no sé por qué quiero avanzar deprisa, nadar deprisa, no explicar nada y salir a flote. Leer deprisa es no leer, Martín Rodríguez da ganas de escribir, dice Paniagua: … En el agua no se lee, en el agua se escribe2 (p. 51) Siento no haber reseñado Vapor, sino el resto, Gabo, no pude centrarme. Lo voy a remediar peor, citaré un gran texto, de Santiago Llach, sobre Lampiño: “Y aquella ablación de los conectores, aquella inocencia sintáctica, es acompañada por el elemento líquido, el agua presente una y otra vez en el poema. El agua, elemento de la circulación y la permanencia, recipiente, sede de aquello que en la lengua habla y nos habla, de aquello que se propaga y de aquello que se estanca. El canto del agua. El agua como conector lingüístico. El agua como asiento de los sueños. El agua como lo que conecta las zonas duras de la poesía: cerca del agua la gravedad poética se profundiza. La liquidez, principio del lenguaje.”3 Tú la llevas. María Salgado (Madrid) 1 Lampiño, cit., p.26 2 Paniagua, cit., p.51. 3 Santiago Llach, “Algunas ideas en torno a Lampiño”, en Lampiño, p.75. |