Investigación sobre el entendimiento humano






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títuloInvestigación sobre el entendimiento humano
fecha de publicación26.06.2015
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tipoInvestigación
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DAVID HUME (1711-1776)
1. VIDA Y EVOLUCIÓN. INFLUENCIAS
a) Vida e influencias
Nace en Edimburgo, Escocia, y estudia en su Universidad, donde pudo conocer el pensamiento de Newton. En 1734 se traslada a Francia, y va a La Flèche, donde había estudiado Descartes. En Francia escribe su primera obra Tratado de la naturaleza humana, que publicará en Inglaterra dos años después. No tuvo éxito alguno y, con sensación de fracaso, la refunde con algunos cambios de planteamiento filosófico en la nueva y más breve Investigación sobre el entendimiento humano, publicada en 1748. Su fama de ateo le impidió ocupar la cátedra de Ética en Edimburgo y de Lógica en Glasgow. Conseguirá la plaza de bibliotecario de la facultad de Derecho en su ciudad natal. Entre 1763 y 1766 tiene un cargo en la embajada en París y adquiere renombre entre los ilustrados franceses. Al volver a Londres le acompaña Rousseau. En 1769 se traslada definitivamente a Edimburgo. Otras obras de interés son: Investigación sobre los principios de la moral (1752), Discursos políticos (1752) Diálogos sobre la religión natural, que se publico póstuma.
En el pensamiento de Hume se hacen presentes muchas de las ideas que bullen en su tiempo. Él mismo es el colofón de la tradición del Empirismo británico, de la que es su más puro exponente. F. Bacon, J. Locke, T. Hobbes, J. Berkeley dejan su huella en él. El ambiente intelectual generado por el desarrollo de la Nueva Ciencia marca profundamente también su actividad. El modelo Mecanicista y Atomista es asumido como de sentido común, y se inspira y quiere imitar el trabajo de Newton, cuyo prestigio preside toda la época. De todos modos, Hume es un filósofo y quiere llevar las cosas hasta sus últimas consecuencias, buscando los fundamentos radicales del pensamiento. En ello se deja influir por la actitud de Descartes, que decidió comenzar la filosofía por la duda generalizada de la tradición filosófica y proyectando un nuevo comienzo seguro desde la propia conciencia pensante. El hecho de que Hume sea, más radicalmente que ninguno de sus predecesores, un pensador empirista, no debe hacernos olvidar estas coincidencias con el Racionalismo. Donde Descartes arranca confiadamente seguro de su éxito, Hume tantea lleno de dudas y de espíritu crítico. También Leibniz será punto de referencia para alguna de sus tesis.
En David Hume parece acabar toda una época. La Modernidad, orgullosa del camino recién iniciado de una humanidad “racional”, tal como expresa la Ilustración, topa con un implacable crítico que parece hundirla hacia la irracionalidad y el instinto.
Hume es un escollo, una piedra de toque que los autores posteriores tratarán de vencer. Parece como si un socarrón inglés, fiado sólo de la costumbre que va, poco a poco, conformando nuestros hábitos hogareños, nuestro “pequeño jardincillo”, levantara su irónica mirada hacia las pretenciosas construcciones “racionales” de los filósofos de su tiempo y mostrase sin tapujos lo irrisorio de un iluso y frágil gigante intelectual con pies de barro. La mentalidad inglesa, más atenta a la enseñanza de la costumbre que a las sistemáticas elaboraciones racionales del pensamiento continental, parece depurarse aquí hasta sus últimas consecuencias. El rechazo del pensamiento abstracto y de la formalización puramente intelectual, son constantes en Hume.
b) Evolución de su pensamiento
La evolución de su pensamiento puede dividirse en tres etapas. Las dos primeras coinciden con sus dos primeros libros, la tercera se caracteriza por la atención a cuestiones menos generales planteadas con una actitud ilustrada.
En el Tratado sobre la naturaleza humana, cuyo subtítulo es bien explícito Ensayo de introducción del método experimental de razonamiento en las cuestiones morales, intenta aplicar el método newtoniano al estudio del hombre. El éxito del método científico en el estudio de la naturaleza física sugería a Hume prometedores resultados si se aplicaba a la “ciencia del hombre”. Su planteamiento es casi una traslación de las ideas de Newton al terreno de la conciencia humana: los átomos son aquí impresiones sensibles, su orden, descrito por leyes, las “leyes de asociación de ideas”, etc. También en los métodos se observa un claro mimetismo: como Newton renunciaba a fundamentar sus tesis en hipótesis de tipo “metafísico” y sólo pretendía “describir” lo que la experiencia revela, también Hume pretende analizar la conciencia humana sin prejuicios teóricos de la filosofía tradicional.
