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La literatura en el pensamiento de Max Weber: desencantamiento del mundo y retorno de los dioses1 José M. González García Instituto de Filosofía, CCHS-CSIC, Madrid ____________________________________________________________ Las relaciones entre sociología y literatura son bastante complejas. Por un lado encontramos el análisis sociológico de las obras literarias en la llamada sociología de la literatura, un campo especializado con importantes cultivadores. Por otro, tenemos intentos como el Lewis A. Coser (1963) de explicar sociología a los estudiantes a través de obras de ficción. Además, entre sociología y literatura hay influencias mutuas claramente reconocibles, pero existen también, a veces, caminos paralelos e incomunicados. En más de una ocasión ha habido interpretaciones sociológicas y literarias de una época que han coincidido y que, sin embargo, permanecieron en la ignorancia mutua. Sociología y literatura son dos formas diferentes de análisis de la sociedad que pueden influirse mutuamente, pero que también pueden ignorarse. Wolf Lepenies, en su excelente libro Las tres culturas (1985) afirmó la necesidad de considerar a las ciencias sociales en general, y a la sociología en particular, como una tercera cultura entre la ciencia y la literatura. La sociología surgió con pretensiones de cientificidad y, al mismo tiempo entró en competencia desde la primera mitad del siglo XIX con toda una serie de escritores y críticos que configuraban la élite intelectual. Literatos y sociólogos, literatura y sociología compiten desde hace doscientos años en describir e interpretar la sociedad burguesa, en analizar los cambios sociales, políticos o económicos, intentando ofrecer a los individuos una orientación de su conducta en el mundo. La relación entre Karl Marx y la literatura ha sido bien analizada en sus diversas vertientes hace ya varias décadas por Siegbert Salomon Prawer (1976). En el caso de Max Weber carecemos aún de una visión de conjunto, si bien hay monografías sobre su recepción de algunos escritores, su influencia en otros o el tratamiento simultáneo que realiza en clave sociológica de temas analizados al mismo tiempo por la literatura. Dos ejemplos de estos “descubrimientos simultáneos” serían la importancia de la ética protestante para el desarrollo del capitalismo y el papel de la burocracia en las sociedades modernas. En el primer caso coincidieron en el comienzo del siglo XX los estudios históricos y sociológicos de Max Weber sobre la ética protestante con el análisis literario contenido en Los Buddenbrook de Thomas Mann. La relación entre estos dos autores ha sido trabajada en sendos capítulos de sus libros por Wolf Lepenies (1985) y Edith Weiller (1994), en dos amplias monografías por Harvey Goldman (1988 y 1992) y, entre nosotros, en castellano, por Fernando Bayón (2004). En cuanto a la relación entre la crítica sociológica y la literaria a los procesos de burocratización remito a mi libro La máquina burocrática. Afinidades electivas entre Max Weber y Kafka (González García 1989). Por otro lado, en Las huellas de Fausto (González García 2002) analizo, entre otros temas, la herencia de Goethe en Max Weber y el uso que éste hace de conceptos, metáforas y mitos culturales que proceden del gran clásico alemán. Y, finalmente, las conexiones entre la sociología weberiana y el mundo de la literatura rusa de Tolstói o Dostoieswsky, el expresionismo alemán o autores como David H. Lawrence, Erich Mühsam o Ernst Toller han sido indagadas por diferentes especialistas en el libro editado por Sam Whimster, Max Weber and the Culture of Anarchy (1999). El mundo cultural de Max Weber -y también de otros sociólogos clásicos- está impregnado por un humus literario y filosófico que hoy nos resulta ajeno, en parte debido a la profesionalización y especialización de la sociología. Las referencias directas o veladas de Weber a Goethe, Schiller o Heine eran comprendidas por cualquier alemán culto de su época, pero hoy se nos han vuelto extrañas y difíciles de entender. Y, sin embargo, las imágenes, metáforas y mitos culturales de la pluralidad de los dioses o de su regreso actual, la búsqueda del “daimon” que rige los destinos de la propia vida o la necesidad de un pacto fáustico con