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materia para el debate INVESTIGACIÓN: fundación patria soberana LA CARTA DEL PUEBLO En la Gran Bretaña, después de la derrota de los sindicatos obreros en 1834, La "Carta del Pueblo", redactada por un grupo de obreros de Londres, llegó a ser el grito general de guerra de los reformadores radicales. Fue publicada en mayo de 1838, después de más de un año de preparación. Procedía de la Asociación Obrera de Londres, una agrupación formada sobre todo por hombres que habían intervenido tanto en las primeras luchas en favor de la reforma [parlamentaria], a través de la Unión Nacional de la clase obrera, como en varias formas del movimiento oweniano y cooperativista. Entre sus jefes estaban Willíam Lovett, Henry Hetherington, James Watson, Robert Hartwell y Henry Vincent; y tanto Francis Place como Joseph Hume estuvieron en relación estrecha con estos directivos de la clase obrera, Lovett había participado activamente en el movimiento cooperativo y en la campaña para libertar a los mártires de Tolpuddle; Hetherington era otro oweniano entusiasta y la figura principal, como propietario del The Poor Man's Guardian, en la lucha por la libertad de prensa. Había tomado parte importante en la unión nacional de trabajadores y en la defensa de los sindicatos. Asimismo Watson, otro periodista obrero, que también había trabajado con Richard Carlile en defensa del pensamiento libre y en la propaganda antirreligiosa y republicana. Hartwell y Vincent eran impresores, hombres jóvenes que empezaban a actuar en primera fila. Esos hombres estaban profundamente contrariados porque en 1832 no concedieron el voto a los obreros y por la derrota en 1834 de los sindicatos y de las cooperativas. Convencidos de que la acción sindical sola no podría triunfar en contra del parlamento dominado ahora por una combinación de las nuevas y antiguas clases acomodadas, volvieron a la idea de unir a toda la clase obrera, en primer lugar, para pedir que se concediese a todos los varones el derecho de sufragio y conseguir otros cambios puramente políticos. Este programa creían que serviría para unir las principales fuerzas descontentas y, que si triunfaban, proporcionaría una base firme para presionar sobre las peticiones de carácter económico. Por consiguiente, la "Carta del Pueblo", tal como la redactaron, se reducía a cuestiones puramente políticas. Sus "seis puntos'' eran todos constitucionales, aunque el motivo que había detrás era también económico y la manera como el pueblo reaccionaría respecto a ellos dependía principalmente por el malestar económico. Los "seis puntos" eran: derecho de sufragio para los varones, voto secreto, que no fuese necesario ser propietario para pertenecer al parlamento, que a éstos se les pagase un sueldo, distritos electorales iguales y parlamentos anuales. La "Petición de Birmingham", dada a conocer el mismo año, tenía sólo cinco puntos: derecho de sufragio para los cabezas de familia, voto secreto, parlamentos de tres años, dietas de asistencia para los representantes en el parlamento y supresión del requisito de ser propietario para formar parte del parlamento. No incluía la igualdad de distritos electorales (lo cual, sin embargo, no era una gran diferencia), y era más moderado en el sentido de que pedía parlamentos de tres y no de un año de duración, y el voto para los cabezas de familia y no para todos los varones. La "Petición nacional", redactada en 1838 en un intento para combinar los esfuerzos reformadores de Birmingham y de los varios grupos "cartistas", se refirió al malestar económico e incluía una breve referencia a la reforma monetaria, pero limitó su petición positiva al sufragio universal y secreto. Queda fuera del tema de este libro, que trata del socialismo y de sus ideas más bien que de la historia general de los movimientos obreros, el relatar la historia del "cartismo". Hablamos de él aquí sólo en relación con el desarrollo del pensamiento socialista. En este sentido es importante -señalar que los hombres que redactaron la "Carta" eran sobre todo socialistas, conforme al uso que entonces tenía esta palabra. Eran owenianos, que deseaban y esperaban que la reforma parlamentaria