En su enfoque se hace presente la actitud de Descartes, que comienza la filosofía por el análisis de la conciencia humana, como cuestión previa y fundamental a cualquier otra investigación. La gran diferencia radica en la actitud empirista que el escocés manifiesta constantemente, pero el planteamiento es semejante. Hablando de las leyes de asociación de ideas, dice: “Los lazos únicos que unen entre sí las partes del Universo, porque (...) son los únicos lazos de nuestros pensamientos, por lo cual son, para nosotros, el cimiento del universo”. (Resumen, 12) El tema del conocimiento es el primer tema de la filosofía, desplazando a la tradicional metafísica como filosofía de los fundamentos. El acceso al ser, con este enfoque, será racionalmente imposible.
En la Investigación sobre el entendimiento humano, sin embargo, se nota un fuerte cambio de actitud, ahora mucho más pesimista. Abandona el proyecto de una “ciencia del hombre”, y sus críticas se extienden también a la pretendida seguridad del método newtoniano y al valor general de la ciencia natural. Pretende dejar bien perfilados los límites del la capacidad humana de conocer, aparentemente tan extensos. Considera que la experiencia es nuestro único terreno conocido y niega cualquier pretensión de alzarse más allá de ella. Su posición es claramente escéptica, pero trata de aclarar el terreno en que el hombre se mueve. La idea de unas “leyes de asociación de ideas” se cambia por tendencias mecánicas o instintivas de nuestra mente, y adopta un criterio que adapta ideas de Leibniz: la división entre cuestiones de hecho –la experiencia ordinaria- y las relaciones de ideas –en la matemática, principalmente, y en nuestros razonamientos-.
Su actividad filosófica posterior a estos intentos más generales se dedica a cuestiones más reducidas, a las que aplica su punto de vista empirista y escéptico. La moral, la religión, la historia, la política y la economía serán los temas de su interés. En ellos se revela como un autor típicamente ilustrado, y aplica los métodos descriptivos e históricos que eran frecuentes en su tiempo. En Ética ha tenido un gran influjo, ya que las críticas a la idea de una “ley natural” de carácter moral parten con frecuencia de los problemas que él plantea, y niega que la ética pueda establecerse desde una perspectiva racional. Para él son fundamentales los sentimientos, muy en la línea del resto de su pensamiento.

2. EXPLICACIÓN DEL CONOCIMIENTO HUMANO
a) Planteamiento general
El conocimiento del hombre es, para el autor, el primer tema que la filosofía debe afrontar: toda tesis que pretenda dar una interpretación de la realidad es expresión de nuestro pensamiento, si no se ha dado razón previa del valor del pensar mismo, queda esa tesis como una pretensión injustificada, como una aventura insegura. Así pues, el afán de certeza sigue siendo, como en Descartes, la actitud dominante.
El primer terreno que está presente en nuestra mente cuando se comienza a filosofar es “aquello de que tenemos consciencia”. En consecuencia, no podemos sino aferrarnos a esos contenidos e intentar, partiendo de ellos, tratar de calibrar su validez y ver hasta dónde podemos llegar. La tarea que se emprende tendrá una importancia capital, puesto que, desde este punto de vista, todo cuanto pueda pensar el hombre no será sino el desarrollo de este núcleo: todo lo que pensamos es, siempre, pensamiento nuestro. Ésta es la pretensión de Hume: esclarecer nuestros contenidos de conciencia iniciales y tratar de determinar si nos permiten alcanzar la realidad o si debemos conformarnos con su mero valor de presencia mental.
Éste es el sentido de esa “ciencia el hombre” que pretendía desarrollar en el TNH, cuando abandona este objetivo en IEH, no cambiará el enfoque principal, sino el carácter de “ciencia” al estilo newtoniano de ese estudio. Debe atenderse al enfoque adoptado, pues sólo desde él adquiere sentido cuanto viene después: analizar los contenidos de la conciencia, determinar su valor cognoscitivo y aplicar a los diversos campos del saber humano los criterios descubiertos en este análisis inicial.
(Es inevitable que en el punto de partida se tomen ciertas nociones y actitudes como algo no discutido. Aunque Hume pretende una completa “objetividad”, un inicio “limpio de prejuicios”, es imposible que sea así realmente. La mentalidad de su tiempo le lleva a dar por supuestas ciertas tesis que obedecen a complejas circunstancias que él no parece tomar en consideración. Hume asume el mecanicismo y el atomismo como criterios de partida.)
b) Los contenidos de la conciencia
Para Hume está muy claro que los contenidos iniciales de nuestro “mundo mental” son los datos de experiencia. No partimos de conceptos o de teorías, sino de experiencias. Antes de ellas nada hay en la mente. Las sensaciones son lo inicial y lo básico, todo lo demás deberá entenderse como derivado de ellas. Esta convicción es habitual en el enfoque empirista: no hay ideas innatas en la mente, verdades que acompañen nuestro propio ser consciente, sino que todo contenido debe hacerse presente en un fondo vacío.