el diablo son elementos centrales para la hermenéutica de Weber y, por lo tanto, no podemos despreciar esas expresiones. Más bien, hemos de recurrir a la literatura para intentar comprender su significado ya que muchas de las metáforas usadas por Weber tienen su origen en los clásicos alemanes. Además de su capacidad para embellecer retóricamente el discurso o proporcionar formas de iluminar el pensamiento, las metáforas tienen un valor cognitivo importante. Y en ocasiones Max Weber interpreta metafóricamente sus propias emociones en clave literaria mediante su identificación con un personaje o con un autor, o bien dicha identificación es realizada por Marianne Weber en la biografía de su marido. A lo largo de este capítulo veremos algún ejemplo. Conviene distinguir entre dos tipos de textos en la inmensa obra de Max Weber: unos más estrictamente “científicos” en los que la literatura prácticamente no aparece y otros más dirigidos a convencer retóricamente al oyente o al lector, donde la literatura tiene un papel más relevante. En este sentido, cabe hablar de una “retórica de la sociología”. Sin embargo, dicha separación no se debe entender de una manera radical, pues incluso en Economía y sociedad podemos encontrar citas como la siguiente: En algunas capas, relativamente amplias, de intelectuales trajo consigo, bajo la influencia de Dostoyewsky y de Tolstoi, un estilo de vida personal ascético o acósmico. De qué modo este movimiento, con mucho ingrediente de intelligentsia proletaroide judía, dispuesta a todos los sacrificios, cobrará vida después de la catástrofe de la revolución rusa (1905), es una cuestión que queda abierta. (Weber 1985b, 314; 1974, 411) Y también podemos hallar en esta misma obra reflexiones acerca del “trato respetuoso del aldeano en Calderón, en oposición al ostensible desdén por la ‘canalla’ que se manifiesta en Shakespeare” (Weber 1985b, 538; 1974, 691-692) como ejemplo de las formas diferentes de reacción de una organización estamental según se sienta más o menos segura contra las pretensiones del lucro económico. Aquí Weber recurre a un ejemplo literario para distinguir elementos de su propio análisis sociológico. Pero esto no es la norma en Economía y sociedad, sino más bien la excepción, ya que se trata de una obra de ciencia social en la que la literatura parece no tener cabida. En el extremo opuesto se situarían otros textos en los que las referencias literarias abundan y, en ocasiones, son parte fundamental de la argumentación. Los mejores ejemplos de esta veta literaria de la sociología de Max Weber serían La ética protestante, las dos célebres conferencias de Múnich “Ciencia como vocación y “Política como vocación”, al igual que el breve y esencial texto del final del primer volumen de los Ensayos sobre sociología de la Religión conocido como “Excurso. Teoría de los estadios y direcciones del rechazo religioso del mundo” (la famosa Zwischenbetrachtung). En este último texto, en las escasas cinco páginas dedicadas a los estadios de la racionalización del erotismo, aparecen referencias a Safo, a las Lettres portugaises, a Tostói y a Goethe. Además, es preciso recordar que varios de los artículos científicos de Weber, incluso de los escritos metodológicos en los que la literatura parecería resultar más ajena, y especialmente, las conferencias de Múnich o los artículos que componían inicialmente el libro de La ética protestante y el espíritu del capitalismo, se cierran con citas literarias. Me referiré brevemente a cuatro ejemplos: En primer lugar, el artículo de 1906 titulado “La objetividad del conocimiento en la ciencia y en la política social” termina con la constatación de cómo en determinados momentos despunta de nuevo la luz de los grandes problemas culturales y la ciencia se apresura a cambiar su posición y su aparato conceptual, mirando la corriente histórica desde lo alto del pensamiento. Y cita Max Weber textualmente unas palabras de la obra de Goethe, con las que Fausto describe, desde la cumbre de la montaña, la carrera del sol poniente. De manera similar, la ciencia sólo sigue a aquellos astros que pueden conferir sentido y orientación a su tarea: “... mas un joven anhelo en mí despierta, corro a beber su claridad eterna, ante mí el día y tras de mí la noche, sobre mí el cielo y a mis pies