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Entrevista al escritor y periodista Josep Maria Espinàs Oficio Variaciones de la poesía revolucionaria de Maiakovski Querer, auscultar, sentir, oler, curiosear, sufrir, discurrir, caminar… Ryszard Kapuscinski redujo a cinco los sentidos del periodista (estar, ver, oír, compartir, pensar; Los cinco sentidos del periodista. Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, 2005), pero Josep Maria Espinàs (Barcelona, 1927) se sale, y apenas uno se sienta a su vera, que los sentidos del periodista exceden en mucho los cinco previstos. Espinàs es el primer periodista que reniega de su condición, por cortesía, que no por pedante: “Le he tenido demasiado respeto a esta profesión como para ponerme una medalla. Siempre me he considerado un articulista”. Escribiendo cada día en El Periódico de Catalunya y en el diario Avui un billete que más bien es un faldón, podría entrar en el reino de los más prolijos, por laborioso, que no es un cumplido: “Creo que debo de haber escrito más de cuatro mil artículos desde 1976, lo que seguro que es un récord mundial. Ya antes había hecho reportaje, por ejemplo, persiguiendo a los turistas desde Cadaquès hasta la Costa del Sol, en los sesenta, y recorriendo Oriente con motivo de la Exposición Universal de Osaka (Japón), en 1970. Nunca he parado de escribir”. Buena fe de ello son los 86 libros publicados, que van de la novela Com ganivets o flames (Selecta, 1954) hasta los cuentos Les 26 cançons infantils (La Campana, 2010). Me facilita un listado en Word con los títulos en letra arial, cuerpo 12 —y un currículo con este epigrama: “Y la fiesta sigue”—, en medio del cual hay algunos dedicados al ensayo, la crítica heurística, la entrevista y el oficio reporteril. “Lo he planeado mal. La idea era morirme y dejar cuatro libros pendientes de publicar que fueran superventas (entre ellos, A pie por Navarra), pero no me he muerto. No me ha salido la jugada”, sonríe, pícaro. El lunes 3 de enero, a las seis, nos recibe en la editorial que él cofundó con Isabel Martí (La Campana), maternidad en la que la mayoría de sus páginas han dado a luz. El salón en el que nos atiende, como en un tablero de ajedrez, divide a los autores —Carles Sentís, Miquel Martí i Pol, Maria Aurèlia Capmany…, en la pared que da al mar y a la Meca— de sus obras —La memòria del tauró, El català perseguit…, en la pared que da a la montaña y a la Torre de Collserola—. Cuando digo autores digo una estantería con sus retratos enmarcados y dedicados (no basta con la mera firma. En la foto de Josep Maria Espinàs, este piropo: “A Edicions La Campana, que me ha convertido en un autor de éxito”). Se sienta en una de las dos sillas de mimbre con seis patas, reliquias artesanas demasiado caras para producirlas en serie, y que antes se colocaban en torno al fuego de la chimenea de la casa pairal. Como las prisas ha sabido frenarlas por pura educación, y como cuando está con alguien le atiende sin mirar al reloj ni acelerarse, la conversación se prolonga hasta bien entrada la tarde, y gira en torno a la prensa, la fidelidad, el material narrativo y, por qué no, la madera de la que están hechas esas butacas tan cómodas. *** ¿Qué elementos son indispensables para iniciar el trabajo reporteril? Primero. Según el poeta ruso Vladimir Maiakovski, cuyo discernimiento se reduce a la poética (Poesía y revolución. Editorial Península, 1974): “La presencia en la sociedad de un problema cuya solución es concebible sólo con una obra poética. La ordenación social (tema interesante para un estudio específico: discrepancias entre la ordenación social y su práctica)”. “Me interesa la realidad y explorar territorios desconocidos para mí.” Así de simple. Josep Maria Espinàs —“ese de gafas”, como le gusta definirse, recordando los años de la mili— recorre comarcas y regiones con el único fin de evitar que sus fuentes caigan en el más que probable olvido. Para ello, alienta las anécdotas, su caldo de cultivo: “Una vez caminaba yo por una inhóspita meseta y el lugareño con el que me topé me espetó: ‘¿Usted es alemán?’