Hume tratará de clasificar estos contenidos iniciales y de perfilar la relación que guardan con ellos todos los demás: ideas, leyes, etc. Su criterio está consolidado de raíz: solamente contamos con el nivel de la sensibilidad, tanto en los contenidos como en la clave para ordenarlos.
La primera división se marcará entre los contenidos iniciales: las impresiones, y los derivados, que llamará ideas. La distinción entre ellos vendrá determinada por su “grado de viveza”: el modo en que son percibidos por la conciencia. Las impresiones son más vivas, las ideas más vagas. Nadie “vibra” con igual intensidad ante una abstracción que ante algo que se presenta concreto y perfilado, piensa Hume.
Las impresiones pueden ser, a su vez, de sensación y de reflexión, en función de si las notamos como sobrevenidas, o como fruto de nuestro atender al propio sentir las situaciones interiores: “ver verde” frente a “estar sufriendo”, nos pueden servir de ejemplo. Así pues, nuestra experiencia se divide en externa e interna. Junto a este criterio, podemos diferenciar las impresiones simples y las complejas. Son simples las impresiones indiferenciadas: rojo, dulce, y complejas las que presentan diferencia: un paisaje, los celos. Para el autor es claro que lo simple precede a lo complejo: toda impresión compleja es una síntesis que reúne en cierta forma impresiones simples. Toda impresión compleja puede ser analizada en impresiones simples.
Desde estos contenidos primarios, pueden entenderse todos los demás, que son necesariamente -según el planteamiento elegido- derivados de ellos. Hume denomina “ideas” a todos los contenidos derivados que se hallan en la conciencia. No son más que el rastro dejado por la acumulación de impresiones: su recuerdo ordenado. Como su fuente original, pueden clasificarse del mismo modo: de sensación o reflexión, simples o complejas. La relación entre las ideas y las impresiones es descrita como copia: las ideas sencillamente copian las impresiones, las “representan”.
Las ideas no tienen, pues, una naturaleza diferente al de las impresiones en cuanto a su “categoría”: no son algo universal o intelectivo, sino mera agrupación de impresiones. Corresponde más bien a lo que entendemos como imaginación y memoria imaginativa: después de ver caballos diversos, nos queda una imagen más o menos vaga de lo que hemos visto y la denominamos “caballo”, es “nuestra idea” de caballo.
La noción de idea que tiene Hume incluye la expresa negación de que su contenido pueda ir más allá de lo mencionado. La idea no tiene naturaleza verdaderamente universal o abstracta: no expresa una esencia, solamente reúne la memoria de experiencias parecidas que se agrupan en una imagen difusa. El criterio empleado para criticar los conceptos claves de la filosofía racionalista, el deriva directamente de esta afirmación.
El lenguaje no tiene otra función que reunir bajo un signo convencional el recuerdo de impresiones parecidas: la mención de la palabra “caballo” nos trae a la memoria el recuerdo difuso de un montón de impresiones parecidas: la “idea” de caballo es esto, y no hay más. Toda expresión lingüística que no pueda traer a la memoria impresiones percibidas alguna vez, carece simplemente de significado: es una palabra que no dice nada: una palabra sin idea. Esencia, substancia, etc. son palabras de este estilo: vacías.
Este criterio: sólo lo singular es real y, por tanto, en nuestra mente sólo puede haber una suma de experiencias, nunca una abstracción esencial; y el lenguaje se reduce a unir vagamente impresiones parecidas, es una posición que reitera el Nominalismo tardomedieval de Ockham, y, como él, vuelve a poner en jaque toda pretensión de un conocimiento racionalmente seguro, así como la posibilidad misma de un razonar con garantías de validez universal o necesaria.

c) La clausura en la conciencia
Con el enfoque adoptado por Hume en su planteamiento y con el modo de interpretar los contenidos de conciencia originarios –a modo de átomos-, se hace imposible admitir que en la conciencia se haga presente algo más que lo meramente consciente. El valor de las impresiones es meramente fenoménico: no sabemos que signifiquen la presencia del mundo real en nosotros. Son “nuestro mundo” y no hay posibilidad de otorgarles otro valor. El “objeto” sobre el que pensamos y que vamos organizando progresivamente es “nuestra experiencia”, no hay otra dimensión. Un “hecho” es solamente algo singular que hemos notado, no podemos decir que se trate de algo “real” en el sentido de “existente con independencia de nosotros”. Lo que fuera independiente de nosotros sería algo de lo que no tendríamos, por definición, noticia alguna y estaría por tanto fuera de nuestro campo de consideración.