las olas”. (Max Weber 1985a, 214; 1978, 101). En segundo lugar, en el final de la conferencia “Política como vocación”, Max Weber cita el soneto 102 de Shakespeare para acentuar la diferencia entre la primavera del amor temprano y el estío, entre las ilusiones ingenuas del comienzo de la revolución en Alemania y la situación actual de una noche prolongada de una dureza y oscuridad helada: Sería muy bello que las cosas fueran de tal modo que se les pudiera aplicar lo que Shakespeare dice en el soneto 102: “Entonces era primavera y tierno nuestro amor Entonces la saludaba cada día con mi canto Como canta el ruiseñor en la alborada del estío Y apaga sus trinos cuando va entrando el día”. Pero las cosas no son así. Lo que tenemos ante nosotros no es la alborada del estío, sino una noche polar de una dureza y una oscuridad helada, cualesquiera que sean los grupos que ahora triunfen. (Max Weber 1988, 559; 1984a, 177). Quiero subrayar que Shakespeare es fundamental para Max Weber, no solo a nivel intelectual como representante clave de la literatura inglesa y encarnación del espíritu de un pueblo, sino también a nivel de sus propias emociones personales. Pueden leerse a este respecto las palabras con que Marianne describe el viaje con su marido a Inglaterra en el verano de 1910. Ambos visitan la ciudad y la tumba de Shakespeare, se sienten inmersos en el mundo del poeta y les parece que el pequeño río “habla aún en voz baja del dulce dolor de Ofelia”. (Marianne Weber 1984, 503; 1995, 684). En tercer lugar, es famosa la cita literaria que Weber realiza al final de su conferencia Wissenschaft als Beruf. Por un lado se refiere a una bella canción tomada del profeta Isaías, y, por otro, cierra retóricamente la conferencia refiriéndose a cuatro temas fundamentales que constituyen parte de la herencia que él mismo y la cultura alemana en general recibe de Goethe. Trabajo, destino, daimon y “exigencias del día”, de cada día, se entrecruzan en la argumentación weberiana en una clara referencia al poeta de Weimar. En ese final de la conferencia, señalaba Weber que la honestidad intelectual le hacía constatar que la situación de cuantos en aquel duro invierno de 1917 esperaban nuevos profetas y salvadores era la misma que resonaba en la canción del centinela edomita, de la época del exilio hebreo, recogida en las palabras del profeta Isaías: Una voz me llega de Seir, en Edom: “Centinela, ¿cuánto durará la noche aún?” El centinela responde: “La mañana ha de venir, pero es noche aún. Si queréis preguntar, volved otra vez.” El pueblo a quien esto fue dicho ha preguntado y esperado durante más de dos mil años y todos conocemos su estremecedor destino. Saquemos de este ejemplo la lección de que no basta con esperar y anhelar. Hay que hacer algo más. Hay que ponerse al trabajo y responder, como hombre y como profesional, a las “exigencias de cada día”. Esto es simple y sencillo si cada cual encuentra el Daimon [Dämon] que maneja los hilos de su vida y le presta obediencia. (Weber 1985a, 631; 1984a, 231. He modificado la traducción). “Las exigencias de cada día” (Die Forderung des Tages) es una cita directa de Goethe. Además de esta y otras referencias a Goethe, aparecen en “Ciencia como vocación” también diferentes autores, pasajes o personajes literarios: Tolstoi, Platon Karatajev y los santos dostoievskianos, la escena del Gran Inquisidor de Los hermanos Karamazov, la literatura hindú representada por el Arthasastra de Kautilya muy anterior a nuestra era y que Weber define como un “maquiavelismo” muchísimo más radical que el del propio Maquiavelo, los Upanishads, la conversación entre Krishna y Arduna en el Bhagavata, o el pacto de Fausto con el diablo. Todas las referencias literarias se concentran aquí en la última parte de la conferencia, mientras que la primera tiene un lenguaje más científico-sociológico. En cuarto y último lugar, el final de La Ética protestante resulta ser un homenaje a Goethe. En las conclusiones, reconoce Max Weber la deuda que su obra tiene contraída con la sabiduría del viejo Goethe, pues ya éste en los Años de andanzas de Guillermo Meister (Wanderjahre) y en la conclusión del Fausto II había sabido expresar el carácter ascético de la idea moderna de profesión: A decir verdad, la idea de que el trabajo profesional moderno