–¿Esto es porque te eché de la cama a la mañana siguiente? –Ashley deseó haberse mordido la lengua en cuanto lo dijo. Tenía que medir sus palabras. Se estremeció al oír su risita ronca. –No seas tan engreída –la sonrisa de Sebastian destelló blanca contra su piel morena. Ella sabía que lo había desconcertado al rechazar su oferta de seguir con la relación. Sebastian nunca sabría cuánto la había deleitado y asustado la idea. Si hubiera visto que su resolución se debilitaba, la habría atacado sin piedad, pero su fría respuesta le había dolido. ¡Y ella se había sentido mal por él! Se había pasado horas recordando el momento y deseando haberlo rechazado con más consideración. Y más de una vez había deseado tener el coraje de aceptar su oferta. Pero se había dado cuenta de que, incluso después de una noche gloriosa, corría el peligro de convertirse en el tipo de mujer que odiaba. Una criatura sexual. Una mujer que se dejaba llevar por sus sentimientos y sus necesidades. Se había apartado para protegerse a sí misma. –No puedo evitar pensar que todo esto es personal –dijo, mirándolo fijamente. –¿Cómo podría ser eso posible si no nos conocíamos hasta que llegué a Inez Key? –él arqueó una ceja oscura. Ashley tenía la sensación de que se estaba perdiendo algo. Sabía muy bien que no se conocían de antes. Nadie podría olvidar ni el más breve encuentro con Sebastian Cruz. –Me mentiste sobre tu nombre, tenías planes ocultos y me sedujiste. Hice bien al seguir mis instintos y librarme de ti. –Y yo lo hago al seguir los míos y hacer que salgas de la isla de inmediato –dijo Sebastian, poniendo las manos en el teclado como si la discusión hubiera llegado a su fin. «De inmediato», Ashley sintió pánico. Antes de entrar allí, había tenido dos semanas para abandonar la isla. Estaba empeorando las cosas. –Inez Key es lo único que tengo –dijo rápidamente–. Sin ella, no tengo hogar, ni dinero... –Eso no es problema mío –dijo él, sin dejar de mirar la pantalla del ordenador. Ella fue hacia el escritorio y apoyó las manos en el borde. Iba a conseguir su atención aunque tuviera que agarrarlo del cuello. –¿Cómo puedes ser tan cruel? –gruñó. –¿Cruel? –alzó los ojos hacia los de ella–. No sabes el significado de eso. –No puedo perder Inez Key. Es mi hogar y mi forma de ganarme la vida. –¿Ganarte la vida? –se mofó él–. Tú no has trabajado ni un día en tu vida. Alquilas tu casa a gente rica algún que otro fin de semana. Ella dejó pasar esa crítica. Aunque no tuviera un trabajo tradicional, eso no significaba que no trabajara duramente para mantener lo que amaba. –Pagan bien por su intimidad. Tú lo hiciste. ¿Qué te hace pensar que otros no lo harán? –No hay bastantes famosos ricos buscando intimidad para que puedas devolver el préstamo. –No llevo suficiente tiempo haciéndolo –insistió ella. Necesitaba ganar algo de tiempo–. Raymond lo entendía. –Raymond Casillas quería que te hundieras más –Sebastian movió la cabeza–. Sabía que nunca podrías devolver el préstamo. ¿Por qué crees que te lo ofreció? –No lo sé –Ashley se apartó del escritorio. No quería hablar del tema. Sentía náuseas. –Esperaba que se lo pagaras de otra manera. Y creo que tú lo sabías. Por eso le pediste un contrato. En la mayoría de las circunstancias, habría sido una buena táctica. –De poco me ha servido –dijo ella por lo bajo. Ese contrato la había puesto en manos del despiadado Sebastian Cruz. –No querías malentendidos. Así que ofreciste Inez Key como garantía, no tu cuerpo –Sebastian hizo una pausa–. Ni tu virginidad. |