Así pues, la experiencia o las impresiones no son nuestras ventanas abiertas al mundo real, sino sencillamente “el mundo con que contamos”. Cuando tratemos de las cuestiones de hecho, profundizaremos algo más acerca de este asunto. Notemos, pero, la estrechez de la noción más radical de Hume, la de “impresión”: expresa un “hecho” puntual y sólo apariencia “fenómeno”. Estrechez en la extensión y en la intensidad: un punto.
d) La organización de los contenidos de la consciencia
La cuestión que queda pendiente es la de saber por qué la memoria se organiza de una manera tan clara si las impresiones son radicalmente singulares, así como la de aclarar por qué distinguimos entre una impresión o recuerdo que sentimos como “reales” de las meras ficciones que nuestra imaginación puede generar, con toda libertad, con su capacidad de ficción e inventiva.
En la época del TNH Hume pretendía hallar las leyes que rigen la organización de las impresiones simples hasta formar un “mundo mental”, al modo como Newton encontró las sorprendentemente simples leyes que rigen la organización de las partículas de la naturaleza física. Más tarde, en la IEH, comprendió que, con sus criterios, era imposible asignar el valor de “leyes” –necesarias y universales- a las claves descubiertas, y se conformó con entenderlas como tendencias probables de origen oscuro: instintivas o naturales, mecánicas.
Los criterios son, principalmente, los de contigüidad, semejanza y causa-efecto, que en su primera época designó como “leyes de asociación de ideas”. Sencillamente: las impresiones semejantes entre sí tienden a reunirse en nuestra memoria y a guardarse conjuntamente. Las impresiones que son contíguas se recuerdan juntamente, y, así, si pensamos en un determinado lugar, nos viene al recuerdo su entorno, o los objetos próximos. Mayor trascendencia tendrá el tercer criterio: la relación causa-efecto, tanto por que era tomada por los racionalistas como una clave indispensable para garantizar la seguridad de los razonamientos sobre la realidad, como porque seguirá teniendo una especial importancia en el pensamiento de Hume, aunque profundamente reinterpretada según sus propios criterios. Si hemos observado varias veces que a una impresión sigue otra de modo continuado, tendemos a pensar que después de la primera vendrá de nuevo la segunda. Si la visión del fuego va unida a la sensación de calor, tendemos a pensar que al fuego siempre acompañará la sensación de calor.
Con estos criterios principales y otros complementarios va formándose y ordenándose nuestro “mundo mental”, nuestra manera de mirar y las expectativas que nos formamos en las situaciones nuevas que nos encontramos. Se trata de meras tendencias de tipo psicológico que podemos describir, pero no dominar. El lenguaje es un mero recurso para guardar mejor y conservar el orden de nuestro mundo interior.
Si los criterios de organización no son leyes necesarias y universalmente válidas ¿Cómo podría la experiencia descubrir ese valor de necesidad?, entonces debemos asignarles el mero valor de reconocer que nuestra experiencia normal queda adecuadamente descrita de esta manera: así funcionamos, y no hay más. Hume piensa que no podemos tener excesivas pretensiones y pensar que está en nuestras manos alcanzar explicaciones elevadas de nuestro propio andar por la vida. Nuestras convicciones no son tan “racionales” como orgullosamente pensamos.
3. DOS TERRENOS DEL PENSAR HUMANO
En la época de la IEH clasificará nuestro mundo mental en dos grandes campos: las cuestiones de hecho y las relaciones de ideas. El primero abarca el común de nuestra existencia y de nuestro pensar habitual, el segundo es exclusivo de la seguridad especial de que goza el pensar matemático y se hace presente también en nuestros razonamientos, en los que elazamos ideas según una cierta forma en función del sentido que les otorgamos. La idea está tomada de Leibniz, que había diferenciado entre las verdades de razón, en las que regía el principio de identidad y de no-contradicción y las verdades de hecho, en las que mandaba el principio de razón suficiente. La diferenciación radica en que hay niveles del pensar en los que lo contrario de lo que se afirma es radicalmente contradictorio; mientras que en otros, lo contrario podría perfectamente ocurrir, pero de hecho no ocurre. Nada puede ser blanco y negro a la vez y en el mismo sentido: todo es igual a sí mismo; pero algo que es de hecho blanco podría ser negro: no es contradictorio pensarlo. El modo de razonar en lógica y matemáticas es necesario; pero al tratar de conocer el mundo es preciso atender a la experiencia, no puede deducirse por una vía puramente racional cómo debe ser una piedra. Podremos encontrar, pensaba Leibniz, las razones que permiten entender la conveniencia de que las cosas sean como son para la armonía universal.