. Al parecer, el único forastero que había pisado aquella zona hacía dos años fue un alemán”. Segundo. Según Maiakovski: “El conocimiento exacto, o mejor, la percepción de las aspiraciones de la clase propia (o del grupo que se representa) respecto al problema dado, o sea, una orientación finalista”. Detenerse y escuchar. “Cuando tú viajas en tren o en coche, el paisaje que ves son postales, una detrás de otra. Sólo cuando te detienes, el mundo realmente se pone en marcha. La lentitud es fundamental”, instruye Espinàs, como si leyera algún párrafo de Elogio de la lentitud, de Carl Honoré (RBA, 2005), “desafío al culto a la velocidad”. Por eso, cuando Josep Maria Espinàs viaja a pie por esos lugares alejados de la mano de Dios, se acerca a los parroquianos sin ánimo de dárselas de sabiondo, y mucho menos, de molestar. “A veces, si estoy en el mentidero de la plaza mayor, escucho. Luego tomo notas, en el café. Si no, con una frase banal, un “Esas nubes…”, ya está armada.” Huye de las versiones desopilantes, de las ermitas y de los parajes desolados, enfila los senderos que siguen conectando pueblos y aldeas: busca personas, no postales, así evita la prescindencia del hombre. Excursiones lustrales: a pie por Murcia, por Extremadura, por el País Vasco… “El primer viaje a pie que hice fue a los Pirineos, y lo hice acompañado de Camilo José Cela, buen amigo. De noche, antes de irnos a dormir, me descolocó con una pregunta: “Josep Maria, ¿qué hemos visto hoy?” Dice Josep Maria Espinàs que él se considera más articulista que periodista porque no persigue ninguna “orientación finalista”. “Visito y narro lo que veo. Si me encuentro a alguien excepcional, bien; si no, también. No busco la noticia, nunca lo he hecho”, cuenta, trastocado más en antropólogo rural de una disciplina científica independiente que anota cómo remecen las caderas de las muchachas vírgenes que en un husmeador metomentodo que avasalla con su interrogatorio. Tercero. Según Maiakovski: “El material. Las palabras. El ininterrumpido enriquecimiento de los depósitos, de los almacenes del propio cráneo con palabras necesarias, expresivas, raras, inventadas, renovadas, derivadas y de cualquier otro género”. Josep Maria Espinàs le echa a los cuadros sinópticos de sus textos, como un toque de pimentón, los diálogos que mantiene con sus paisanos. En el páramo soriano: —Yo le conozco. —No creo, señora, es la primera vez que piso estas tierras. —¿A usted no le llaman el escritor? Cuarto. Según Maiakovski: “El aparejo de la oficina y los instrumentos de producción. Pluma, lápiz, máquina de escribir, teléfono, un vestido para pernoctar en el dormitorio público, una bicicleta para ir a la redacción, un escritorio bien organizado, un paraguas para escribir bajo la lluvia, una superficie habitable para poder recorrer el número de pasos necesarios para el trabajo, la conexión con una agencia de recortes para el envío de material sobre las cuestiones que interesan a la provincia, etc., etc., así como la pipa y los cigarrillos”. Josep Maria Espinàs escribe en una Olivetti Studio 46, la misma con la que escribió, a los 15 años, su primera novela, “una obra horrible”. En su despacho, en La Campana, arriba de la Diagonal de Barcelona, un mueble de cajetines, como aquellos de los tipógrafos en los que se guardaban los tipos móviles; y los recortes de prensa con sus notas y dilucidaciones encuadernados en ediciones rústicas, al fondo, en el primer estante. “No tengo ordenador porque no lo necesito. Por lo tanto, no tengo e-mail. Mis escritos los envío por fax a la redacción. Debo de ser el único escritor capaz de escribir si se va la luz”. Espinàs no fuma, no necesita pitillera. Sí necesita la T-10: “Cojo un autobús cada día”. Quinto. Según Maiakovski: “Las costumbres y los procedimientos de elaboración de las palabras, infinitamente individuales, que se adquiere después de años de trabajo cotidiano: rimas, medidas, aliteraciones, imágenes, reducciones de estilo, énfasis, finales, títulos, formas gráficas, etc., etc.”. Martes 4 de enero. El Periódico de Catalunya. Página 9. Título de la sección “Pequeño observatorio”: “Vamos por el camino de reconocer que el incivismo es inevitable…”. *** Ejemplo según Maiakosvi: “la ordenación social exige que se suministren palabras para las canciones de los soldados rojos que parten para el frente de Petersburgo. Orientación finalista: destruir Judenic. Material: el léxico soldadesco. Instrumentos de producción: un cabo de lápiz. Procedimiento: la copla rimada”. Ejemplo según Espinàs: “la ordenación social exige reflejar cómo se vive hoy en el mundo (“la realidad da más juego que la ficción”). Orientación finalista: cero. Material: tradición oral. Instrumentos de producción: máquina de escribir. Procedimiento: el artículo”. Foto Marc Javierre Texto Jesús Martínez |