prepararía el camino para conseguir sus aspiraciones cooperativistas. El owenismo tenía también muchos partidarios en Birmingham, aunque no predominase, y un número considerable en Manchester, en algunas de las ciudades de Yorkshire, en Glasgow y en algunos distritos; pero en ninguna paite, después de 1834, hubo un movimiento de masas, o una unión para el resurgimiento de clase. Fue un movimiento contrario a la lucha de clases, y tenía poca fe en la acción política. Los o^renianos que pasaron al cartismo en gran medida estaban abandonando, no sus ideas socialistas y cooperativistas, pero sí su adhesión a lo que quedaba del movimiento oweniano, dedicado cada vez más a establecer comunidades ideales y a la "religión racional", que iba ocupando cada día más el pensamiento de Owen. Incluso en Londres, el grupo que rodeaba a Lovett y Hetherington no era uno de tantos. James Bronterre O'Brien, el irlandés que había dirigido el periódico de Hetherington Poar Mcm's Guardian y traducido el relato de la conspiración de Babeuf escrito por Buona-noti^ pronto estuvo a la cabeza de un grupo rival en Londres, con un periódico llamado The Operative y trabajando también con Fear-gus O'Connor. George Julián Harney estuvo muy unido a él y contribuyó a fundar la "Asociación Democrática de Londres" (Lon-don Democratic Association) en oposición a la "Asociación Obrera de Londres" (London Workíng Men's Association). Estas dos se inspiraban en la Revolución francesa y, en especial, en Robespierre y en Babeuf. Eran revolucionarios más bien que reformadores radicales, y tenían un marcado carácter intemacionalista. Su socialismo era esencialmente proletario y no oweniano; en todo caso estaba basado en la idea de un levantamiento de la clase obrera en contra de los ricos. Desdeñaban la respetabilidad del grupo de Lovett, así como la tendencia de los partidarios de Attwood a favorecer la alianza entre la clase media y la clase obrera. No eran "socialistas" a la manera de Owen o de Fourier, sino más bien a la de Blanqui y del ala izquierda de los movimientos parisienses de la década de 1830. Tanto el grupo de Lovett como el de O'Brien encontraron apoyo en los distritos industriales; pero en el norte la preocupación principal de los obreros no era la reforma parlamentaría ni la idea de una revolución proletaria, sino la lucha inmediata contra la opresión económica. En Lancashire y en Yorkshire las dos cuestiones principales eran la oposición a la nueva ley de beneficencia de 1834, la cual no incluiría el pago de auxilios a quienes gozasen de buena salud, y la petición de la llamada "reforma de las fábricas". Los jefes de estas cruzadas eran patronos radicales, tales como John Fielden; "tories" de la secta evangélica, como Richard Oastíer; predicadores radicales disidentes, como Joseph Rayner Stephens. Ninguno de éstos era socialista en ninguno de los sentidos de la palabra. Fielden era un propietario de fábrica, autodidacto y entusiasta, que odiaba la opresión y la centralización, y que con igual celo defendía la causa de los niños de las fábricas como la de sus padres. Oastíer fue un ardiente mantenedor de "trono, iglesia y patria", enemigo de los "whigs" (liberales) capitalistas y de toda clase de buscadores de dinero, un sincero defensor de los niños y acusador del industrialismo por destruir la vida de familia y la responsabilidad. Stephens fue un orador fogoso, que sostenía que el pueblo tenía derecho a apoderarse de los medios necesarios para una vida decorosa, si la ley y los ricos se la negaban. Ninguno de ellos tenía una teoría social sistematizada, a no ser que consideremos como tal la inspiración que Oastíer buscaba en los "buenos tiempos pasados", y que era una reminiscencia de Cobbett. A estos dirigentes y a otros como ellos se unió desde 1837 la elocuencia torrencial del irlandés Feargus O'Connor, y la difundida influencia de su periódico The Northern Star (La Estrella del Norte). A su alrededor se agrupó lo que había quedado de los sindicatos obreros de Yorkshire, con sus tradiciones de clandestinidad y de fuerte lucha contra los patronos, que trataban de destruirlos negándose a dar trabajo a sus miembros. Graves conflictos provocó la introducción