La división que hace Hume entre estos dos campos no es mera reproducción de las propuestas de Leibniz: el escocés adapta a su peculiar contexto la idea del alemán. Si en el racionalista Leibniz la razón trabaja en toda su perfecta pureza en las verdades de razón, se extiende progresivamente a los demás campos de modo menos claro para nosotros, pero Dios ve la racionalidad sistemática y completa del mundo. Para Hume, ni siquiera las matemáticas alcanzan una verdadera naturaleza lógica o racional, sino que en ellas la psicología del hombre alcanza una seguridad más completa, sin dejar de ser el fruto de concretos procesos mentales o psicológicos. (Psicologismo)

3.1. LAS CUESTIONES DE HECHO
a) Visión general
Para Hume es claro que en el conjunto de la vida humana no se realiza jamás el ideal de racionalidad que pretendían muchos autores racionalistas: ni cabe una ética “demostrada al modo geométrico” como pretendía Spinoza, ni el hombre mismo es un “espíritu pensante” con verdades eternas e innatas al modo de Descartes. ¿Hay algo que sepamos con seguridad total –necesaria y universal- en nuestra existencia?¿Cuántas de nuestras convicciones han sido deducidas de principios seguros e irrebatibles? Radicalmente ninguna, piensa Hume. Si “saber racionalmente” significa, como pretendía el racionalismo, alcanzar este grado de seguridad y de pureza racional, entonces habrá que concluir que el hombre no es “racional” en este sentido. La Ilustración invocaba a la diosa “Razón” como justificación de muchas cosas... ¿Qué es tan racional?¿El orden social?¿Lo que una sociedad toma por bueno o por malo?¿La hora en que se toma el té? Hume piensa que nuestra conducta, nuestras valoraciones y convicciones dependen de principios mucho menos pretenciosos que todo esto.
Nuestro “mundo”, aquello que tomamos como “sensato”, aquello que tendemos a pensar, no es algo tan racional. No lo es porque lo contrario de lo que ocurre podría perfectamente pasar y no tenemos garantías lógicas de que es imposible que así ocurra. Además, la mayor parte de nuestra vida pasa sin que nos hayamos parado a pensar la “racionalidad” de lo que hacemos. No hay que lamentar que se niegue esta “racionalidad”, hay que reconocer que así somos y no caer en delirios de grandeza: si hubiera que esperar a tomar decisiones a contar con argumentos racionales para hacerlo, nos habríamos muerto todos en el esfuerzo de decidir la primera.
Hume nos dirá que la costumbre es la única guía de la vida humana, y que este acostumbrarse a la experiencia acumulada es una tendencia de carácter instintivo o mecánico que la naturaleza misma ha dado al hombre. La experiencia repetida tiende a consolidarse en forma de hábito. No debe asustarnos que esto nos acerque a los animales: somos así. Puede parecer a algunos que la explicación es poco profunda, pero también Newton se había negado a ir más allá de lo que pudiera extraer por inducción a partir de la experiencia. Sólo podemos aportar razones de este nivel: el más allá metafísico es una pretensión que va más lejos de lo que nuestra capacidad puede alcanzar.
Estas explicaciones no implican que la vida se instale en una constante incertidumbre que se haría insufrible. Se trata sencillamente de que nuestras convicciones: la seguridad con que nos movemos en la vida, no tiene una base racional o demostrada. Hume llama creencia a esta seguridad meramente subjetiva. Es una situación de confianza no fundada en razones, sino consolidada por la costumbre.
Hume se da cuenta de que la mayoría de las relaciones que establecemos entre cuestiones de experiencia las llevamos a cabo basándonos en la relación causa – efecto. El valor necesario y real de esta relación es un punto clave en la discusión con el racionalismo y el pensamiento clásico. Es especialmente importante, por tanto, precisar el sentido en que el autor entiende esta relación: Causa es “un objeto seguido por otro, y donde todos los objetos parecidos al primero son seguidos por objetos semejantes al segundo”.


  1. El problema de la realidad y del futuro


Para Hume, el valor de las impresiones actuales y el recuerdo de las pasadas no ofrecen, dentro de este contexto, especiales problemas. Ya se ha explicado en el análisis de los contenidos de conciencia esta cuestión. Pero hay dos escollos que deben tratarse con atención. En primer lugar, el problema del acceso al mundo real: ¿Nuestro “mundo de experiencia” responde a la realidad?¿Podemos “saberlo”? En segundo lugar, el del futuro: ¿Cómo sabemos algo acerca de qué ocurrirá, si no contamos con impresiones del futuro?
El primer problema afecta al valor global de lo que afirma el autor, no tanto a su interna coherencia; el segundo es una cuestión que forma parte de su mismo planteamiento: debe dar razón de la “tranquilidad” con que “esperamos” ciertas cosas. Su explicación quedaría incompleta sin resolver este punto.