posee carácter ascético no es nueva. Es lo mismo que quiso enseñarnos Goethe desde las cimas de su profundo conocimiento de la vida, en los Wanderjahre y en la conclusión del Fausto, a saber: que la limitación al trabajo profesional, con la consiguiente renuncia a la universalidad fáustica de lo humano, es una condición del obrar valioso en el mundo actual, y que la ‘acción’ y la ‘renuncia’ se condicionan recíprocamente de modo inexorable; y esto no es otra cosa que el motivo radicalmente ascético del estilo vital del burgués (supuesto que, efectivamente, constituya un estilo y no la negación de todo estilo de vida). (Max Weber 1972a, 203; 1973, p. 258). A partir de esta afirmación de las páginas finales de La Ética protestante, emprendí en mi libro Las huellas de Fausto una investigación sistemática de las citas que Weber realiza de Goethe, tanto en esta obra como en sus demás escritos. Por otro lado, hay que recalcar que Goethe no es el único literato presente en La Ética protestante. Como veremos más adelante, aparecen también Heinrich Heine o John Keats y hay una larga cita de El paraíso perdido de John Milton, libro que Weber considera como la “Divina comedia” del puritanismo y la contrapone a la obra de Dante como expresión de dos modos diferentes de entender la vida religiosa y la dedicación a la búsqueda de la salvación en el mundo2. La Divina comedia de Dante culmina en el paraíso, en un arrebato glorioso en el que al poeta parece fallarle el lenguaje para describir los misterios divinos que puede contemplar. Por el contrario, Milton termina su obra con la expulsión de Adán y Eva del paraíso terrenal y el inicio de su camino en el mundo. Max Weber realiza dos amplias citas, de las que sólo transcribo aquí la primera de ellas: Volvieron ellos [Adán y Eva] la vista atrás, y descubrieron toda la parte oriental del Paraíso, venturosa morada suya en otro tiempo, que ondulaba al trémulo movimiento de la fulminante espada, y agrupadas a la puerta figuras de terrible aspecto y relumbrantes armas. Como era natural, se les arrasaron en lágrimas los ojos, que se enjugaron pronto. Delante tenían todo un mundo, donde podían elegir el lugar que más les pluguiera para su reposo, y por guía la Providencia; y estrechándose uno a otro la mano, prosiguieron por en medio del Edén su solitario camino con lentos e inciertos pasos3. Asimismo desfilan por La ética protestante el Robinsón Crusoe (1719) de Daniel Defoe -quien era, según Weber, un celoso no conformista-, el Progreso del Peregrino (Pilgrim’s Progress) de Bunyan, una famosa alegoría del viaje del cristiano desde la “ciudad de la destrucción” a la “ciudad del cielo”, que constituye una obra maestra de la literatura inglesa del siglo XVIII, junto con la no menos famosa novela inglesa La Feria de las Vanidades (Vanity Fair, or, a Novel without a Hero) de William Mackepeace Tackeray, una de las mejores novelas de la época victoriana que realiza un fresco de las clases sociales y una crítica irónica de la sociedad londinense de comienzos del siglo XIX. Estas tres obras aparecen juntas en la argumentación cuando Max Weber se refiere a la transición de los metodistas desde la exacerbación del movimiento religioso a la austera virtud de la “profesión”, de manera que las raíces religiosas se secan y son sustituidas por las inclinaciones utilitarias a este mundo: En una palabra (para hablar con Dowden), Robinsón Crusoe, el hombre económico aislado, que sólo incidentalmente ejerce trabajo de misión, comenzó a sustituir en la fantasía popular al “Peregrino” de Bunyan, que va corriendo a través de “La feria de la vanidad”, guiado por una solitaria inspiración interior en busca del reino de los cielos. De esta manera, la literatura le sirve a Weber para explicar de una forma muy concentrada los cambios económicos y religiosos en una determinada época, que son también cambios en la fantasía popular determinada por los personajes novelescos. Pero no voy a proseguir aquí esta vía de análisis, sino que me voy a centrar en dos ideas fundamentales de Max Weber para intentar descubrir los elementos literarios presentes en ellas. Me refiero al “desencantamiento del universo” y al “regreso de los dioses” que serán objeto de los dos apartados siguientes. |
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