de la nueva ley de beneficencia en er norte, cuando se trató seriamente de implantarla en 1837; y también hubo grandes discusiones en la campaña para la reforma de las fábricas (Factory Reform), entre los que aceptaban la jefatura de Lord Shaftesbury, y estaban dispuestos a trabajar de una manera pacífica con los patronos y políticos progresivos que quisiesen ayudarles, y aquellos que sostenían que sólo mediante el esfuerzo de los propios obreros podría conseguirse algo que valiese la pena. El segundo de estos grupos se unió como un solo hombre alrededor de O'Connor y de The Northern Star, y se hicieron "carlistas" sin renunciar a su adhesión a Oastíer y Stephens en la cuestión aún más urgente de resistir a las nuevas juntas de patronos (Boards of Guardians), que estaban aboliendo su derecho ai auxilio por falta de trabajo sacado de los impuestos, y los estaban condenando al encarcelamiento y a la separación de sexos en los nuevos talleres, llamados "Bastillas". O'Connor, que había empezado su carrera política como miembro irlandés del parlamento bajo la jefatura de O'Connell, no era un socialista, pero sí partidario de que los aldeanos tuviesen propiedades. Como Owen y Fourier y muchos más, tenía gran esperanza en la productividad del suelo sometido a un cultivo intensivo, pero su ideal era la división de la tierra entre los campesinos que serían al mismo tiempo propietarios individuales y que la trabajarían. No le agradaba el industrialismo, y quería encontrar la manera de volver a emplear en la tierra a los desocupados, afirmando que una de las consecuencias sería la subida de los salarios en la industria al reducir la competencia para la colocación. Expuso esto en su libro The Management of SmaLl Farms (La explotación de las granjas pequeñas), y también en numerosos discursos y artículos. Era contrario al owenismo, porque éste proponía el cultivo colectivo; pero pronto había de competir directamente con los owenianos en la colecta de dinero para fomentar colonias agrícolas. O'Connor, lo mismo que Owen, quiso fundar, y de hecho lo hizo, colonias agrícolas, como la de Charterville, O'Connorville y otras. Pero las colonias agrícolas "cañistas" no eran más que agregados 4^ pequeñas granjas de propiedad individual, establecidas en terrenos comprados colectivamente a fin de revenderlos en trozos a los colonos. Sin embargo, el plan agrícola de los "carlistas" no se inició hasta mediada la década de 1840. Durante las primeras etapas del "car-tismo" O'Connor, al igual que los demás jefes "carlistas", concentró sus esfuerzos en la petición puramente política en favor de la "Carta del Pueblo"; pero reforzaban esta demanda con una exposición enérgica de las injusticias económicas y sociales, en un lenguaje que atrajo la atención de las agrupaciones principales de trabajadores en los distritos industriales y mineros mucho más que hubiese podido hacerlo la "Carta" por sí sola. O'Connor, en realidad, se adueñó del movimiento "carlista" con disgusto de Lovett y de sus amigos, que desdeñaban su demagogia, e incluso estaban algo asustados por las posibilidades revolucionarias del monstruo que reclamaba. Asustó a los hombres de Birmingham partidarios de Att-wood, y, lo que es más, asustó a todos los que deseaban un cambio pacífico, para trabajar en lo que podía persuadirse a una gran parte de la dase media, uniéndose a los obreros por el disgusto con que veían el influjo creciente de las antiguas clases gobernantes. Estos defensores de la "colaboración de clases" vieron en O'Connor el ebstáculo mayor en su camino; porque los temores que él despertó llevaron a la clase media a aceptar el estado de cosas existentes. Sin embargo, durante algún tiempo, estas diferencias profundas desaparecieron en parte al unirse todos para pedir la "Carta", lo cual aplazó el seguir ideas divergentes tanto acerca de objetivos económicos y sociales como acerca de los medios que habían de emplearse para conseguirla. En primer lugar se había acordado concentrar los esfuerzos en recoger firmas para presentar al parlamento una petición monstruo. ¿Qué había de hacerse, si el parlamento rechazaba la petición? Era problema que se discutiría después. De este modo, en 1838, alrededor