Empecemos por el futuro. La razón que aporta para dar cuenta de nuestra confianza en lo que está por venir es la relación causa-efecto que tendemos espontáneamente a establecer entre las experiencias por las que ya hemos atravesado. Sabemos que esto no es una “ley”, es decir, que el futuro nos puede sorprender; pero nuestra convicción es ésta y tiene este origen: si dos sucesos se han manifestado como habitualmente seguidos, esperamos que lo sigan estando, no nos planteamos especiales dudas al respecto. ¿Pasará mañana el correo? Confiamos en ello, mañana se sabrá con seguridad. ¿Saldrá mañana el Sol? Estamos convencidos, nos sorprendería enormemente que apareciera por el norte o que no se levantara, pero hemos de reconocer que no es irracional o contradictorio que hiciera una de estas dos cosas, así que “lo creemos”, como las demás cosas, pero no podemos “demostrar” que debe ser así necesariamente. Somos muy pretenciosos en hacer “leyes” de lo que son sólo costumbres.
En cuanto a la realidad. Desde el punto de vista adoptado es radicalmente imposible, piensa el autor, pretender “demostrar” que conocemos el mundo “real”. ¿Qué significaría ese “real” que expresamos? Veo una imagen, la recuerdo como un roble y digo tranquilamente: “el roble está perdiendo las hojas”. Todo esto ha sido explicado... ¿A qué viene esta pregunta por la “realidad” del roble?¿Es que “real” podría tener otro sentido que esa “presencia” ante nuestra experiencia? Para Hume, nadie, salvo los pretenciosos filósofos, se pregunta por una realidad más allá de este sentido habitual, y hay que concluir que esa pregunta carece por completo de sentido. Real sólo puede significar la habitual presencia a la mente con que la experiencia hace su aparición.
Pero, ¿de dónde proceden las impresiones? Somos pasivos ante ellas, no nos la inventamos, y sabemos distinguir entre nuestras ficciones y lo que tomamos por “real”, al menos en el sentido de “experiencia real”. Debería afirmarse que se comprueba la existencia de un “Mundo” como la causa que origina nuestras impresiones. Este es el argumento de J. Locke para tratar de demostrar que hay un “mundo real”, pero Hume no lo acepta. Considera que se está haciendo un uso ilegítimo de la relación causal, que solamente puede significar la habitual relación entre experiencias, mientras que en este razonamiento se pretende que enlace la experiencia con algo de lo que no tenemos noticia alguna. No sabemos de un “mundo real” más allá de nuestras impresiones, y no hay más.
3.2. LAS RELACIONES DE IDEAS
Los razonamientos matemáticos no parecen seguir las propiedades del pensar en las cuestiones de hecho: no es pensable que un triángulo no tenga tres lados, o que dos más dos no sumen cuatro. Atendamos: podemos decirlo, pero parece que se nos hace imposible “pensarlo”.
Los racionalistas se habían maravillado de la claridad y de la necesidad y universalidad de los razonamientos matemáticos y habían intentado extender ese modo de razonar a toda la filosofía. Hume no aceptará ni siquiera en la matemática la presencia de un pensar puro que vaya más allá de los límites impuestos por la experiencia y la costumbre, basadas ambas en tendencias meramente psicológicas. Su idea de las matemáticas es Psicologista, ya que niega su naturaleza puramente lógica.
Es cuestión de punto de vista: la matemática no es más que el caso extremo de la estructura habitual del pensar. Las tendencias pricológicas de la semejanza, la contigüidad y relación causal adquieren en el razonar matemático especial pureza, pero no cambian de naturaleza, no son algo más digno o más espiritual.
Si lo semejante tiende a agruparse, lo idéntico –que sólo existe en nuestras definiciones- se une con necesidad en nuestra mente; si lo desemejante tiende a separarse, lo contradictorio no puede ser unido por nuestra mente. He aquí el fundamento de los principios de identidad y no contradicción, tan psicológico e instintivo como todo lo demás.
La matemática es especialmente elegante, pero no trata de cuestiones de hecho, sino de puras relaciones entre ideas, alejadas de la experiencia ordinaria, pero procediendo de ella y sometida a iguales tendencias.
4. CRÍTICA DE LA FILOSOFÍA RACIONALISTA Y DE LA CIENCIA
La visión crítica de Hume a la filosofía tradicional –escolástica de entronque aristotélico- y, muy especialmente a la filosofía racionalista, no es más que la aplicación a ellas de los criterios que hasta aquí hemos expuesto. Lo mismo debe decirse de su crítica a la ciencia de su tiempo. Las críticas acerca de la moral o la religión las dejaremos para un apartado ulterior.


  1. Negación de una filosofía metafísica y racionalista


No es difícil darse cuenta de que no es especialmente simpática a Hume la actitud intelectual racionalista. Pocos tan radicales como él en sus planteamientos. Del mismo modo rechazará la tradición filosófica escolástica y, con ella, el aristotelismo o el agustinismo, más cercano a Platón. De todos modos, sus críticas se dirigen de manera directa al racionalismo y sólo indirectamente –sin argumentos apropiados- a la tradición. Es como si por descabalgar a los modernos quedara ya como supuesta la superación de los medievales y antiguos.
En general, Hume niega que le sea posible al hombre ir más allá de los límites impuestos por la experiencia, en el sentido en que lo hemos explicado. Esto es suficiente para negar toda pretensión metafísica; pero es contrario, muy especialmente, a la metafísica que pretenda constituirse desde las puras ideas innatas, al margen de la experiencia sensorial. Con esta actitud se sitúa cerca de la actitud de Newton, que renunciaba a plantearse cuestiones sobre esencias y substancias en sus estudios físicos, para limitarse a describir los fenómenos observables y encontrar sus leyes matemáticamente. Sólo alcanzamos razones –causas- próximas, de tipo físico, nada más.
Las críticas de Hume se dirigirán preferentemente a las nociones centrales del racionalismo –y, en general, de toda filosofía que acepte el valor real de los conceptos universales-. Las nociones de substancia, tanto el “Yo substancial” o substancia pensante, como la idea de substancia extensa o física, serán el blanco de sus ataques. De modo parecido, la noción de causa será despojada de su valor racional –negación del “principio de causalidad” aunque es de notar que Hume encuentra para ella, cambiándole el sentido, un lugar importante dentro de sus propios planteamientos.
La crítica de Hume sigue un esquema regular: tomar la definición racionalista de substancia o de causa y mostrar que no puede tener sentido, aplicándole sus criterios de lo que es una idea y una expresión lingüística. No son falsas, sino que no tienen significado alguno, son pseudoideas.
La noción de substancia y de esencia son muy importantes en el pensamiento racionalista. Negar que tengan significado, como hace Hume, implica dejar sin sentido toda aquella filosofía. Para entender la crítica es preciso tener presente la definición. Substancia es lo que subsiste por sí, y es lo que está más allá de las apariencias sensibles –substrato-. Ya se ve que ni la subsistencia al margen de nuestra “presencia mental” ni su carácter de substrato de las apariencias va a ser nunca captado como una impresión, ya que las impresiones son precisamente esas apariencias. Siendo así, por definición, la palabra substancia no puede derivar de impresiones y, en el enfoque de Hume, no puede ser una idea, puesto que no deriva de impresión alguna. No es sino una palabra vacía de significado.
Especial relevancia tiene la crítica dirigida contra la noción de “substancia pensante” o “yo substancial”, ya que afecta directamente a la comprensión misma del núcleo del hombre. Según Hume, los racionalistas afirmaban la idea de un ser substancial constante en el tiempo como fuente continua de nuestros pensamientos y decisiones. Hume es radical: nuestra reflexión consciente siempre encuentra impresiones interiores: determinados estados de odio, afecto, bienestar, etc. pero jamás nos captamos como algo continuo en el tiempo, ni como algo substantivo más allá de las sensaciones internas que notamos. Debemos concluir que desconocemos radicalmente una realidad tal como un “yo” subsistente y permanente. Somos un “haz de percepciones”, dice Hume, no tenemos otra idea de nosotros mismos.
La idea de causa tiene gran importancia, porque en el enfoque racionalista es el vehículo que enlaza los conceptos y nos permite razonar y deducir. Sin ella, es imposible el verdadero pensar o alcanzar demostración de Dios, por ejemplo. Para los racionalistas la causalidad se alzaba como un Principio metafísico fundamental: “Todo lo que es necesita una causa”. Además entendían la relación causal como necesaria y universal: “Las mismas causas producen siempre los mismos efectos”. Así pues el ataque se dirige al meollo mismo de los sistemas metafísicos (y físicos).
Hume argumentará que jamás tenemos impresión alguna de una tal “conexión necesaria” entre causa y efecto. Vemos solamente la sucesión regular: pasa tal, sigue tal, y esto muchas veces. Si la conexión fuese necesaria, bastaría una observación para saberlo, pero debemos repetirla para captar la conexión. En la repetición no ocurre nada que no estuviese en el primer caso, así pues, deberá concluirse que la única novedad es el número de las repeticiones. Esta reiteración no aporta nuevas razones, solamente impulsa a la costumbre y genera creencia. La relación causa-efecto solamente puede significar una sucesión regular que esperamos que se repita, nunca “conexión” ni “necesidad”. La relación causa-efecto es, en Hume, mera sucesión regular.
Sabemos la importancia que da Hume a esa relación para la previsión del futuro, pero no puede conceder que conozcamos un “principio de causalidad” necesariamente válido.



  1. Crítica de la física newtoniana


La valoración que hace de la física de newton después del TNH está en la línea de lo que venimos diciendo. La física solamente trata acerca de hechos que trata de reducir a sus regularidades básicas. No podrá admitir que sepamos de “leyes de la naturaleza” en el sentido en que entonces se entendía: como el descubrimiento de relaciones reales y necesarias entre los fenómenos observables en la naturaleza. La física solamente puede servir para prever el futuro de una manera probable y no cabe otorgar a la ciencia otro valor.