de la "Carta del Pueblo", se unieron los contrarios a la nueva ley de beneficencia, los defensores de la reforma de las fábricas y todos los descontentos de los distritos urbanos e industriales, así como también los radicales, republicanos y "socialistas" de varios matices, excepto una parte de los oweniano» y de los fourieristas, que mantuvieron su desconfianza en la acción política y no se apartaron de su camino. El movimiento aumentó su fuerza a causa de la depresión industrial prolongada, que se inició al final de la década de 1830, y continuó durante la década de 1840 o del "hambre". Un movimiento de esta clase, producido por el malestar económico, pero falto de un programa económico definido, no podía tener cimientos teóricos claros, ni halló una dirección teórica coherente. Se dividió, tan pronto como el parlamento dedaró que no tenía intención de aceptar la "Carta", en las facciones rivales de "cartistas" de "fuerza física" y "cartistas" de "fuerza moral", y otros grupos aun mayores intermedios, que oscilaban entre los defensores de los dos métodos rivales. En un extremo, una masa considerable de defensores de la "Carta" pensaba que el pedirla era una continuación de la campaña en favor de la reforma política, que triunfó teniendo por resultado la ley de 1832. Estos grupos aspiraban a conseguir el sufragio para todos los varones mediante una agitación esencialmente política y probablemente prolongada, muy semejante a la de 1830 a 1832. En el otro extremo un grupo considerable de republicanos radicales y de ex-miembros de sindicatos negó la posibilidad de que el "reformado" parlamento de la clase media se reformase más adelante a sí mismo, de una manera que implicase, por parte de la clase media, la abdicación del poder que había conseguido en 1832, y pensó en un levantamiento, o al menos en alguna especie de "gran vacación nacional" (Grand National Holiday) o huelga general, como única manera de que adquiriese los derechos políticos la clase obrera o de asegurar los cambios económicos pedidos por ésta. Entre estos dos grupos se agitaba la masa principal de partidarios activos de la "Carta", conscientes de su debilidad frente a la fuerza armada mandada por sus contrarios, pero dudosos de que la agitación puramente constitucional pudiese ser eficaz gara asegurar la reforma. Creo que siempre, tanto entre los dirigentes como entre la masa que les seguía en toda la nación, los "cañistas" partidarios de la "fuerza moral" sobrepasaban a los que abiertamente aconsejaban el empleo de la "fuerza física"; y los partidarios de ésta en realidad estaban divididos en dos grupos: los que la aceptaban hasta el extremo, si era necesario, de llegar a la revuelta armada, y los que esperaban que el parlamento hiciese más concesiones, si mostraban una fuerza que en realidad nunca sería utilizada, en todo caso, no más de lo que lo había sido en Bristol y en Nottingham durante las primeras luchas en pro de la "Reforma". En esta atmósfera, se olvidaban por el momento las diferencias acerca de la nueva sociedad que se establecería cuando la "Carta del Pueblo" llegase a ser ley de la nación, porque el objeto de los jefes "carlistas" era que los defensores de teorías sociales rivales prescindiesen de sus diferencias y se uniesen alrededor de la aspiración común de convertir la "Carta" en ley. Se solicitó a los miembros owenianos de los sindicatos y de las cooperativas, el más fuerte de los grupos de "utopistas", que uniesen su fuerza con la de los contrarios a la nueva ley de beneficencia, con los partidarios de la reforma de las fábricas y con los republicanos radicales, y que aplazasen todo intento de poner en práctica sus teorías hasta que la "Carta" hubiese triunfado. En efecto, la mayor parte de los partidarios de ésta procedía de los contrarios a la nueva ley de beneficencia, de los partidarios de la reforma de las fábricas en los distritos industriales y de políticos radicales de las ciudades; la diversidad de estos apoyos implicaba que, entre los oradores "carlistas", había muchas voces que reclamaban diferentes agravios y planes de reorganización social completamente distintos, aunque todos pedían al pueblo que se uniese en torno de la "Carta". |