Junto a esto, critica también algunas nociones importantes como la de fuerza, diciendo que no corresponden a ninguna impresión y que por tanto deben abandonarse. Se sitúa en la línea de Descartes y lo mecanicistas puros, que veían en la noción de “fuerza” una idea oscura e imprecisa.
Negar este valor de necesidad o que conozca realmente el mundo tal cual es, no implica que la ciencia carezca de valor, puesto que nos permite manipular nuestro mundo habitual.
5. IDEAS DE ÉTICA Y RELIGIÓN
Las ideas del autor acerca de la ética y de la religión siguen siendo la aplicación radical de las explicaciones expuestas en su filosofía del conocimiento.
Las valoraciones éticas fueron un campo de su atención preferente en la tercera época de su pensamiento, pero sus fundamentos están presentes desde la época del TNH. Valoramos como bueno o malo, decimos que tal cosa debería hacerse y tal otra no, expresamos nuestro rechazo a determinadas acciones y nuestro aplauso hacia otras... ¿Por qué motivos?
Niega radicalmente que pueda defenderse que la ética es un terreno de estudio racional, que puedan proponerse principios éticos o normas éticas como algo racionalmente conocido o necesario. Con ello se opone al estilo ético racionalista, que pretendía tratar de ética como quien calcula matemáticamente Ética more geométrico demonstrata, había escrito Spinoza.
Conocemos hechos: esto es así, lo otro es de esta otra manera. Nuestras impresiones siempre son así: describen lo que aparece, lo que es. ¿De dónde puede proceder un “debe ser”, una normativa acerca de nuestras acciones? Este salto entre la descripción de lo que es y la afirmación de lo que debe hacerse, se ha hecho clásico y se ha denominado “falacia naturalista”. Se ha visto en ella el ataque radical a toda pretensión de un “derecho natural” y la base del “positivismo jurídico”: no hay más normas que las escritas en las leyes, ni más ética que la que una sociedad decide aceptar por con-senso.
Para Hume, las valoraciones morales no pueden ser otra cosa que “sentimientos” que se añaden a ciertas acciones y que nos inclinan a “apreciarlas” como positivas o negativas. El análisis de una acción nos revela pasiones, intereses, nunca “virtudes” o “vicios”. Estos términos solamente pueden designar nuestros sentimientos interiores ante esas acciones: en moral se siente más que se juzga. Una vez más es la costumbre la que va determinando cuáles se presentan de una u otra manera. La utilidad general es el criterio que va consolidando estas apreciaciones: lo que nos resulta útil –por ejemplo, lo que favorece la paz o el progreso- es valorado como bueno, y lo contraproducente, lo que dificulta la vida, como negativo o rechazable. Tampoco en este terreno actúa la racionalidad: los fines, los propósitos, no se definen racionalmente, sino por apetencias o preferencias afectivas o vitales.
En las cuestiones de religión pronto alcanzó fama de ateo, y no es difícil apreciar las consecuencias de su modo de pensar aplicadas a este terreno. Negaba que las pruebas de la existencia de Dios llegasen realmente a probar nada, y pensaba que la negación de Dios no era especialmente absurda. Él defendía una “religión natural”, sin misterios, ni dogmas, y no institucional. En el fondo algo así como una moralidad más o menos bonachona y fundamentalmente tolerante.
6. CONCLUSIÓN
Hume ha contribuido a formar la mentalidad crítica de nuestra época. La tendencia a plantear las dudas más radicales ante cualquier intento constructivo con pretensiones de verdad. Esto no ha impedido que después de él se haya llegado a las más profundas ensoñaciones ideológicas, pero siempre que pasa el engaño, parece que David Hume nos mire con una sonrisa irónica, extrañado de nuestros ilusos proyectos.
Su influencia ha sido enorme, y sigue marcando rumbos del pensamiento actual. De él deriva un sector de la filosofía que está especialmente empeñada en impedir que el pensamiento se remonte a pretensiones infundadas: el positivismo, el neopositivismo, la filosofía analítica... son herederos directos de su pensamiento, y su influjo será fuerte en Kant y muchos otros. También sus ideas éticas han influido con fuerza, así como sus consecuencias jurídicas. Su implacable crítica y el rigor con que sigue sus propios principios le hacen un punto de referencia difícil de batir, pero que, a la vez, parece estar reclamando que sea batido, si la existencia humana no ha de reducirse a este mínimo estrecho que él nos sugiere. Buena parte del pensamiento del siglo XX se dirige a la definitiva superación de las posiciones de Hume y sus derivados.
Por otro lado, él no está libre de prejuicios disimulados y de confusiones que marcan el rumbo de sus conclusiones. Descubrirlas es el mejor modo de no enzarzarse en problemas que solamente se generan dentro de sus propios planteamientos.

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